martes, marzo 2

Rugido

Lo primero que hizo fue llamar a la policía. No tenía ni idea de lo que podía pasarle a Connor quedándose a solas con él y sabía que Dem era peligroso. Era violento y temperamental. Esa era la descripción que le había dado a la mujer que le había asegurado que mandarían a un agente a aquella dirección.
¿Quién era Dem en realidad? ¿Qué relación guardaba con Connor? ¿Hasta dónde podía llegar la rabia e ira que sentía?

Después de salir del baño, a pesar del tentador y delicioso aroma a té que era todavía palpable en el aire, se dedicó a curiosear. Tenía un mal presentamiento atragantado en el pecho y le urgía la necesidad de encontrar a Connor y comprobar que estaba bien. No sabía hacia donde dirigirse, así que se limitó a seguir la música a través del corredor, dejándose guiar por la melodía de violines y violas.

Había una puerta preciosa. Doble, dorada y de textura apergaminada, como si estuviera forrada de papel. Tenía un dibujo de un dragón chino pintado con finas pinceladas de color verde azulado, blanco y rojo intenso, sobrevolando unas montañas cuajadas de árboles enormes. La música se colaba por debajo. Y mezclada con los armónicos acordes de los instrumentos, se escuchaba también una voz. Una voz cuyas palabras Amy no entendía pero a la que habría respondido en cualquier lugar del mundo. Apoyó la mano sobre el pomo redondo de la puerta con la intención de abrirla y entrar.

Oyó unos pasos y sus ojos se movieron hacia la izquierda en el mismo instante en el que el señor trajeado que la había dejado entrar aparecía en la esquina del pasillo. Por unos segundos ambos se limitaron a observarse mutuamente con fijeza. El hombre frunció los labios y entornó los ojos. Esa fue la señal que Amy necesitó para girar el picaporte y precipitarse en la sala. Connor estaba de pie en mitad de la estancia, con una hoja de papel en una mano y los dedos de la otra palpando de forma experta el relieve del folio. Al escuchar la puerta al abrirse, giró la cabeza hacia ella. Dem estaba a su lado, con una sonrisa diabólica en sus labios que se borró en cuanto vio a Amy entrar en la sala.

No tuvo que pensar lo que tenía que hacer: gritó su nombre y corrió hacia él. Connor alzó la cabeza, rompió la hoja por la mitad y extendió los brazos para atraparla estrechamente entre ellos. Dem gritó algo que sonó tajante como una orden en cuanto el hombre trajeado irrumpió en la sala, con el ceño fruncido. Éste, sin embargo, se quedó inmóvil en el umbral de la puerta, mirando fijamente a Amy... que se aferraba con las uñas a la espalda de Connor.

- ¡¿Es que acaso no me has oído, Thom?! ¡Llévatela de aquí!- exclamó Dem. El pelo rubio le caía desordenadamente sobre la cara, confiriéndole un aspecto demencial.
- No entiendo, señor...
- ¡No tienes que entender nada, sólo obedece! ¡Llévatela!

Pero Thom no se movió del sitio. Amy observó horrorizada cómo Dem abría el cajón más cercano del escritorio de madera y sacaba una pistola con la que los apuntó a ella y Connor. Su corazón se paralizó al instante debido al pánico en estado puro. El cañón plateado del arma relució peligrosamente al mirarla a través de su único ojo vacío.

- Amy... ¿qué pasa?- le preguntó Connor al oído en voz baja.
- No quería llegar a estos extremos, pero no me habéis dejado opción... - Dem miró a Amy con ojos fríos y calculadores.- Todo hubiera sido mucho más fácil si no te hubieras presentado aquí hoy.
- Señor...- murmuró balbuceante Thom, pálido ante la visión del arma.- Señor... ¿qué hace?
- No quieres verte implicado, ¿verdad? Lo comprendo. Puedes marcharte... aún estás a tiempo de salvar tu reputación.

El hombre miró a su alrededor, indeciso. Pero no se marchó.

- Como quieras. Amy, quítate.
- No.- su voz tembló, y Dem rió.
- ¿Vas a sacrificarte heroicamente? ¿Por un ciego pobre? Hay muchos más hombres en el mundo... ¿No crees que es un poco pronto para morir?

Amy sintió cómo Connor se ponía en tensión e intentaba deshacer su abrazo. Pero ella le apretó con más fuerza y no le dejó.

- ¿Qué? ¿Sigues sin querer quitarte?
- He llamado a la policía.- dijo, con toda la firmeza que fue capaz.- Vienen hacia aquí.
- Mientes.- siseó, entre dientes.
- No.

Dem apretó la mandíbula mientras agarraba la pistola con los dedos. Amy no alcanzaba a imaginar qué pensamientos estarían cruzando su mente. ¿Estaría decidiendo si creerla o no, si tirar el arma o dispararles? Sintió unas ganas irresistibles de echarse a llorar. Y él, de repente, se echó a reír sacudiendo la cabeza. Exhaló un largo suspiro y cerró los ojos unos segundos antes de abrirlos de nuevo.

- Pues iros al infierno los dos.- murmuró, apretando suavemente el gatillo.

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