jueves, mayo 22

Renunciando

El calor hacía cantar a las cigarras. Su melodía era un murmullo casi constante que ahogaba cualquier palabra dicha en susurros. Fuera de la casa, el aire temblaba bajo el sol, ondulándose suavemente como si también fuera vulnerable al ruido de los insectos. Siane, sentada junto a la ventana, tenía los ojos fijos en el muchacho que se afanaba cargando los fardos de avena en el remolque. Vangian era su nombre, era el hijo pequeño del comerciante más rico del pueblo y, a su parecer, el chico más apuesto del mundo. Tenía la frente perlada en sudor, la piel morena, el cabello revuelto y no se había quejado por el peso de la carga en ningún momento... a pesar de que no le correspondía a él la tarea de apilar la mercancía. A Vangian le quedaban dos fardos por cargar y Siane todavía se debatía entre la opción de espiar sin ser vista o la de dejarse ver para intentar captar una mirada suya.
El padre de la niña también observaba al muchacho, desde la sombra que ofrecía el porche. No con arrobamiento sino con cierta satisfacción. Con los brazos cruzados sobre el pecho y el ego bien alimentado, asintió secamente cuando Vangian hubo terminado y extendió la mano hacia él para recibir el dinero acordado. Siane se removió inquieta en la silla sin saber si quedarse allí o salir a despedirlo. Con un gesto de la mano, por lo menos. Alargó el brazo para agarrar a su hermana por el delantal.
- ¿Briola, puedes hacerme un favor?
La chiquilla, que estaba barriendo a su lado, hizo un gesto de desagrado.
- ¿Qué quieres?
- Necesito que me preguntes una cosa.
- ¿Para qué? ¿Es que acaso no lo sabes todo?- preguntó, con retintín.
- Yo no sé nada, son las voces.- respondió impaciente. Ya se lo había dicho una y mil veces.- A mí no me hacen caso, por mucho que les pregunte. Las preguntas me las tiene que hacer otra persona.
- ¿Y qué quieres saber?
- Si podría llegar a gustarle a Vangian.- se sonrojó un poco.- Me habla de vez en cuando, en la escuela. Aunque... creo que me tiene un poco de miedo. ¿Me lo preguntas, por favor?
Briola detuvo la escoba y apoyó la barbilla sobre el extremo romo, pensativa. Después de dos segundos, sus ojos infantiles se entrecerraron con malicia.
- No.
- ¿Qué? ¿Por qué no?
Su hermana se encogió de hombros sin decir nada, dejó la escoba en la esquina y salió corriendo de la habitación. Siane, con el preludio de un llanto atascado en la garganta, vio cómo Vangian subía al carromato y se alejaba de allí bajo el sol del medio día.

[Imagen por Philomena-Famulok]

Lágrimas de buenas noches

Son las doce, la una, las dos o las tres de la mañana, y no tengo sueño. Me obligo a apagar el ordenador y antes de meterme en la cama, cojo los auriculares y enciendo el mp4 con la esperanza de que entre canción y canción Morfeo se digne a hacerme una visita. Con la primera canción, llegan las lágrimas. No se hacen esperar sino al contrario; parece como si estuvieran aguardando el momento con impaciencia. No sé muy bien de dónde vienen. Algunas tienen el nombre de mi abuela, que falleció hará dos años dentro de poco, y otras el de mi abuelo que murió hace sólo unos meses. Otras, supongo, pertenecen al pasado: lágrimas eco de los desamores, las decepciones, los arrepentimientos... que aún reverberan en algún rincón. Las del presente nacen de la rabia y de la impotencia que siento al ver que el mundo se tuerce, que la avaricia y el egoísmo corrompen y que las injusticias no sólo se han convertido en el pan de cada día sino además en uno al que, tristemente, nos hemos acostumbrado. Y también, imagino, hay lágrimas que hoy por hoy no tienen razón de ser: son como una premonición de lo que, en un
futuro, sea llanto.

[Imagen por ChaosFissure]