lunes, enero 24

Confesión ajena 1

No sé quién de los dos quemaba más, pero yo sentía el fuego subir desde mis entrañas y trepar por mis cuerdas vocales, lo sentía derramarse entre mis piernas tatuando mis muslos con huellas incandescentes. Mis ojos no eran ojos sino brasas, mi aliento te mordía la nuca con los colmillos ardientes de un depredador y mis manos eran trampas para deseos al rojo vivo.
No lo soporto más. Las llamas anidan, como golondrinas estivales, en mis labios. La sangre me bulle y me derrite la piel, despojándome del cascarón epidérmico de alma, que ahora es la cabeza de un fulgurante cometa que rasguea el universo con su estela roja, naranja y blanca. El placer hace hervir mi juicio, convirtiéndolo en un ciego delirio enfebrecido que a gritos presagia la estremecedora cuenta atrás para la explosión.
No lo puedo soportar...
Ya no soy yo, ni soy tú, ni sé quién quema más o si nos quemamos por igual.
Me alzo, me levanto como sol en cenit sobre el cielo, como lengua de fuego que devora, que consume, que se consume... que abriga, como una hoguera en la medianoche de una playa, pero desenfrenada, rápida, cada vez más rápida, prisionera de esta dulce locura que me hace chillar, a punto de llorar, que me hace sentir en la boca el sabor de mi propia sangre, o quizá de la tuya, o la de ambos, que me cambia y acelera el pulso, que me deja jadeante justo en el segundo previo e inminente ¡a la explosión!

(Fotografía por Chema Madoz)

Puertas como llaves a dimensiones invisibles


Las paredes pueden tener oídos, y a veces incluso ojos, pueden ser tan finas o más que el papel, pueden convertirse en escaparates transparentes si uno pone la suficiente atención en escuchar lo que sucede al otro lado. Sin embargo, las puertas cerradas son sólidas e inamovibles y participan de la misma firmeza y permanencia que los templos y lugares sagrados. Y si una puerta está cerrada, para el que está encerrado tras ella, poco importa la vulnerabilidad de las paredes.
Porque éstas se contagian de su esencia y dejan de ser simples muros para transformarse en infranqueables murallas...
... que atrapan el llanto y lo silencian, por muy fuerte que griten las lágrimas.
Que ocultan la desnudez a pesar de estar expuesta delante de las ventanas.
Que son capaces de acallar los gemidos fruto del placer íntimo y de hacer desaparecer al resto del universo en el climax de un orgasmo.
Que se convierten en sucios cómplices de crímenes, en testigos secretos de declaraciones, en mudo público de revolucionarios descubrimientos...
En páginas en blanco que absorben las vivencias y las transmutan en tinta, para escribir con ellos la cara oculta del alma humana.
(Fotografía por Chema Madoz)