jueves, marzo 31

Lejos, y cada vez más

A veces me gustaría encoger para colarme por los estrechos pasadizos fugaces que surgen de repente entre dos coches, en medio de dos árboles, entre las grietas de una pared o entre dos personas que se adelantan en una calle concurrida de gente. Y me pregunto si, en caso de conseguir cambiar mi tamaño y atravesar esos efímeros espacios de existencia limitada, los huecos se convertirían en puertas a realidades diferentes.
Me gustaría poder deslizarme por las volutas de hierro en las esquinas de verjas o vallas metálicas, darme un baño en un vaso de agua y comerme un trozo de queso más grande que yo misma. Me encantaría esconderme en las junturas de los ladrillos y tumbarme allí a tomar el sol con las lagartijas, perderme dentro de un seto creyendo que me encuentro en un bosque gigantesco, dejarme caer encima de un montón de canela para impregnarme todo el cuerpo de su aroma dulce y seductor.
Aunque, a escala tan pequeña, el mundo se convierte en un lugar infinitamente mayor... y con ello también la distancia que siempre nos ha separado y sigue siendo imposible de acortar.
[Imagen por tahra]

Chaos

- Ana.
- Mmm.
- ¡Ana!
- ¿Mmm?
- ¿Qué haces?
- Juego.
- Eso ya lo veo. Pero ¿cómo puedes jugar teniendo la habitación así?
- ¿Así cómo?
- Así de mal.
- No está tan mal.
- Está todo por medio. Tienes ropa sobre el respaldo de dos sillas diferentes, amontonada y encima mal colocada, arrugándose toda. Varios pares de zapatillas que deberían estar guardados en el armario. Pósters, cds, papeles varios y libros sobre las mesas. Lápices, reglas y compás, botes de pintura y el bolso ahí tirado. El peluche ese no sé qué pinta ahí, y... ¿¿eso es un paquete de sal?? Esa taza de infusión la tienes desde hace dos días por lo menos. Y para colmo, ¿desde cuándo no limpias el polvo?
- Bueno... no es para tanto, mamá. Ha estado peor.

[Imagen por Tomiokajiro]

miércoles, marzo 30

IASADE -69-

Pánico... sentía puro y simple pánico, otra emoción humana que había olvidado por completo. Sin su arma, un Nocturno estaba incompleto. Un alma negra podía fracasar, podía incluso permitirse el lujo de ser eliminado, pero jamás podía perder su arma, y esa era una de las primeras normas que le enseñó Satsza tras su despertar. Satzsa... se estaba acercando rápidamente, la estaba buscando y Cassia podía presentar su ira. Por unos segundos se vio tentada de huir y esconderse.

La Diablesa descendió sin hacer ningún ruido, justo detrás de ella, y habló con una voz controlada que pretendió sonar suave y tranquilizadora.

- Te estaba buscando, pequeña.
- Pues aquí me tienes.- dijo Cassia, girándose hacia ella. Sus ojos anaranjados eran verdaderamente temibles, y la sonrisa de sus labios tensa y rígida. De repente le parecía más grande, y sumamente amenazadora. Por primera vez, Satzsa le dio miedo.
- ¿Qué ha pasado aquí? Hueles... de forma muy extraña.
- He tenido un encontronazo.

Cassia quiso morderse la lengua para no hablar. No quería delatar a Mikäh, y no entendía porqué: era una simple luciérnaga, y además una luciérnaga ladrona que se había marchado con su cimitarra.

- ¿Con quién?- susurró ella, peligrosamente.

Advirtió que, de forma inconsciente, había retrocedido un paso atrás.

- Con Ael.
- No me mientas, Cassia. ¿Me tomas por imbécil? No hueles a Ángel, no hay ni rastro del palomo por aquí. ¿Quién?

Cassia sólo pudo negar con la cabeza. Estaba en un callejón sin salida.
Satzsa siseó, rabiosa, y corrió hacia ella tan rápido que Cassia no tuvo tiempo de escapar. La Diablesa la agarró por el cuello, clavándole las uñas en la piel, ondeando furiosamente la cola de un lado a otro. El odio le fulguraba en los ojos como una llama ávida.

- Vaya, vaya... veo que has perdido tu preciosa cimitarra. Muy mal, pequeña, muy mal. ¡¿Es que no recuerdas mis lecciones?!

Su grito, torturado por la ira, hizo eco en el propio aire.

- Me la han robado.
- ¿Quién, Cassia?
- ¡No quiero decírtelo!
- ¿Y por qué no? ¡¿A quién proteges?! ¿Es que acaso te has hecho amiguita de tu enemiga la luciérnaga?
- ¡No!
- ¿No?- Satzsa parpadeó, un tanto confundida.- Así que no se trata de ella... ¿de quién entonces, eh?- la Diablesa le tiró del pelo hacia atrás y le olió el cuello con la boca entreabierta, casi jadeante.- Apestas a miedo... e incluso a amor... Estás perdida... ¡¿Cómo has podido permitirlo?!

Y la tiró al suelo de un rodillazo en el estómago. Cassia se revolvió velozmente, alejándose de ella. Satzsa estaba fuera de sí.

- ¡Así no me sirves para nada! Tendré que encerrarte de nuevo... y esta vez mucho tiempo, mucho más tiempo.
- No. ¡No dejaré que me encierres!
- Es por tu bien, Cassia. Te estás perdiendo, te estás debilitando. Si vienes conmigo por las buenas no tendré que hacerte daño. No quiero hacerte daño, pequeña...
- Eres una mentirosa. ¡Mentirosa!- Cassia subió de un salto al muro de ladrillo que delimitaba los jardines.- No me vas a encerrar, ni vas a volver a utilizarme.
- Piensa lo que estás diciendo, Cassia...
- ¡No! ¡Me largo!
- ¡Estúpida!- explotó la Diablesa.- No puedes huir de mí, ¡me perteneces! ¡Eres mía, yo te convertí en lo que eres ahora!

Cassia se dio la vuelta y, tan rápido como le era posible, escapó de allí. Sin dirección, sin objetivos, sólo para poner la máxima distancia entre Satzsa y ella.

- ¡Te encontraré allá donde vayas! ¡¡Me perteneces, Cassia!!

lunes, marzo 28

IASADE -68-

El alma blanca apretó los dientes, con el rostro desfigurado por la ira más auténtica que Cassia había visto jamás en un perteneciente al mundo de la luz. Se aproximó a ella, sujetando la espada a pocos centímetros de su pecho.

- Me llamo Mikäh, y soy un ángel de la guarda. No soy un verdadero Ángel, pero esa es mi función y a ello se deben las alas. Fíjate bien en mí, porque voy a ser yo quien acabe contigo de una vez. No permitiré que le hagas daño.

El alma blanca apoyó la punta del arma bajo su cuello, sobre la piel desnuda, haciéndole sentir una dolorosa quemazón que le arrancó un grito... y también un par de lágrimas, una por cada ojo. Aunque las lágrimas no tenían nada que ver con el dolor. De hecho, Cassia no tenía ni idea de dónde habían salido. Por un instante, y por primer momento desde su despertar como alma negra, dejó de ser una Nocturna. Por unos segundos, dejó de sentir odio, recordó cómo era tener un corazón vivo latiendo en su interior y rememoró los cientos de emociones humanas... emociones que la ahogaron, entremezcladas unas con otras, confundidas en un todo estremecedor.

- Jamás podría olvidarte.- dijo, sin saber muy bien porqué.- Y tampoco querría, aunque deje de existir para siempre.

Mikäh aflojó la presión de la espada y la quemazón disminuyó, al mismo tiempo que en sus ojos pardos aparecía una expresión de total y absoluta incomprensión y sus pies retrocedían un paso. Cassia, allí plantada, tampoco supo cómo reaccionar. Los dos se miraron fijamente sin decir nada durante lo que pareció una eternidad.

Un ligero aroma almizcleño se mezcló con el perfume salobre del aire, alertándola, haciendo que todos los músculos de su cuerpo se pusieran en tensión. El alma blanca lo notó, y apretó los nudillos en torno a la empuñadura de la espada.

- Es ella. ¡Vete!
- ¿Ella, quién?
- Mi Diablesa. ¡Joder, vete de aquí antes de que llegue!
- ¿Por qué...?
- ¡Yo qué sé! ¡Lárgate!

Mikäh le dedicó una última mirada atónita y agitó sus alas mecánicas para marcharse volando de allí. Cuando el alma blanca se perdió entre la oscuridad de la noche, Cassia recordó que se había llevado su cimitarra.

domingo, marzo 27

IASADE -67-

- Eres la otra luciérnaga que estaba con Amiss, la de las alas falsas.- dijo Cassia en un susurro apenas audible, sintiendo que de repente temblaba de la cabeza a los pies, y no por temor.
- ¡Bingo! Veo que ya me has echado el ojo... sé que soy irresistible, pero siempre he pensado que a los condenados os iba más el rollo sado y tenebroso, no sé porqué.
- ¿Vamos a estar un rato de cháchara antes de que acabes conmigo?
- En realidad, sí. Tengo curiosidad respecto a unas cuantas cosas y me gustaría pedirte que tuvieras el favor de contestarme con sinceridad antes de que te clave la espada. ¿Te parece bien?
- No mucho, la verdad, pero ya que quieres hablar... ¿podríamos hacerlo de otra forma? Esta postura es un poco incómoda.
- Por supuesto, pero antes... quiero asegurarme de que no intentarás desintegrarme a la primera de cambio.

Y sin apartar la espada de su cuello, el alma blanca la desarmó rápidamente arrebatándole la cimitarra. Cassia rechinó los dientes, furiosa: sin su arma se sentía vulnerable... y odiaba la vulnerabilidad. El metal frío se alejó.

La Nocturna se dio la vuelta para encontrárselo mirándola de frente, aparentemente calmado. Sonriente, incluso, a pesar de no dejar de apuntarla con la espada del Ángel. Se estremeció al hundirse en su mirada parda, en analizar sus rasgos con una insólita e inexplicable avidez. Como si quisiera recordar cada ínfimo milímetro de su piel para el resto de su existencia. Se cruzó de brazos, para reprimir los escalofríos.

- Dime qué quieres saber.
- ¿Por qué tienes tanto interés en Amiss?
- No sé, me cae mal. Es algo natural entre almas blancas y negras, ¿no? Tampoco es tan extraño. Y por cierto, ¿quién eres tú? Es la primera vez que veo a una luciérnaga con alas de mentira.
- Eh, eh, aquí las preguntas las hago yo. Soy quien tiene las armas, así que no te pases de lista conmigo. Lo normal entre condenados y almas blancas es la ignorancia mutua y el desinterés, cada uno va a lo suyo. Hay algo más.
- Me cae mal, ya te lo he dicho. La vi... y no sé, se me atravesó, ¿o es que nunca te ha pasado, ni cuando eras humano?
- No recuerdo mucho de mi vida anterior ya, así que no, no entiendo muy bien de que estás hablando.
- Venga ya, estoy segura de que sí. Apestas a amor, luciérnaga estafadora. No es muy común, ¿sabes? Las almas blancas oleís a piedad, bondad, compasión... pero muy pocos conocéis el amor, porque lo olvidáis rápidamente de camino a la reencarnación. Tú estás bastante cerca de ella y sin embargo, guardas mucho amor dentro de ti. Un amor que palpita cuando la mencionas.
- ¿Mencionar? ¿A quién?
- A Amiss, imbécil. No sé porqué, ni me importa, pero igual que tú la quieres, yo la odio. Se nos ha atravesado de formas distintas, nada más. Aunque mi caso es mucho más lógico. ¿Cómo te llamas?
- No pienso decirte nada.
- ¿Qué más te da? Vas a eliminarme de todas formas. Porque si no lo haces... ten por seguro que no descansaré hasta terminar con ella. Te lo juro.

martes, marzo 22

IASADE -66-

El antro apestaba a tabaco y a alcohol. La música, demasiado fuerte, ahogaba las voces de la gente que, de pie junto a la barra o las mesas altas, consumía las drogas que la sociedad le permitía, moviéndose como autómatas al ritmo de canciones a cuya letra nadie prestaba atención. No era el lugar más idóneo para una mujer embarazada, y menos alguien de aspecto tan frágil y delicado como Claudia. La joven, ataviada con un vestido negro y verde demasiado elegante para aquel ambiente, permanecía sentada a la barra con un vaso lleno delante y la mirada perdida entre el humo.

Cassia se acercó a ella con andares ligeros, apoyando los brazos sobre la mesa y sonriendo al camarero, que en aquel momento secaba unos vasos con un trapo seco.

- Un martini, por favor.
- Marchando.

Cassia se giró hacia Claudia, que no le prestaba atención. No había tomado ni un sólo trago de la cerveza que había pedido un cuarto de hora atrás. 

- Buenas noches.

La mujer parpadeó distraída y la miró, confundida.

- ¿Perdón?
- He dicho buenas noches.- repitió la Nocturna.
- Oh, disculpa, tengo la cabeza en otro sitio. Buenas noches.
- A riesgo de parecer entrometida, ¿puedo hacerte una pregunta?
- ¿Por qué no?
- Llevo aquí un buen rato y te he visto llegar, sentarte, pedir y no beber absolutamente nada. Tampoco he podido evitar fijarme en que no es que cumplas precisamente el prototipo de la clientela habitual de este lugar, así que... ¿qué haces aquí? ¿Te han dado plantón?
- Eso son dos preguntas.- sonrió Claudia, tímidamente.- No me han dado plantón, pero tampoco es que esté aquí por un motivo en concreto. Simplemente... no tenía ganas de volver a casa.

El camarero regresó en ese instante dejando la copa de martini sobre la mesa. Cassia buscó el monedero en las profundidades de su bolso.

- De eso nada, guapa. A esta invito yo, ¿vale?
- ¡Vaya, muchísimas gracias!

El joven le guiñó un ojo con ademán seductor y se alejó. Claudia enarcó una ceja.

- A mí no me ha invitado.
- No te ofendas, pero es que tienes cara de haberte pasado toda la noche sin dormir. Esas ojeras parecen de maquillaje.
- Lo sé...- murmuró, pasándose la mano por la cara con ademán cansado.
- ¿Problemas?

Claudia la miró fijamente, sin resquicio alguno de sonrisa en su expresión.

- ¿Y a ti qué más te da?
- Lo siento... no quería ofenderte. Estoy aquí por lo mismo que tú, ¿sabes? Yo tampoco quiero volver a casa. Te vi... y no sé, me pregunté qué te sucedía. Llámalo interés "empático", si quieres. No todos los desconocidos albergan malas intenciones.

Cassia se fascinó por lo increíblemente sinceras que sonaban aquellas mentiras en sus labios, y se alegró de ver que Claudia picaba el anzuelo.

- Anda, mujer, dale un trago a esa cerveza, se está quedando caliente.
- No puedo beber alcohol, estoy embarazada.
- Oh. Mmm... ¿enhorabuena?
- No lo sé. Creo... que debería irme ya. Mi compañero me estará esperando, y no quiero que se preocupe por mí. Gracias por... acercarte a hablar conmigo. ¿Cómo te llamas? No nos hemos presentado.
- Mónica.
- Yo Claudia. Encantada de haber charlado un rato, cuídate.
- Lo mismo digo, adiós.

Claudia se despidió con un gesto de la mano y se largó del local dejando intacta la cerveza y el aire impregnado de olor a miedo y tristeza. Cassia la observó salir, en silencio, con la copa de martini inmóvil en su mano. Así que la usuaria de Amiss era una mujer cuyo embarazo tenía alguna complicación importante. ¿Qué estaría intentado resolver la luciérnaga en esta ocasión? Sabía que sólo le quedaban pendientes los Sueños, las Ambiciones y las Esperanzas.

Se encogió de hombros, se terminó el martini de un largo sorbo y ella también salió del pub. Poco importaba... porque sería una Ambición, un Sueño o una Esperanza que el alma blanca no conseguiría cumplir; pensaba eliminarla lo antes posible. La Nocturna se había convencido a sí misma de que todos sus males, todos sus sueños, todas las anormalidades de su existencia se debían únicamente a la obsesión que tenía por Amiss, y quería creer que una vez que la luciérnaga hubiera dejado de existir, ella por fin sería libre. Y también sabía, aunque no entendía porqué, que Satzsa no quería que tuviera ningún contacto con ella.

Abandonó la transitada calle de bares, pubs y discotecas y salió a unos paseos ajardinados cerca de donde se escuchaba el murmullo cristalino de una fuente. La brisa, velada de su característico olor salino, agitaba suavemente las hojas de árboles y arbustos. De forma imperceptible el sonido del aire se transformó en un aleteo de plumas, y antes de que Cassia pudiera reaccionar sintió el frío contacto del metal celestial junto a su cuello.

- ¿Has vuelto a terminar lo que dejaste a medias, Ael?- preguntó la Nocturna, con toda la tranquilidad que fue capaz de fingir.
- No soy Ael, pero podría decirse que nuestro amigo común me ha hablado de ti.

lunes, marzo 21

Magia fugada

- Últimamente no me apetece hablar de barcos, ni imaginar los nombres de las tierras lejanas que aguardan detrás de la línea del horizonte. Las estrellas han decidido callar por un tiempo y ya ni siquiera escucho las pisadas invisibles que llevan persiguiéndome toda la vida. He perdido... he perdido algo muy importante, pero no sé qué es. Y sin él, se acabaron los cuentos.
- Pero los cuentos no pueden acabarse. No puedes acabar los cuentos, todavía no es tiempo para el silencio.
- El tiempo va y viene, el tiempo cambia y se convierte, deja de ser para ser otra cosa y así sucesivamente, porque el tiempo no se termina jamás.
- Vamos, no intentes timarme con tu cháchara inútil.- repuso el chico, frunciendo el ceño y poniendo el dedo índice sobre la moneda plateada que resplandecía de forma apagada sobre la mesa de la habitación.- Aquí tienes tu pago, y yo quiero mi cuento.
- No quiero hablar de otras vidas, la magia se me ha escapado.
- Me da igual, invéntatela.
- Niño estúpido, la magia es lo único que no te puedes inventar... porque es la propia magia la que inventa.

(Fotografía de Chema Madoz)

domingo, marzo 20

... y te dirán que ya no eres tan dulce, porque el amor lo sabes esconder...

Mi calendario no es el que empieza el uno de enero y termina el treinta y uno de diciembre, sino el que da comienzo con la llegada de la tibia primavera. Porque... aunque sea la estación que menos me gusta, es donde suceden la mayoría de los sucesos que han influido más en mi vida. Si hubiera escrito un diario de los últimos años, serían las páginas de los meses correspondientes a la primavera los que ostentaran el récord de lágrimas derramadas.
Este 2011, sin embargo, se mantiene extrañamente silencioso, haciéndome sospechar una traición. Las piedras callan, los tempranos brotes no cantan con su tradicional alegría, el oráculo de las nubes aprieta los labios sin dar una sola pista. La música me suena triste en los oídos, el pensamiento se me escapa alto e inquieto, las noches se retuercen en mi cama sin poder descansar el peso de los minutos transcurridos.
No estoy segura, no estoy tranquila, la confianza se me escurre entre los dedos. Y al cerrar los ojos ni siquiera tengo claro con qué deseo soñar.