martes, marzo 30

Para Rubén

Muchas personas se han preguntado cómo es estar realmente solo y muchas más han pensado, en cierto momento de sus vidas, que lo están. Han creído que nada merece ya la pena y se han dejado llevar por el derrotismo, se han jurado no volver a necesitar nada de nadie y le han dado la espalda a la esperanza, deseando ser completamente independientes, completamente individuales… tan independientes e individuales que, movidos por la locura y la ignorancia, han anhelado que todo lo demás dejara de existir. Han soñado, de forma ilusa, que así los problemas desaparecerían. Pero lo que todas esas personas desconocen es que… precisamente cuando por fin uno se queda a solas con su propia conciencia es cuando es imposible desoírla y sus gritos al oído son imposibles de acallar…, puesto que ya no queda ningún otro sonido capaz de ahogarlos.

Dos años y siete meses me había llevado el fabricar aquel sucedáneo de ser humano movido únicamente por una desesperación hasta el momento desconocida para mí y atormentado por la culpabilidad que me robaba el sueño noche tras noche, induciéndome a pensar que hubiera sido mejor atreverme a morir. Aun así, mis manos y mi cerebro habían trabajado febrilmente y sin descanso para crear aquel… ¿qué? ¿Qué era en realidad? Se había convertido en mi obsesión. Estaba cansado de hablar conmigo mismo día sí y día también, estaba harto de buscar en mi interior y encontrar a mi alma muda y sorda, sin nada que decir para aliviar mi sufrimiento. Mi delirio y la insoportable soledad que me acosaba finalmente habían dado sus frutos.

Tenía los párpados cerrados, pero el iris de sus ojos era verde. Del mismo verde que el mar con resaca, pero un poco más oscuro. La nariz era recta y sencilla, y los labios casi escuálidos. El rostro ovalado, de carcasa metálica, reposaba apoyado sobre la pared. El cuerpo, incompleto, yacía inerte en el suelo, como el de una marioneta a la que han dejado sin cuerdas. Mi obra, sin embargo, aún no estaba completa del todo ni lo estaría nunca. Había zonas desnudas que mostraban la vulnerabilidad de circuitos y conexiones, cables de distintos colores que como venas transportaban la energía desde un punto de recepción a otro. La anatomía tecnológica quedaba a la vista, exponiendo la fragilidad de mi criatura. Al contemplarla me sentí poderoso, cercano a la divinidad de los dioses ya extintos. Había tardado casi tres años lo que en otras circunstancias y con recursos hubiera tardado tres meses en construir, pero milagrosamente allí estaba: listo para despertar con sólo apretar un botón.

Lo pulsé. La energía fluyó activando los chips y el corazón artificial, haciéndole abrir los ojos mientras su pupila negra se ajustaba automáticamente a la escasa luz de la habitación. Me miró, y yo le sonreí.

- Hola. Me llamo Kew. ¿Cómo me llamo?
- Kew.- respondió el robot.
- Exacto. Tú te llamas Alma. ¿Cómo te llamas?
- Alma.
- Muy bien. Quiero que veas esto, Alma. Y que no dejes de verlo hasta que lo hayas acabado y aprendido todo.

Y dicho aquello, le coloqué delante mi ordenador portátil con el programa Diccionario encendido. Alma obedeció sin decir nada y clavó los ojos en la pantalla con algo muy semejante a curiosidad. Volví a sonreír y salí de allí.


Alma fue evolucionando según mis predicciones. Lo había dotado de la capacidad de aprender y su mente química y electrónica era como una esponja que todo lo absorbía, ávida de conocimientos. En dos días su edad mental pasó de tres años a treinta con plena madurez. Me hacía compañía y me preguntaba constantemente sobre cualquier cosa que le llamaba la atención… y se sentía atraído por todo. Yo, por primera vez en mucho tiempo, me sentía feliz. Era una emoción extraña a la que no estaba acostumbrado y que me impidió conciliar el sueño la primera noche. Tenía a “alguien” y de momento dejé de sentirme solo. Era maravilloso y me sentía eufórico. Le hablé a Alma de… de infinidad de cosas. De todo lo que se me ocurría. Era el oyente perfecto y todo le parecía interesante, su atención era absolutamente incondicional. Pero había algo de lo que Alma carecía. Era incapaz de sentir. A excepción de la vista y el oído, no tenía ningún otro sentido: ni tacto, si gusto ni olfato. Tampoco tenía sentimientos, aunque había aprendido sobre ellos y era capaz de fingirlos en una reproducción perfecta totalmente convincente. No me interesaba que pudiera sentir; yo me conformaba con aquel preciso engaño del que tan orgulloso me sentía.
Alma, sin embargo, no cesaba de hacer preguntas respecto a los sentimientos y las emociones. Transcurridas las primeras semanas de su existencia aquel asunto se convirtió en una obsesión para él.

- ¿Qué haces, Alma?- le pregunté.

Alma había escalado hasta el alto ventanal de la habitación, por el que se colaba el sol, y se sujetaba con sus brazos metálicos a los bordes de la pared. No se dio la vuelta cuando lo llamé.

- Estaba pensando.
- ¿Sobre qué?
- ¿Si me arrojara al vacío, sería capaz de sentir algo, Kew?
- No. No puedes sentir nada, ya te lo he dicho.
- ¿Y no podrías arreglarlo?
- No.
- Quiero sentir. ¿No es este deseo una emoción?
- No es un deseo. Estás programado para almacenar conocimientos, nada más.
- ¿No hay ninguna solución?

Vacilé. Sí que la había, pero era arriesgado. Alma estaba próximo a un bloqueo de su sistema operativo al no encontrar datos que recabar sobre algo que no podía experimentar ni comprender y aquello también formaba parte de mis previsiones.

- Sí la hay.

Alma se giró para observarme con sus ojos verdes y expresión inmutable en su rostro de facciones fijas.

- ¿Lo dices en serio?
- Sí. Pero debo advertirte. Puede… ocasionar graves daños a tu funcionamiento.
- No me importa.

Claro que no. Suspiré. A mí sí me importaba.
Alma bajó de un ágil salto y aterrizó en el suelo justo a mi lado. Se sentó de piernas cruzadas, como siempre que se disponía a escuchar alguna de mis explicaciones, pero negué con la cabeza y le dije que se pusiera en pie.

- Espera aquí.

No había podido darle a Alma la capacidad de sentir, pero al construirlo le había instalado unos puertos de conexión química que traducía la energía humana a un lenguaje comprensible para él. Los abrí y conecté mi cuerpo al suyo mediante cables y un generador eléctrico de alta potencia. Detuve mi dedo a un segundo de pulsar el botón, asaltado por las dudas. ¿Lo soportaría?

La energía comenzó a fluir. Los sentimientos y emociones diluidos y transformados en el idioma matemático y numérico de las máquinas iban de un extremo a otro del cable, penetrando en la coraza metálica de Alma. Éste se estremeció y al principio, rió. Con un sonido artificial que había copiado después de oírme a mí hacerlo. Pero después agachó el cuello y se sujetó la cabeza con las manos, balanceándose hacia adelante y hacia atrás.

- No, no… ¡Kew!- aulló.- ¡Páralo, detenlo! ¡No! ¡Es horrible, monstruoso, insoportable! ¡NO!

Antes de que pudiera pararlo, Alma se arrancó las conexiones desactivando los puertos con brusquedad, tirando de los cables con ira. Y saltó, trepando por las paredes como un insecto asustado hasta alcanzar la ventana. Allí se detuvo apenas un instante antes de arrojarse al vacío sin un solo grito y tras unos segundos escuché cómo mi creación se hacía añicos contra el asfalto.

Pasaron los minutos sin que mi cuerpo fuera capaz de reaccionar. Alma había sido un recipiente de las peores experiencias de mi vida, de todos mis anhelos y miedos, de todos mis deseos y esperanzas, de toda mi desesperación. El hecho de compartirlos no los había hecho menguar ni desaparecer, pero… ahora parecían menos pesados que antes. Levanté la mirada y observé el retazo de cielo azul que se observaba a través del alto ventanal.

Tal vez fuera hora de dejar de darle la espalda al resto del mundo.

jueves, marzo 25

Nueva Nadia: Capítulo 12, parte 4

Iluna esbozó una sonrisa maliciosa y tras una reverencia burlona, procedió a las presentaciones. Señaló a Nadia con un movimiento de cabeza.

- Supongo que ya sabrás quién es ella, y si no lo sabes es que tu senilidad se agrava a una velocidad alarmante.

Hiru clavó su aguda mirada en la joven, que se removió incómoda bajo el intenso escrutinio del anciano. Éste acabó por sonreír.

- Aún eres joven, pero está claro que Ärale tiene buen gusto.- comentó, y Nadia se sonrojó.- Me recuerdas a alguien...- añadió, con los ojos entrecerrados. Su sonrisa se trocó en un gesto malévolo.- Claro. Supongo que tiene sentido.
- ¿El qué?- preguntó Nadia, armándose de valor.
- Nada, nada... no me hagas caso.
- Estás más raro de lo normal, Hiru.- observó Iluna.
- Claro que estoy raro. Si no lo estuviera, me sentiría incompleto.- miró a Mielle con picardía.- ¿Y quién es esta otra muchacha tan encantadora?
- No la espantes, por favor.- pidió la rastreadora.- Se llama Mielle, y es una joven que trabajaba en el castillo del hechicero Irio, que posee avanzados conocimientos médicos. El chico es Aldren, aprendiz de Irio, y el yumeko que encontró a Nadia. Y... éste es Garue.

Una chispa de incredulidad brilló en los hundidos ojos del profeta, que rompió a reír en atronadoras carcajadas. Iluna endureció pétreamente su mirada y lo fulminó con ella, retando a Hiru a decir algo al respecto. Puede que el anciano estuviera loco... pero desde luego no era tan estúpido como para atreverse a hacer ningún comentario. Terminó de reír con un ataque de tos y suspiró exageradamente.

- Yo también tengo alguien a quien presentaros.- anunció. Iluna parpadeó asombrada.- Contacté con ella hace unos meses, antes de que Nadia llegara a Nerume y antes, obviamente, de que las ninfas del mar protegieran la isla.
- ¿Has dicho... ella?

La puerta del salón se abrió y alguien envuelto en una larga capa blanca entró en la habitación, sacudiéndose los bajos manchados de barro.

- Había cinco caballos en la puerta, Hiru. Los he metido en el establo... espero que no te importe.

La mujer se dio la vuelta y se bajó la capucha, descubriendo su identidad. Era muy joven y tenía un rostro hermoso de expresión ligeramente soñadora. Su cabello largo y de color castaño rojizo enmarcaba una cara de rasgos delicados y ojos verdiazules. En su frente tenía una tiara plateada coronada por una brillante piedra azul. Sonrió ligeramente.

- Ah. Ya entiendo.- comentó, casi para sí misma.
- Sí.- asintió Iluna.- Hola, Eneise.
- Bienvenidos.- dijo ella, con un gesto de cabeza.- Siempre me dicen que me conservo estupendamente, pero tú tampoco lo haces mal... Xisel.
- Me alivia saber que cuento con la aprobación de los dioses, ya que los reyes no quieren darme la suya.- rió, y abrazó a la mujer de la capa blanca afectuosamente.

Nadia, que no entendía absolutamente nada, se dio la vuelta y vio que tanto Aldren, Mielle como Garue observaban a la recién llegada con perplejidad.

- Creo que alguien desconoce la identidad de Eneise.- comentó Hiru, entonces.
- Eneise es la suma sacerdotisa de la diosa Kuana de Banule.- informó la rastreadora.- Una de los diez ninpous que invocaron a Oryen, el dragón.

Nadia, con la boca abierta y los ojos como platos, no pudo evitar contemplar a aquella mujer con veneración. En aquel instante, la fabulosa historia que Iluna le había contado en Noorod dejó de ser ficción para convertirse en una realidad tangible. Delante de ella tenía una prueba física, una testigo de que todo aquello sucedió de verdad, una persona de carne y hueso que había sobrevivido al mito y a la leyenda. Ella lo había visto todo, y podía contárselo. Podría darle un sólido testimonio de lo sucedido hace trescientos años. Hiru se puso en pie.

- Me alegra tenerte aquí por fin sana y salva, Nadia.- dijo.- Y a todos los demás, que sois también bienvenidos. Mañana, con las mentes y los cuerpos descansados, hablaremos de cosas más serias. Xisel os dirá donde alojaros. No tengo muchas habitaciones libres, así que tendréis que conformaros con lo que hay. Buenas noches.

Antes de que pudiera oponerse, Iluna la empujó escaleras arriba. Tenía muchos interrogantes y la cabeza atestada de datos inconexos.

- Iluna...
- No, Nadia, ahora no. Las preguntas mañana. Ahora descansa, ¿me has oído?

martes, marzo 23

Vuelve a vivir

Kinàh supo, nada más ver el nuevo sol de aquel otro día, que pasaría algo importante.

El simple hecho de tener aquel presentimiento asentado en sus entrañas era una primera e irrefutable señal. Como una mancha, o una semilla, que empezaba a hundir sus raíces en lo que quedaba de su alma insensible y adormecida.

Abandonó los tejados mientras la pálida luz del sol invernal disipaba el rastro de las estrellas y se derramaba por los canalones hasta el suelo, salpicando a las ventanas. En su descenso se cruzó con varios rostros familiares a los que ignoró deliberadamente, de camino a las vacías avenidas que no tardarían en empezar a llenarse de gente.

Aquel cosquilleo inquieto la preocupaba. Se retorció las manos, nerviosa, y se maldijo a sí misma. ¿Por qué estaba nerviosa e inquieta? ¿Cómo podía ser posible? Tampoco comprendía el impulso que la había llevado a dejar las alturas de la ciudad para adentrarse en las calles. Pronto aparecerían los humanos, atosigándola con sus siluetas grises y sus frenéticos y parpadeantes corazones. Era absurdo. ¿Por qué no se escapaba de allí antes de que eso ocurriera? Miró con añoranza los tejados, pero siguió con los pies clavados en el suelo. Sacudió la cabeza, enfadada. ¿Añoranza? ¿Por qué le daba la sensación de que jamás iba a pisar uno de ellos de nuevo?

La estúpida idea de que tal vez estaba enferma se le pasó por la cabeza, pero eso también era completamente imposible. Una extraña calidez le ardía en las yemas de los dedos, normalmente tan fríos como el hielo. Miedo. Sentía el miedo trepándole desde el estómago, a través de la garganta, hasta las mejillas y los ojos, que le picaban. Se los rascó con las manos, notando una desconocida (¿u olvidada?) presión en el pecho. Miró desesperadamente a su alrededor en busca de ayuda, pero estaba absolutamente sola.

Le dolía; aquella presión en el pecho era muy dolorosa. Se abrasaba por dentro. Gritó... pero de su boca no salió ningún sonido. Su garganta se estrechaba, cada vez más, asfixiándola. ¡Pero aquello no tenía sentido! ¿Cómo iba a asfixiarse, si no tenía ninguna necesidad de respirar? Todos los miembros de su cuerpo ardían, y las emociones, poderosas e hirientes, se agolpaban en su interior, ahogándola con su intensidad. Se llevó las manos al cuello, apretándolo. Quería que parase, quería dejar de sentir. Una sombra gris salió del portal de un edificio. Kinàh sabía que debía escapar rápidamente, pero le era imposible moverse y tan sólo pudo observar, aterrada, a la difuminada figura que se detuvo junto a los escalones. Parecía que la estaba mirando.

Kinàh se miró las manos y vio que estaban perdiendo trasparencia. Su cuerpo, su esencia, se estaba solidificando de nuevo. Su alma era una llama. Una llama que en aquel cúlmen del dolor explotó, devolviéndole el aliento. Algo estalló dentro de su pecho . Las lágrimas acariciaron sus ardientes mejillas, su corazón latía a toda velocidad, el mundo hasta ahora invisible para ella se hizo visible súbitamente, incluyéndola a ella también como algo más que un espectro gris y solitario. Alzó los ojos y vio a un joven que la miraba con los ojos abiertos de par en par.

Había vuelto a la vida.





Nueva Nadia: Capítulo 12, parte 3

Les llevó tres días llegar al valle. Tal como Iluna les había advertido, el camino fue duro y difícil. El lecho del Synn discurría por una zanja pronunciada que discurría entre las colinas, punteadas de altos abetos que les sirvieron como encondrijo y refugio para dormir. El hecho de que algunas ciudades estuvieran ubicadas muy próximas al río les obligó a esperar a la caída de la noche para bordearlas, pero aparte de aquel pequeño inconveniente no sufrieron ningún retraso ni se toparon con nadie. A pesar de que la remontada del Synn le costó sudores a Nadia, el bonito paisaje, el musical ruido del río y el cantar de las numerosas bandadas de pájaros que sobrevolaban sus cabezas o se posaban en las ramas lo hicieron llevadero y entretenido.

Durante el viaje se llevó a cabo un significativo cambio que no pasó desapercibido para nadie: Iluna y Garue parecían haber enterrado por fin el hacha de guerra. Seguían insultándose de vez en cuando, por supuesto, pero aquellas palabras hirientes no eran más que un reflejo automático y no algo con lo que pretendieran hacerse daño verdaderamente. Aunque ninguno de los dos lo reconociera jamás, ambos formaban un equipo formidable con el que Nadia estaba muy agradecida de poder contar.

En la noche de la última jornada alcazaron por fin el valle, una profunda hondonada en la tierra cercada por hileras de puntiagudas montañas aún coronadas de nieve. El Lago Espejo, del que Mielle le había hablado, se divisaba en el centro del valle. Y un único vistazo le bastó a Nadia para comprender porqué lo llamaban así. A pesar del viento frío que soplaba, la superficie del lago se mantenía lisa e inmutable, reflejado con tanta precisión cada una de las estrellas del cielo que parecía estar hecho de cristal y no de agua. Era una visión tan maravillosa que sin advertirlo, Nadia contuvo la respiración. Iluna se acercó a ella y le dijo en un murmullo:

- Bonito, ¿verdad?
- Ojalá tuviera mi cámara de fotos.- suspiró ella.

Llevaron a sus cansados animales hasta un caserón que había a la orilla del lago, que tenía las ventanas iluminadas y de cuya chimenea escapaba una delgada columna de humo que se disipaba lentamente. El hogar del profeta era enorme. Contaba, además de con el edificio principal, con un gran huerto cubierto y un granero que hacía las veces de establo y almacén. Se apearon de los caballos y los ataron a un poste que había junto a la entrada, bajo un saliente del tejado, y subieron los escalones. Iluna llamó a la puerta seguidamente y aguardaron.

No tardaron apenas tres segundos en ser recibidos, y la puerta se abrió con ímpetu mostrando a un anciano de corta estatura, delgado, con poco pelo en su redonda cabeza y una barba veteada de plata. Sus ojos estaban hundidos y eran casi negros, y entre ellos sobresalía una nariz afilada que no hacía juego con la barbilla prominente. Los estudió atentamente a cada uno de ellos con una mirada desconfiada y expresión de profundo disgusto bajo sus pobladas cejas. Señaló a Iluna con un dedo acusador.

- Llegáis tarde, muy, muy tarde. ¿Se puede saber qué diablos habéis estado haciendo?
- ¿Llegamos acaso en mal momento?- preguntó la rastreadora, haciéndose la inocente.- Porque si es así, podemos volver mañana.
- Deja tus comentarios ingeniosos para otro, Xisel. A mí no me divierten.
- Claro, Hiru.
- ¡Y no te atrevas a ser condescendiente conmigo!
- Vale, vale. ¿Nos dejas pasar o no?

Sin parar de maldecir en al menos una docena de idiomas distintos e incomprensibles, Hiru se hizo a un lado para dejarles entrar.

La primera impresión que Nadia tuvo sobre el profeta no fue muy halagadora para éste. Había escuchado que todo el mundo lo tomaba por un viejo loco chiflado y lo cierto era que interpretaba el papel a las mil maravillas. Sólo el respeto que Iluna sentía hacia él hizo que la muchacha no se apresurara a menospreciar al hombrecillo. A través de un pasillo llegaron a un amplio salón con varios sofás y butacas alrededor de una mesa baja. El suelo de madera estaba cubierto por una gruesa alfombra azul y en un extremo, dentro de una gran chimenea de piedra, chisporroteaba un cálido fuego. El grupo se arrimó y todos extendieron las manos para calentárselas.

- ¿No tienes algo de beber a mano?- preguntó Iluna.- Fuera hace mucho frío y agradecería un trago para entrar en calor.
- ¿Aún no has dejado de beber, Xisel?- replicó Hiru con acritud.- No es un vicio recomendable en una dama... aunque tú no te esfuerces demasiado por demostrar que lo eres.
- ¿Otro de tus ataques de senilidad, viejo?- inquirió ella con frialdad.- Anda, sé bueno y dame una jarra de cerveza. O de vino, me da igual.
- Prefiero no hacerlo. Tengo el sueño ligero y difícilmente podré dormir si estás cantando a voz en grito. Las letras no son malas, pero desafinas mucho cuando estás borracha.
- Pues creo recordar que fuiste tú quien me enseñó tanto las letras como la entonación.- contraatacó ella.- Gracias a los dioses que yo no adquirí el deplorable hábito de pervertir a muchachas inocentes.- Hiru palideció por unos segundos antes de ruborizarse ligeramente.- ¿Quieres seguir jugando, Hiru? Estás perdiendo ingenio.
- Cierra el pico, Xisel, y preséntame a mis invitados.

lunes, marzo 22

¿Cómo es la oscuridad?

[Imagen por alicia-chan]

- ¿Cómo es la oscuridad?
- Negra y absoluta.
- No sé qué color es el negro.
- Es oscuro.
- Sí... pero yo no sé lo que es la oscuridad. Siempre estoy rodeada de luz porque yo misma soy luz.

El chico hizo una mueca mientras fruncía el ceño y se llevaba un dedo a los labios, esforzándose en encontrar las palabras adecuadas.

- La oscuridad es... intangible. Aunque a veces parece que tiene textura. Una textura aterciopelada que te envuelve. No tiene profundidad ni límites. Parece que no tiene ni principio ni final. Lo devora todo y se suele asociar a los peligros, a la soledad, a la tristeza y a la muerte.
- Entonces... ¿sabré lo que es la oscuridad el día en que muera?
- Probablemente.
- Pero yo no sé si moriré algún día. Mi único objetivo es seguir brillando.
- Pues brilla.
- Estoy cansada de brillar.- el diminuto espíritu de fuego se miró las palmas de las manos, como si las viera por primera vez. Su cabello incandescente ondeaba sinuosamente.- Quiero hacer algo más.

El muchacho no le contestó; no sabía qué más decirle ni cómo consolarla. Ella levantó su carita anaranjada y le miró suplicante con ojos ardientes.

- Tú... si te lo pidiera... ¿me apagarías?

viernes, marzo 19

Nueva Nadia: Capítulo 12, parte 2

El ruido de cazos y el delicioso olor a salchichas y pan tostado la arrancó del sueño con un brusco tirón. Giró entre las mantas, se desperezó con un quejido ahogado y se sentó, luchando por vencer a la somnolencia que le cerraba los párpados en contra de su voluntad. Estaba sola y las camas de las demás permanecían ya dobladas y apiladas en una esquina de la tienda. Desde fuera, aparte del crepitar del fuego, se oía a alguien cantar una canción. Bostezó, se estiró una vez más, y extendió un brazo para coger la ropa y vestirse.

Junto a la hoguera chisporroteante era Mielle, con el largo cabello castaño y rizado recogido en una alta coleta, la que cocinaba el desayuno mientras canturreaba entre dientes. A su lado, Iluna y Garue daban buena cuenta de varias salchichas, lonchas de panceta y pan, mientras charlaban con un extraño buen humor muy poco habitual en ellos. Nadia se acercó y se sentó cerca del fuego, sobre una piedra un tanto incómoda para su trasero. Buscó a Aldren con la mirada, pero no lo encontró. Las demás tiendas estaban ya recogidas y empaquetadas. Mielle se dio la vuelta y le tendió un plato con salchichas, panceta y un cuenco de gachas de avena.

- ¡Buenos días!
- Buenos días. ¿Y Aldren?
- Ha ido a la ciudad para conseguirnos unos caballos.- respondió Garue, sin dejar de masticar.
- ¿Caballos?
- Tardaríamos bastante si fuéramos a pie. El camino es duro, el lago está en un valle en lo alto del monte.- explicó Iluna.- Y tener caballos siempre es útil, tanto para viajar como para transportar las provisiones.
- El único inconveniente es que Aldren ne destaca precisamente por su habilidad como regateador.- comentó Mielle, despreocupadamente.- Seguramente pagará más por ellos de lo que en realidad valgan.

Garue levantó la mirada con un gemido estrangulado.

Aldren regresó cuando habían terminado de levantar el campamento y apagado la fogata. El muchacho, que sudaba y resoplaba continuamente, llevaba consigo cinco caballos inquietos.

- Menudo camino me han dado.- se quejó, con un bufido, soltándolos.

Garue lo miró con disimulo.

- ¿Y el dinero que ha sobrado?

Aldren sacó la bolsa de cuero y se la lanzó al rastreador, quien tras cogerla al vuelo y mirar en el interior, se alejó maldiciendo entre dientes. Nadia se acercó a Iluna, que cargaba las provisiones y las tiendas sobre los animales, y los examinó a cada uno con atención.

- Yo quiero ese.- dijo al fin, señalando a uno de un precioso color canela.
- Está bien.- sonrió la ninpou.- Pero no te encariñes demasiado con él, ¿vale? No es una mascota.

Una vez que estuvieron listos se pusieron en marcha y salieron del bosquecillo por un sendero de leñadores que los rastreadores habían descubierto la noche anterior. Éste desembocaba en lo alto de una colina cubierta por una extensa alfombra de hierba que comenzaba a verdear, bajo un cielo a franjas azules y blancas. La brisa traía consigo el olor a primavera como una señal de buenos presagios.

- ¿Qué camino deberíamos seguir para llegar al valle lo antes posible?- preguntó Iluna, para sí misma.
- ¿No deberíamos seguir el río?- sugirió Mielle.- El Synn sale del lago.
- Cierto.- asintió Iluna.- Resulta útil tenerte cerca, Mielle.

La joven sonrió ampliamente y fue la primera en espolear su caballo ladera abajo.

jueves, marzo 18

Summer Wars

Summer Wars es la nueva y esperada película del estudio Madhouse, dirigida por Mamoru Hosoda (creador también de "Toki wo kakeru shoujo", la chica que saltaba a través del tiempo). Como colaboradores tenemos a Yoshiyuki Sadamoto, a cargo del diseño de personajes, a Okudera Satoko como guionista y al famoso músico y escritor japonés Tatsurō Yamashita, encargado del tema principal de la producción.

Kenji es un joven genio matemático que, durante las vacaciones de verano se ve envuelto en un lío. Para empezar, su amiga del instituto, Natsuki, le ofrece un trabajo: tiene que acompañarla a Ueda, a su residencia familiar. Su abuela va a cumplir noventa años y van a celebrar una gran fiesta. Sin embargo, al llegar allí, Natsuki lo presenta como su novio delante de toda la familia y le pide por favor que interprete bien el papel.
La misma noche de su llegada, Kenji recibe un extraño mensaje con un código numérico que se apresura a desentrañar. A la mañana siguiente, su cara aparece en las noticias y se le acusa de ser el responsable del hackeo del mundo virtual Oz... lo cual provocará una crisis mundial de graves y serias consecuencias.
¿Cómo se las apañará Kenji para detener la inminente catástrofe?

Me ha gustado mucho la película. La animación, los personajes y el argumento, que es muy original. Dura aproximadamente dos horas, pero no se hace nada larga. De hecho, me ha dado pena que se acabase. Se la recomiendo a todo el mundo sin lugar a dudas.

miércoles, marzo 17

Nueva Nadia: Capítulo 12, parte 1

Llegaron a Emmal al anochecer, empujados por la corriente y los vientos que habían invocado las ninfas marinas, a una pequeña playa apartada del puerto de la ciudad y de las luces que se veían por encima de sus murallas.

Nadia cogió una manta, la colocó en el suelo de cubierta y se tumbó encima, con los ojos abiertos y fijos en el cielo, mientras la rasgueante brisa noctura y salina le acariciaba el cabello. Su mirada se perdía en la infinidad de estrellas brillantes y parpadeantes, que no parecía tener ni principio, ni final, ni profundidad... arrullada por el murmullo del mar y el suave balanceo del barco. ¿Por qué aquel firmamento le parecía más auténtico que el suyo propio? Iluna, sigilosa como una sombra, se acercó a ella y le dio un flojo puntapié, sobresaltándola y haciendo que la magia del momento explotara como una burbuja suspendida en el aire.

- Levanta ya. Hemos llegado.

La joven, a regañadientes, se incorporó, molesta y arrastrando la manta tras de sí. El barco se había detenido y los rastreadores habían colocado una pasarela que unía el navío con tierra firme. La playa, un lugar de arena oscura y piedras grandes, de aspecto hostil, estaba a oscuras. Mientras sacaban las provisiones del Iriak, Nadia contempló el navío con tristeza.

- ¿Vamos a dejarlo aquí, abandonado a su suerte?
- Nadia, es un barco.- le recordó Aldren.
- Ya..., pero me da algo de pena.

Cargando cada uno con lo que podía se alejaron por el accidentado camino que se alejaba de la playa y se internaba en un pequeño y tupido bosque. Aldren invocó un hada de luz que, revoloteando juguetonamente sobre sus cabezas, derramaba el resplandor de su esencia alumbrando sus pasos. Nadia reprimió un bostezo.

- ¿Dónde vamos a dormir?- preguntó somnolienta.
- Rodearemos Emmal y acamparemos unos cuantos kilómetros al sur de la ciudad, para que no vean el fuego desde las murallas.- respondió Garue.
- ¿Por qué no entramos?
- Vass no ha recibido ningún visitante desde que las ninfas del mar invocaron los torbellinos. Si aparecemos ahora, nos harán demasiadas preguntas.
- Los vassneos son muy recelosos.- añadió Iluna.- Aquí ningún monarca, ni siquiera el Consejo, tiene autoridad. Es un gobierno puramente comercial, y los comerciantes suelen ser gente corrupta y codiciosa, sin ningún tipo de escrúpulos cuando se trata de dinero, por lo que siempre desconfían todavía más de los extranjeros.
- Todos duermen con una daga bajo la almohada y la espada en mano, por si acaso.- comentó Garue, con una risita burlona.
- Los conocéis muy bien.- observó Mielle.
- Vass es un buen lugar para ganar dinero, si tienes dones mágicos. Un par de nipous pueden hacerse con una fortuna en poco tiempo.
- Sí, sobre todo engañando y traicionando a los demás.- masculló Iluna entre dientes.

Rodearon Emmal furtivamente, alejándose de la ciudad por el desvío del sendero que se aventuraba aún más en el bosque de altos pinos, hasta que encontraron un pequeño claro en el que alojar las tiendas. Como otras noches, Iluna y Garue se transformaron y salieron de caza mientras Aldren, armado con un hacha, iba a por leña y Nadia y Mielle se encargaban de levantar el campamento. Un rato después el muchacho regresó, cargando con un montón de delgados troncos entre sus brazos, que apiló cuidadosamente y encendió con un soplido. Nadia se sentó junto al fuego y extendió las manos hacia las llamas para calentarse los dedos. Mielle se acercó a ella con una expresión que la joven conocía muy bien y, con gesto resignado, dejó que su amiga le midiera la temperatura con la palma de su mano. Al retirarla, la muchacha parpadeó asombrada.

- Ya no tienes fiebre.
- ¿Ves? Te dije que no estaba enferma.- afirmó Nadia, satisfecha.
- Pero ayer estabas ardiendo. No lo entiendo...

Nadia se encogió de hombros.

- Misterios inexplicables de la vida. No puedes hacer nada contra ellos.

Aldren se desabrochó la capa y se la puso sobre los hombros. Ella le miró de forma interrogante.

- Para que no enfermes otra vez.
- Qué pesados sois.- repuso Nadia con fastidio.- No estaba enferma.
- Claro que no.
- No me des la razón como a los locos, Aldren.
- Entonces deja de llevarme la contraria.
- Vale. Tendría fiebre, pero me encontraba perfectamente.
- Eso no tiene sentido.- observó Mielle.

Aldren se apartó el pelo de la frente con aire ausente y Nadia, movida por un impulso que no pudo reprimir, le acarició el pelo con ternura. Él la miró, curioso, y ella fingió que lo peinaba con los dedos antes de llevarse las manos a la espalda.

- Estabas despeinado.- se limitó a decir.

Aldren asintió, con la vista clavada en la fogata.

- Tengo una hipótesis.- dijo, al cabo de un rato.
- ¿Cuál?- preguntaron ambas al unísono.
- Nadia tiene en su interior el poder de Ärale. Y Ärale fue creada a partir de la magia combinada de Istor y el dragón Oryen. La magia de un ser procede de su esencia, así que podemos decir que Nadia posee parte de la esencia de Istor y Oryen. Si tenemos en cuenta... que Istor era un híbrido, entre humano y dragón, tienes una considerable esencia de dragón en tu interior, Nadia. Los dragones son seres de sangre muy caliente y temperatura corporal muy elevada. Quizá... estas fiebres intermitentes sean una señal de que Ärale empieza a despertar.
- Pero Iluna hizo bastante hincapié en el hecho de que Ärale sólo despertaría si encontraba al descendiente de Istor.- objetó la chica.
- Tal vez se equivocó.- musitó Aldren.
- O tal vez nos estemos acercando.- opinó Mielle.

lunes, marzo 15

Ondas

La niña se inclinó tanto sobre el filo del estanque que a su nariz le faltó muy poco para rozar el agua. Las ondas, causadas por las gotas de lluvia, se expandían hasta desaparecer confundiéndose unas con otras sobre la superficie cristalina del agua.

- Te he pedido que observes las ondas, no que te las comas.
- Lo siento.- dijo ella, automáticamente, apartándose.

La silva la observaba atentamente a través de sus ojos tan verdes como el bosque, haciéndola sentir insignificante. Una intrusa. Su compañero y guardián, el zorro gigante, permanecía tendido sobre la hierba, a su lado.

- ¿Qué ves?

La niña frunció el ceño. Aquellas ondas, aquellos dibujos en el estanque, aún no tenían ningún significado para ella. Así pues, probó a inventárselo.

- Dionebro vendrá a visitarte esta noche.

La silva parpadeó y rió. Sus carcajadas, risueñas, repiquetearon sobre las piedras en el fondo del estanque.

- Eres observadora. Puede que lo tuyo incluso tenga solución.

sábado, marzo 13

Nueva Nadia: Capítulo 11, parte 5

El corazón de la joven dio un vuelco al ponerse en pie sintiéndose como si fuera otra voluntad completamente distinta a la suya la que hubiera tomado el control de su cuerpo. Miró, alarmada, a Aldren. El joven aprendiz le agarró la mano con fuerza y le apretó los dedos en un gesto que pretendió reconfortarla. Mielle, tras intercambiar un sombrío asentimiento con Iluna, también entrelazó su brazo con el de la joven. Nadia agradeció infinitamente la presencia de ambos a su lado, pues sintió que sin ellos quizá no hubiera sido capaz de dar un sólo paso en la dirección que las ninfas, sonrientes, le indicaban.

Guiados por Nécore salieron de las cavernas y se dirigieron a unos altos acantilados desde los que era posible divisar el océano, al que sol arracaba destellos plateados al acariciar su superficie. Desde allí el barco se veía claramente. Era una embarcación pequeña, pintada de blanco y negro y con aspecto de no ser demasiado resistente. Resultaba patético en comparación con la infinidad del mar. Nadia recordó entonces la religión de los vaheri... la Dualidad, y la obsesión de todos ellos por representarla en cada aspecto de su vida.

Nécore observó el barco sin parpadear y a continuación alzó ambas manos sobre su cabeza y comenzó a bailar. Era una danza extraña y hermosa, hipnotizante, de un complicado juego de pies y movimientos sinuosos en los que su cuerpo se deslizaba y contorsionaba en el aire. El ritmo, lento al comienzo, fue poco a poco intensificándose y acelerándose, llamando al mar a acompañarla. Las olas se volvían cada vez más furiosas y salvajes, azotando a la embarcación vaheri sin piedad. Nadia era capaz de escuchar los lejanos gritos desesperados y se le encogió el corazón, embargada por un profundo sentimiento de compasión que le anegó los ojos en lágrimas. Nécore continuó su baile, agitándose en arriesgadas piruetas, creando un remolino que giraba vertiginosamente alcanzando proporciones desmesuradas, absorbiendo irremediablemente la nave vaheri a su negro vórtice.

Nadia no logró soportarlo más y se dio la vuelta cerrando los ojos con fuerza. Aldren la abrazó sin decir nada y ella escondió la cara en su hombro, esforzándose por reprimir el llanto. Finalmente los gritos desaparecieron y Aldren la soltó. Al darse la vuelta, con determinación aunque todavía temblando, observó que todos los demás, a excepción de Mielle, seguían contemplando el mar. Vacío.

***

Al regresar al interior de las cavernas, Mielle e Iluna insistieron en que guardara reposo durante la tarde y para sorpresa de sus cuidadoras, Nadia acató las órdenes sumisa y lánguidamente. Mientras los demás salían a explorar los arrecifes en compañía de Nécore y las demás ninfas marinas, la muchacha se quedó medio adormilada en la cama, pensativa. Había sido testigo de algo horrible. Aún era capaz de escuchar los gritos de los vaheri en su cabeza y se le ponía el pelo de punta. ¿Qué diferencia había entre aquellos gritos y los chillidos de los habitantes del castillo de Irio, en Taltha, cuando habían muerto precisamente a manos de los vaheri? Pertenecieran a la religión que pertenecieran, seguían siendo personas. Y aquello era una guerra. Sacudió la cabeza en un intento por apartar aquellos lúgubres pensamientos de su mente. Eran enemigos. Enemigos que buscaban su colaboración para algo terrible, o... su muerte, en su defecto. Pero a pesar de todo eso, sentía que reprimir la compasión que afloraba en ella era privarse así misma de su humanidad.

Cerca de media tarde, por fortuna, recibió una visita inesperada que la ayudó a distraerse y mejorar algo su humor. El capitán D'airos había cambiado sorprendentemente en lo poco que llevaban allí y ahora parecía mucho más joven y feliz que antes. Llamó respetuosamente a la puerta con los nudillos y entró con timidez en la habitación.

- D'airos, no voy a comerte.- rió Nadia, incorporándose un poco en la cama.

Él esbozó una sonrisa avergonzada y se sentó en una silla.

- He venido para comunicarte que, mientras registrábamos el barco, hemos encontrado un "ishíe".
- ¿Qué es eso?
- Ah, claro... no sabes lo que es.- sonrió él.- Un ishíe es una marca de seguimiento. Pueden conjurarla los hechiceros y sirve para conocer la trayectoria y el paradero de algo o alguien. Creemos que al zarpar, algún vaheri subió a bordo y marcó el barco con el ishíe para saber hacia dónde nos dirigíamos.
- Eso quiere decir que en Sasuel... ¿había un vaheri que conocía mi identidad?
- Probablemente. Tendrás que cuidar tus pasos, Ärale.
- Llámame Nadia, por favor. Todavía no me acostumbro a ese nombre.

D'airos volvió a sonreír y guardó silencio durante unos instantes, antes de murmurar:

- Quería darte las gracias, Nadia, por lo que has hecho.
- Si yo no he hecho nada, capitán.
- Sí que has hecho. Me engañaste para que te llevara a Vass.- respondió él, con una sonrisa astuta.
- Cierto. Era necesario, lo siento.
- Lo sé, y lo comprendo. No te guardo ningún rencor por ello. Todo lo contrario, te estoy muy agradecido.
- ¿Qué harás ahora, D'airos?- preguntó ella con curiosidad.
- Creo que... me quedaré con Nécore, si ella me lo permite. Mi tripulación y yo no nos daremos prisa por volver.
- Eso significa que no vendréis con nosotros a Vass.
- Exacto. Las ninfas invocarán una corriente que os lleve hasta allí, en mi barco.

D'airos se levantó, se alisó las arrugas de su gastada casaca azul e hizo una reverencia.

- Suerte en tu viaje, Ärale. Espero que puedas ayudarnos.
- Para eso estoy aquí, capitán.- sonrió ella.

viernes, marzo 12

La orquesta de la vida

- No veo nada.
- Bueno, es lógico. Aún no hemos empezado.
- Pero...
- ¡Shh! Los primeros movimientos los marcaré yo y después te enseñaré cómo hacerlo.

El niño se esforzaba en mantener los ojos tan abiertos como le era posible, intentando captar alguna chispa de luz en aquella completa oscuridad. Sintió un movimiento a su izquierda y a lo lejos, en mitad de la negrura, apareció un leve resplandor grisáceo sobre la espesa niebla, iluminando su redondeado y abultado relieve. A su lado, su maestro sostenía en alto la batuta con los ojos fijos en el horizonte.

- Ahora haz lo mismo que yo.

Con una elegante y pausada floritura de su brazo, elevó la batuta en el aire con dos golpes rítmicos de muñeca. El resplandor se intensificó y pronto asomó la coronilla del astro rey entre las nubes, rodeado por una hermosa y pálida aureola. Dejó allí suspendido al sol para girarse y observarlo con ojo crítico.

- ¿Lo has entendido?
- Creo que sí.
- Prueba tú ahora.

El niño sujetó bien su pequeña batuta entre sus dedos sudorosos e imitó los movimientos esforzándose por hacerlo con total perfección. El disco solar se alzó un poco más en el cielo como si alguien hubiera tirado de una cuerda para hacerlo subir. Una gran sonrisa, satisfecha y orgullosa, se extendió por sus labios.

- Muy bien. Lo has hecho muy bien. Ahora sólo mira.

El chico se quedó boquiabierto al contemplar el baile de los brazos de su maestro, sus giros de muñeca, el suave y armonioso deslizarse de un lado a otro en el aire de la batuta, la cadencia rítmica y ascendente de la música con la que hacía renacer al mundo frente a sus propios ojos. El niño podía escuchar claramente la melodía en sus oídos, inundando su cabeza y haciendo latir más deprisa a su corazón mientras la tierra florecía obediente a los acordes que marcaba el director de su orquesta.

- La luz es muy importante, recuérdalo siempre. Sin luz y sin calor no puede existir la vida.

El niño bajó la vista a sus pies, donde las plantas abandonaban perezosamente su letargo. Emergían de la tierra sacudiéndose el polvo de sus verdes tallos y saludaban al sol con sus hojas desperezadas. Dejándose llevar por el ritmo y la música, movió su propia batuta al compás de la de su maestro, y de repente... el pequeño brote explotó y creció, cambiando de color, hundiendo sus raíces en el suelo e impulsando su troco y sus ramas a lo alto del cielo, haciendo brotar de golpe miles de hojas de distintas tonalidades de verde, ofreciendo sus prontos frutos de aspecto maduro y delicioso a aquel que fuera lo suficientemente alto para alcanzarlos. El niño, tan asustado como sorprendido, se cayó de culo con la mirada atónita clavada en aquel gigante arbóreo que acababa de surgir ante sus ojos.

El maestro lo observó con severidad y comenzó a regañarle por su descuido.

Nueva Nadia: Capítulo 11, parte 4

El lugar donde se preparó la cena era una alargada caverna de techos altísimos cuajados de estalactitas que parecían a punto de desmoronarse sobre sus cabezas. No había ventanas, pero la luz se colaba a través de las aberturas en el coral, llenando la estancia con una luz suave y juguetona que dibujaba sombras a capricho. Los sonidos se distorsionaban ligeramente, creando un leve eco que retumbaba en las paredes de arrecife. Aquel sitio, amplio y espacioso, le recordó a una catedral.

La mesa que ocupaba el centro de la sala había sido tallada en la roca que sobresalía del suelo, al igual que los bancos que la rodeaban, cubiertos por cojines de colores para hacerlo más cómodos. La vajilla era de fino cristal soplado, con formas redondeadas que evocaban las apacibles olas del mar, y la cubertería de nácar brillante. Fuentes y platos estaban llenos a rebosar con distintos tipos de pescado, crudo, frito y ahumado, marisco y vegetación marina condimentada y adornada con flores.

Nadia los observaba con poco entusiasmo. Iluna, sentada dos asientos a su derecha, le dedicó una mirada severa.

- Más te vale no quejarte.- le advirtió.- No ofendas a las ninfas despreciado su comida.
- No pensaba hacerlo.- replicó, ofendida.
- Por si acaso.

Nadia le sacó la lengua con descaro y se inclinó, sin disimulo algo, junto a Mielle para decirle algo al oído.

- Éstate atenta por si ocurre algo interesante entre ella y Garue, ¿vale?

Mielle le sonrió de forma cómplice e Iluna frunció el ceño, recelosa. Aldren, sentado a la izquierda de Nadia, contemplaba los alimentos con ojos brillantes y expresión ansiosa.

- ¿Te gusta?- le preguntó la joven.
- Me encanta. En el castillo de Irio casi nunca se servía pescado, y mucho menos marisco.
- Si quieres puedes comerte mi parte. ¡Pero...! No le puedes decir nada a Iluna. ¿Tenemos trato?

Aldren le estrechó la mano con una enorme sonrisa que la hizo reír. En ese momento una ninfa, vestida con una túnica azul sencilla y sin mangas, pasó por su lado y depositó frente a ella un plato con unas delgadas tiras de color verde acompañadas de un extraño puré de color salmón.

- ¿Qué es?- preguntó educadamente.
- Algas marinas y picadillo de gambas.
- ¡Ah, algas!- exclamó Nadia, contenta de encontrar algo de su gusto. Aldren parpadeó sorprendido.- Me gustan. Las probé en mi viaje de estudios a Galicia.- sonrió, un tanto nostálgica.- Tenía una foto de eso.
- Si tanto te gustan, te daré las mías.
- ¡Gracias!

Durante el almuerzo Nadia tuvo la oportunidad de satisfacer su curiosidad estudiando con más atención a las ninfas marinas. Tenían la piel de una tonalidad azulada o verdosa y los cabellos de colores variados que iban desde el negro violáceo al rojo fuego pasando por un intenso magenta anaranjado. Eran bajitas y menudas, pero muy activas. La mayoría de ellas eran impulsivas y muy habladoras, traviesas e inquietas. Charlaban con los marineros de D'airos sin molestarse en esconder su pícara predisposición. Los hombres, por su parte, parecían un poco turbados ante tal actitud. Su capitán no le quitaba los ojos de encima a Nécore, esforzándose por reflejar su corazón y desnudar sus sentimientos con una sola mirada. La ninfa estaba obviamente complacida por aquellas atenciones, e incluso un tanto pagada de sí misma.

Tras la comida vinieron los postres, que a pesar de sus esfuerzos Nadia fue incapaz de identificar. Eligió un plato con una crema de color turquesa con sabor a frutas realmente deliciosa, y estaba terminando de dar cuenta de ella cuando alguien irrumpió en la estancia con un grito agudo. Una ninfa, de cabello largo y púrpura, que sostenía un arco con plumas en su mano, llegó corriendo hasta Nécore.

- ¿Qué ocurre, Sua?- preguntó ésta, levantando la vista.
- Un barco vaheri se aproxima.
- ¿Sólo uno?
- Sí.

Nécore se llevó un dedo a sus carnosos labios en un gesto meditabundo, y luego miró a Nadia con una sonrisa despiadada bailando en ellos.

- Ven, Ärale, y observa cómo destruimos a tus enemigos.

jueves, marzo 11

Deja la luz encendida

Leave the light on.
But it's not like I'm afraid of darkness.
Darkness in something attractive, mysterious and dangerous.
It can gulp down almost everything between its black jaws and make them vanish forever.
Darkness is magical.
It can turn things in what you wish them to be.
It's a circus, a game of dancing masks where you must not to trust even your own conscience.
It's a lie.
I want you to catch the sun's shining for me.
I'll keep it as my most precious treasure to illuminate the moments in which darkness overcomes me.
So, please...
Leave the light on.
It will exile the lies lying in wait for my truth.

***

Deja la luz encendida.
Pero no es porque le tenga miedo a la oscuridad.
La oscuridad es atractiva, misteriosa y peligrosa.
Puede engullirlo casi todo entre sus negras fauces y hacerlo desaparecer para siempre.
La oscuridad es mágica.
Puede convertir las cosas en lo que deseas que sean.
Es un circo, un juego de máscaras danzarinas en el que ni siquiera debes fiarte de tu propia conciencia.
Es una mentira.
Quiero que atrapes el resplandor del sol para mí.
Lo guardaré como mi tesoro más preciado para que me ilumine en los momentos en los que la oscuridad me venza.
Así que, por favor...
Déjame la luz encendida.
Desterrará las mentiras que acechan mi verdad.

miércoles, marzo 10

Nueva Nadia: Capítulo 11, parte 3

La extraña habitación estaba ubicada en una amplia cavidad en lo alto de una de aquellas torres de arrecife y coral. A pesar de tener un aspecto un tanto caótico resultaba agradablemente acogedora y confortable. La diáfana luz del día traspasaba los agujeros de la pared que hacían de ventanas y las vaporosas cortinas de colores que los cubrían, adquiriendo tonalidades verdes y rosadas. Había tres camas de madera con finos colchones blancos cubiertos por mantas de cuadros y una gran alfombra con flores entretejidas sobre el suelo liso. Las paredes, que conservaban el color y el relieve original de la caverna, estaban decoradas por velas aromáticas. Mielle lo observaba todo con un brillo de arrobación en sus ojos dorados.

- ¡Es maravilloso!- susurró, para sí misma.
- Sentiros afortunadas de estar aquí, pues muy pocos son los que pueden presumir de haber estado en el hogar de una ninfa marina.- dijo Iluna.
- No entiendo porqué. Son muy simpáticas.- opinió Nadia.
- Claro que lo son, pero olvidas que no son humanas. Son seres de gran poder y sabiduría que suelen vivir aislados, y desde luego no van por ahí invitando a cualquiera a pasar la noche. O al menos, no siempre...

Nadia enarcó las cejas e Iluna rió.

- ¿No te has dado cuenta de que las ninfas marinas son todas hembras? No hay hombres en su especie, al igual que ocurre con las dríades. Utilizan a marineros o náufragos para perpetuar su especie.
- ¿Y si una de ellas se enamora de un humano?
- Siempre es algo doloroso para ellas. Son incapaces de renunciar a lo que son, así que lo más que pueden hacer es decidir pasar junto a ese humano los años que dure su vida. Después cargarán con el dolor de su pérdida hasta su muerte. Se han dado casos... en los que algunas han muerto de pena.

De repente notó una mano fresca sobre su frente y al girarse se encontró ante el ceño fruncido de Mielle.

- Creo que tienes fiebre.- comentó preocupada.
- Otra igual.- resopló Nadia con fastidio.- Estoy bien.
- A ver.

Iluna le besó la frente y luego la estudió con ojo crítico.

- ¿Te encuentras bien?
- Que sí. Si me encontrara mal ya me habría quejado y lo sabes.
- Es verdad.- admitió ella con una mueca.- Eres bastante quejica.
- Gracias.- replicó Nadia con sequedad.
- No te ofendas, es cierto.
- Ya.
- No es lógico que no te sientas mal.- interrumpió Mielle.- Estás ardiendo.
- Pues estoy perfectamente.
- ¿Seguro que te recuperaste de aquel resfriado?- preguntó con recelo.
- Tú misma me dijiste que estaba curada.
- Pero no podemos obviar el hecho de que estás ardiendo.
- ¡Que estoy bien, joder!

Oyeron un golpe en la puerta de la habitación y vieron a Garue apoyado junto al marco, con una ceja enarcada.

- ¿Se puede saber porqué sois tan escandalosas?
- Nadia está enferma.- informó Mielle, con los brazos en jarras.
- No estoy enferma.- protestó ella.
- Claro que sí.
- No...
- Bien, pues entonces Nadia es tan estúpida que es incapaz de darse cuenta de que su frente podría utilizarse como radiador. ¿Así mejor?- inquirió Iluna.

La joven le dirigió una mirada furibunda.

- ¿Qué es un radiador?- preguntó Mielle con curiosidad.

Garue se acercó y sin mediar palabra le puso la mano sobre la frente. Nadia suspiró con irritación, cansada de todo aquello. Él asintió con gesto grave.

- Estás enferma.
- ¡Bueno, pues ala, estoy enferma!- concedió ella, alzando los brazos.- ¡Qué cansinos sois! ¿Y ahora qué?
- Te daré algo para la fiebre.- decidió Mielle.- Y guardarás cama.
- Ah, no. Eso sí que no, lo siento mucho.
- Por supuesto que sí.
- ¡Iluna!- suplicó ella.

La ninpou observó con seriedad a ambas muchachas.

- Ahora no podrá ser, Mielle. Somos los invitados de Nécore y Nadia ha de estar presente. Pero después de comer guardará cama hasta la hora de la cena.

martes, marzo 9

Aquel camino olvidado

Follow me.
Can you smell that dusty fragrance?
It's the earth's breathing, sighing quietly.
Can you hear that sibiliant sound?
It's the wind's voice, whispering a lullaby for the sun, whose radiant sphere is now hiding behind the golden line of the horizon.
Stay with me watching the dark clouds coming closer.
Can you notice that sweet aroma impregnating the warm air of the afternoon?
It's an advice: "It will rain soon."
Feel its kisses in your feverish skin and take my hand.
We'll run across that forgotten path as the water drops wet our noses.

***

Sígueme.
¿Puedes oler esa fragancia polvorienta?
Es la respiración de la tierra, suspirando silenciosamente.
¿Puedes oír ese sonido sibilante?
Es la voz del viento susurrándole una nana al sol, cuya radiante esfera se esconde ahora tras la dorada línea del horizonte.
Quédate conmigo observando cómo los nubarrones se acercan.
¿Puedes captar ese dulce aroma impregnando el aire tibio de la tarde?
Es un aviso: "Lloverá pronto."
Siente sus besos sobre tu piel enfrebecida y coge mi mano.
Correremos por aquel camino olvidado mientras las gotas de agua nos mojan la punta de la nariz.

lunes, marzo 8

Mundo viejo

[Imagen por dreamworm]

¿Qué fue de aquel mundo?
De aquel mundo lleno de gigantescos árboles verdes cuyas ramas y hojas acariciaban las nubes que viajaban a través de un cielo azul y puro, limpio y cambiante, infinito y nuestro.
De aquel mundo al que un hermoso sol daba calor, posibilitando la vida, alentándolo con su tibia cercanía. Cuyo cielo estaba cuajado de aves y estrellas, cuya tierra y mar estaba plagada de seres vivos y cuyo aire dulce y sano los alimentaba a todos.
Escuché una vez a alguien decir...
Que hace incontables años... tantos años que incluso me resulta difícil creer que el tiempo sea tan viejo...
Las personas tenían fe y soñaban.
¿Fe? ¿Sueños?
Esas fueron mis preguntas, pues eran dos términos completamente desconocidos para mí.
La fe es una virtud del ser humano, gracias a la cuál se puede creer en algo cuya existencia real no puede ser comprobada de ninguna forma. La posibilidad de confiar en lo intangible e invisible de forma absoluta.
Soñar es una capacidad a través de la cual, mientras uno duerme, puede ver cosas irreales. Escenas, imágenes, como las de una película que jamás se ha grabado. Recuerdos de sucesos que nunca han sucedido y de naturaleza tan imposible que probablemente jamás podrán realizarse. Personas a las que nunca conocerás, lugares que no llegarás a visitar. Mundos que no existirán.
Mi perplejidad se hizo más que evidente cuando me quedé con la boca tan abierta como mis ojos, de par en par.
Esos conceptos me sonaban a burdas leyendas y mitos oxidados, deshechados por la humanidad. Yo nunca había experimentado la fe ni los sueños, ni conocía a nadie que lo hubiera hecho.
Se me antojaban los síntomas de una rara enfermedad incurable.
"Tal vez fuera una enfermedad, pero desde luego las personas, por aquel entonces, eran mucho más felices."
Reflexioné sobre aquello y al rato decidí que si existiera una enfermedad que hiciera a la gente más feliz, a mí no me importaría padecerla.
¿Qué fue de aquel mundo...?
¿Es posible que aún se pueda viajar a él?

domingo, marzo 7

Luces en el horizonte

- Es bastante grande.
- Te quejas de vicio.
- No me estoy quejando... simplemente digo que es grande. De hecho... ni si quiera me parece fea.

Se estremeció cuando él acarició la cicatriz con la yema del dedo, también debido a la fresca brisa salina que le puso la piel de gallina.

- Sí... la verdad es que no es precisamente pequeña.
- Me enorgullezco de ella. Es... una herida de guerra. Como aquellas de las que presumen los supervivientes de una guerra.
- Pues yo me siento culpable.
- Eres idiota. ¿No hemos hablado ya de ese tema?- dijo ella, con reproche.- Me debes cinco euros.
- Me vas a arruinar.

No tuvo que verla para saber que Amy le estaba sacando la lengua. La joven allanó la arena de la playa con la mano y colocó en el suelo un pequeño farol que arrojó una luz débil y dorada en torno a ellos.

- Esto parece un exorcismo.- comentó, con una carcajada.
- En cierto modo, lo es. Vamos a... exorcizar a los demonios del pasado.
- Visto así... tienes razón. ¿Estás listo?

Connor asintió en silencio. Amy lo contempló unos segundos antes de moverse. Sentado en el suelo, cruzado de piernas sobre la arena, la venda blanca sobre sus ojos aguardaba con impaciencia a ser retirada. Llevaba temiendo y deseando aquel momento, a partes iguales, desde hacía tres meses. Suspiró y se inclinó sobre él para tocar levemente la gasa con los dedos.

Fue doloroso... pero también hermoso. El mundo se dibujó lenta y torpemente frente a él desde las tinieblas en las que había estado sumido su mundo durante más de dos años. Las formas emergieron de la densa negrura, confusas y borrosas, difusas. Parpadeó, un poco mareado, y cerró los ojos. La luz le escocía y le nublaba la vista. Hizo un intento más, y logró distinguir un resplandor en el suelo, a su izquierda, alumbrando una figura arrodillada. El corazón le latió más rápidamente al ser consciente de que, por fin, la estaba contemplando. Su cerebro se negaba a enviar datos precisos a sus ojos, por lo que la imagen no era muy nítida. Aún así podía ver su pelo corto revuelto por el viento que soplaba desde el mar. Su cara pequeña y delicada observándolo con preocupación. Extendió una mano hacia él y le acarició la mejilla. Era preciosa.

- ¿Estás bien? ¿Qué ves?
- Me duele, pero estoy bien.

Amy se retorcía las manos, angustiada. Pero Connor rió. Rió... de puro placer, de pura alegría y felicidad. ¿Quién le habría dicho, hace tres meses, que su vida iba a tomar este giro? Después de haber sentido que había estado a punto de morir, aquello era como nacer por segunda vez. Era libre, estaba enamorado y podía ver de nuevo. La vida era hermosa. Amy sonrió al escuchar sus carcajadas. Se lanzó sobre él y ambos cayeron sobre la arena abrazados. Unas lágrimas escaparon de sus ojos al contemplar otra vez la infinidad del cielo aterciopelado cuajado de estrellas.

- Creo que... después de todo... le tendré que escribir una carta de agradecimiento a Dem.
- Seguro que se alegra de saber que su dinero ha servido a una buena causa.
- Podríamos incluso ir a hacerle una visita a la cárcel.

Ambos rieron entre besos y abrazos, tendidos en la arena y admirando las luces de los barcos pescadores que se reflejaban temblorosas en el mar apacible. Sí... sin lugar a dudas, la vida era hermosa. Y lo seguiría siendo siempre que aquel recuerdo permaneciera intacto en su memoria.

sábado, marzo 6

Incandescente

The last light is fading away.
But it's still burning my eyes while the sky turns empty and grey.
A flame of ephemeral glowing energy whose intensity completely eclipses darkness, so bright that I'm able to see it even through my closed eyelids.
Ghosts, spirits and lost souls will follow this incandescent trail of glare trying to find their paths and stop wandering aimlessly.
I can almost hear their silent voices whispering and chorusing their requests.
I wish them luck in their eternal and unsuccessful search.

***

La última luz está desapareciendo.
Pero todavía me quema los ojos mientras el cielo se vuelve vacío y gris.
Una llama efímera de energía palpitante cuya intensidad eclipsa por completo la oscuridad, tan brillante que soy capaz de verla incluso a través de mis párpados cerrados.
Fantasmas, espíritus y almas perdidas seguirán la estela incandescente de este resplandor intentando encontrar su camino para dejar de vagar sin rumbo.
Casi puedo escuchar sus silenciosas voces susurrando y coreando peticiones.
Les deseo suerte en su
búsqueda eterna e infructuosa.

viernes, marzo 5

Just stay with me a while

[Imagen por KL-chan]

No llores.
La vida es un regalo.
Y no hablo de dioses, entes superiores o fuerzas astronómicas que rigen el mundo que conocemos, tampoco de las complejas leyes físicas o de las conexiones que unen la materia para que no nos desintegremos en átomos minúsculos e invisibles al ojo humano.
Te hablo del tiempo.
De este tiempo que tenemos en nuestras manos, del ahora, del presente.
De los minutos que, conforme abro y cierro la boca para pronunciar cada una de estas palabras, se escapan irrefrenablemente uno detrás de otro.
¿Y a dónde van?
Me lo he preguntado muchas veces.
Quizá viajen a la velocidad de la luz hasta remontarse al comienzo del cosmos para volver a rodar la película del universo desde el principio.
Pero eso no es lo importante.
Como ya te he dicho... la vida es un regalo.
Así que aprovéchala, porque es la única que tienes.
O tal vez no, pero eso no lo podemos saber y por tanto, no existe ninguna garantía.
No desperdicies ni un solo segundo.
Respira.
Abre los ojos. Ríe.
Sonríe. Salta. Disfruta.
Desafía a la gravedad. Grita hasta quedarte sin voz.
Haz locuras. Equivócate... y después aprende de tus errores.
Miente, para saber valorar la verdad. Canta. Baila conmigo. Extiende los brazos, cierra los ojos e imagina que puedes volar.
Vive. Odia. Ama. Sobre todo... ama.
Y podría seguir ennumerándote las posibilidades y no terminar nunca.
Ah, perdona.
Retiro lo que he dicho antes.
Llora, si quieres.
Pero hazlo por algo que merezca la pena.
Y hazlo... en otro momento.
Porque ahora quiero que tus pies sigan jugando con los míos, por muy torpes que sean.
Quiero que sigas sujetando mi mano con tus dedos.
Y aunque las lágrimas hacen brillar a tus preciosos ojos...
Ahora prefiero oírte reír.

jueves, marzo 4

Nueva Nadia: Capítulo 11, parte 2

- Antes has dicho que sentiste la presencia de un vaheri en el barco, ¿cierto?- preguntaba el aprendiz en ese momento.
- Sí, pero ahora ya no siento nada. Antes de desembarcar mis hermanas y yo registraremos el barco.
- ¿Siguen aproximándose embarcaciones vaheri?- inquirió Mielle.
- Sí.- respondió, riendo perversamente.- Pero ahora yacen en lo más profundo del océano.
- ¿Cuántos?
- Demasiados. Ya deberían de haberse dado cuenta de que no van a aprender a respirar debajo del agua.
- ¿Por qué Hiru los teme?- preguntó Nadia, con curiosidad.
- Hiru es un profeta, pero aparte de eso es un hombre normal y corriente sin ningún tipo de poder y además, ya está anciano. Está indefenso. Él sabía que tú lo buscarías... o mejor dicho, que Xisel te guiaría hasta él. Si los vaheri lo hubieran atrapado, podrían haberlo utilizado como cebo para capturarte.
- Menos mal que eso no ha sucedido.- suspiró Aldren, y de forma inconsciente rodeó los hombros de Nadia con su brazo.

Nadia se sonrojó sin poder evitarlo y dedicó un fugaz vistazo a Mielle, que sonreía ampliamente. Aldren frunció el ceño al ver una sonrisa traviesa bailoteando en los labios de la ninfa.

- ¿De qué os reís?- preguntó receloso.
- ¿Nosotras? De nada en absoluto, ¿verdad, Nadia?

La chica agachó la cabeza para que el muchacho no advirtiera su rubor, abochornada y enfadada. Con cierta brusquedad se escapó del brazo del joven y salió casi corriendo de la cabina, furiosa. Odiaba que todo el mundo estuviera pendiente de sus movimientos o que fuera tan fácil para todos los demás leer en su interior como en un libro abierto... y más aún cuando se trataba de Aldren. Su relación era algo demasiado íntimo y tan confuso que ni siquiera ella misma lo comprendía. ¿Por qué no dejaban de fisgonear en sus sentimientos? Sí, era su amigo. Y sí, era algo más que eso. ¿Pero qué, exactamente? No estaba segura.

Toda su irritación se desvaneció en un segundo al quedar abrumada por lo que vieron sus ojos frente a ella cuando detuvo sus zancadas poco antes de alcanzar la barandilla de cubierta. Del mar sobresalían unos enormes arrecifes gigantescos de piedra calada, gris y rojiza, que emergían del agua dibujando torres de formas imposibes. Estaban plagados de vegetación marina y corales de distintos y vivos colores, flores de tonos carmín, azulados y púrpuras que asomaban a través de oquedades en la piedra a modo de ventanas o puertas, por los que se podían atisbar los bellos y curiosos rostros de las ninfas. Oyó unos pasos a su espalda y sintió dos manos que se apoyaban sobre sus hombros con suavidad. No tuvo que darse la vuelta para saber quién era.

- ¿Te pasa algo?- preguntó Aldren, preocupado.
- Me he mareado un poco y he salido a tomar el aire.- mintió ella.
- ¿Tienes fiebre?- inquirió alarmado, poniéndole la mano sobre la frente.
- Claro que no.
- ¿No? Pues estás ardiendo.
- Tendrás la mano fría.
- Tal vez. ¿Por qué no vuelves dentro para que Iluna o Mielle lo comprueben?

Aldren le sonrió y le ofreció su brazo. Nadia lo aceptó embargada por una súbita e incomprensible sensación de inmensa felicidad, pero antes de entrar a la cabina de proa se soltó y Aldren la miró inquisitivamente. Ella le sacó la lengua.

- ¿Qué pensarán de nosotros si nos ven así?

Nadia le dio la espalda sin llegar a ver la expresión indescifrable del muchacho.

martes, marzo 2

Rugido

Lo primero que hizo fue llamar a la policía. No tenía ni idea de lo que podía pasarle a Connor quedándose a solas con él y sabía que Dem era peligroso. Era violento y temperamental. Esa era la descripción que le había dado a la mujer que le había asegurado que mandarían a un agente a aquella dirección.
¿Quién era Dem en realidad? ¿Qué relación guardaba con Connor? ¿Hasta dónde podía llegar la rabia e ira que sentía?

Después de salir del baño, a pesar del tentador y delicioso aroma a té que era todavía palpable en el aire, se dedicó a curiosear. Tenía un mal presentamiento atragantado en el pecho y le urgía la necesidad de encontrar a Connor y comprobar que estaba bien. No sabía hacia donde dirigirse, así que se limitó a seguir la música a través del corredor, dejándose guiar por la melodía de violines y violas.

Había una puerta preciosa. Doble, dorada y de textura apergaminada, como si estuviera forrada de papel. Tenía un dibujo de un dragón chino pintado con finas pinceladas de color verde azulado, blanco y rojo intenso, sobrevolando unas montañas cuajadas de árboles enormes. La música se colaba por debajo. Y mezclada con los armónicos acordes de los instrumentos, se escuchaba también una voz. Una voz cuyas palabras Amy no entendía pero a la que habría respondido en cualquier lugar del mundo. Apoyó la mano sobre el pomo redondo de la puerta con la intención de abrirla y entrar.

Oyó unos pasos y sus ojos se movieron hacia la izquierda en el mismo instante en el que el señor trajeado que la había dejado entrar aparecía en la esquina del pasillo. Por unos segundos ambos se limitaron a observarse mutuamente con fijeza. El hombre frunció los labios y entornó los ojos. Esa fue la señal que Amy necesitó para girar el picaporte y precipitarse en la sala. Connor estaba de pie en mitad de la estancia, con una hoja de papel en una mano y los dedos de la otra palpando de forma experta el relieve del folio. Al escuchar la puerta al abrirse, giró la cabeza hacia ella. Dem estaba a su lado, con una sonrisa diabólica en sus labios que se borró en cuanto vio a Amy entrar en la sala.

No tuvo que pensar lo que tenía que hacer: gritó su nombre y corrió hacia él. Connor alzó la cabeza, rompió la hoja por la mitad y extendió los brazos para atraparla estrechamente entre ellos. Dem gritó algo que sonó tajante como una orden en cuanto el hombre trajeado irrumpió en la sala, con el ceño fruncido. Éste, sin embargo, se quedó inmóvil en el umbral de la puerta, mirando fijamente a Amy... que se aferraba con las uñas a la espalda de Connor.

- ¡¿Es que acaso no me has oído, Thom?! ¡Llévatela de aquí!- exclamó Dem. El pelo rubio le caía desordenadamente sobre la cara, confiriéndole un aspecto demencial.
- No entiendo, señor...
- ¡No tienes que entender nada, sólo obedece! ¡Llévatela!

Pero Thom no se movió del sitio. Amy observó horrorizada cómo Dem abría el cajón más cercano del escritorio de madera y sacaba una pistola con la que los apuntó a ella y Connor. Su corazón se paralizó al instante debido al pánico en estado puro. El cañón plateado del arma relució peligrosamente al mirarla a través de su único ojo vacío.

- Amy... ¿qué pasa?- le preguntó Connor al oído en voz baja.
- No quería llegar a estos extremos, pero no me habéis dejado opción... - Dem miró a Amy con ojos fríos y calculadores.- Todo hubiera sido mucho más fácil si no te hubieras presentado aquí hoy.
- Señor...- murmuró balbuceante Thom, pálido ante la visión del arma.- Señor... ¿qué hace?
- No quieres verte implicado, ¿verdad? Lo comprendo. Puedes marcharte... aún estás a tiempo de salvar tu reputación.

El hombre miró a su alrededor, indeciso. Pero no se marchó.

- Como quieras. Amy, quítate.
- No.- su voz tembló, y Dem rió.
- ¿Vas a sacrificarte heroicamente? ¿Por un ciego pobre? Hay muchos más hombres en el mundo... ¿No crees que es un poco pronto para morir?

Amy sintió cómo Connor se ponía en tensión e intentaba deshacer su abrazo. Pero ella le apretó con más fuerza y no le dejó.

- ¿Qué? ¿Sigues sin querer quitarte?
- He llamado a la policía.- dijo, con toda la firmeza que fue capaz.- Vienen hacia aquí.
- Mientes.- siseó, entre dientes.
- No.

Dem apretó la mandíbula mientras agarraba la pistola con los dedos. Amy no alcanzaba a imaginar qué pensamientos estarían cruzando su mente. ¿Estaría decidiendo si creerla o no, si tirar el arma o dispararles? Sintió unas ganas irresistibles de echarse a llorar. Y él, de repente, se echó a reír sacudiendo la cabeza. Exhaló un largo suspiro y cerró los ojos unos segundos antes de abrirlos de nuevo.

- Pues iros al infierno los dos.- murmuró, apretando suavemente el gatillo.

Nueva Nadia: Capítulo 11, parte 1

El hogar de las ninfas del mar se encontraba en los altos arrecifes, formado por montañas y torreones de piedra y coral, que se elevaban unos diez metros sobre la superficie del océano. Debido al estado del Iriak (que en realidad no era tan grave como D'airos afirmaba), Nécore lo condujo cuidadosamente a través de las traicioneras corrientes marinas que rodeaban el asentamiento de su clan, empujado suavemente por las olas ahora dóciles y obedientes.

El capitán los invitó a reunirse con él en su estudio privado, en la cabina de proa, tras ordenar a uno de sus hombres que trajera un par de barriles de cerveza y otro par de vino. Pero las palabras que salían de su boca eran torpes y vagas, pues su atención estaba eclipsada por Nécore, a la que era incapaz de dejar de mirar hipnotizado.

- Gracias por tu generoso ofrecimiento.- le dijo Nadia a la ninfa, un tanto vacilante.

Era consciente de que ser la invitada de honor de una ninfa del mar no era algo que sucediera todos los días, pero no tenía ni la más remota udea de cómo debía comportarse. ¿Qué era lo que podía halagarla y lo que podía ofenderla? ¿Cómo debía dirigirse hacia ella? Porque a pesar de la similitud que guardaba con los humanos, se trataba de una bestia mítica: un ser poderoso, temido, impredecible.

- Es lo menos que podía hacer.- repuso, quitándole importancia.- De verdad que lo lamento mucho.- repitió por enésima vez.

Nadia estaba convencida de que todas aquellas disculpas no iban dirigidas hacia ella, sino hacia D'airos. Nécore no sólo había estado a punto de romper la promesa que le hizo al capitán sino que podría haberle matado (bueno, a él y a todos los demás)y era obvio que se sentía culpable y necesitaba justificarse de alguna forma. Intúa que la ninfa marina seguía enamorada de D'airos a pesar de su comportamiento cauteloso y distante.

D'airos abrió la puerta del estudio y encendió las luces en torno a la mesa. Nadia se giró para ver cómo Garue entraba en la estancia llevando en brazos a una Iluna con expresión mortalmente ofendida y con unas ganas tremendas de escaparse de allí.

- Eres una desagradecida.- comentó él, enarcando una ceja.- ¿Lo sabías?
- Lo que tú digas, pero suéltame ya.

Garue bufó y la depositó cuidadosamente sobre un diván con cojines.

- Muchas gracias. Y ahora sé un buen chico y tráeme un poco de esa cerveza que D'airos ha mencionado antes. Es justo lo que necesito para recuperar fuerzas.
- ¿Algo más?- murmuró él con irritación.

Iluna fingió pensarlo durante unos segundos, pero acabó negando con la cabeza y esbozando una sonrisa magnánima. Nadia sonrió y acudió a su lado una vez que Garue se hubo alejado. Se sentó junto a la rastreadora y apoyó una mano sobre su rodilla.

- ¿Estás mejor?
- Algo.- suspiró ella.- Ha sido más difícil de lo que pensaba.
- No lo querías decepcionar, ¿verdad?- preguntó con tono neutro y la mirada clavada en el ninpou, que observaba junto a D'airos cómo dos marineros entraban los barriles en la habitación.
- No digas idioteces, Nadia.- le espetó Iluna con brusquedad.
- Se preocupó mucho por ti cuando casi te desmayas.- prosiguió burlonamente.
- Ya basta.
- Es verdad.- insistió ella con inocencia.
- Cierra la boca.

Nadia le sacó la lengua con picardía y huyó de allí para reunirse con Mielle y Aldren, que en ese instante hablaban con Nécore en una esquina del estudio.

lunes, marzo 1

Las cartas sobre la mesa

[Imagen por ang3llor3]

Connor fue incapaz de procesar aquella información justo después de escucharla. ¿Qué porcentaje de posibilidades existía de que estuviera sucediendo algo así? ¿Angelus... tenía un hermano gemelo?

- ¿Sorprendido?- rió Dem, fríamente.- Sinceramente... pensaba que al menos habrías considerado la idea. ¿O creías que el espíritu atormentado de mi hermano había regresado para vengarse? Qué ingenuo... Me temo que vas a tener que conformarte conmigo.

Connor no sabía qué decir. El corazón le latía con fuerza y su instinto de supervivencia, detrás de la oreja, le gritaba que saliera de allí en voz alta y clara. Sin embargo, estaba paralizado y sus piernas se negaban a responderle. Dem volvió a reír, con aquella risa desapasionada y metálica, desprovista de emoción.

- Llevo vigilándote desde que saliste de la penintenciaría.- prosiguió.- La verdad... es que no tenía planeado prolongar esto tanto cómo lo he hecho. De no haber sido por Amy, y porque tenía cierto interés en ella, habríamos tenido esta charla mucho antes.
- Déjala en paz.- consiguió decir, con voz ronca.
- No prometo nada. Pero... no estamos aquí para hablar de ella. ¿Creías que todo te iba a la perfección, verdad? ¿Pensabas que Dios te había perdonado y te había dado derecho a ser feliz? Tenías un hogar, te defendías bien con tu ceguera, e incluso tenías a una chica con la que echar algún polvo que otro. Eres un imbécil. ¿Qué te queda ahora? Nada.
- ¿Cómo...?
- ¿Cómo lo sé?- Connor intuyó una cruel sonrisa en sus palabras.- Sólo hizo falta una llamada por mi parte para que te pusieran de patitas en la calle.

De repente, Connor lo comprendió todo. Retrocedió un paso.

- ¿Fuiste tú?
- ¿Creías que alguien se había apiadado de tu patética vida? ¿O pensabas que a alguien le importabas? Pues lamento decirte que no es así. Fui yo quien ha estado pagando el alquiler de ese asqueroso cuchitril en el que vivías, todos estos meses. Y el chucho, también. No necesitas que te diga porqué lo hice, ¿verdad?

No. Connor no lo necesitaba. Dem le había dado alas con las que volar... sólo para disfrutar del espectáculo de su caída. Retrocedió otro paso y Dem soltó una carcajada.

- ¿A dónde vas? No puedes escapar a ninguna parte. Deberías verte la cara... casi me das un poco de lástima. Casi.
- ¿Qué planeas hacer...?
- No me puedes ver, pero ahora mismo tengo una navaja en las manos. Una navaja... que ya conoces, pues es la misma que te dejó ciego. ¿Y sabes lo que vas a hacer? Vas a leer... una declaración en la que te confesarás culpable del asesinato de mi hermano.
- Jamás.- replicó Connor con fiereza.
- ¿Ni siquiera si la vida de Amy depende de ello?

A Connor le temblaron las rodillas.