sábado, octubre 31

¿Truco o Trato?

¡Bueno!
Pues escribo para avisar de que pasaré el finde fuera, de celebración halloweenesa, así que no actualizaré estos días.
Quería escribir un relato con motivo de Halloween, pero no me ha dado tiempo. Si al final se me ocurre alguna idea decente, lo escribiré y lo colgaré aunque sea con un poco de atraso.
Espero que todos paséis bien este fin de semana y aprovechéis el puente para descansar y pasarlo bien.
¡Y disfrazaros, que es muy divertido!

miércoles, octubre 28

El Castillo Ambulante

Os traigo hoy la reseña de un libro que justamente me prestó ayer mi amiga Bea: El Castillo Ambulante.
Había oído hablar de la película que sacó sobre él el Estudio Ghibli, que además tengo y he visto. Es un poco rara la película, pero casi todas las del Estudio Ghibli lo son, así que no me extrañé demasiado.
El libro está en inglés. Me lo acabo de empezar, pero está muy chulo y me gusta el estilo sencillo de narración. Y sobre todo cuenta una historia muy original e imaginativa, que incluye algunas enseñanzas morales.
Os dejo la sinopsis traducida:

Sophie vivía en la ciudad de Market Chipping, que se encontraba en Ingary, una tierra donde no sólo podía ocurrir cualquier cosa sino que a menudo sucedía, especialmente cuando la Bruja del Páramo se encontraba del malhumor. Lo cual era bastante habitual.
Mientras que sus hermanas pequeñas salían en busca de sus fortunas, Sophie permaneció en la tienda de sombreros de su padre. Lo que demostró ser lo menos excitante, al menos hasta que la Bruja del Páramo llegó para comprar un sombrero y no quedó satisfecha. Fue por eso por lo que convirtió a Sophie en una mujer vieja con brujería maliciosa.
Ahora Sophie debe buscar su propia fortuna. Lo cual implica llegar a un acuerdo con el libinidoso Mago Howl. Lo que significa entrar en su castillo ambulante, domar un demonio del fuego azul y encontrarse de nuevo con la Bruja del Páramo.
Y eso era más de lo que Sophie había negociado...

martes, octubre 27

Besos

Todavía recuerdo, hace ya seis años, la primera vez que salí de "fiesta". Yo estaba en primero de bachiller y nunca antes me había arreglado y había salido de noche. No me había apetecido y mis amigos de entonces tenían otros entretenimientos.
Por aquel entonces no sabía muy bien qué hacer. Tenía mucha vergüenza y me sentía cohibida. Recuerdo que las dos amigas con las que fui estuvieron fichando posibles víctimas masculinas desde el comienzo de la noche. Querían liarse con alguien, les costara lo que les costase.
A mí me parecía una actitud un tanto desesperada, y al comentarlo en voz alta una de ellas me dijo: "Claro, es que tú todavía no has besado a nadie. Pero yo llevo ya más de un año sin besar a nadie y créeme... se echa de menos. Muchísimo."
Es su momento me pareció una afirmación exagerada. Pero hoy puedo afirmar que ahora comprendo a aquella amiga perfectamente.
Los besos son adictivos y geniales. Yo antes pensaba que cualquiera podía besar bien, pero me equivocaba. Depende mucho de cada persona y en cada caso es una experiencia totalmente distinta.
A la persona a la que quiero besar la tengo muy lejos, shit!

Mientras maquino mi siguiente historia, como veis, vuelvo a mis imágenes curiosas.
Esta es una de ellas, y de ahí la parrafada que acabo de contar.

lunes, octubre 26

Hacia atrás en el tiempo (24)

No fue un beso corto, pero tampoco muy largo. En realidad no supe cuánto duró exactamente porque mi cerebro desconectó en aquel momento. Lo único en lo que podía pensar es que aquellos eran sus labios, familiares para mí, a los que siempre tenía ganas de besar por las pocas oportunidades que tenía de hacerlo. Pensé que Daniel tenía que haber imaginado que iba a hacer algo por el estilo, porque no me apartó ni rechazó mi beso. Pero nuestros labios finalmente se separaron, y yo abrí los ojos. Él también, y ambos nos miramos fijamente sin decir nada. Nos miramos igual que nos habíamos mirado tantas veces. Sentí su aliento en mi nariz y entonces los ojos se me anegaron en lágrimas que no pude contener y que se desbordaron a través de mis pestañas.

Seguía allí.

Me llevé las manos a la cara para esconderme de él, avergonzada, llorando. No podía parar de llorar. Sabía que tenía que estar haciéndolo sentir incómodo, pero no podía evitarlo. Me di la vuelta dispuesta a marcharme de allí, a continuar con mi llanto a cualquier calle no transitada sin que nadie me viera, cuando él apoyó una mano sobre mi hombro para determe. La aparté de mí y giré la cabeza para que no mirarlo y me senté en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, llorando.

- No... no llores...- dijo, con torpeza.
- No ha funcionado...- conseguí decir, entre hipidos.- No he vuelto. Estoy todavía aquí... Lo siento mucho, Daniel.- dije, disculpándome.- Has besado a otra chica que no es tu novia. Perdóname. Ha sido una estupidez... ¡menuda gilipollez!- me puse de pie, todavía llorando.- Lo siento.- repetí.- Lo siento mucho. Será mejor que me vaya... a alguna parte. Adiós.
- ¡Espera!

Me sujetó por los brazos y me miró a los ojos. Intenté parar de llorar de una puñetera vez.

- ¿A dónde vas?
- No sé.- respondí con apatía.- A tirarme en cualquier esquina. Con suerte tal vez me atropelle algún coche... Y lo prefiero... porque le robé dinero a mis padres para venir hasta aquí y no saben que ha sido de mí porque no les dije nada... Me van a matar. Tal vez sea lo mejor.

Daniel, abrumado, no sabía qué decir. Y no le culpé. Mucho era que estaba soportando mi llanto y no me había mandado a la mierda todavía. Ni lo haría; él era un caballero. Ya me daba igual todo... absolutamente todo. Menuda pérdida de tiempo. Lo peor de todo era que... si aquello no me había devuelto a mi tiempo, nada lo haría. Estaba condenada.

Me aparté de él y sin decirle nada me di media vuelta y eché a andar. No sabía a donde me dirigía, no veía apenas nada debido a que las lágrimas emborronaban mi visión, pero no me importaba. Me sentía avergonzada, humillada, perdida totalmente. Mi cuerpo se movía por sí solo, dando un paso después de otro, de forma automática. Tenía las manos heladas por el frío. Y por eso no sentí que alguien me cogía una de ellas hasta que sentí un tirón de mi brazo.

Me di la vuelta y me encontré con Daniel, que me había seguido. Me pasó una mano por detrás de la cintura y me atrajo hacia sí. Con la otra me acarició la mejilla y se inclinó sobre mí hasta besarme. Aquel tampoco fue un beso largo, pero fue mucho más apasionado que el anterior e hizo que mi corazón latiera casi frenético, cortando el llanto al instante. No abrí los ojos, pero cuando me separé unos centímetros de él lo oí susurrarme al oído:

- Te quiero.

Sentí un vacío en el estómago y un escalofrío que me sacudía de pies a cabeza. Me mareé y cambié de posición mis pies para evitar caerme. De repente estaba acalorada y las mejillas me ardían. Abrí los ojos y el marrón de los suyos se borró, se desvaneció delante de mí, para dar paso a un local conocido, el aire seco y caliente del verano, y a tres caras familiares que me observaban con perplejidad.

- ¿Estás bien, Ana?- me preguntó Violeta, poniéndose en pie rápidamente y acercándose a mí.

No pude más que abrazarla. La abracé con todas mis fuerzas, tan fuerte que incluso se quejó. Empecé a llorar otra vez, pero de alegría en aquella ocasión.

- ¿Estás llorando?- se extrañó ella, mirándome con preocupación.- ¿Qué te pasa?

Intenté contestarle, pero no me salían las palabras. Le sonreí y le di un beso en la frente mientras la volvía a abrazar.

- ¡Ahora vengo!- conseguí decir, al fin.

Salí apresuradamente del bar y respiré de nuevo el aire estival de Granada, riéndome sola y llamando la atención de quienes pasaban por allí en aquel momento. Me saqué el móvil del bolsillo y busqué un número en la lista de llamadas recientes. Esperé impaciente a que diera tono y a que me lo cogieran.

-"¡Buenas, Ana!"
- Hola. Yo también te quiero, mi Daniel.- dije, con una sonrisa tan amplia que me dolían las comisuras de la boca.

viernes, octubre 23

Hacia atrás en el tiempo (23)

Atravesé el parque, que tenía altos y verdes árboles dispersos aquí y allá, y luego una plaza entre varios bloques de edificios, por la que pasó un chico en bicicleta, en dirección a la esquina de una de las calles, donde se levantaba un gran edificio marrón. El corazón me dio un vuelco de forma tan brusca que noté un doloroso pinchazo en el pecho. Sentí que el aire se me escapaba y que no había a mi alrededor el suficiente para llenar mis pulmones. O me calmaba de una vez o pronto entraría en estado de shock o algo por el estilo. Me detuve, mientras la fina lluvia me mojaba la cabeza y la ropa, para expirar y exhalar varias veces hasta que logré tranquilizarme un poco.

No recordaba exactamente qué letra era pero sí sabía que era un séptimo, así que me planté en la puerta del portal y tras tomar aire, apreté letra por letra preguntando si estaba Daniel. Al tercer intento me contestó una voz femenina que, después de haber formulado yo mi pregunta, me dijo:

- Sí, ¿quién eres?
- Soy una compañera suya de la facultad.- contesté, procurando que no me temblara la voz.- Vengo a traerle una cosa que se ha dejado hoy en clase.
- ¿Quieres subir?
- ¡No...! No hace falta. Lo esperaré aquí abajo.
- Ahora baja en un momento.
- Gracias.

Suspiré de forma exagerada y sentí una flojera en las rodillas que me hizo pensar que era capaz de caerme al suelo de un momento a otro. Me apoyé contra la pared, apartádome de la puerta para que Daniel no me viera antes de salir del portal. Y después me puse a contar cada segundo que pasaba.

Sabía que sería diferente al Daniel que yo conocía, físicamente hablando. Había visto algunas fotos suyas antiguas y sabía que antes estaba más rellenito y que había adelgazado bastante. Pensé que, tal vez, al verlo me sentía extraña o distinta, pero me equivocaba. Cuando salió por la puerta mirando a su alrededor, vestido con un chandal azul marino y blanco cuya parte de arriba, que se abrochaba con cremallera me había puesto yo misma en una ocasión, y con aquel pelo suyo oscuro y rebelde, tuve que reprimir el impulso de correr a abrazarlo. Dejé de respirar cuando él se giró para observarme, un tanto desorientado. Con sus ojos marrones. De un marrón profundo... un marrón muy marrón. Un marrón tan marrón... Un marrón precioso, en definitiva.

- Hola.- me dijo, aunque yo en realidad apenas lo escuchaba.- ¿Tú estás en mi clase? Es la primera vez que te veo.
- No estoy en tu clase.- repuse, negando con la cabeza.

Me estudió con curiosidad durante unos minutos y finalmente una chispa de entendimiento brilló en sus ojos. Enarcó las cejas primero y después las frunció. Sin ser consciente de mis propios movimientos, avancé un paso hacia él.

- Eres Ana.- dijo.
- Sí.
- Y eres de verdad de Granada, o al menos del sur.- añadió.

Por suerte, mi acento me delataba.

- Ya te lo dije. ¿No me creíste?
- No sabía qué creer.
- Lo comprendo.

Se hizo un silencio un tanto tenso entre los dos. Me acerqué un poco más, pero él no se movió.

- ¿Para qué has venido?
- ¿Para qué crees tú?- le dije, sonriendo.- Para verte.
- Para... ¿reafirmar tus lazos con el presente?
- Exactamente.
- No parece que funcione.
- Ya.- admití, aunque yo sabía que con sólo verle no iba a ser suficiente.- Todavía sigo aquí.
- ¿Es verdad?
- ¿El qué?
- Lo que me dijiste.
- Sí. Sé que es difícil de creer, yo tardé lo mío en asimilarlo... pero... ¿cómo podría saber todas las cosas que sé sobre ti si estuviera mintiendo? Soy de Granada, ya me estás escuchando.

Daniel bufó y se pasó una mano por el pelo, despeinándoselo todavía más.

- Eh... digamos que te creo. ¿Y ahora qué?
- Necesito que me ayudes a volver.- respondí, dando por último el último paso que me colocó frente a él.

Por un momento me dio la sensación de que Daniel iba a retroceder y a apartarse de mí, pero si lo pensó terminó por no hacerlo y no se movió del sitio. Sus ojos me evitaban. Estaba nervioso.

- ¿Cómo?
- Es fácil.- dije, intentando que mi voz no traicionara mi aparente aspecto calmado.- Y te lo voy a poner más fácil todavía. Extiende tu mano y cierra los ojos.

Él me frunció el ceño con desconfianza.

- Por favor.- le pedí.

Resopló de nuevo, pero hizo lo que le había dicho. Alargó hacia mí su mano derecha, con la palma hacia arriba, y cerró los ojos.

Un escalofrío me recorrió la espalda hasta llegar al cuello, haciendo que se me pusiera la carne de gallina. Y a continuación, sin tentar más a la suerte, le cogí la mano y me impulsé hacia arriba poniéndome de puntillas para besarlo en los labios.

Hacia atrás en el tiempo (22)

El viaje no me salió barato, pero tampoco tan caro como yo esperaba. Ochenta euros y tan sólo el billete de ida, por el retraso de comprarlo a última hora. El próximo autobús salía a las diez y media por lo que tuve un par de horas por delante en las que intenté matar el aburrimiento lo mejor que pude.

Aquel viaje no fue el más largo que había hecho hasta la fecha, pero cómo no recordaba ya el último (a Galicia, en cuarto de ESO) se me hizo increíblemente pesado y aburrido, incluso teniendo a mi disposición los distintos entretenimientos con los que me había aburrido para combatir el tedio. A mi lado se sentó un muchacho de mi edad. Bueno, de mi edad real, es decir, de unos veintiuno o veintidós años. Tenía un aspecto un tanto extravagante y poco abrigado, vestido con una camisa blanca de cuello en pico y una boina a gris ladeada sobre su cabeza. Se limitó a leer un libro, que estaba en inglés y parecía de poesía, durante las nueve horas que duró el viaje. Yo hice intento alguno por entablar conversación con él, ya que tenía los nervios, la emoción, la impaciencia y el miedo, todo hecho una bola y atragantado en la garganta. Apenas lograba pensar con coherencia y era incapaz de hacer mucho a excepción de intentar controlar el temblor que a veces me sacudía de la cabeza a los pies.

Eran casi las siete de la tarde cuando el segundo autobús que había cogido, tras hacer trasbordo en Madrid, se detuvo lentamente en su plaza reservada en la pequeña y vacía estación de Burgos. Me bajé, con la mochila que ahora parecía pesarme una tonelada, colgada de un hombro. Miré hacia la entrada de la estación con la estúpida esperanza de verlo esperándome allí. ¡Tonta!, me reprendí a mí misma. La situación ya era lo suficientemente mala como para estropearla todavía más albergando vanas ilusiones con altas probabilidades de fracaso.

Salí de la estación y miré a mi alrededor intentando ubicarme, sin éxito. Sabía que sería incapaz de llegar andando a pesar de que Burgos era una ciudad pequeña en la que ya había estado. Así que eché a andar en busca de un taxi que, por fortuna, encontré al final de la avenida. No me acordaba del nombre de su calle, y como GoogleMap aún no existía, sólo me quedaba una única referencia que esperaba que fuera suficiente. Me monté en el taxi tras saludar al conductor y a continuación, debido al nerviosismo, hablé atropelladamente.

- Disculpe, pero verá... no soy de aquí y quiero ir a un lugar cuyo nombre no recuerdo.- el hombre, un señor de unos cincuenta años con entradas bastante amplias en su frente brillante, enarcó las cejas.- Pero me acuerdo del nombre de una calle cercana y sé que al lado hay un parque. A lo mejor, desde allí, ya sé llegar yo sola.
- ¿Cómo se llama esa calle?
- Calle Delicias, o calle de las Delicias. ¿Hay algún parque cerca de allí?
- Sí, sé donde me dices. Te llevaré hasta allí y vemos si ese es el sitio o no.
- Vale.

El taxista puso el vehículo en marcha y yo clavé mi mirada más allá del cristal de la ventana, tratando de calmarme un poco. Las calles y edificios, de piedra en su mayoría, me resultaban familiares. Burgos, a pesar de su reducido tamaño, me parecía una ciudad muy bonita. El cielo, que ya empezaba a oscurecer, estaba nublado. Y conforme contemplaba las nubes, empezó a caer una menuda llovizna que salpicó los cristales e hizo brillar el asfalto de la carretera. A medida que el taxista atravesaba una calle tras otra los edificios me parecían cada vez más conocidos hasta que comencé a reconocer la zona en la que estábamos. Cuando el coche se detuvo frente a la entrada del parque, sonreí.

- Gracias. Ya sé llegar desde aquí... creo.
- Son tres con sesenta.- dijo el hombre.- Y este es el teléfono del servicio de taxis, por si te pierdes.
- Muchas gracias. ¡Hasta luego!

jueves, octubre 22

Hacia atrás en el tiempo (21)

Las cosas salieron a pedir de boca.
La alarma, como de costumbre, sonó y me despertó a las siete. Llamé a mi hermano, preparé el desayuno y ambos nos bebimos la leche viendo la tele. Mi padre se levantó poco después, se vistió y se marchó a trabajar. Intenté aplacar mis nervios, pero el corazón me latía con rapidez cuando me detuvo frente a la puerta de la habitación de su habitación, después de haberme descalzado para no hacer ruido al andar. Entré a hurtadillas, sin encender la luz para no despertar a mi madre que aún dormía, y fui directa a la vitrina donde reposaba la caja del dinero. Una caja de madera oscura con el dibujo de un elefante dorado en el centro. La cogí con cuidado, miré de reojo a mi madre, que seguía respirando pausadamente sin dar señales de haberse dado cuenta de nada, y salí del dormitorio tan sigilosamente como pude.

Ya en mi cuarto me senté en la cama y abrí la caja. Sonreí ampliamente al ver un gran fajo de billetes (de cincuenta, veinte, diez y cinco) en el interior. Eso quería decir que no iba a tener que esperar un día más para tener el dinero en mis manos y que además, no notarían tan pronto el que faltaba. Medité, pensativa, acerca de cuánto coger. No sabía por cuánto podía salirme el billete comprándolo el mismo día y tal vez allí necesitaría dinero para comer... si aquel experimento no funcionaba. Cogí ciento cincuenta y, sintiéndome inmensamente culpable, devolví la caja al lugar que le correspondía.

Me vestí y procuré abrigarme más de lo normal. Sabía que en el norte hacía más frío y no quería congelarme el culo de frío. No llené mi mochila con libros y libretas, sino con mi mp3, un bocadillo gigante que pavo, paté y queso, una revista de crucigramas y mi gameboy advance con el juego del Golden Sun 2. Mi kit anti-aburrimiento. Metí en el dinero en el monedero y me guardé el móvil en el bolsillo del abrigo. Suspiré. Estaba lista... y estaba preparada. Mi estómago parecía estar cabeza abajo y mi corazón parecía estar compitiendo en una carrera de fórmula 1, pero aparte de eso y del miedo que intentaba mantener bajo control, estaba bien. Había llegado el momento de pasar a la acción.

Me despedí de mi madre dándole un beso en la frente y de mi hermano con unos golpes en la puerta cerrada de su habitación, saliendo con paso decidido de casa a la fría mañana de aquel lunes. Era un día ventoso de cielo nublado que amenazaba con llover. El sol debía haber salido ya, pero los espesos nubarrones grises no dejaban pasar ni su luz ni tampoco su leve calidez invernal. Mi aliento se convertía en vaho delante de mi nariz, como si fuera humo, empañándome las gafas. Aquella mañana no me había puesto las lentillas; tenía intención de dormir el mayor tiempo posible durante el viaje.

En vez de tomar mi ruta habitual para ir al instituto me dirigí a la parada del autobús más cercana. Había tan solo una mujer allí sentada, una anciana enfundada en un grueso abrigo nórdico de color marrón que me observó con ojo crítico mientras tomaba asiento en el otro extremo del banco. Mientras esperaba a que llegara el treinta y tres me entretuve observando el ir y venir de la gente que entraba y salía del Clínico, el hospital universitario que estaba justo en frente de la parada.

- Perdona, ¿tienes hora?- me preguntó la mujer.
- Eh... sí. Son...- miré mi reloj, sin tantos rayajos como tendría dentro de cinco años.- las ocho menos cuarto.
- Gracias.
- ¿Cuánto lleva usted esperando al autobús?
- Cinco minutos.
- Gracias.

Cogí el móvil y lo apagué. No quería recibir ninguna llamada, pero me sentí todavía más culpable al hacerlo. Mis padres se iban a preocupar muchísimo al no verme regresar a casa después de clase y al no ser capaces de localizarme. Me sentí tremendamente mal por lo que les iba a hacer pasar. Aunque... si conseguía que aquello funcionara, nada de aquello pasaría/habría pasado jamás.

A pesar de no creer en Dios, rogué al cielo porque las cosas salieran bien.

miércoles, octubre 21

Hacia atrás en el tiempo (20)

Me pasé la noche en vela sin pegar ojo, maquinando y dándole vueltas a aquella idea tentadora y apetitosa que no me podía quitar de la cabeza. Era demasiado buena... y estaba más que dispuesta a llevarla a cabo. Los inconvenientes para ello eran los medios de los que tenía que servirme para realizarla y las consecuencias posteriores, si no salía como yo esperaba. Pero ya me daba igual. Si tenía que lanzarme el plan kamikaze para poder regresar a mi tiempo real lo haría con gusto y lo antes posible. Estaba harta ya de aquella pesadilla que no terminaba nunca.

Tenía que hacer un viaje para el cual necesitaba dinero. Una cantidad de la que, después de gastar mi sueldo en el Oráculo, no disponía. Y no estaba dispuesta a esperar al próximo examen de inglés para llevar a cabo mi plan. Dicha cuestión me planteaba un dilema bastante desagradable: podía contarle a mi madre lo que me sucedía y pedirle prestado el dinero que necesitaba, exponiéndome a que no me creyera y me encerrara en mi habitación hasta conseguir una camisa de fuerza, o... podía quitarle el dinero a mis padres y marcharme sin decirles palabra.

La segunda opción no me gustaba nada. Odiaba mentir a mis padres y por regla general confiaba en ellos lo suficiente para ser sincera sobre cualquier cosa y llegar a un acuerdo razonable. Pero aquella ocasión constituía una excepción. No podía arriesgarme a que me prohibieran irme; tenía que hacer aquello, necesitaba volver a mi tiempo real de una vez. Iba a volverme loca o a deprimirme si tenía que quedarme allí una semana más.

A pesar de la culpabilidad que me invadió al decidir acabé por escoger la segunda alternativa, para evitar correr riesgos innecesarios. Planeé mirar en la caja del dinero a la mañana siguiente y cogerlo si había o esperar si no. Y en cuanto lo tuviera me pondría manos a la obra sin demora. Me lo pensaba jugar todo en aquel movimiento, en un todo o nada. Si fallaba... me encontraría en una ciudad extraña sin dinero y sin un lugar donde pasar la noche viéndome obligada a llamar a mis padres, a los que había robado y engañado previamente. Pero ya me había cansado de esperar y de fingir y no quería pasar ni un solo minuto más arrepintiéndome de nada. Además... tenía que admitir que sentía impaciencia. Tenía ganas de verlo otra vez, aunque me daba miedo no poseer la valentía suficiente para hacer lo que tenía en mente.

Los nervios no me dejaban dormir, así que acabé levantándome y dirigiéndome a la cocina. Mis dos gatos me acompañaron hasta allí, maullando y ronroneando con la esperanza de que les rellenara sus platos con comida de lata. Pero los decepcioné, sin embargo, puesto que lo que hice fue buscar la valeriana y tomarme dos cápsulas. Después de eso regresé a la cama y seguí imaginándome el reencuentro hasta quedarme dormida.

martes, octubre 20

Hacia atrás en el tiempo (19)

Ya había dado el primer paso y tenía que admitir que, pese al miedo que tenía a que todo lo que había dicho destruyera el futuro que en su momento construí, me sentía mucho, mucho mejor. Me sentía ligera, casi como si flotara. Y pensé que una vez empezado, era mejor acabar.

Se me había ocurrido una idea. Una idea imprecisa e increíblemente tentadora, que no estaba muy segura de cómo llevar a cabo. Si según el Oráculo lo que necesitaba era reavivar lazos que me unieran a mi presente, aquello era lo mejor que podía hacer. Sin embargo implicaba un viaje que me iba a resultar muy difícil de explicar a mis padres. Siempre me quedaba la opción de engañarlos, pero era algo que prefería no tener que hacer.

Cuando llegué a casa mi madre me interrogó acerca de porqué había vuelto tan pronto a casa. Le contesté que había cortado con Javi y que no quería hablar sobre el tema, tras lo que me encerré en mi habitación. Encendí el ordenador y me conecté al messenger, pero Daniel no estaba allí. No pude evitar soltar una retahíla de palabrotas y de golpear la mesa con el puño justo en el mismo instante en que un aviso emergente me informó de que él, precisamente y milagrosamente, se acababa de conectar.

¡Dios mío! No me lo podía creer. ¡No me lo podía creer!

"qué haces conectado tan pronto?"
"un amigo me dijo que necesitaba que le pasara una cosa de clase"

Bendito sea tu amigo, pensé.

"te vas a quedar mucho?"
"no creo, por?"
"era... por si disponías de tiempo para escuchar la verdad sobre mí"
"bueno, si es por eso creo que puedo quedarme un poco mas"

Sonreí.

"como te dije el otro día, no me vas a creer. pensarás que estoy chiflada o que te estoy gastando una broma, así que al menos ya quedas advertido"
"tan raro es?"
"no, de hecho es más de lo que puedas imaginar"
"adelante"
"como ya sabes, me llamo ana. vivo en granada. soy un año más pequeña que tú aunque ahora mismo tengo 20 años. lo creas o no, y yo tampoco sé cómo ni porqué, he viajado cinco años atrás en el tiempo y por eso te conozco. te conocí en un foro sobre una serie manga y después de un tiempo largo hablando me empezaste a gustar. por lo visto yo a ti también porque cuando te lo dije me dijiste que era lo mejor que te había pasado en todo el año y a pesar de la distancia, comenzamos a salir. antes de saltar en el tiempo llevábamos nueve meses juntos"
"..."

A continuación procedí ennumerar la larga lista de cosas que conocía acerca de él, desde el nombre de sus padres, algunos datos sobre su infancia e información que tenía acerca de sus gustos, aficiones y hobbies, hasta describirle su habitación lo mejor que pude.

"hablas en serio?"
"sí. completamente en serio. cuando me pasó lo del salto temporal tenía que hablar contigo de alguna forma. te echaba de menos. por eso te agregué con mi cuenta normal y luego con otra nueva"
"porque hiciste eso?"
"tenía miedo de cambiar mi futuro si me conocías antes de tiempo. no quería perderte"
"entonces porque me has dicho todo esto ahora?"
"ayer fui... a una de estas consultas de tarot y cosas por el estilo. no sabía qué hacer, así que fue lo único que se me ocurrió. me dijeron que tenía que decir la verdad y reafirmar las conexiones que me unen a mi presente, para poder volver. así que pensé que no perdía nada por intentarlo"

Daniel no me contestó durante unos minutos que se me hicieron eternos. Empecé a morderme las uñas debido al nerviosismo.

"lo siento. no se que esperas de mi. incluso si estuvieras diciendome la verdad, y es algo que me cuesta creer, no te conozco y tengo novia, ya lo sabes"
"no espero nada de ti, daniel. sé que no puedes corresponderme. sólo intento arreglar esto y volver mi tiempo, contigo"
"estás hablando en serio de todo esto?"
"sí xD palabra"
"pues lamento no poder hacer nada por ti"

No estés tan seguro de eso, pensé para mí, sonriendo. Puede que sí que puedas.

"te lo estás tomando mejor de lo que esperaba, así que no te disculpes por nada ^^"
"pareces de buen humor. me sorprende, si lo que me has dicho es cierto"
"hablar contigo siempre me anima ^^ además, acabo de mandar a la mierda a mi novio"
"ah, es verdad! y como es que estás saliendo con alguien, si se supone que estas conmigo? xD"
"verás, se trata de mi ex. cuando salté en el tiempo volví al día antes de que él y yo empezáramos a salir juntos. en mi actualidad, me llevo a muerte con él. no nos tragamos, y me ha hecho muchas putadas. pero... él fue quien tuvo la iniciativa de crear el foro en el que más tarde te conocí. no sólo a ti, sino a muchos de mis mejores amigos. no quería que nada cambiara mi futuro... así que decidí salir con él de nuevo a pesar de odiarlo"
"ya veo"
"en fin, voy a irme. tengo que pensar algunas cosas. espero verte pronto, daniel"
"supongo?"
"xD bye bye. te quiero mucho, aunque te resulte raro que te lo diga!"

Y sin esperar tampoco una respuesta por su parte, me desconecté.

Hacia atrás en el tiempo (18)

Lo estuve pensando durante una semana.

Las opciones que se me presentaban eran ambas malas por igual. Si no hacía nada y seguía fingiendo como hasta ahora, nada me aseguraba que tarde o temprano pudiera regresar a mi tiempo. Llevaba ya más de un mes allí y estaba desesperada. Tal vez hubiera podido aguantar... si se hubiera tratado de medio año, o año entero, pero cinco eran demasiados y en algunos aspectos, como en mi relación con Javi, las cosas se estaban poniendo cada vez más difíciles.

Por otro lado, ahora tenía una pista. Una pista muy poco fiable, pero al menos contaba con una luz que me alumbraba un camino diferente. Era probable que siguiendo los consejos del Oráculo lograra volver... pero si no funcionaba las dos consencuencias que podía acarrear el hecho de decir la verdad eran fatales. O bien mi futuro cambiaba drásticamente o bien me internaban en un psquiátrico por delirio crónico. Ninguna de las dos me resultaba muy atractiva.

Sin embargo, a pesar de mi indecisión, pronto la necesidad se impuso a la duda y al miedo, dejándome sin mucha oportunidad para elegir por mí misma.

Era domingo. Javi, por fin, me había presionado lo suficiente como para convencerme de que subiera a su casa. Para más inri sus padres no estaban (dato que había decidido olvidar) y su hermana, encerrada en su habitación escuchando música, no era un obstáculo para lo que yo sabía que él tenía en mente.

Vimos una película. O mejor dicho, empezamos a verla. Nos sentamos en su cama y la vimos en la televisión que tenía sobre la mesa, para jugar a la play. Primero me cogió la mano y comenzó a acariciarme el brazo. Era algo que me gustaba, así que no me quejé y le dejé hacer. Luego se inclinó para besarme en el cuello y finalmente en los labios para acabar, sin saber muy bien cómo, tumbados y con Javi intentando quitarme el jersey. Mis manos sujetaron las suyas para detenerlo y me incorporé.

- ¿Qué pasa?- preguntó él.
- No puedo hacerlo.
- ¿Por qué no?- inquirió, entre triste y enfadado.
- Porque no quiero. No me apetece.
- ¿He hecho algo que te haya molestado?

Suspiré con exasperación. Todo aquello empezaba a cansarme ya.

- No es eso. Es simplemente que no tengo ganas, deja el tema ya.
- No lo comprendo.- resopló él, apartándose.- Parece que yo no te gustara. ¿Es que no quieres estar conmigo?
- ¡Pues no!- grité, sin poder evitarlo.

Javi me miró con los ojos muy abiertos, sin entender.

- ¿Estás... estás cortando conmigo?
- Sí.- contesté, poniéndome de pie y mirándolo de frente.- Me voy.
- ¡Espera!- exclamó, agarrándome el brazo.- ¿Por qué? ¿Qué pasa, qué he hecho?
- Ya no te quiero, Javi. Y tú en realidad tampoco me quieres de verdad.

Hizo ademán de interrumpirme, pero yo continué sin darle tiempo a hablar.

- Ahora mismo lo crees y puede que sea así, en parte... pero no es amor del duradero. Eres muy enamoradizo y te has encaprichado de mí porque estabas harto de la relación que mantenías a distancia con tu ex. Pero en el fondo no te gusta mi forma de ser. No soportas que a veces levante la voz cuando me enfado, no te gustan mis padres ni algunos de mis amigos, no te gusta que no me entusiasmen las mismas cosas que a ti ni que sea poco cariñosa, que no me guste jugar contigo a la play, que no me guste montarme en los columpios, que no quiera hacer cosplay... Poco a poco intentarás cambiarme para que sea como tú quieres. Querrás que me deje el pelo largo, que cambie mi forma de vestir, que me depile las cejas, que me maquille... Y yo dejaré de ser yo misma. Y al final conocerás a otra persona con la que tendrás todas esas cosas en común, y me mentirás, me traicionarás y me harás daño, por tu cobardía y por no hacer las cosas como se tienen que hacer. Y no estoy dispuesta a pasar por eso otra vez.

Javi se quedó en silencio, mirándome como si no me conociera, asimilando todo lo que le había dicho. Yo, por mi parte, tenía lágrimas en los ojos y me faltaba el aliento.

- ¿Otra vez?- fue lo único que acertó a decir.
- Y que sepas, - añadí, ignorando su pregunta.- que te odio por lo que me hiciste. Adiós, Javi.

Cogí mi bolso y salí de su habitación sin esperar ni una palabra ni una reacción por su parte.

lunes, octubre 19

Hacia atrás en el tiempo (17)

La mujer se inclinó ligeramente y sacó, de algún lugar al otro lado de su escritorio, un vaso de agua que me puso justo delante. Pero no sonrió en ningún momento.

- Adelante.
- He saltado en el tiempo cinco años atrás.
- ¿Cómo ocurrió?
- Entré en un bar. Y de repente... todo cambió y me di cuenta de que estaba en el mismo lugar en el que me había encontrado hace cinco años aquel mismo día.
- ¿En el mismo lugar?
- Sí.
- ¿Sigue siendo usted misma?
- ¿Me está preguntando si sigo conservando mis recuerdos posteriores? Sí. Tengo veinte años, pero sin embargo ahora mi cuerpo tiene dieciséis.
- ¿Regresó a alguna fecha concreta de su vida? ¿A algún momento especial o de cierta relevancia?
- Sí. Volví al día antes de que mi exnovio y yo comenzáramos a salir.

La mujer me estudió con gravedad, como una profesora a un estudiante desobediente. Extendió sus manos con las palmas hacia arriba, sobre la mesa.

- Ponga sus manos sobre las mías, por favor.

Le hice caso y me quedé en silencio mientras ella tocaba mis palmas con sus dedos, con los ojos cerrados.

- Guarda mucha ira reprimida en su interior.- dijo.- Sentimientos amargos que en su momento no pudo liberar y que se han quedado dentro de usted, arrastrándola al vórtice.
- ¿Qué vórtice?

La mujer apartó sus manos y volvió a entrelazarlas.

- Esto es complicado. Puede haber varias interpretaciones de lo que está pasándole.
- ¿Cuáles?
- Podría tratarse de una visión que le muestra cómo podría haber sido su vida si no hubiera tomado las decisiones que en su momento escogió. También podría tratarse de una experiencia extrasensorial, aunque es una posibilidad menor. Yo me decanto por una dimensión paralela.
- ¿Una dimensión paralela?- repetí, con cierta desconfianza.
- Sí. Nuestro universo no es plano. Existen varias dimensiones junto a la nuestra, separadas por barreras que son para nosotros tan invisibles como tan imposibles de traspasar... en condiciones normales. Pero a veces, por unos motivos u otros, llegamos a los vórtices que son las puertas a esas dimensiones.
- ¿Qué sugiere?
- No sugiero nada. Pero creo que el resentimiento y la ira que guarda la movió hasta el vórtice de una dimensión paralela en la que usted... podía desquitarse de dichas emociones. Como vía de escape. ¿Comprende?

Asentí, aunque en realidad no estaba muy convencida de todo aquello. Me parecía pura palabrería. ¿Aquella mujer estaba insinuando que había cambiado de dimensión para así evitar una saturación de odio en mi interior? ¿Acaso yo era una especie de bomba de relojería?

- Bueno... supongamos que... usted tiene razón. ¿Cómo vuelvo a mi tiempo?

La mujer se inclinó y sacó una baraja de cartas del tarot de un cajón.

- Barájelas.

Lo hice. Me sentía estúpida y cohibida. Cuando se las devolví la mujer se limitó a coger la primera carta y a ponerla boca arriba sobre la mesa.

- A seguido sus pasos.- comentó, levantando la mirada.- Ha hecho lo mismo que hizo en el pasado.
- Sí.

Sacó otra carta y la colocó junto a la primera. Frunció el entrecejo.

- Ese no es el camino que la devolverá al tiempo al que pertenece.
- ¿Y cuál es?- pregunté, con cierto fastidio.

Cogió una tercera cara y le dio la vuelta.

- Debe hacer justo lo contrario. Debe desquitarse de los sentimientos que la han arrastrado hasta aquí... y debe reforzar los lazos que la unen con su presente.
- ¿Cómo?
- Diciendo la verdad.- contestó, tras mirar su cuarta carta.

Suspiré. Genial. Absolutamente genial. ¿Había fingido... para nada?

- Repetí lo que hice en el pasado porque quería evitar que mi futuro cambiara. Si... si digo la verdad, ¿no lo alteraré?
- Tiene miedo a los cambios.- sentenció.
- No.- negué.- Pero me gusta mi vida y no quiero que cambie.
- Está en una dimensión distinta. Las distintas dimensiones no se afectan entre sí, están separadas. Lo que haga en una no afectará a la otra.

La miré fijamente.

- ¿Está segura de eso?

La mujer, por primera vez, sonrió.

- No. Esto no es una ciencia, y desde luego no es exacta. Esto depende de cada ser humano, que es completamente diferente a cualquier otro. No hay dos individuos que piensen igual, que sientan igual. Nuestros cerebros son increíbles maquinarias cuyo potencial es desconocido. Hay muchas fuerzas en nuestro universo que no se pueden medir, así que no puedo garantizarle qué es lo que sucede. La decisión de creer, de conceder fe, está únicamente en sus manos.

Asentí.

- ¿Algo más?
- No.- contesté, con un suspiro.- ¿Qué le debo?
- Su consulta no ha llegado a una hora, pero el precio mínimo son cuarenta euros.

Qué puñalada, madre mía. Pero abrí mi bolso y deposité el dinero sobre la mesa.

- Gracias.- dijo la mujer, cogiéndolo.- Ha sido un placer. Espero que encuentre solución a su problema. Adiós.
- Adiós.- me despedí.

Abandoné el edificio y me quedé inmóvil en la calle estrecha, a un lado del flujo de gente que subía y bajaba, ocupados en sus propias vidas que, seguramente, serían mucho mas normales que la mía. No sabía qué hacer, no sabía qué pensar ni en qué creer. Me encontré preguntándome que había esperado sacar en claro de mi charla con aquella mujer, porque no me sentía ni remotamente satisfecha con sus respuestas. Había esperado que me dieran insutrucciones precisas de cómo solucionar aquel embrollo y sin embargo ahora sólo tenía las manos llenas de dudas y de más decisiones que tomar. En definitiva... no me había facilitado para nada las cosas.

Al contrario. Lo que aquella mujer me había hecho sentir era frustración. El hecho de pensar que podría haber vuelto a casa limitándome a decirle a Javi que lo odiaba y a Daniel que lo quería, teniendo en cuenta la posibilidad de que lo único que había hecho era perder el tiempo amargándome la vida, hacía que me entraran ganas de llorar.

Por otra parte, estaba aterrorizada. ¿Tendría razón aquella mujer? ¿Podría volver a mi tiempo diciendo la verdad sin que eso modificara mi futuro?

domingo, octubre 18

Hacia atrás en el tiempo (16)

No podía dejar de mirar a mi alrededor, con curiosidad.
Aquello no se parecía en nada a la escena que yo tenía en mente.
Yo esperaba ver paredes pintadas de morado con símbolos esotéricos, cubiertas de pósters astrológicos de las constelaciones, paneles de información kármica y horóscopos zodiacales. Atmósfera cargada por el humo de algún incienso floral y música instrumental.
Pero no.

Me parecía encontrarme en un mundo monocromático. Todo en aquella estancia estaba en blanco y negro y era muy impersonal. El suelo, cuyas losetas eran blancas, reflejaba, como un espejo, la luz que aportaban las altas y delgadas lámparas dispuestas en las cuatro esquinas de la habitación, iluminando así las paredes de la habitación, pintadas de negro. El centro de la sala lo ocupaba un gran escritorio negro que tenía encima un teléfono inalámbrico, un archivador y un estilizado jarrón desprovisto de flores, todo en blanco. Yo me sentaba en una cómoda butaca de cuero negro junto a la puerta, esperando nerviosa e impaciente a un mismo tiempo. No había música, y el opresivo silencio sólo me hacía desperar a cada minuto que pasaba.

Me miré las manos y las entrelacé. Durante un instante luché contra la urgencia de marcharme de allí cuanto antes. Me estaba dejando en manos de algo que siempre había considerado una estafa y un timo, poco fiable e incierto, una ciencia que se alimentaba del engaño en pos de una ganancia económica. Pero... ¿qué alternativas tenía en aquel momento? Situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas. Lo que me había ocurrido no tenía ningún sentido, así que tal vez no fuera una mala idea recurrir a algo ilógico para explicarlo. Ese era el razonamiento que había seguido y que me había llevado a aquella consulta privada sobre el destino. Una especie de tarot, llamado Oráculo, que encontré buscando en Internet.

Y que era bastante caro.

Miré mi reloj y vi que eran las cinco en punto; la hora a la que me habían concedido la cita. Pero allí, sin embargo, no había nadie.

Me levanté con intención de estirar un poco las piernas y recorrer la estancia. Para curiosear un poquito. Cuando se oyó una puerta al abrirse y una mujer apareció en la sala, mirándome fijamente. No logré estimar su edad, aunque supuse que rondaría los treinta y cinco o cuarenta. Iba vestida con un traje de un blanco impecable, compuesto por una chaqueta y una falda recta, llevaba el pelo oscuro recogido en una coleta en la nuca y sus ojos castaños me estudiaban tras unas gafas rectangulares. Me puse nerviosa con sólo verla.

- ¿Ana Rodríguez?
- Sí, soy yo.
- Pase por aquí, por favor.- me indicó, señalando la puerta abierta por la que había aparecido.

Asentí con la cabeza y obedecí. Entré en otra sala, casi igual a la anterior excepto porque era algo más pequeña y porque además tenía, pegado a la pared, un sillón de piel reclinable. La mujer, sin decir nada, se sentó tras el escritorio y me hizo un gesto para que ocupara asiento frente a ella, sin quitarme los ojos de encima. El corazón me latía con tanta fuerza que sentía que mi cuerpo se zarandeaba a su compás.

Cruzó las manos sobre la mesa y se reclinó en su butaca.

- Dígame. ¿Cuál es su consulta?
- ¿Alguna vez... ha encontrado algún caso relacionado con viajes en el tiempo?- pregunté, sin saber muy bien cómo empezar.

La mujer parpadeó.

- No puedo dar información privada de otros clientes.- respondió.- ¿Ha viajado usted en el tiempo?
- Sí.
- ¿Puede ser un poco más específica?

viernes, octubre 16

Hacia atrás en el tiempo (15)

Fingir se convirtió en algo automático.
Al fin y al cabo, no tenía que inventar nada. Ya había vivido aquello; los sentimientos que había experimentado entonces seguían guardados dentro de mí, por lo que sólo tenía que buscarlos, quitarles el polvo y volver a usarlos, como quien se pone una prenda vieja que encuentra después de mucho tiempo.
Me sentía como si estuviera viendo otra vez una película cuyo guión me sabía de memoria.

Eso no significaba que fuera menos desagradable o más fácil, pues seguía siendo igual de duro y resultaba igual de agotador.
En casa me iba mejor; parecía que mis padres habían llegado a la conclusión de que mi cambio de actitud no me estaba conduciendo a nada malo ni peligroso. Que no me había descarriado, vamos. Sin embargo mi madre sabía que algo pasaba y a veces me dejaba caer, como quien no quiere la cosa, que ella siempre estaría dispuesta a escucharme y ayudarme si tenía algún problema. Durante unos días incluso sopesé la idea de contárselo todo, pero acabé por descartarlo. Aunque no pensara que había perdido el juicio la alarmaría bastante. Y todavía quería intentar por mí misma deshacer aquel lío antes de pedirle ayuda.

Me sentía muy sola. Echaba de menos a los amigos que todavía no conocía y a aquellos con los que todavía no gozaba de la confianza que compartíamos en el futuro. Sentía que no tenía nadie con quien hablar libremente, a excepción de Daniel. Pero el entusiasmo que había sentido en un primer momento al poder hablar con él se estaba trocando en frustración. Me dolía verlo tan ajeno a mí, me dolía no poder decirle la verdad y echaba en falta decirle lo mucho que lo quería. Mi relación con Javi, además, había llegado a un punto muerto. Podía tolerar su presencia y incluso estaba empezando aprendiendo a confiar de nuevo en él, contándole cosas y teniéndolo en cuenta. Sin embargo Javi buscaba algo más en nuestra relación, y yo lo comprendía. Era algo que en su momento yo también había deseado, pero que ahora era incapaz de imaginar. Podía besarlo... podía dejar que me tocara y me acariciara, pero no podía pasar de ahí. No estaba preparada para ese tipo de contacto íntimo que él buscaba y no pensaba poder estar dispuesta a ello jamás. No quería hacerlo. Conseguí retrasar el momento crítico en el que tendría que hacer frente a ello directamente poniendo como excusa que al ser mi primer novio necesitaba que fuésemos despacio en ese aspecto, pero no sabía cuánto duraría aquella tregua.

Afortunadamente, la suerte decidió dedicarme una sonrisa durante aquel primer mes y no todo salió mal. Mi anuncio sobre las clases de inglés tuvo más demanda de la que yo esperaba... bastante más. En mi propia clase tres de mis compañeras me "contrataron" para darles clases particulares con vista a los exámenes y en el instituto de Gema también me salió otro alumno interesado. Todos en ellos tenían algo en común: eran mayores de veinte años y vivían solos. La mitad de ellos no eran de Granada y estaban aquí manteniéndose a duras penas con lo que ganaban del trabajo que compaginaban con los estudios, por lo que su estado económico era más bien pobre. Mis clases eran baratas y además ofrecían la posibilidad de una devolución en caso de que yo no cumpliera con lo que se suponía que debía hacer: ayudarles a aprobar los exámenes, que básicamente, era lo que todos pretendían. No querían acabar el curso hablando inglés como nativos ni mucho menos, pero sí al menos evitar suspender la asignatura.

Gracias a eso me mantuve ocupada. Dividía mi tiempo entre mis horas de estudio en la Biblioteca y mi servicio de clases a domicilio. Enseñar no se me dio tan mal como yo esperaba. De hecho, dando la motivación adecuada, era bastante fácil; tenía muchas esperanzas en que todos mis estudiantes aprobaran el próximo examen.

Lo cual... sucedió.

Como recompensa a mi trabajo, el fin de semana después a la entrega de notas tenía cuarenta y cinco euros en una mano y el teléfono en la otra. Tenía que hacer una llamada importante.

***

"hola"
"buenas noches, chica misteriosa!"
"qué tal?"
"bien"
"nada interesante que contar hoy?"
"en realidad no. y tu que tal?"
"te acuerdas que te dije que me había puesto a dar clases de inglés a unos compañeros del instituto?"
"si"
"pues han aprobado los cuatro. he ganado 45 euros"
"vaya, me alegro. enhorabuena"
"gracias"
"y que piensas hacer con ese dinero?"
"es eso es un secreto"
"otro mas? me da la sensacion que que todo lo que se de ti es un secreto. solo se que te llamas isis, y es un nombre falso"
"siento tener que guardarme tantas cosas para mí... me encantaría poder decirte la verdad"
"pues hazlo"
"no me creerías"
"porque no pruebas?"
"nadie me creería, estoy segura"
"si tanto me conoces, como es que no te fias de mi?"
"lo que me sucede es demasiado raro y ni siquiera yo misma me lo explico. no creo que otra persona lo comprendiera, ni siquiera tú"
"pero tu si me conoces a mi, no? de que? del instituto?
"yo a ti sí pero tú a mí todavía no"
"todavia? eso quiere decir que te voy a conocer?"
"estoy dándote más pistas de las que debería xD mejor me callo ya, no quiero estropearte la sorpresa"
"tienes que decirme las tres cosas de esta semana"

Cierto. Y se me estaban empezando a acabar los datos de fácil alcance.

"tienes familia en betanzos y en as pontes y allí tienes una amiga que se llama andrea"
"como te llamas de verdad?"

Me sorprendió que me hiciera aquella pregunta. Parecía que tenía verdadero interés en saber acerca a mí... y eso me tentaba. Estaba tentada de decir la verdad. Al menos, parte de ella.

"está bien. me llamo ana"
"gracias por decirmelo. marcho a cama, hasta la proxima"
"buenas noches daniel"

Hacia atrás en el tiempo (14)

El sábado por la tarde, tal como pretendía, quedé con Mari y Gema.
Fue más divertido de lo que esperaba y disfruté mucho del rato que pasé en su compañía. Era genial poder estar con Gema de nuevo sin sentir aquella incómoda tensión que nos había separado y recordé lo mucho que me gustaba que estuviéramos las tres juntas como en los viejos tiempos.
Bueno, en realidad... aquellos eran los viejos tiempos.

Nos sentamos junto a la fuente de la plaza de la Caleta, que estaba llena de madres con sus hijos y de niños que jugaban a la pelota o iban en bicicleta, de personas mayores sentadas en los bancos y de familias o amigos tomando algo en las mesas que los bares tenían colocadas en el exterior. Pasamos el rato charlando y contándonos cosas. Les hablé de Javi y ambas se alegraron mucho por mí, así que procuré que mi sonrisa pareciera auténtica. Una vez puestas al día abrí la mochila y les di un tercio de las fotocopias a cada una de ellas. Se quedaron a cuadros.

- Me gustaría que por favor colgárais esto en vuestro instituto.
- ¿Desde cuándo das tú clases de inglés?- preguntó Gema.
- Desde ahora.
- ¿Y te ves capaz?- inquirió Mari.
- Claro.
- Si nosotras estuviéramos interesadas... no nos cobrarías, ¿verdad?
- ¡Si empiezo a dejar las clases gratis a mis amigos al final seguro que no gano nada!
- Así que nos cobrarías, ¿eh? ¡Qué cutre eres!- exclamó Gema.
- Por cierto.- dijo Mari, cambiando de tema.- ¿Qué tal con aquel chico al que querías agregar?
- Yo no dije que fuera un chico.- repliqué.
- Sí lo dijiste.
- ¿Seguro?
- Seguro.
- ¿Con novio y sigues ligando?- bromeó Gema, sonriendo.- Vaya, vaya... y luego decís de mí.
- No estoy ligando con él.- protesté.- Sólo hablamos.
- ¿Y de qué lo conoces?
- Es un poco difícil de explicar.
- Pero es de aquí, ¿no?
- Es de Burgos.- admití.

Ambas parpadearon asombradas.

- ¿Qué se te ha perdido a ti en Burgos?- preguntó Gema.
- Eso mismo me pregunta la gente. E incluso yo misma, a veces.- respondí con cierta amargura.

Gema y Mari se miraron sin comprender, pero tuve suerte y ninguna insistió sobre el tema. En ese momento mi móvil empezó a sonar y a vibrar en m bolsillo. Era Javi.

- Un momento.- les dije a mis amigas.

Me levanté y me aparté un poco de ellas al mismo tiempo que respondía a la llamada.

- Hola.
"Holaaaa. ¿Dónde estás?"
- En la calle. Con dos amigas.
"Es que estaba preocupado... no me contestaste al mensaje de anoche y no te he visto conectada en todo el día..."
- ¿Me mandaste un mensaje?- fingí sorprenderme.- No me llegó nada.
"Pues te mandé uno."
- Pues ni idea. Y esta mañana he estado fuera, he ido a la Biblioteca a dejar un libro. Luego he estado limpiando y esas cosas...
"¿Con quién estás?"
- Con Mari y Gema.
"¿Luego quieres que quedemos un ratillo?"
- Iba a pasar la tarde con ellas. Y supongo que luego me iré a casa. Ya si eso nos vemos mañana.
"Jo... vale... ¡Mañana puedes venirte a mi casa y así estamos los dos solillos!"

Eso implicaba peligro.

- Ya veré si puedo. En fin, ya hablamos esta noche si me conecto. ¡Hasta luego!
"Adiós guapilla... te quiero"
- Y yo a ti.

Colgué y volví con Mari y Gema, que se habían quedado en silencio y me miraban muy fijamente. Habían estado poniendo la oreja en la conversación, seguro.

- Pare tener novio por primera vez no pareces muy emocionada.- comentó Gema.
- Eso también es difícil de explicar.
- ¿Te gusta ese chico de Burgos?

Tardé un momento en contestar.

- Sí. Pero no va a pasar nada entre nosotros.
- ¿Porque tú no quieres o porque él no quiere?
- Porque no y punto.

Cuando llegué a case eran las nueve y media de la noche. Sabía que Javi me estaría esperando en el messenger, pero yo quería hablar con Daniel. Así que después de cenar con mis padres y mi hermano me fui directa al ordenador. Por suerte, estaba conectado, y eso me alegró. No esperaba tener aquella suerte.

"hola!"
"hola. aunque dentro de nada me ire, he quedado"
"ah... bueno, ya me lo suponía ^^u"
"tambien sabes mis rutinas?"
"casi casi xD oye daniel... puedo hacerte una pregunta personal?"
"acaso no las haces siempre? xD aunque me extraña que haya algo que no sepas de mi"

Dudé un instante. Era algo que me llevaba preocupando desde que había vuelto a mi pasado, una pregunta que me rondaba por la cabeza y cuya respuesta no estaba muy segura de querer conocer.

"tienes novia?"
"si"

Se me cayó el mundo encima y sin poder evitarlo se me saltaron las lágrimas. Tonta, me dije a mí misma. ¿Qué esperabas? Había una diferencia de cinco años. Antes de aquella semana él no me conocía y ahora ni siquiera sabía quien era yo verdaderamente. Sin embargo el nudo que se me había formado en la garganta se negaba a desaparecer.

"pues fíjate, eso no lo sabía xD", tecleé, intentando bromear.
"tu tienes novio?"

Difícil pregunta que responder; estaba saliendo con mi ex porque mi novio no sólo no sabía de mi existencia en aquel momento sino que además estaba con otra. Vaya cuadro.

"se podría decir que si"
"tengo que marchar. nos vemos"
"ok, bye bye"

Y se fue. Me quedé un rato inmóvil mirando la pantalla sin ver nada realmente, hasta que finalmente me limpié las lágrimas con el puño de la manga y cerré sesión en aquella cuenta para abrir la otra. Lo que menos me apetecía en aquel momento era hablar con Javi, pero tenía que hacerlo. Iba a sospechar si lo evitaba de forma demasiado descarada.

"mi anitaaaaaaa ^^ hola guapaaa! que tal la tarde?? te lo has pasado bien??"

Madre mía, pensé. No había color entre Javi y Daniel. Uno era tan efusivo y el otro tan retraído... dos extremos completamente opuestos. Y pensar que dejando de lado que Daniel era un año mayor que yo y, por tanto también que Javi, sus cumpleaños sólo distaban un día uno del otro.

Me quedé un rato hablando con él. Extrañamente, conforme más hablábamos menos incómoda me sentía. Le dije que estaba triste y me estuvo intentando animar de forma bastante eficiente, tras lo que me animé a contarle mi intención de dar clases de inglés. Me dijo que le parecía muy buena idea y que me apoyaba.

"mañana vas a venirte a mi casa?"
"le he preguntado a mi madre, pero quiere que vayamos al cine por la tarde", mentí. "así que ya nos vemos el lunes ^^"
"affu... yo queria estar contigo mañana, los dos solillos..."
"ya tendremos tiempo, no te preocupes ^^"
"bueno... pues buenas noches, guapilla. te quieroooooo!"
"yo tambiénnn! buenas noches ^^"

Me desconecté rápidamente antes de que me dijera nada más. Salí al pasillo en dirección al baño y me entretuve un buen rato haciéndole carantoñas a mi gato Maní antes de lavarme los dientes. Me acosté e intenté repasar un poco en la cama, pero me fue imposible. Mi mente se distraía con facilidad, volviendo una y otra vez a la novia de Daniel. Tenía muchas preguntas acerca de ella que no pensaba formular, y cuyas respuestas en el fondo tampoco quería saber. Era mejor intentar olvidarme de ello. Miré el móvil y pensé que me encantaría darle un toque, pero no me sabía su número de memoria y obviamente en aquella lista de contactos antiguos no aparecía.

Unos minutos después desistí en mi intento de estudiar algo, así que apagué la luz y me rendí al sueño.

jueves, octubre 15

Hacia atrás en el tiempo (13)

El sábado por la mañana me desperté muy temprano, cuando todo el mundo en casa todavía dormía. Lo primero que hice fue borrar el mensaje que Javi me había mandado sin ni siquiera leerlo, y después ducharme y vestirme. Una vez lista fui a la habitación de mis padres, que estaba a oscuras, y a tientas llegué hasta el lado de mi madre. Me agaché y le di un toquecito en el hombro.

- Mamá.
- Hmm...
- ¿Me oyes y me comprendes?

Mi madre asintió, entreabriendo un ojo para mirarme y volviendo a cerrarlo un segundo después.

- Voy a salir.
- ¿Qué hora es?
- Las nueve.
- ¿Te vas? ¿A dónde te vas?
- Tengo que ir a devolver un libro a la Biblioteca.- mentí. Y continué mintiendo.- Y también tengo que hacer unas fotocopias de unos apuntes de clase. ¿Me das dinero?
- ¿Y la vuelta de la peluquería?
- Oh. Aún la tengo. Cojo de ahí y luego te doy lo que me sobre, ¿vale?
- Bueno...
- No voy a tardar mucho.
- Vale... ten cuidado...
- Sí. Hasta luego.

Salí de casa con la mochila a cuestas. Dentro había una carpeta que contenía un cartel que yo misma había diseñado durante la semana, un anuncio en el que se ofrecían clases de inglés por cinco euros la hora. Más abajo, en letras pequeñas, se decía que si el individuo que recibía las clases no conseguía aprobar los exámenes, se le devolvía la mitad del dinero. Mi objetivo era fotocopiarlo y colgarlo en el tablón de mi instituto.

Cuando se presentó ante mí el dilema de cómo conseguir el dinero, lo tuve muy claro. ¿Qué sabía hacer yo lo suficientemente bien como para conseguir dinero a cambio? Mi nivel de inglés era alto (para algo me habían servido dos años en la Universidad y un curso entero en Escocia) y sabía que en los institutos la mayoría de los adolescentes tenían problemas con dicho idioma. Sin embargo yo contaba con sólo dieciséis años en aquel momento y no tenía experiencia laboral ni ningún título de inglés que confirmara por escrito mis conocimientos. De ahí el que me comprometiera a devolver la mitad del dinero si mi alumno no conseguía superar los exámenes durante el curso.
No tenía muchas esperanzas en ello. Suponía que cualquier padre o madre que tuviera interés en la mejora del inglés de sus hijos los apuntaría a una academia o contrataría un profesor particular con titulación. Pero merecía la pena probar.

Hacía frío, pero no demasiado. El sol calentaba un poco más que el día anterior, a pesar de no estar todavía muy alto en el cielo. Eché una mirada a lo que se veía de mi Facultad desde mi barrio, y observé que seguía teniendo el mismo aspecto destartalado incluso desde lejos. Se me hacía raro no tener que ir.

Me dirigí a la fotocopiadora frente a la Facultad de Medicina, cerca de casa. Esperé pacientemente a que llegara mi turno y poco después salí de la tienda con un taco de fotocopias pesándome en la mochila. Había tardado menos de lo que esperaba y aún no me apetecía volver a casa, por lo que me encaminé calle abajo en dirección a una cafetería que hacía esquina al final de la avenida.

Había poca gente en El Tren aquel sábado por la mañana. Siempre me había gustado aquel lugar, de iluminación tenue, mesas acristaladas tras las que se veían granos de café y un piso superior con balconada desde donde se divisaba la puerta del local. Tenían además una gran variedad de cafés, tartas y bollería, aunque por lo general tardaban bastante en atenderte. Entré y me senté en un taburete junto a la barra. Uno de los tres hombres que desayunaban silenciosamente me miró por encima del periódico que sostenía en sus manos,delante su café, observándome con curiosidad. Dejé la mochila a mis pies y cogí una de las cartas que había sobre la mesa.

- Buenos días. ¿Qué va a tomar?

Levanté la mirada para atender al camarero, un chico de quizá unos veintitrés años, que esperaba una respuesta por mi parte.

- Hola. Quiero... un vienés.

Él asintió y se alejó de la barra en busca de una taza.

Me tomé mi café con cacao tranquilamente sentada, escribiendo mensajes a dos de mis mejores amigas en aquel momento. Una de ellas seguía siéndolo también en la actualidad, mientras que la otra... había cambiado, y no a mejor. Les propuse quedar aquella tarde. Tenía ganas de verlas y de poder desconectar un poco pasando el rato con ellas, aunque aparte de eso necesitaba que me hicieran un favor.

Tras pagar me marché de la cafetería y volví a casa. Había cosas que no cambiaban y una de ellas era la regla de mi madre de pasar los sábados por la mañana limpiando. No por llegar un poco tarde me libré de pringar. Después de ponerme ropa más cómoda me encargó limpiar el polvo de mi habitación, y en ello estuve hasta poco antes de la hora de comer. Al menos, gracias a mi mp3 la faena se me hizo más amena.

Cuando acabé y mi madre estuvo satisfecha con el nivel de translucidez y brillo de los cristales de las ventanas, me dejó encender el ordenador. Como venía siendo habitual lo primero que hice fue conectarme al messenger. Y no a mi cuenta normal, sino a la que tenía reservada sólo para Daniel. Se me dibujó una sonrisa en los labios al verlo conectado.

"hola daniel ^^"
"buenas"
"qué tal? resacoso? xD"
"no"
"supongo que anoche saliste"
"si"
"cómo fue la noche?"
"bien"
"ninguna anécdota interesante que contar?"
"no fue para tanto. sali con mis amigos, bebimos algo y estuvimos por ahi. lo habitual"
"ya fue mejor que lo que hice yo xD"
"no saliste?"
"bueeno... algo parecido"
"por cierto. hay algunas cosas que me parecen injustas de nuestras conversaciones"
"qué cosas?"
"tu sabes mucho de mi pero yo no se de que cosas estas al corriente y ademas, apenas se nada de ti"
"quieres que te diga las cosas que sé de ti?"
"sí"
"te asustarías xD creerás que soy parte de la mafia o algo por el estilo"
"tanto sabes?"
"puede"
"me estas dejando intrigado, y no es justo"

Me sentí tentada. No tenía nada de malo decirle algunas cosas que no fueran muy difíciles de adivinar, y era mejor aquello que darle información sobre mí. Tampoco quería el riesgo de seguir callándome las cosas. Tal vez le resultara sospechoso y decidiese dejar de hablar conmigo.

"bueno, vale. te diré... tres cosas que sé de ti a la semana"
"solo tres a la semana?"
"o lo tomas o lo dejas"
"de acuerdo"
"1º, tu cumpleaños es el 13 de agosto. 2º, eres del deportivo de la coruña. y 3º, no te gustan nada los guisantes"
"supongo que no me diras como sabes todo eso"
"lo siento, secreto profesional"
"tengo que marchar, chica misteriosa. me llaman para comer"
"ok. que aproveche"

Y se desconectó. Pocos minutos después mi madre también me llamó a la mesa.

Hacia atrás en el tiempo (12)

A Javi se le abrieron los ojos como platos cuando me reconoció aproximándome a él en la misma calle en la que me esperaba, con la espalda apoyada sobre el muro del edificio y los cascos en las orejas. Intenté distinguir en su expresión alguna señal del disgusto que esperaba ver reflejado, pero no apareció. Tan sólo vi asombro.

- ¿Qué te has hecho?- preguntó, cuando llegué a su lado, acariciando el mechón más largo de mi pelo, que caía junto a mi mejilla derecha.
- Cortármelo. ¿Te gusta?
- Bueno... me gustaba más antes, te quedaba muy bien. Pero así también estás muy guapa.- añadió, sonriendo.

Me dio un beso y me cogió de la mano.

Echamos a andar en dirección a San Isidro. Yo no podía evitar quedarme alucinada al contemplar los grandes cambios en el paisaje urbanístico, mirando embobada edificios que de repente, ya no estaban en el lugar que les correspondía. El hotel que estaban terminando de construir en el antiguo parque de bomberos, justo al lado de mi casa, aún no había empezado a hacerse. Quizá, si acaso, lo estarían diseñando en aquel momento. El carril para taxis y autobuses que habían dividido desde hacía un año tampoco estaba, y la carretera no tenía el mismo aspecto, nuevo y recién asfaltado.

Lo fácil de estar con Javi era que durante la mayor parte del tiempo el único que hablaba era él, y yo sólo tenía que contestar y asentir, prestando atención a su monólogo particular. Eso me permitía pensar en mis propios asuntos y permanecer ligeramente abstraída de todo lo demás. Y al final la tarde no fue tan mala como yo había temido. Primero merendamos crepes de chocolate en la cafetería, junto con unos grandes y ricos batidos, de chocolate también. Javi se entretuvo haciéndome dibujos en las servilletas de papel... y recordé que cinco años atrás yo había guardado todas y cada una de ellas. A la hora de pagar comparé, con añoranza, aquellos precios con los actuales. Qué barato estaba todo... ahora que no había crisis. Y como segundo plato, fuimos a Dune, donde Javi pasó un cuarto de hora ojeando un cómic tras otro intentando decidir qué tomo comprarse.

Al salir a la calle, ya cuando el sol había desaparecido y el frío se aposentaba en las esquinas, me estremecí. Javi me abrazó por la espalda y me notó temblar.

- ¿Tienes frío?
- Un poco.
- ¿Quieres que te preste mi sudadera?
- No, no hace falta...
- Anda, toma, no quiero que te pongas enferma otra vez.

Acepté la sudadera, que estaba cálida tras haber absorbido su calor corporal, y me la puse. Sonreí con agradecimiento.

- ¿Qué hacemos ahora?- me preguntó.

Me encogí de hombros. Yo prefería irme a casa lo antes posible, pero tal vez no era muy buena idea decírselo tan directamente.

- Es posible que mis padres hayan salido a tomarse algo. ¿Quieres que los llame, y nos vamos con ellos?
- No. La verdad es que... me gustaría volver a casa. Mi madre se enfadará si llego tarde.
- ¿Y si luego te llevamos en coche?
- No... mejor que me vuelva ya.

Javi bajó la cabeza con pesadumbre, pero asintió sin protestar. Me volvió a coger de la mano y ambos nos dirigimos calle arriba, hacia mi casa.

***

Javi puso su mano sobre la mía para detener la vuelta de la llave, dentro de la cerradura, que abriría la puerta del portal. Sus brazos rodearon mi cintura y me atrajo hacia sí con intenciones más que evidentes. Intenté contentarlo con un beso rápido, pero me estrechó impidiéndome escapar. Sus labios me atraparon, sus dedos buscaron una entrada por debajo de mi ropa y treparon por mi piel, haciéndome estremecer con su contacto helado. No... no quería aquello. Mi proceso de aceptación no había llegado tan lejos, no podía permitirlo.

Me aparté de él de una forma un tanto brusca. Javi se detuvo y me miró sin comprender.

- Tienes las manos muy frías.- dije, y tampoco estaba mintiendo. Le cogí las manos y le besé. Después sonreí.- Buenas noches, Javi.
- Buenas noches. Hasta mañana.
- Adiós.

Le di la espalda y entré en el portal, subí los escalones y esperé a que bajara el ascensor. Javi se quedó observándome hasta que se cerró la puerta y lo perdí de vista.

En casa mi madre se alegró de verme allí temprano. Cené con ella, mi padre y mi hermano viendo algo en la tele y luego me fui a mi habitación. Encendí el ordenador y entré en el messenger, pero Daniel no estaba allí. Y supe que, teniendo en cuenta que era viernes por la noche, no iba a aparecer.

Con un suspiro me acosté, triste y un tanto apática. Javi me mandó un mensaje poco después, pero ni siquiera lo leí. Apagué el móvil y me concentré en quedarme dormida cuanto antes.

miércoles, octubre 14

Hacia atrás en el tiempo (11)

Al salir de clase el viernes a medio día, no me lo podía creer. Había sobrevivido y seguía allí de pie, entera y plenamente capaz de todas mis facultades mentales. Me merecía, al menos, felicitarme a mí misma.

Era un día soleado y sin rastro alguno de nubes, en el que los rayos del sol apenas calentaban el aire gélido y cortante que atravesaba mi ropa y me hacía tiritar. Lo único tibio era el contacto de la mano de Javi envolviendo la mía mientras ambos subíamos la cuesta del instituto, él hacia donde lo esperaba su padre y yo en dirección a la parada del autobús. No hablábamos, y aquello era extraño. Generalmente al salir de clase Javi siempre tenía alguna anécdota que contarme, sobre sus profesores, sus asignaturas, o sobre los cómics que él y Vicen se entretenían dibujando entre clase y clase.

Lo miré de reojo intentando calibrar su estado de ánimo. Parecía triste. Suspiré y tras unos segundos de vacilación, le pregunté qué le pasaba. Él me miró con aquella expresión suya de cachorro abandonado a su suerte y apretó más mi mano dentro de la suya.

- ¿Es que te... arrepientes de estar saliendo conmigo?

Tuve que hacer un gran esfuerzo para no reírme. Javi me había hecho aquella misma pregunta cinco años atrás, tal vez por motivos parecidos a pesar de que a mí, en aquella ocasión, me movían razones muy diferentes a las de aquel entonces. Le sonreí.

- ¿Por qué piensas eso?
- No lo sé… me da la sensación de que no te gustar estar conmigo.
- No es eso, Javi.- le dije. Y le repetí las mismas palabras que le había dicho tiempo atrás, entonces ciertas y ahora falsas.- Es simplemente… que nunca antes he tenido novio. Y no sé cómo comportarme a veces, o qué es lo que esperas de mí. Pero no me arrepiento de nada.
- ¿De verdad?
- De verdad.

A este paso se me va a poner la lengua negra de tanto mentir, pensé para mis adentros.

Javi sonrió de forma deslumbrante.

- Yo no espero nada de ti, Ana. Sólo que seas tú misma. Y no te preocupes, yo te enseñaré cómo se hacen las cosas.- añadió, abrazándome con fuerza y dándome un beso.

Asentí. ¿Cuándo había cambiado Javi su forma de ser?, me pregunté con tristeza. ¿Cuándo había dejado de quererme por quién era para quererme por lo que él quería que fuera? No lo recordaba.

- ¿Esta tarde vamos a quedar?
- ¿Eh? ¿Quieres que quedemos?
- ¡Claro! ¿Es que tienes ya algún plan?
- Pensaba a ir a estudiar a la Biblioteca…
- ¡Es viernes! Vamos a quedar.
- ¿Qué quieres hacer?
- Estar contigo. Y luego ya improvisaremos sobre la marcha. Podemos… podemos ir a merendar a la crepería que hay al lado de Dune, y luego pasarnos a ver si tienen algún tomo nuevo…

Cómo no.

- Bueno, vale.
- ¡Bieeeen! ¡Toda la tarde con mi Anitaaa! ¿Quedamos a las cinco y media?
- ¿No podemos quedar mejor a las seis y media?- pregunté.

En realidad, sí que tenía ya planes aquella tarde. Algunos no me importaba postergarlos, pero había uno en concreto que no pensaba posponer, y para ello necesitaba una hora más.

- De acuerdo. ¿En la parada de al lado de tu casa?
- Chachi.

Tras despedirme de Javi y de su padre encendí el mp3 y me dirigí a la parada del autobús, donde tuve que esperar diez minutos al siguiente. Llegué a casa un poco más tarde de lo habitual, por lo que todos me estaban esperando para comer cuando entré y me asomé al comedor para saludar.

- Mamá...- dije, cuando después de comer mi hermano se levantó para empezar a quitar la mesa.- Esta tarde voy a salir.
- ¿Con quién?
- Con Javi.
- ¿A dónde vais a ir?
- A merendar a una cafetería al lado de Dune. Aunque antes quiero ir a la peluquería.

Mi madre enarcó una ceja.

- ¿Te vas a cortar el pelo?
- Sí.
- Pero si ahora lo tienes muy bien...
- Ya, pero quiero cortármelo. ¿Me puedes dar dinero? Tengo hora a las cinco y media.
- ¿Ya has pedido cita?- se sorprendió ella.
- Sí, lo hice ayer.
- ¿A dónde vas a ir?
- A la peluquería Puri. La que está en frente del mercadona.
- ¿Y tenemos el teléfono?- se extrañó.
- No. Me pasé por allí.
- Ahh. Pues... sí, supongo que te daré dinero antes de que te vayas.
- Gracias.

Aquello era algo que también llevaba cavilando varios días. Era cierto que me quedaba muy bien el pelo como lo tenía y que además, personalmente, me gustaba mucho. Pero sentía la urgente necesidad de reivindicar mi yo del futuro en la imagen, al menos física, de mi yo del pasado. Y qué mejor forma de hacerlo que cortarme el pelo igual que lo tenía en mi verdadero presente. Sabía que a Javi no le iba a gustar. De hecho, el motivo por el que tuve el pelo largo mientras salimos juntos se debía a que él no quería que lo llevase corto. Decía que era poco femenino. Pero en aquella ocasión ni siquiera pensaba contar con su aprobación.

Cuando mi madre me dio el dinero para la peluquería minutos antes de que me marchara de casa se quedó mirándome con una expresión extraña. Como si quisiera decirme algo pero no se atreviera o no supiera qué palabras utilizar. Me dio miedo pensar en qué ideas le podrían estar cruzando la cabeza en aquellos instantes y esperé que me conociera lo suficientemente bien para no imaginarme metida en temas de drogas o cosas por el estilo.

Le di un abrazo y un beso en la mejilla antes de cerrar la puerta principal a mis espaldas.

Sueño del 13 de Octubre


Aquí os dejo un breve relato sobre el sueño que he tenido esta noche.

***

El viento frío azotaba las furiosas olas del mar y removía la arena grisácea de los kilómetros y kilómetros de playa monótona e ininterrumpida que se extendían frente a nosotros como un segundo horizonte. Bajo el cielo nublado, la espuma de las olas rompía con fuerza contra la tierra marrón, adquiriendo un tono azul oscuro que un poco más adelante se convertía en el turquesa brillante y turbio propio de la resaca. A lo largo de la playa permanecían de pie algunas personas, mirando el mar con una expresión indescifrable en el rostro.

Yo, junto a los demás, también me detuve a contemplarlo. Sentía dentro de mí una sensación extraña, expectante. Me parecía estar esperando algo sin saber muy bien el qué y sin comprender porqué. El mar parecía crecer y alzarse con voluntad propia, y pronto la arena que pisaba se convirtió en barro y se me mojaron los pies. Alguien me cogió de la mano y tiró de mí con urgencia, alejándome de la orilla, más cercana a cada minuto que pasaba.

- La marea está subiendo. Tenemos que irnos de aquí.

La atmósfera había cambiado. La sensación de expectación se había transformado en la anticipación de un peligro inminente que parecía estremecer el aire a modo de aviso. Todo el mundo empezó a retroceder hacia la seguridad que ofrecía el desierto gris que teníamos a nuestras espaldas, salpicado de grandes y puntiagudas rocas de piedra que sobresalían entre las dunas. De aquí y allá aparecían personas de distintas razas y culturas que se unían a nosotros huyendo del agua, con el miedo pintado en sus rostros y caminando en silencio delante de un mar que no cesaba en su avance, pisándonos los talones.

Por mucho que corriera, el mar era mucho más rápido. El fango nos entorpecía la marcha y pronto el agua nos encharcó las zapatillas y nos cubrió los tobillos, tirando de nosotros. Las rocas enterradas en la arena ahora parecían pequeños y lejanos islotes solitarios en mitad de un océano hambriento cada vez más grande y aterrador, habitadas por una o dos personas que se habían encaramado a ellas con la esperanza de quedar lejos del alcance de las olas.

A pesar de que no me detuve mis pies no me llevaron mucho más lejos antes de que el agua me llegara a las rodillas. Fue entonces cuando delante de nosotros vimos una alta torre de madera, con techo puntiguado, elevándose por encima de las montañas de arena y tapando el sol, que pese a estar en su cénit su débil luz apenas conseguía alumbrarnos. Quien guardaba mi mano entre la suya me apretó y tiró de mí hacia aquella gigantesta estructura. Una súbita esperanza prendió en mi interior alejando al miedo.

La torre estaba desierta y parecía llevar mucho abandonada. La madera era vieja y estaba ajada por el paso del tiempo, pero aquello era mejor que nada. Subimos los interminables escalones hasta llegar a la parte más alta, donde una balconada cuadrada con una barandilla dorada nos ofrecía una visión panorámica del incontenible avance del mar, que lo devoraba todo a su paso. Olvidando mi miedo a las alturas me encaramé a la barandilla, aferrándome a una de las cuatro columnas que soportaban el peso del techo picudo que coronaba la torre y apoyando mis pies mojados con firmeza para procurar no resbalar.

Abajo la gente era arrastrada por la corriente. Sus gritos teñidos de pánico se elevaban hacia el cielo como un huracán, únicamente sofocados por el furioso oleaje verde y marrón. Delante de la torre se extendía un ancho camino de piedra pulida al que, curiosamente, el agua no llegaba. Las personas luchaban brazada a brazada por nadar hasta allí. El aire me daba de lleno en la cara, haciéndome entrecerrar los ojos y apartándome el cabello del rostro. El fuerte olor a salitre y a humedad subía en vaharadas desde el mar hasta lo más alto de la torre, dónde yo me encontraban observando la catástrofe que tenía lugar a nuestros pies. Justo entonces vi en el margen izquierdo de mi visión un aleteo de color, y me giré para observar a cuatro grandes mariposas de tonalidades carmesí, naranja y púrpura, volando contra el cielo opaco y gris. Asustada, me bajé rápidamente de la barandilla de la torre.

La estructura empezó a moverse. Las olas parecían dispuestas a derribarla, estrellándose contra sus cimientos una y otra vez. La torre se balanceaba lentamente de un lado a otro, levemente al principio pero de forma precaria conforme el agua seguía subiendo. Yo me aovillé en el suelo y me abracé a mis propias rodillas.

En una de aquellas veces en las que la torre se inclinó hacia la izquierda... no acabó por recuperar el equilibrio y la estructura se torció y cayó. A mi alrededor todo se tornó negro mientras sentía mi cuerpo precipitándose al vacío. Grité, aterrada, y mi chillido se confundió con los gritos de quienes estaban a mi lado, a un mismo tiempo y como uno solo. Sin embargo, pronto dejé de chillar. ¿Para qué gritar si la caída era inevitable de todas formas? Así que permanecí en silencio escuchando los chillidos desgarradores de los demás, liberándome del miedo. Un apacible y reconfortante sentimiento de paz me inundó por dentro, llenándome de esperanza. Sabía que no iba a morir. Era demasiado pronto para mí, todavía tenía muchas cosas por hacer. Tenía a una persona muy importante en mi vida con la que esperaba pasar mis días y a la que me negaba a abandonar. Era imposible que muriera, aquel no podía ser mi final.

Un gran estruendo ahogó los gritos por unos segundos, en el mismo instante en que noté cómo mi cuerpo se estrellaba contra el suelo, consciente de cada golpe y de cada piedra que se me clavó en la piel. Durante lo que me pareció un tiempo interminable boqueé en busca de aire con el que llenar mis pulmones, y cuando al fin logré exhalar y expirar, dolorosamente, comprobé que seguía viva.

martes, octubre 13

Hacia atrás en el tiempo (10)

Pasé mi primera semana tratando de acostumbrarme de nuevo a aquel ritmo de vida, lo cual fue mucho más duro de lo que me esperaba. Nada era sencillo, y tenía que pensar dos veces cada cosa que hacía o decía por miedo a meter la pata.

Con mis amigos tenía que tener cuidado. Casi todas las relaciones que mantenía en aquel momento de mi vida habían cambiado desde entonces hasta cinco años en el futuro, ya que ni siquiera el nivel de amistad que tenía con algunos era el mismo. Con unos me llevaba mejor que en la actualidad y con otros era justo al contrario. Ninguno de ellos mantenía la misma pareja, y desde luego sus problemas, preocupaciones y forma de actuar también eran distintas dado que eran cinco años más jóvenes.

También me resultó difícil habituarme a las clases en el instituto. Después de haber pasado mi último curso en la Universidad estando de Erasmus, con sólo unas pocas horas de clase a la semana y mucho tiempo de trabajo individual, tener que dar seis clases diarias y obligatorias sin otra alternativa más que asistir era una auténtica tortura. Afortunadamente, casi todo lo que impartían los profesores me resultaba familiar (no todo, había cosas que me sonaban a chino) y además me alegraba poder dedicarme a pintar y dibujar otra vez. Era una afición que había dejado olvidada tras terminar el bachillerato artístico, y eso era algo de lo que siempre me había arrepentido. Tal vez ahora tuviera la oportunidad de enmendarme.

Respecto a Javi... intenté ver las cosas desde el punto de vista más positivo posible. Salir con él era algo que había decidido hacer y no servía de nada lloriquear y compadecerme a mí misma continuamente. Sí, detestaba a Javi. Y sí, me había hecho mucho daño y era alguien a quien prefería no tener que ver. Pero todo aquello todavía no había ocurrido y yo sabía que en aquel momento Javi me quería y se preocupaba por mí. Así que me esforcé en no verlo como al malo de la película.
Fue muy difícil. Cada vez que me miraba o me tocaba mi primer impulso era apartar la mirada o escapar a su contacto. Me resultaba duro confiar en él y contarle mis cosas, y me dolía fingir quererlo cuando no era así. Sin embargo, cuando conseguí mirarlo sin sentir la urgencia de propinarle un puñetazo en la cara (totalmente merecido por todo lo que me había hecho/me haría pasar) consideré que estaba mejorando y avanzando en el proceso de inmunizarme a la extrañeza y a la incomodidad de la situación en la que me encontraba.

En casa también tuve problemas al adaptarme a mi antiguo orden de vida. Ya no tenía veinte años, sino que ni siquiera era mayor de edad, y las libertades y privilegios de los que por fin gozaba en la actualidad allí todavía no estaban ni en proceso de negociación. En realidad aquello no me importaba demasiado; no es que estuviera loca de ganas de salir con mis amigos o con Javi, por lo que adquirí el hábito de ir a la Biblioteca Pública a estudiar o repasar, consciente de que era muy importante que mi media del bachiller no bajara, con miras a la futura selectividad.
También advertí que mis padres a veces me observaban extrañados y de vez en cuando me parecía oírlos cuchichear sobre mí, aunque no estaba segura al cien por cien. Tenía que recordarme a mí misma que debía actuar de acuerdo con la edad que se suponía que tenía, pero era complicado comportarme de forma distinta. Sin embargo, era consciente de que tenía que dar el pego de forma convincente. Mis padres, sin duda ninguna, habrían notado el cambio que se había operado en mí y se debían estar preguntando qué me sucedía. Sólo esperaba que no recurrieran a hipótesis demasiado estrafalarias para intentar explicar mi inexplicable transformación. Con un poco de suerte lo achacarían a una pronta maduración.

Todos aquellos cambios de los que tenía que estar pendiente, todas las cosas que tenía que tener en cuenta y todos los aspectos de mi comportamiento que debía vigilar y controlar me hacían acabar el día completamente agotada. Cuando terminaba de estudiar encendía el ordenador y me plantaba en el messenger a la espera de que Daniel se conectara para hablar con él.
Era el mejor momento del día, el único en el que podía dejar de pretender ser alguien que ya no era era y ser yo misma con total libertad. Casi con toda seguridad a él le debían extrañar la confianza y la naturalidad con la que me dirigía hacia él, pero pocas veces daba muestras de estar sorprendido. En realidad, apenas dejaba traslucir sus sentimientos. Era más tímido y reservado, si cabe. Y desde luego, mucho más parco en palabras. Pero al menos conseguía comunicarme con él y con eso ya me daba por satisfecha. Le preguntaba cómo le había ido el día y lo que había hecho, y luego yo le contaba el mío. Esa parte de nuestra conversación, al menos, no se diferenciaba mucho de las actuales. Después le hacía preguntas acerca de él, y él intentaba que yo le contestara a alguna sobre mí, sin mucho éxito la mayoría de las veces. Me llamaba "la chica misteriosa" y eso me hacía gracia.

También empecé a dedicar gran parte de mi tiempo a las conjeturas, en un intento de encontrar el motivo que me había desplazado cinco años atrás y ya de paso, una solución para volver a mi tiempo real. Barajé miles de posibles explicaciones, cada cual más absurda y delirante que la anterior. A pesar de mi ateísmo consideré la intervención divina e incluso contemplé la idea de ir a la iglesia durante unos minutos antes de descartarla. ¿Dios me había castigado, o quería que aprendiera algún tipo de lección? ¿Había descubierto, desafortunadamente, un agujero de gusano en el espacio-tiempo que me había trasladado hasta allí? ¿Era cosa de magia, o de un experimento científico fallido? ¿Alguien me había lanzado una maldición? ¿Estarían interfiriendo en mi destino fuerzas cósmicas astrales que iban más allá de mi conocimiento plano y mortal? ¿Me habían abducido los extraterrestres?

Tras mucho pensar sobre las múltiples posibilidades que se presentaban ante mí y mucho darles vueltas, intentando no tener en cuenta lo increíblemente ilógico de la mayoría de ellas, después de buscar e investigar en internet, se me ocurrió algo. Pero para ello, iba a necesitar dinero. Y con mi pequeña fuente de ingresos caseros (es decir, mi paga) no me llegaba ni siquiera a la mitad.

Iba a tener que empezar a ganarme el pan.

lunes, octubre 12

Hacia atrás en el tiempo (9)

Abrí los ojos sin necesidad de que el despertador sonara o de que nadie me llamara. Kiko ronroneaba a mi lado, sobre mi almohada, roncando levemente. La habitación estaba a oscuras y una luz mortecina se filtraba a través de las rendijas de la persiana. No me moví; me quedé en la misma posición, mirando al techo, arropada por el silencio y la reconfortante sensación de seguridad y calidez que me invadía en aquel instante.

Hasta que un pensamiento atravesó mi mente como la hoja afilada de un cuchillo, dejándome casi sin respiración. Dios. La había cagado, y mucho. ¡No, no y no! ¡Joder! ¿Por qué no lo había pensando un poco más antes de hacer aquella gigantesca tontería? Me pareció que se me veía el mundo encima.

Movida por un impulso fruto de la desesperación y la ansiedad había cometido un error que podía llegar a ser fatal: había agregado a Daniel al messenger. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? ¡Eso modificaría mi futuro! No debía haberlo hecho. No podía hablar con él. ¿Qué pasaría si mañana, en una semana, o en un mes, volvía de nuevo a mi tiempo real? ¿Qué pensaría Daniel si hubiera hablado conmigo cinco años antes de conocerme por primera vez? No, no. Tenía que arreglarlo.

Me levanté de la cama y volví a enceder el ordenador. Mientras esperaba nerviosa a que se abriera el messenger, sin embargo, tuve una revelación. Sí... sí, aquello podía ser factible. Sí, ¿por qué no?

No podía hablar con Daniel como yo misma... pero podía hacerlo como otra persona completamente distinta. Estaría mintiendo... pero necesitaba hablar con él de cualquier modo, aunque eso implicara cierto engaño. ¿Qué más da?, me dije. En cinco años se habría olvidado de mí, casi con toda seguridad. En mis planes no entraba la posibilidad de quedarme indefinidamente atrapada en mi pasado, desde luego que no.

Entré en mi messenger como no conectado y sin prestar atención a nada más, borré a Daniel de mi lista de contactos. Acto seguido accedí a la página principal de hotmail y me creé una nueva cuenta diferente. Puse mis datos, entré en ella y entonces volví a agregarlo. Cabía la posibilidad de que a Daniel le mosqueara todo aquello de que lo agregaran varias personas a quien no conocía y no aceptara mi solicitud, pero para eso sólo me quedaba cruzar los dados y rogar al cielo que aquello lo sucediera.

Escuché entonces unos pasos que se dirigían a mi habitación. Apagué la pantalla del ordenador y me metí rápidamente en la cama, quedándome muy quieta cuando la puerta se abrió y mi madre apareció en el umbral.

- ¿Estás despierta, cariño?
- Sí.- respondí.

Mi madre se acercó y se sentó a mi lado sobre la cama.

- ¿Cómo estás?
- Mejor.
- Había pensando en pedirte cita en el médico...
- No hace falta, mamá. Estoy mucho mejor. ¿Qué hora es?
- Las ocho y media. ¿Te vas a levantar ya?
- Sí.

Mi madre me dio un beso en la frente y salió de la habitación. Tras acariciar a Kiko y rascarle suavemente detrás de las orejas me levanté de nuevo y volví a sentarme en la silla del ordenador. Contuve un bostezo y maximicé la ventana del messenger, quedándome paralizada al ver en mi lista de contactos a alguien conectado. La única persona a la que tenía agregada en mi nueva cuenta. Mi estómago me abandonó en aquel instante.

¿Por qué me ponía tan nerviosa? Llevábamos saliendo ya más de nueve meses. Y sin embargo me sentí como la primera vez que te atreves a dirigirle la palabra la chico que te gusta... lo cual, hasta cierto punto y dadas las circunstancias, era más o menos verdad. Los dedos me temblaban cuando me decidí a decirle algo.

"hola"

Me retorcí las manos mientras esperaba a que me contestara. Intenté tranquilizarme pensando que al fin y al cabo, seguía siendo la misma persona de quien estaba enamorada.

"buenas noches"

Sonreí. Era el mismo.

"antes de decir nada más, tengo que contarte una cosa importante xD no sabes quién soy y no me conoces, así que te debo una explicación"
"adelante"
"como ya he dicho, no sabes quien soy, pero yo sí sé algunas cosas de ti. me resultas alguien interesante, y por eso te he agregado. me encantaría poder hablar contigo, así que espero que no te moleste todo este misterio"
"esto... es un poco extraño. pero resulta intrigante. me daras alguna pista acerca de ti?"
"puede, ya veremos xD"
"de acuerdo. puedo saber al menos de donde eres, o como te llamas?"

Medité mi respuesta. No pensaba decirle de donde era, aún, y en cuanto al nombre... de alguna forma tendría que llamarme. Decirle mi nombre, o mi nick del foro, era demasiado arriesgado. Tendría que inventarme alguna cosa.

"llámame isis"
"te llamas asi?"
"no :P"
"ya veo"

Oí que mi madre me llamaba para cenar.

"tengo que irme. ya hablaremos la próxima vez que te vea por aquí, daniel."
"como sabes mi nombre?"
"te dije que sé algunas cosas sobre ti :P"
"que misterio! bueno, hasta otra, isis"
"bye bye"

Desconecté el messenger y apagué el ordenador.

Me quedé con una sonrisa en los labios, quieta en la silla, durante unos minutos antes de ponerme en pie. No iba a poder hablar con Daniel tal y como lo hacía siempre, pero aquello prometía ser interesante. Era un juego divertido de llevar a cabo y así podría aprovechar y conocer más de la persona que Daniel había sido cinco años atrás.

Me sentía además con fuerzas renovadas. La situación en la que me encontraba al menos ya no me parecía tan horrorosa como antes. Aquel fue el primer pensamiento positivo que tenía desde mi inexplicable salto temporal .

domingo, octubre 11

Hacia atrás en el tiempo (8)

El resto del día lo pasé sin apenas hablar, intentando prestar atención a las clases para evitar pensar en cosas desagradables. Por fortuna, las clases en las que debía pintar o dibujar eran más entretenidas y más adecuadas para evadirme de la realidad. Incluso disfruté con ellas; había olvidado lo mucho que me gustaba hacerlo, a pesar de estar bastante desentrenada. Me puse el mp3 y me concentré en las suaves pinceladas y en los colores brillantes.

Tuve otro recreo más, en el que Javi me presentó a su amigo Vicente. Vicen... fuimos buenos amigos, él y yo, aunque en la actualidad apenas hablamos. El caso es que lo echaba un poco de menos. Vicen era una de las personas más buenas, inocentes y graciosas que había conocido y me gustó volver a hablar con él, empezando desde cero de nuevo.

A la salida de clase, a las tres menos veinte del medio día, Javi me esperaba en la puerta del instituto. Se ofreció a llevarme a casa en coche, pero yo lo rechacé de la forma menos ofensiva que pude. Quería librarme de su presencia cuanto antes para así disfrutar de unos pocos minutos de autocompasión e intentar librarme del mal sabor de boca que me habían dejado los recientes acontecimientos. Él insistió un par de veces más, pero finalmente dejó el tema y ambos, cogidos de la mano, subimos la cuesta mientras él hablaba de cómo habían ido sus clases y yo me limitaba a escuchar a medias sus palabras.

Una vez que Javi se montó en el coche de su padre, quién me saludó con la mano desde dentro del vehículo, me dirigí cabizbaja hacia la parada del autobús. Tararee en voz baja cada canción que sonaba a través de los auriculares en mi trayecto de camino a mi casa, reprimiendo a duras penas las ganas de llorar. Observé que la gente me miraba raro, pero no me importaba. Hubiera deseado poder dar rienda suelta a mi llanto y poder gritar para así intentar liberar algo de la frustración que me corroía por dentro. No podía dejar de preguntarme cuánto iba a durar aquello y no sabía lo que iba a ser de mí si aquel viaje al pasado no terminaba pronto.

Llegué a casa cuando mi hermano estaba terminando de poner la mesa para almorzar. Apenas probé bocado, pues tenía el estómago revuelto y no tenía apetito. No hablé mucho y contesté con monosílabos a las preguntas que me hicieron mis padres, alegando que me encontraba mal para justificar mi estado de ánimo.

Me marché a mi habitación con la excusa de que estaba cansada y quería dormir un poco, pero lo que hice al cerrar la puerta de mi dormitorio fue encender el ordenador. Tenía una idea en mente, una idea desesperada... que no estaba muy segura de llevar a cabo o no o de cómo hacerlo. Impaciente, inicié sesión en el messenger y una vez hecho, me quedé mirando fijamente la pantalla del ordenador, donde aparecían mis contactos agregados, sin reaccionar. Mis dedos se quedaron suspendidos sobre el teclado, vacilantes...

Me sobresaltó el sonido de alguien al hablarme. Las palabras que Javi me mandaba a través de internet aparecieron en una ventana emergente.

"hola mi anitaaaaa ^^"

Bufé, y minimicé la ventana. No tenía ganas de seguir enfrentándome a él. Busqué con ansiedad en mi lista de contactos, sabiendo que a quien yo quería no aparecía allí por mucho que mirara y esperase. Tampoco estaba ninguna de las personas con las que me encantaría poder hablar en aquel momento para intentar sentirme mejor. Apreté los dientes.

"a que no sabes que? ya te echo de menos..."

Dios, pensé. Alcé los ojos al techo de mi habitación. ¿Por qué no me dejaba en paz? Tecleé rápidamente en su ventana una excusa para librarme de él al menos durante un rato y continué con la mirada clavada en el ordenador. Tenía una sensación de vacío en el estómago y el corazón me latía con rapidez. No sabía si debía hacerlo o no.

Justo en ese instante se conectó mi amiga Mari y vi un rayo de esperanza. Enseguida le abrí una conversación y sin ni siquiera saludar, le dije:

"mari, tengo una pregunta importante. si quisieras agregar a alguien al msn, pero no la conoces en persona, sino que sólo lo has visto por ahí... qué motivo te inventarías para poder agregarlo con legimitidad, sin que suene raro?"

Esperé, golpeando con los dedos sobre la mesa, a que mi amiga me respondiera.

"hola, eehhhh. a que viene esa pregunta? es un poco extraña. es que le has echado el ojo a alguien? no te gustaba ese chaval de tu insti? javi se llamaba, no?"

Solté un taco entre dientes antes de contestarle.

"sí, pero no eso eso. es simplemente que alguien me parece interesante y quiero hablar con él. si te encontraras en mi situación, qué harías?"

Mi amiga se tomó su tiempo en contestar. Mientras tanto, y sin darme cuenta, empecé a comerme las uñas. Literalmente.

"pues no se, tia... yo que se. buscaría algun punto comun como referencia o algo por el estilo... o le diria la verdad, que me resulta interesante. no sé"

No me era de ayuda. Suspiré... y de repente se me ocurrió una idea. Daniel tenía un blog de cerveza... ¿lo tendría ya, o todavía no lo había creado? Tecleé la dirección en la barra del explorador y esperé mientras la página se cargaba.

Error.

La página no existía.

Mierda.

Suspiré otra vez, aunque ahora enfadada. Tenía... también otro blog. ¿Cómo se llamaba...? Recordé el nombre, lo busqué y descubrí que tampoco existía todavía. Volví a soltar una retahíla de palabrotas. ¡No podía rendirme! ¡Necesitaba hablar con él!

Movida por la desesperación y la necesidad, abrí el panel de agregar contactos y escribí su dirección. Dudé un momento antes de hacerlo, pero finalmente me decidí y lo añadí. Ya improvisaría sobre la marcha si se me presentaba alguna dificultad.

Di la vuelta en la silla giratoria y observé mi cama. No me vendría mal echarme un rato. Al menos durmiendo, conseguía desconectar de la realidad. Encaré de nuevo el ordenador para despedirme de Mari y entonces recordé que había dejando a Javi esperando mi regreso. Suspiré por enésima vez aquel día.

"javi... lo siento, pero me encuentro muy mal. tengo fiebre, así que me voy a acostar. ya hablamos después, vale?"
"jo... tenía ganas de hablar contigo... no quieres que vaya a verte? puedo bajar si quieres"
"no... prefiero dormir y descansar"
"affu... bueno... pues hablamos mas tarde. descansa, y ponte buena!"
"gracias. hasta luego"
"hasta luego guapilla ^^"

Me despedí también de Mari y apagué el ordenador. Me desvestí, me puse el pijama y me metí en la cama silenciosamente. Estaba nerviosa, me sentía impaciente y me costaba trabajo tranquilizarme para poder dormir. ¿Cuándo vería Daniel mi invitación para agregarlo? ¿Tendría la misma cuenta o tal vez tenía una anterior? ¿Me agregaría, a pesar de no tener ni idea de quién era yo? ¿Y qué le iba a decir cuando lo viera conectado?

Me retorcí varias veces bajo las sábanas, cambiando de posición. Finalmente el cansancio pudo conmigo y logré calmarme. No pasaron muchos minutos desde que bostecé por primera vez hasta que me quedé dormida.