martes, septiembre 27

IASADE -86-

No había intercambiado con ella ni una sola mirada de complicidad desde su llegada; como si no la hubiera visto jamás en la vida, como si nunca hubieran compartido una sola palabra. Mikäh guardaba silencio en todo momento, con los ojos pardos fijos en el mapa, y atento únicamente a las intervenciones de Ael en la conversación. El Ángel jugueteaba con una daga plateada entre los dedos mientras hablaba y observaba el mapa con detenimiento, de espaldas al sol poniente que le dibujaba una aureola rojiza sobre los rizos. La amenaza implícita del arma en las manos del palomo no intimidaba en absoluto a la Nocturna, que sabía que la orden de aceptar su trato procedía de las más altas esferas del Cielo: a los Sabios les interesaba el botín que les había ofrecido y no estaba en su naturaleza la de traicionar sin avisar.
A pesar de que el carácter del Ángel no tuviera mucho que ver con los tópicos celestiales...

Mikäh se llevó la mano derecha a la cara y se acarició el mentón con expresión distraída. ¿Estaría ignorándola a propósito o realmente era tan sumamente insignificante para él...? Prefería pensar que la evitaba a sabiendas.

- Ya te he dicho que todo eso no sirve de nada.- dijo Cassia, interrumpiendo la teoría que Ael exponía en aquellos momentos, sobre los posibles movimientos de Satzsa.- Ella no tendrá nada de eso en mente cuando se presente aquí.
- Entonces haz el favor de ilustrarnos en el patrón de ataque de los de tu calaña.
- Yo soy su objetivo.- explicó.- Por lo tanto, vendrá directamente hasta mí. Se quedará a las afueras de la ciudad, rastreará un poco en busca de mi pista, y me perseguirá hasta encontrarme. O al menos eso haría de no saber que la luciérnaga está aquí. Eso puede cambiar un poco las cosas.
- ¿A qué te refieres?- preguntó Mikäh, abriendo la boca por primera vez y estudiándola con fijeza.
- Satzsa sabe el odio que siento por Amiss. Y vuestra gota de leche es bastante más fácil de localizar que yo. Es posible que la ronde a ella primero, alerta por si descubre mi rastro a su alrededor.
- ¿Tu Diablesa le guarda a Amiss algún rencor?- inquirió el Ángel.- Es decir... ¿la atacaría?
- No debería. Aunque os resulte difícil de creer, Satzsa siempre ha intentado apartarme de ella. Nunca ha parecido demasiado contenta con la influencia que la luciérnaga ejerce sobre mí y no ha cesado de intentar quitármela de la cabeza, aunque sin éxito. Tampoco ha querido protegerla. Quién sabe...- musitó, dejando la mirada vagar por los tonos carmín y rosado del crepúsculo. Encima de la cabeza, venus ya brillaba en el cielo.- Tal vez quiera eliminarla, si piensa que así mi obsesión terminaría. Ante todo, ella desea que yo vuelva a su lado.

Ael y Mikäh intercambiaron un breve asentimiento antes de recoger el mapa e incorporarse. Ambos resplandecían silueteados por la luz del ocaso como envueltos en llamas, semejantes a los primeros Ángeles Vengadores, con los rasgos animados por una extraña y antinatural ferocidad que le ponía el pelo de punta y la asustaba realmente. Un intenso pinchazo de envidia le dolió en el pecho, al saber que Amiss disponía de tal entregados protectores mientras que ella estaba completamente sola. Ael extendió las alas.

- Mikäh aumentará la vigilancia en torno a Amiss y te avisará en cuanto detecte la presencia de la Diablesa, y yo haré lo mismo contigo, así que desde ahora no contarás con muchos momentos de intimidad. Si tú la rastreas, infórmame. Sólo tienes que llamarme y vendré rápidamente, pero más te vale que sea por algo que merezca la pena.
- De acuerdo.
- Ah, condenada, tengo otra pregunta.
- Podrías dejar de llamarme así.- objetó Cassia, molesta.- Sé que te sabes mi nombre.
- Sé que hay ciertos individuos que "velan" por el equilibrio en vuestro Infierno. Los Vigilantes. ¿No te habrán echado el ojo por esto? Es traición.
- La traición, en mi mundo, está al orden del día. Mientras que no fastidiemos a los grandes señores y nos ocupemos de nuestras labores, los Vigilantes no interfieren.
- La segunda condición no la estás cumpliendo.- señaló Mikäh, sin mirarla.
- No creo que se me vaya a castigar por unas merecidas vacaciones.
- No nos malinterpretes, no nos preocupa tu seguridad.- replicó el Ángel, desdeñoso.- Pero no quiero a más bichos negros alrededor de Amiss. Si ves a alguno cerca, avísame también.
- Sin problema, jefe.

lunes, septiembre 26

Confesión propia 1


Soy una especie endémica de tu ser. Culebreo sobre tu piel, explorando con avidez las texturas, olores y sabores que has ido almacenando desde que naciste, alimentándome de ellas, memorizando cada línea de tus huellas dactilares, descansando a la sombra de los relieves de tu anatomía. Mido (y altero) la velocidad y la temperatura a la que bulle tu sangre, cuidando al detalle que todo funcione debidamente. Vibro, al igual que una brizna agitada por el viento, cuando tus cuerdas vocales dan vida a tu voz. Por las noches me subo a tu oreja para acostarme y susurrarte mis pasiones y sueños antes de que te duermas.

Respiro el aire que respiras, mis ojos captan y asimilan tu visión del mundo completando la mía, ampliándome las fronteras, enseñándome que los límites son sólo una estúpida convención terrenal que no merece creyentes. Los rizos de tu pelo son un patio de juego para mis dedos incansables, tus suspiros ahuyentan bien lejos mis malos pensamientos. Mi sueño es aquel que está velado por tus brazos y tu calidez, por tus palabras susurradas en un desvelo fugaz en mitad de la noche. Te beso los miedos, las alegrías, te beso los labios y te beso entero, todo entero. Y beso tras beso me (nos) voy (vamos) encendiendo, y me descubro a mí misma haciendo por primera vez el amor, sintiendo que de tan dentro que me llegas alcanzas a acariciarme el alma para besarla también.
En ese momento sé que quiero alargar la despedida hasta el punto de matarla completamente para no decirte adiós nunca más. Sé que es en ti y junto a ti donde quiero pasar el resto de mis días, regalándote los buenos días con uno de esos besos, que tú y yo conocemos, que atan y desatan y que tatúan un "siempre" en ese punto débil del alma que le provoca la risa con sólo soplar de lejos. Sé que es allí donde quiero morirme el día que me toque dejar este mundo.

Nacido de una nube

Ayer vi un dragón recién nacido acurrucado en una nube pasajera. Era un polluelo, de alas que todavía estaban cubiertas del suave plumaje que precede a las escamas de la madurez, de frente redondeada y ojos enormes que brillaban como bolas de cristal. Pasados unos pocos segundos, el retoño se había convertido en un magnífico ejemplar de cuello esbelto y cuerpo elegante, encaramado a una torre algodonosa y contemplando desde allí las lejanas montañas, envuelto por una aureola de calma y serenidad, de poder y grandeza.
Los segundos seguían pasando, y pude ver claramente cómo se contagiaba de la decadencia que acompaña al paso del tiempo. Su lomo se arqueaba gradualmente, su cuello se encogía y la cabeza perdía fuerza para mantener la mirada en las fronteras, quedando cabizbaja y cansados sus ojos, que ya no brillaban tanto. El dragón se marchitaba como una flor, a cámara rápida: las escamas se le caían, la piel se le arrugaba, afinaba y se le pegaba a los huesos. Su silueta adelgazaba revelando una calavera polvorienta y un cuerpo débil incapaz ya de volar.
Pasado un minuto, de aquel pequeño ser sólo quedaba un esqueleto insignificante sobre una nube borrosa. Segundos más tarde, el viento esparcía sus cenizas sobre la tierra a sus pies.

[Imagen por Kezrek]

domingo, septiembre 25

IASADE -85-

Los humanos deambulaban desordenadamente a los pies del edificio, entrando y saliendo del hospital en grupos o en solitario, como hormigas afanosas bajo un sol todavía somnoliento. Desde las alturas, el ruido de sus conversaciones no era más que un murmullo apagado, tapado por el rugido del tráfico matinal. Cassia suspiró nostalgicamente al recordar los inmensos rascacielos neoyorquinos, la sensación de libertad e ingravidez cuando se lanzaba al vacío sin más, sin miedos ni remordimientos, aquellos cielos sucios que parecían infinitos y llenos de posibilidades. Aquel sentimiento le parecía increíblemente lejano y ajeno.

Una risa conocida le hizo bajar los ojos al suelo, donde Claudia, bajo el brazo protector de Gabriel, saludaba a Amiss con la mano en lo alto. Anaid se acercó a ellos corriendo, sin aliento y disculpándose por el retraso. Se intercambiaron los correspondientes pares de besos en las mejillas y los tres atravesaron las puertas del hospital envueltos en una charla ligera y despreocupada. La Nocturna ladeó la cabeza, pensativa. El diminuto corazón de la criatura que crecía en el interior de la mujer latía con alegría, como si fuera consciente de la decisión que su madre había tomado por fin, y que acercaba más a la Mediadora a conseguir su objetivo. Y no sabía si eso la enfurecía o la aliviaba.
"Todavía le quedan cinco meses de embarazo.", pensó. "Tengo tiempo de sobra para actuar."
Siempre y cuando pudiera pararle los pies a Satzsa...

Como si aquel pensamiento se tratara de una invocación, oyó a sus espaldas un aleteo. Un aleteo más duro y mecánico que el suave batir de alas del Ángel, y se dio la vuelta sin poder reprimir la sonrisa que le acudió prontamente a los labios.

- Buenos días.
- No te entiendo, Nocturna.- dijo Mikäh, enarcando una ceja y mirándola con desconfianza.- ¿Por qué lo haces?
- ¿El qué?
- Observarla.
- Pues... no sabría decirte. Ahora te tengo a ti como excusa, pero ya lo hacía antes. La estudiaba, detectaba sus puntos débiles, cosa que tampoco es muy difícil, y buscaba el momento apropiado para eliminarla.- Los ojos del falso ángel se ensombrecieron, dando un aspecto fiero a su expresión.- Pero intuyo que hay algo más, aunque no sé de qué se trata. Tal vez tenga tendencias masoquistas.- sonrió ampliamente, enseñando los dientes.
- Te advertí...
- Sí, sí. Si la toco, me destruyes. Capté la idea a la primera. ¿Has venido sólo para recordármelo? Y yo que pensaba que tenías ganas de verme...
- No, me envía Ael. Quiere que te comunique que aceptamos el pacto. Sólo podrás hacerle cinco preguntas a la Diablesa, ni una más ni una menos. Lo tomas o lo dejas.
- Trabajo, ya veo. Lo tomo, por supuesto. Y por cierto... -la malicia le contaminó la sonrisa.- ¿la luciérnaga está enterada de nuestro pequeño chanchullo?
- No. Y así debe seguir.
- Se asustaría, ¿verdad?- comentó Cassia, ignorando el tono peligroso de Mikäh.- ¿Huiría? ¿Abandonaría a su usuaria? ¿Me teme...?
- ¡Calla!- le espetó él, perdiendo el control por unos instantes. La Nocturna pudo sentir cómo la rabia se arremolinaba en su interior y se sorprendió de su vehemencia.- Amiss es mucho más valiente de lo que crees, cometerías un grave el error al subestimarla.
- El valor no lo es todo.
- Creo que hoy haré novillos y me escaquearé del trabajo, no quiero seguir hablando contigo. Volveré a encontrarte mañana.
- ¡Espera!

Se detuvo forzosamente, luchando contra un huracán invisible que amenazaba con levantarlo de allí y llevárselo lejos. Cassia se acercó a él, advirtiendo el movimiento involuntario del alma blanca al retroceder de forma inconsciente, y le clavó los ojos en los suyos.

- No cambian de color. ¿Por qué has detenido tu proceso de reencarnación, Mikäh?
- No me llames por mi nombre, condenada. Y además, no es asunto tuyo. Nada de esto es asunto tuyo, así que deja de meter las narices de una vez. Adiós.

Y de un par de batidas furiosas de alas, se alzó en el aire y cayó en picado desde el techo del edificio.

lunes, septiembre 12

IASADE -84-

En las intermediaciones de la ciudad, las playas húmedas y encharcadas por la marea baja eran pequeños remansos de paz, alejados de las intensas luces y del bullicio característico del fin de semana. La arena mojada dibujaba isletas en el agua que resplandecían suavemente como oasis fantasmales, amurallados por riscos cubiertos de árboles frondosos que confundían su oscuro follaje por el negro aterciopelado de la noche. Cassia hundía los dedos de los pies descalzos en la tierra mientras intentaba descubrir el brillo de alguna estrella en el cielo, esperando. Últimamente le daba la sensación de que lo único que hacía era esperar. Esperaba a que Ael respondiera a su mensaje, esperaba volver a ver a Mikäh, esperaba a que Satzsa hiciera acto de presencia en La Coruña, esperaba poder entender el cambio que se había operado en su naturaleza…

Antes, el magnetismo que irradiaban las multitudes, las fiestas, las locuras, el pecado y la perversión la habría atraído inevitablemente a unirse a todos aquellos mortales desequilibrados y débiles de voluntad, presas perfectas para cualquier Nocturno en el ambiente idóneo donde expandir la maldad y el dolor. Ahora, sin embargo, lo que realmente le apetecía era mantenerse alejada de todo aquello. Corazón, sujeta a su cinto, le aportaba compañía y serenidad. Por un segundo, la imagen calmada y resuelta de Isagi Mio justo antes de morir revivió claramente en su memoria, haciendo que se preguntara qué lado de la balanza habría ganado más peso en su juicio y cuál había sido su destino. ¿Pertenecería a los tocados por la Luz o los condenados por la Oscuridad?

Un aleteo que le sonó familiar le hizo darse la vuelta para encararse con el Ángel, que sujetaba una espada celestial con su mano izquierda, manteniendo la punta en dirección al suelo, taladrándola con aquellos ojos añiles de color intenso a pesar de la oscuridad. Sentimientos contradictorios la atacaron al encontrarse de nuevo con Ael frente a frente: por un lado, un leve eco de la ira anteriormente experimentada al contemplar a un ser de la Luz la sacudió por dentro, aunque sin la misma fuerza que otras veces; por otro la incomprensión y resentimiento que le inspiraban el hecho de que el Ángel no hubiera acabado con ella cuando tuvo la oportunidad, y finalmente gratitud por haberla dejado seguir existiendo. El rostro de Ael permaneció inmutable mientras leía en la Nocturna aquellas emociones.

- Habla rápido, Nocturna. No me interesa perder el tiempo contigo.

Cassia reprimió la tentación de preguntarle al Ángel por qué no la exterminó y las razones que le llevaron a actuar así porque sabía que no recibiría respuesta. Fijó, casi de forma involuntaria, la mirada sobre la espada de Ael, y recordó el dolor gélido de su contacto contra su piel.

- Me gustaría hacer un trato contigo.

Ael rió desdeñosamente.

- Nuestras normas nos prohíben establecer relación con los condenados. Deberías saberlo.
- Lo sé. Pero el trato que pretendo ofrecerte te resultará beneficioso.
- Lo dudo enormemente.
- ¿Y si te ofrezco a Satzsa en bandeja?

El Ángel enarcó ligeramente las cejas, evidentemente sorprendido y desconfiado.

- ¿A tu Diablesa? ¿Por qué querrías hacer eso?
- Creo que eres lo suficientemente observador como para advertir que he cambiado. Mis prioridades también lo han hecho y Satzsa ahora resulta un peligro para mí. Además, me gustaría interrogarla. Yo sola no puedo hacerlo.
- Si intervengo no será para ayudarte, Nocturna. Si decidiera colaborar contigo para atrapar a la Diablesa es con el único fin de acabar con ella inmediatamente.
- Sólo quiero hacerle unas preguntas. Luego podrás hacer con ella lo que quieras.
- Has cambiado, sí, eso puedo verlo.- repuso el Ángel, aproximándose a ella con repentina fiereza.- Pero también puedo ver que te ahogas en un mar de dudas, y la confusión también es peligrosa. No me fío de ti, y si dependiera únicamente de mí no atendería a tus palabras. Pero desgraciadamente no es así y debo mi obediencia a un poder superior que está interesado en el trato que ofreces. Deliberaré con ellos y regresaré a comunicarte lo que tienen que decir.
- Esperaré, entonces.
- Te voy a decir dos cosas más, condenada.- añadió Ael, casi escupiendo las palabras.- Por muy confundida que estés y por mucho que tu ansia de maldad haya disminuido, sé lo que sigues sintiendo por Amiss y quiero que sepas que tengo carta blanca para librarme de ti en caso de que intentes algo en su contra. No pienses que Mikäh va a caer rendido a tus pies, porque él actuará del mismo modo que yo. Y por último… ¿recuerdas lo que te dije hace ya tiempo, en Nueva York?
- Mmm… no, lo poco que recuerdo me suena igual de patético e insignificante.
- Te dije que el Mal siempre ha de cuidar de sus pupilos porque si estos están solos, tal vez despierten su conciencia. ¿Es tu Diablesa la responsable de que ahora estés perdida en mitad de dos mundos, uno al que has dejado de pertenecer y otro al que jamás pertenecerás, por haberte abandonado?
- Satzsa no me abandonó en ningún momento.- replicó Cassia, sin mirarle.- Fui yo la que escapó de ella.