viernes, septiembre 27

Oración

Nadine Shah - Dreary Town

Déjanos soñar mientras las noches se oscurecen. Déjanos bailar mientras el planeta se detiene. Déjanos correr mientras los horizontes se transforman. Déjanos celebrar mientras la historia se ennegrece. Déjanos reír mientras la gente llora y muere. Déjanos jugar mientras los niños son maltratados impunemente. Déjanos crecer mientras los animales se extinguen y bosques enteros se queman. Déjanos creer mientras los dioses desaparecen. Déjanos comer y beber mientras los cultivos se pierden. Déjanos amar mientras el odio se extiende. Déjanos compartir mientras la humanidad se empobrece. Déjanos ser humildes mientras el poder y el dinero enfrenta a países. Déjanos viajar mientras las fronteras cambian y la tierra se rompe. Déjanos ser valientes mientras el miedo ahoga. Déjanos aprender mientras el conocimiento se destruye. Déjanos volver mientras derriban nuestros hogares. Déjanos huir mientras las sombras acechan. Déjanos dudar mientras la sociedad nos convence. Déjanos decir la verdad mientras la mentira corrompe. Déjanos llorar mientras la desesperación nos contamina. Déjanos luchar mientras los líderes nos oprimen. Déjanos vivir y morir libres mientras el mundo se derrumba.

[Imagen por NegativeFeedback]

martes, septiembre 24

Larga vida al Rey

El Rey siempre se quedaba dormido con la luz encendida. El trémulo resplandor del candelabro hacía bailar a las sombras, que trepaban por las pesadas cortinas de terciopelo color añil pálido, y tras los cristales las estrellas temblaban a la par. Desde los pies de la cama se podía divisar un mar de ornadas alfombras que cubría, de esquina a esquina, el suelo del dormitorio real. 
Se decía que el rey tenía miedo a la oscuridad desde que, siendo todavía un muchacho, se perdió por la noche durante una cacería en mitad del bosque, pero el hombre allí presente sabía que su temor a la ausencia de luz respondía a otro nombre muy distinto: cobardía. Para él había tres clases de tiranos: los fuertes, los débiles y los estúpidos. Los fuertes aprendían rápido a erradicar la conciencia, o al menos a silenciarla, para poder ser fieles a su credo de maldad. Los estúpidos ni siquiera conocían el significado del concepto moralidad. Pero los débiles no conseguían alejar del todo los remordimientos y sus almas egoístas estaban carcomidas por el fantasma de su propia duda. El miedo que el monarca pretendía alejar con aquella luz se llamaba culpa. El intruso se inclinó sobre la vela y sopló para apagarla.
Todos los muebles, confeccionados con maderas preciosas, tenían ornamentaciones de pan de oro. Los ricos tapices que forraban las paredes, junto a los cuadros enmarcados, tenían motivos de fantasía que hacían volar a la imaginación. El tejido del alfombrado era tan suave que acariciaba los pies al andar sobre él y a través de las ventanas se podía disfrutar de los bellos paisajes que ofrecían los cuidados jardines del palacio. Las mantas eran cálidas y cómodas, las sábanas de los los tejidos más suaves importados. Junto a la cama, en una mesita, reposaba la corona de oro, plata, rubíes y zafiros. Pero para el asesino, aquella soberbia opulencia en vez de llamar a la codicia invocó al hambre. 
Se arrodilló junto a la cama del rey y sacó del interior de la bota derecha un cuchillo. La había elegido a conciencia, puesto que aquella era el arma que usaba para sacrificar a los animales de su ganado cuando les llegaba el momento y aquello también era un sacrificio: Sin embargo, el sacrificado no era el monarca sino él mismo. Era consciente de que a partir de esa noche, si lograba escapar vivo después de darle muerte al Rey, él también tendría que encender un candil para poder conciliar el sueño. 
- Alguien tiene que hacerlo.- se dijo por enésima vez.
El justiciero levantó el cuchillo en el aire y con un movimiento experto le cortó el cuello al monarca. No hubo gritos ni forcejeos; tan sólo el borboteo de la sangre al abandonar el cuerpo.
- Larga vida al Rey. 

[Imagen por Seykloren]

lunes, septiembre 23

Gritando

A Siane le gustaban las noches sin luna. La ausencia del astro nocturno y su luz plateada borraban los rastros de las posibles presencias, tanto reales como ilusorias, y la chiquilla apreciaba, en una actitud extraña para su edad, la soledad y el silencio reinantes cuando ya todos se habían ido a dormir. En la total oscuridad de las noches de luna nueva ni siquiera las siluetas de sus hermanas, acurrucadas en las camas vecinas, eran perceptibles, y a Siane le encantaba imaginarse sola. Muchas veces esperaba a escuchar la respiración acompasada de Lilian y Briola para disfrutar de aquella sensación de abandono.
Pero aquella noche en particular Siane no estaba despierta por capricho. Era noche cerrada cuando su madre la levantó con prisas de la cama y la obligó a sentarse en el comedor, delante de una mujer que se retorcía las manos con un nerviosismo rayante en la histeria y los ojos húmedos y enrojecidos. La niña la conocía. Francine era madre de una de sus compañeras en la escuela y estaba casada con un rico comerciante del pueblo. Tanto ella como su marido habían acudido más de una vez a su casa para hacerle preguntas, pero nunca con tanta urgencia ni a aquellas horas. Sin ser demasiado conocedora de la psicología humana, la pequeña pudo notar la desesperación de la que era víctima Francine. Sus gestos espasmódicos y su expresión angustiada la asustaron; nunca se había enfrentado a una emoción tan intensa.
- Cariño, la señora Maude tiene una pregunta muy importante que hacerte.- dijo su madre, sentándose al lado de la visitante y cogiéndole la mano.
Su padre, en una esquina de la habitación y con los brazos cruzados sobre el pecho, esgrimía su semblante habitual: serio y preocupado.
- Adelante, señora Maude.- la animó su madre.
Francine asintió con un suspiro entrecortado. Cogió aire, y al mismo tiempo valor, para formular su pregunta.
- Hace ya tres días que mi marido debería haber regresado a casa, pero no sé nada de él desde que me mandó carta en Ponté. ¿Va a volver Simon?
Las voces de su cabeza respondieron alto y claro y ella se limitó a comunicar la respuesta.
- No.
Un grito desgarrador escapó de labios de la mujer, que se llevó las manos a la cara para esconderse tras ellas. Comenzó a sollozar violentamente, balanceándose de forma precaria sobre la silla.
- ¿Qué le ha pasado al señor Maude, Siane?- preguntó entonces su madre, que abrazaba a la dolorida y desconsolada Francine.
Siane escuchó atentamente durante unos minutos antes de volver a hablar.
- Simon conoció en Ponté a un hombre de negocios con el que cerró un buen trato. Este hombre se ofreció  a compartir con él transporte hasta aquí, ya que tenía cuentas pendientes en el pueblo, para que les saliera a ambos más barato. Pero ese hombre contrató, antes de salir de Ponté, a unos bandidos para que los atracaran en el camino. Los bandidos mataron a Simon y el hombre se quedó con todos los beneficios del trato.
Francine gritó horrorizada y lloró con más fuerza tras escuchar aquello. Siane no pudo evitar levantarse de la silla para retroceder, espantada, ante los chillidos y los gemidos de la señora Maude. Para ella las noticias recibidas no eran tan trágicas; las voces siempre contestaban a todas las preguntas de forma aséptica y desapasionada. Sus padres se miraron: su madre, afligida, sin saber qué hacer. Su padre gruñó y se descruzó de brazos.
- Voy a sacar el carro para llevarla al pueblo. Iré a ver a Dalais para que le de algún calmante.
- Dalais estará dormida...
- Pues la despertaré. ¿Se te ocurre algo mejor?
Su madre negó con la cabeza. Instó a Francine a incorporarse y la ayudó tirando de ella. A la señora Maude le fallaron las piernas cuando por fin estuvo en pie.
- Siane, vete a la cama.
La niña asintió y se encaminó hacia la puerta.
- Espera...- Francine había extendido una mano hacia ella. Su rostro era una máscara temible de dolor y lágrimas.- El cuerpo... de Simon...
- ¿Sí?
- ¿Puedo recuperarlo?
- No.
- ¿Qué ha sido de él?
Antes de que pudiera decir nada, su madre le hizo un gesto brusco y replicó con firmeza.
- ¡Basta ya, Francine! No creo que saber los detalles te haga ningún bien.
La señora Maude gimoteó y protestó débilmente, pero su madre, sin piedad, cargó con ella fuera de casa. Poco después Siane escuchó los relinchos inquietos de los caballos y el ruido del carro al ponerse en movimiento.
Sin embargo, la niña no se fue a la cama sin contestar a la pregunta de Francine. El destino sufrido por el cuerpo del señor Maude fue un susurro que nadie oyó, pero a ella eso no le importaba. Sabía que si callaba alguna respuesta, las palabras murmuradas por las voces crecerían en su cabeza hasta convertirse en gritos insoportables que no se silenciarían jamás. Y ese era el verdadero motivo por el que no podía mentir.


[Imagen por tatasz]

sábado, septiembre 21

IASADE -117-

Malick y Emma ya estaban esperando en Piazza d’Armi cuando Amiss se presentó allí, puntual como un reloj. Los dos extranjeros, por eso de que hablaban el mismo idioma, se habían hecho inseparables y siempre acudían juntos a cualquier lado. El estadounidense era de piel oscura, pelo más negro aún y ojos de un marrón cálido que inspiraban seguridad, mientras que la chica escocesa era su antítesis, pálida de piel, pelo rubio casi blanquecino y ojos claros y brillantes. Ambos interrumpieron su charla cuando la vieron acercarse y se pusieron en pie para saludarla con un apretón de manos. Ninguno de ellos tenía como costumbre los besos en las mejillas más propios de los mediterráneos y los latinos.

- ¿No ha venido nadie más?- preguntó, a pesar de que la respuesta era obvia.

La Mediadora ya se había dado cuenta de que las preguntas retóricas eran bastantes frecuentes entre los humanos, y muy útiles a la hora de rellenar silencios incómodos.

- No, aunque nosotros acabamos de llegar.

Amiss se sentó con ellos, sonriente y sin tener idea de qué más decir.

- ¿Vives cerca de aquí?- le preguntó Emma. Su italiano era vacilante e imperfecto.
- Sí, vivo ahí al lado. ¿Veis ese edificio que hace esquina, junto al paso de peatones? Pues el mío es el contiguo. ¿Vosotros donde vivís?
- Un poco más lejos, de camino hacia el centro. Tenemos que coger el autobús para venir a la Facultad.
- Sí.- corroboró Malick, asintiendo con la cabeza.
- Los dos vivimos cerca, así que siempre venimos juntos.
- Espero que Isaac no tarde…- musitó, y lo decía con total sinceridad. Sin su usuario ni Mikäh cerca, se sentía incómodamente desprotegida.- Él vive cerca también, no debería retrasarse mucho.

Cinco minutos más tarde, Isaac y Florian aparecieron en la plaza. El chico italiano sonreía despreocupadamente, como era costumbre en él, y por un segundo Amiss tuvo que recordarse a sí misma de que, oficialmente, ella todavía no lo conocía. Se incorporó después de que lo hicieran Malick y Emma y se obligó a mantener la calma.

- Perdón por la tardanza.- dijo Isaac nada más detenerse ante ellos.- Este impresentable se demoró… acicalándose.
- ¿Acicalándose…?- inquirió Emma, sin entender la palabra.- What does it mean?- le preguntó al estadounidense.
- It means to groom.- respondió Ángela.

Y sólo al advertir la fugaz sorpresa en las caras de los demás, Amiss se dio cuenta de que sin querer, había contestado en inglés en vez de en italiano.

- ¿Hablas inglés?- preguntó Malick, en su propio idioma.
- Sí…- contestó ella, a ojos de los mortales roja como un tomate por el desliz que había cometido.- Sí, claro, ¿quién no habla inglés? Las escuelas bilingües hacen maravillas y en España es de las pocas formas que tienes que terminar hablándolo y no chapurreándolo. ¿Verdad, Isaac?
- Desde luego.- asintió él.- O aprendes en una escuela bilingüe o en una academia, no hay otra manera.
- ¡Bueno, estupendo!- interrumpió Florian.- Si alguien de mi clase me pregunta dónde se dan clases particulares de inglés, se los enviaré a Ángela directamente. Porque tú te llamas Ángela, ¿no? Como Isaac no nos ha presentado…
- ¡Cierto, lo siento! Florian, esta es Ángela y Ángela, este es Florian.
- Encantado de conocerte.- dijo él, plantándole dos besos decididos en la mejilla.
- Igualmente.
- Y estos son Malick, de Estados Unidos, y Emma de Escocia.

Florian los saludó a ambos con un apretón de manos.

- Genial.- dijo.- ¡Ahora seguidme! Vamos a echarle a un ojo a ese bajo.

El lugar en cuestión estaba cerca, por lo que fueron andando. Por el camino Florian les contó que el bajo antes había sido el antiguo trastero de un propietario particular, y que aparte de ser bastante espacioso también tenía una pequeña habitación con un fregadero y una pequeña despensa vacía, por lo que tenían sitio de sobra para llevar comida o cualquier otra cosa que requiriera almacenamiento. Gracias a la fluida conversación del italiano, a sus constantes bromas y charla alegre, no tuvo que preocuparse por dirigir el destino de la conversación y pudo limitarse a asentir, a reírse, a hacer alguna que otra aportación modesta y a deleitarse con los enormes árboles que flanqueaban toda la avenida Viale Luigi Merello. Isaac parecía de bastante buen humor, y eso la animaba. Sólo habían pasado dos semanas y el cumplimiento de su Ambición todavía quedaba muy lejos, pero Amiss ya se había dado cuenta de que el joven era todo un luchador.

La persiana metálica del bajo necesitaba una mano de pintura nueva tanto o más que el propio edificio que le daba alojamiento, ya que a pesar de ser parte de un barrio residencial muy elegante estaba bastante descuidado. El quejido chirriante de la persiana al ser levantada por Florian quebró la tranquilidad que bañaba aquel silencioso lugar, haciendo que Amiss se sintiera como una intrusa. Isaac, por el contrario, estaba más que impaciente, y fue el primero en asomar la cabeza antes de que su compañero encendiera las luces. Era cierto que el sitio era espacioso, y daba para que seis u ocho personas pudieran trabajar a sus anchas. Aunque el suelo estaba sucio y el polvo se respiraba en el aire, el lugar tenía potencial.

- El dueño me ha dicho que mientras que no hagamos grafitis en las paredes, tenemos luz verde para pintar si queremos hacer el lugar un poco más acogedor… y creo que no le vendría nada mal.- comentó Florian.
- Tampoco le vendría mal un buen limpión.- añadió Emma, frunciendo la nariz.- A saber cuánto tiempo lleva esto sin ventilarse…
- Obviamente esto necesita un apaño general, pero… ¿qué os parece? Nos dejan el alquiler a doscientos euros al mes… así que si somos ocho, nos sale a veinticinco pavos por cabeza. Barato, ¿eh?
- ¿Y si se quiere apuntar alguien más?- preguntó Malick.- El sitio es grande, pero no sé si cabremos aquí dentro diez personas…
- Dudo mucho que alguien vaya a venir todos los días a trabajar aquí, así que he pensado en hacer turnos. De momento no es necesario, pero si surge algún otro interesado creo que es un buen método para que estemos cómodos.
- ¿Cómo vamos a traer las cosas hasta aquí?- inquirió Isaac, que se había colocado junto a la entrada.- No está lejos, pero hay un paseo bonito.
- Tengo un colega que tiene coche, y ya me ha dicho que nos lo presta para hacer mudanza de trastos.

Amiss asentía de forma automática a las palabras de los demás sin prestarles demasiada atención, absorta en las emociones que podían sentirse en aquel lugar: tristeza y decepción. No tenían demasiada fuerza y se limitaban a reptar por las sombras más oscuras de la estancia, huyendo de la luz, reacias a desaparecer. Era posible que fueran fruto de algún proyecto de futuro que no había salido bien o fantasmas de Ilusiones, Aspiraciones, Sueños, Ambiciones, Deseos y Esperanzas que ningún Mediador había podido cumplir. El ser consciente de aquello, sin embargo, en vez de desanimarla tuvo el efecto contrario: se alegró de poder ser partícipe de algo que por fin podría desterrarlas. Florian dio una palmada y se frotó las manos.

- Pues ya que todos estamos de acuerdo… quiero decir tres cosas. La primera es que espero no tener sorpresas desagradables a fin de mes cuando toque poner la pasta. La segunda, que mañana por la mañana quedaremos en Piazza d’Armi para hacer el traslado de material. Y por último… ¡sugiero que lo celebremos! Hay que inaugurar esto con una cerveza como Dios manda, así que propongo que vayamos a comprar unas birras y unas patatauelas…
- What does patatuelas mean?
- Chips.
- … y luego a mi casa, a echar el rato. ¿Qué os parece?

Aquella parte de la conversación sacó a Amiss de su ensimismamiento, que se giró bruscamente a la ferviente espera de que alguien se negara. Malick sonreía de oreja a oreja, Emma levantó los pulgares hacia arriba en señal más que afirmativa e Isaac se volvió hacia ella con expresión interrogante.

- Por mí genial. ¿Te vienes, Ángela?

Con un nudo en la garganta, de repente Amiss no supo qué decir y no pudo más que sacudir la cabeza negativamente.

- No… no puedo.- balbuceó.- No puedo, mi avión mañana sale muy temprano…
- No vamos a quedarnos de fiesta hasta las tantas, y todavía es temprano.- dijo Malick.
- Ya, pero no… no tengo hecha la maleta, tengo muchas cosas que preparar…
- Quédate solo un rato y luego te vas. No me dejes a solas con estos colgados.- pidió Emma.

Florian se acercó hacia ella, con las manos juntas en actitud suplicante.

- No te conozco apenas, pero no me da ninguna vergüenza arrastrarme para ponerte en evidencia. Si hace falta puedo incluso hasta llorar, te lo digo muy en serio.

Completamente acorralada y bloqueada, Amiss miró a Isaac en busca de ayuda. Pero el joven le sonreía de forma alentadora.

- Anda, ven un rato. Por favor.

Pensó en Mikäh, y supo que el alma blanca la habría animado a acudir, acompañando su opinión de mofas y risas, pululando a su alrededor y llamándola cobarde. A pesar del miedo, la Mediadora sabía que en aquello consistía su tarea. Y que cumplir la Ambición de Isaac no era tarea fácil; no debía desaprovechar las oportunidades que le surgían para acercarse a él y ganarse su confianza.

- Vale. Iré un rato. Pequeño.- cedió, rindiéndose.
- ¡Genial!-exclamó el italiano.- Hay por aquí cerca un supermercado, podemos pasar por allí de camino a mi casa y…

Isaac se sacó un billete de cinco euros del bolsillo y se lo entregó a Florian.

- Compra lo mío y lo de Ángela con ese dinero.
- Pero si yo no quiero beber…- interrumpió Amiss.
- ¿Cómo no vas a beber? ¿Y con qué vas a brindar, con agua? No digas tonterías.- el chico rechazó sus palabras con un gesto de mano.- ¿A dónde vais?
- Voy a acompañarla a su casa para ayudarle a llevar sus cosas de pintar al piso. Para traerlas nosotros mañana hasta aquí.
- Vale, pero no tardéis demasiado.

Isaac asintió y haciendo un movimiento de la cabeza, instó a Ángela a salir del bajo. Amiss suspiró, y deseó que Mikäh estuviera allí con ella.