domingo, febrero 27

IASADE -65-

- ¿Dónde estabas?

Fue lo primero que preguntó Satzsa al aparecer a su lado sin previo aviso.
Aquella noche el faro de la Torre de Hércules no se había encendido y Cassia había aprovechado la oscuridad para refugiarse en lo alto de la construcción, que no estaba siendo acosada por el habitual grupo de turistas que como polillas acudían a la luz que emitía normalmente. La Diablesa no había tardado demasiado en encontrarla, pero la Nocturna había tenido tiempo suficiente para tomar una decisión.

- Fui a buscar al Ángel al puerto, pero antes de que llegar... me encontró y me atacó.
- ¿Y? Veo que estás entera.
- Huyó. Estuvo a punto... de borrarme del mapa. Pero no lo hizo, no sé porqué. Dudó. Y entonces conseguí herirle.
- ¿Herirle...?- susurró Satzsa.
- Sí, tengo su sangre. Después de eso escapó.

Los Ángeles, al igual que el resto de seres inmortales y almas blancas o condenados, no tenían órganos vitales. No tenían corazón, y por tanto tampoco tenía sangre. Sangre humana... al menos. Tantos los palomos como los Diablos poseían cierta esencial vital que los hacía superiores a los demás, que los convertía en lo que eran y los diferenciaba del resto de almas. Y esa esencia era extremadamente valiosa y difícil de conseguir, ya que no se obtenía al matar a uno de ellos, sino únicamente al herirle... cosa que no era nada fácil. Cassia sonrió, y señaló la vaina de su cimitarra.

- Creo que los Poderosos estarán más que satisfechos con esto, incluso aunque no haya podido destruir al Ángel. ¿No crees?

Era una pregunta que no esperaba respuesta, porque Cassia sabía que tenía razón y no necesitaba que la Diablesa se lo confirmara. Sin embargo, tal y como sospechaba... Satzsa no parecía demasiado alegre con su éxito y apenas logró disimular un fruncimiento de cejas.

- Seguramente así sea. Pero es extraño.
- ¿El qué?
- Que dudara, cuando te tenía a su merced.
- Tú misma dices siempre que los Ángeles tienen el cerebro podrido por tanta bondad y compasión.
- Sí... es cierto. Aunque precisamente Ael no es que tenga muy en alza tales características. ¡En fin...! Te has lucido, pequeña. Los Poderosos estarán muy contentos contigo, ya has superado la prueba. Dame la cimitarra, me encargaré personalmente de hacerles llegar el botín.
- Prefiero hacerlo yo misma, sino te importa.- dijo Cassia, despreocupadamente y sacudiendo la cabeza negativamente.- Quiero recibir los honores en persona. Y tampoco me gusta ceder mi arma, ya lo sabes. Le tengo mucho cariño.

La sonrisa deslumbrante que le dedicó la Diablesa la delató por completo, pero la Nocturna tuvo mucho cuidado de no dejar traslucir ningún pensamiento o emoción.

- Por supuesto, pequeña.

miércoles, febrero 23

Heridas

Todo aquel que tiene un don sabe que más que una virtud, se trata de una herida.
Algunos se la hacen antes y otros después, algunas de ellas son más profundas y otras tan superficiales que pasan casi desapercibidas, pero todas tienen algo en común y es...
Que nunca dejan de sangrar.

Sangramos emociones, pensamientos, ideas, rebeliones y protestas, reivindicaciones, puras fantasías, miles de inventivas y sueños, recuerdos de nuestro pasado, vivencias del presente y aspiraciones de un futuro que podemos creer como nuestro o como el perteneciente a alguien que no existe... o que sí que existe, pero que jamás conoceremos. Sangramos aquello a lo que nuestra mente y corazón dedican su atención. Sangramos y dejamos de ser sólo nosotros mismos mientras tanto para, aparte, ser algo más.
Pero nuestra alma tiene una gran capacidad de regeneración y a veces nos hace creer que esas heridas han sanado.
Es entonces cuando nos encontramos perdidos y no sabemos cómo dejar salir lo que antes expresábamos con tanta facilidad, sin pensar, de forma automática y simple. Nos angustiamos, nos frustramos y desesperamos, nos sentimos saturados de todo aquello que compartíamos con el resto del mundo, todo eso que nos pertenecía y que dejábamos expuesto fuera de nuestro ser.
Sin embargo... no es más que una ilusión, porque aunque la herida haya curado jamás deja de sangrar.
Sólo hay que buscar la forma, la vía, el tubo de escape por el que dejar fluir todas las inquietudes de nuestro espíritu. No hay que apelar a las musas, ni siquiera a la inspiración. Hay que tener paciencia para adaptarse y acostumbrarse a que no sangramos por donde siempre lo hemos hecho, debemos aceptar que ya no podemos servirnos de las viejas heridas de guerra para enseñarle al mundo lo que sentimos y pensamos.

[Imagen por lubnahabash]

lunes, febrero 21

Confesión ajena 2

La luz juega entre las cortinas, bailando con las motas de polvo y arremolinándose en diminutos torbellinos desbocados al son de la música invisible cuyo percusionista principal es el latido de mi corazón. Le doy la bienvenida a la primavera ofreciendo mi cuerpo como tributo al sol, que me muerde y besa la piel filtrando su calor a través de mis poros, atravesándome y transformándome en un recipiente de energía, despojándome por un momento de mi humanidad y convirtiéndome en un eslabón más de esta cadena de elementos fortuitos y accidentales que conforma nuestro misterioso universo.
No te muevas ni un milímetro, no apartes tu mano de encima de mis ojos. Ahora mismo somos como dos hercúleos titanes guardianes del movimiento rotatorio del planeta, en cuyos hombros reposa el equilibrio del mundo y los millares de espíritus que lo pueblan. Respira despacio y tan silenciosamente como seas capaz, para no despertarlos.
Desabróchame la camisa con cuidado de no tocarme, porque te puedes quemar.
Y dame un beso para que pueda compartir contigo la luz que inunda mi alma.

[Imagen por Peony Pepper]

jueves, febrero 17

Las nenas atacan Madrid

¡Mañana me voy a Madrid para pasar allí el fin de semana!
El motivo de dicho viaje es la feria de Arte Contemporáneo (ARCO para los amigos) y nuestra formación cultural como estudiantes de Bellas Artes, aunque eso no quita que haya extras aparte y que vayamos a liarla parda divirtiéndonos por allí.
La Universidad ha tenido el detallazo de aportar buses gratuitos para ir y volver de la capital y también de ocuparse de la gestión para conseguir las entradas de todos los estudiantes que vamos desde Granada. Voy con tres amigas de clase, y sé que se va a convertir en un viaje inolvidable. Las cuatro, estemos donde estemos, nos lo pasamos genial. A continuación dejaré unas fotos familiares :D



Una de nuestras primeras fotos, el día que visitamos el salón del manga y fuimos a comer al buffet libre japonés. De derecha izquierda identificamos los siguientes sujetos: Naz (mellizo malvado2), Lauris (o también llamada Hulka, mellizo malvado1), yo (padre) y Maki (madre)









Esta foto se hizo en la celebración de mi cumpleaños. Ya se nos había ido un poco la olla a estas alturas de la noche. De derecha a izquierda vemos a Maki, después a Laura dándolo todo y lo mismo va por Naz. Al final... yo (con una cara de lo más rara.)









Esta noche se supone que nos íbamos a bailar, pero el poco aguante de los mellizos nos dejó a madre y a mí sin disfrutar de la noche. Como ya os irán sonando las caras, no creo que haga falta que siga con las presentaciones.











Esto fue de la misma noche y en el mismo sitio que la foto anterior, con uno de los efectos mega pijos de la cámara nueva de Naz. Efecto pop o algo así, a saber.



















Esta es de la misma noche, pero de un ratico que estuvimos en el botellódromo. Ya se nos ha ido la pinza, como podéis apreciar.















Y en esta salimos todas formales y sin hacer tonterías ni poner caras raras, cosa que no se da muy a menudo. Después de dar de comer a los patos en el parque García Lorca tras un día de picnic y de comer muchas galletas de chocolate gracias a la generosa colaboración a la causa de Paloma.






A la vuelta, más fotos de ARCO, Madrid y locuras varias =)

martes, febrero 15

Carta para ti (3)

¿Sabes...? Te escribo esta carta con tinta invisible... porque ayer me pareció, durante un segundo, verte asomar la cabeza. Y estoy convencida de que fue una ilusión, o si acaso un efecto óptico debido al sol mezclado con la niebla, la que proyectó esa imagen sublime en mi cerebro haciendo que todas mis alarmas se disparasen, todos mis instintos se activasen y miles de emociones sin nombre me desbordasen traspasando el límite físico de mi cuerpo.
Por eso... hago invisibles estas palabras, para que nadie las pueda leer. Para que nadie se entere del terrible momento de debilidad en el que consideré por un instante que tu existencia era posible, al captar por el rabillo del ojo el brillo de tu pelo y la profundidad de tu mirada. Ojala esta carta pudiera autodestruirse en cuanto termines de leerla, pero como no es así me limitaré a dejarla extendida sobre la mesa de la terraza y a esperar que la lluvia borre las letras que dan testimonio de mi ingenuidad.
El viento está cambiando... y aunque aún está cargado del frío y la humedad propios del invierno... hay días en los que ya empieza a oler un poco más a primavera. En las ramas de mi árbol favorito están comenzando a despuntar tímidamente los primeros brotes, y eso es algo que me gusta interpretar como un buen presagio.

[La fotografía es de mi gran amigo Rubén, se la cojo prestada]

lunes, febrero 14

IASADE -64-

No entendía nada; no comprendía porqué había perdido el apetito y sus siempre insatisfechas ansias de muerte y desgracia, porqué la presencia de Satzsa la inquietaba repentinamente, porqué le parecía seguir escuchando el eco de su antiguo corazón, y sobre todo... no comprendía porqué a la hora de lanzarse sobre Amiss, había sido incapaz de moverse. Furiosa, hizo un corte más en el antebrazo del muchacho, que gritó de forma estrangulada.

¡No tenía ningún sentido, no era natural, no le encontraba explicación y empezaba a desesperarse! Recordaba con increíble detalle el color exacto de los ojos pardos de aquella otra luciérnaga de alas falsas, su perfil de nariz recta y mentón fuerte, su cabello castaño claro. ¿Por qué demonios aquellos datos le parecían tan sumamente relevantes? Era una gota de leche más en el vaso, un mosquito más que aplastar y ni siquiera era digno de tal atención por su parte. Tenía objetivos mucho más importantes que él, como el Ángel o Amiss. No entendía nada de nada.

La sangre del corte resbaló por la magullada piel de su víctima y le goteó encima de los pies descalzos. Cassia lamió lentamente el vital líquido carmesí, haciendo que el joven se estremeciera y volviera a gimotear. La Nocturna lo miró con fastidio.

- Cállate de una vez, llorica.
- Por favor... deja que me vaya... no me tortures más...
- Bueno.- dijo ella, haciendo girar hábilmente el cuchillo entre sus dedos, a gran velocidad.- La verdad es que me aburres, y tampoco tengo ganas de jugar contigo. Tengo otros asuntos más urgentes que atender.
- ¿Vas... a dejarme?

Cassia le sonrió dulcemente.

- No, pero voy a acabar con tu sufrimiento. Y agradécemelo, porque... en circunstancias normales, habría conseguido que te lamentaras una y mil veces por haber nacido, escoria.

Y ante la mirada angustiada del muchacho, Cassia cogió la pistola que yacía sobre la mesa y le apuntó entre los ojos antes de disparar certeramente.

***

Satzsa había desaparecido en busca de placeres para su negra naturaleza después de decirle que había localizado el rastro del Ángel cerca del puerto de la ciudad, pero... extrañamente... Cassia no se fiaba mucho de su palabra, y temía que pudiera estar siguiéndola a escondidas. ¿Qué podía hacer? ¿Dirigirse al puerto, como se esperaba de ella, en busca del palomo? ¿O volver a casa de Claudia para intentar rastrear a Amiss... o a aquel estafador de alas inmerecidas? Su obsesión iba en aumento por momentos. Se sujetó la cabeza con las manos y chilló de forma estrangulada, intentando liberar parte de su rabia y frustración... sin éxito. Se levantó bruscamente de la silla, se manchó los dedos de sangre derramada y se lamió lentamente... escupiéndola entre dientes justo después de saborearla, con una mueca de asco. Sostuvo la pistola, pensativa, en la mano durante unos segundos antes de guardarla en la bolsa y salir corriendo de allí.

El sol ya se había puesto cuando Cassia trepó a lo alto del árbol frente a la casa de Claudia, y en el cielo las nubes escondían las estrellas y la presencia de la luna. La usuaria de la luciérnaga y su compañero de piso, que había cambiado la camisa negra por un jersey verde oscuro, chocaban sus copas de vino para dar comienzo a la cena casera que estaban a punto de disfrutar. Pese a sonreír y a tener algo más de color en las mejillas, Claudia parecía marchita como una flor a finales de la primavera cuando, entre bocado y bocado de su plato de tortellinis de ternera con salsa de queso y almendras, su sonrisa temblaba como sacudida por un huracán.

No lo escuchó llegar hasta la última milésima de segundo, gracias al traicionero susurro quejumbroso de las hojas entre las ramas, rasgueadas por las plumas de sus alas. Cassia apenas alcanzó a saltar de la rama para esquivar un mortífero golpe de aquella maldita espada resplandeciente y desenvainar en el aire su cimitarra justo a tiempo de parar la segunda estocada, directa a la cabeza. La Nocturna lo empujó hacia atrás con el arma, obligándolo a retroceder y a detenerse por un instante. En mitad de la negrura de la noche, como dos faros resplandecientes, vio dos ojos añiles clavados en ella.

- Márchate de aquí o te aniquilaré. 
- ¿Siempre eres tan caballeroso? Intenta aniquilarme en vez de darme la oportunidad de irme, porque no lo haré. 
- ¡Largo!
- Eres patético, de verdad.

El Ángel siseó y sus ojos desaparecieron fugazmente para convertirse en un haz de luz blanca que se lanzó peligrosamente sobre ella. Sin embargo, la oscuridad jugaba a su favor... y logró hacerse un lado y mantener el equilibrio, en una posición de más altura que le concedía ventaja.

- No creas que la noche te protege, condenada. Soy mucho más fuerte que tú, y tengo también mucha más experiencia.
- Pensaba que los Ángeles eran modestos y que no era lo suyo ir dándose tantos aires. Queda mal, ¿sabes? No creo que favorezca mucho vuestra reputación. Aunque claro... no se te tiene que dar demasiado bien eso de ser un Ángel cuando te han suplantado, ¿verdad? ¿Quién es ese paliducho con alas de mentirijilla que ahora cuida de tu pequeñina? 

Ael levantó en alto su espada y cortó la rama en la que Cassia apoyaba los pies, haciéndole perder el control de la situación. Cuando cayó al suelo, de rodillas y con la cimitarra en alto, el Ángel estaba detrás de ella y tenía su espada en contacto con su cuello. 

- ¿Qué tal el metal divino, condenada?
- Demasiado frío y afilado para mi gusto, palomo, pero a parte de eso... genial. Venga, termina ya con esto si tienes... bueno, cojones no tienes, ¿verdad?

Su antiguo corazón hacía temblar su pecho, martilleando las costillas con un ritmo desenfrenado, haciéndole recordar un dolor fantasma que murió en su otra vida hace mucho tiempo. Cerró los ojos y apretó los puños, dispuesta a no suplicar y a afrontar el final de su existencia con entereza. Un segundo... dos... 
Abrió los ojos, miró hacia arriba. El Ángel, de rostro plateado a la luz de la farola junto al árbol, estaba paralizado, con la boca desencajada y una mueca de angustia transfigurando sus hermosas facciones. 

Cassia no se lo pensó dos veces. Giró los brazos y arañó con el filo de su cimitarra la mejilla descubierta de Ael, que se encogió sobre sí mismo con un aullido desgarrador y desapareció en el acto, dejándola sola, incrédula... y con sangre angelical manchando su arma.

miércoles, febrero 9

IASADE -63-

Cassia saltó del techo del coche y se refugió tras el espeso seto y el parterre de flores junto a un solitario y espigado edificio, al notar que la mujer aminoraba la velocidad del automóvil y se dirigía al bordillo para aparcar. Era un bloque bonito, de color crema con puertas oscuras y ventanas con plantas, de cuatro pisos y con terraza en la segunda y la cuarta. Desde fuera se escuchaba una canción de piano.

Claudia salió del vehículo, sacó del bolso un manojo de llaves y entró al edificio por la puerta principal. Cassia se coló en el interior como una sombra invisible, inaudible, y se escondió en el hueco bajo las escaleras que llevaban al piso superior, tras echar un vistazo analítico y rápido al resto del apartamento. A la derecha, una cocina amplia y luminosa junto a un corto pasillo con dos puertas más, y a la izquierda un espacioso comedor con biblioteca, todo exquisitamente decorado en colores suaves y alegres a la vista. Si aquella realmente era su vivienda, era obvio que Claudia no padecía insuficiencias económicas. Se la veía una chica de buen vivir, guapa, sofisticada y alegre. ¿Qué ocultaba, de dónde nacían aquellos sentimientos turbios que le oscurecían el alma? ¿Y por qué la luciérnaga la había elegido como su próxima usuaria?

La joven dejó el chaquetón rojo sobre una percha y sonrió ensimismada mirando al techo, moviendo rítmicamente la cabeza al son de la melodía de piano que procedía de arriba. Se dirigió a la cocina y cogió una pequeña regadera azul de un mueble superior, con la que empezó a dar de beber a las múltiples plantas que adornaban el interior del piso. Mientras lo hacía, su sonrisa se fue desvaneciendo poco a poco hasta convertirse en una mueca de gran angustia, que desembocó en un sollozo ahogado y después en un llanto desenfrenado que le hizo soltar la regadera y caer al suelo de rodillas, temblando descontroladamente. La música se interrumpió de repente y una voz masculina llamó, preocupado.

- ¿Claudia? ¿Eres tú?

Se oyeron unos pasos que bajaban las escaleras deprisa, y Cassia se pegó aún más si cabe a la pared, dejando de respirar, cuando un muchacho apareció en el comedor y corrió hasta Claudia, agachándose a su lado y abrazándola estrechamente. Ella lloró con más fuerza.

- Shhhh, tranquila, venga. No llores más, por favor. Respira lentamente, ¿vale? Intenta respirar, Claudia.

Él era un hombre joven de aproximadamente unos treinta años, con el pelo castaño, largo y rizado y los ojos grises, vestido de negro de pies a cabeza. No había rastro en él de sentimientos desgraciados, sino que apestaba a felicidad, y tampoco llevaba consigo ni una pizca del olor del Ángel... lo que quería decir que aquel individuo no era importante para el palomo. Claudia se aferró a él como si se le fuera la vida en ello, haciendo verdaderos esfuerzos por dejar de llorar y respirar con calma.

- Supongo... que no ha ido muy bien.- comentó él, en voz baja.
- No, no ha ido nada bien. No sé qué hacer, Gabri, no tengo ni idea...
- De momento podrías dejar de llorar, ¿vale? Me estás poniendo la camiseta perdida.

Ella rió entrecortadamente y se separó de él, inspirando profundamente y conteniendo las últimas lágrimas. Gabriel se puso de pie y le tendió una mano para ayudarla a levantarse.

- Viene alguien.- dijo, mirando por la ventana.- Creo que es... aquella chica de la reunión... ¿cómo se llamaba?
- ¿Anaid?
- Eso. ¿Tienes ganas de recibirla? Por que si no quieres, puedo decirle que estás enferma y en cama.
- ¿Harías eso por mí? La verdad es que no tengo muchas ganas de hablar ahora mismo del tema... la llamaré mañana. Me voy a acostar un rato.
- De acuerdo, no te preocupes que yo me encargo. Descansa. Intenta no volver a ponerte a llorar.- añadió, dándole un beso en la frente.
- Lo intentaré.- respondió, forzando una sonrisa que pretendió ser tranquilizadora antes de marcharse escaleras arriba.

Él la observó hasta desaparecer, y luego suspiró pesadamente. Se atusó un poco el pelo y se plantó frente a la puerta a la espera de que la visitante tocara el timbre para abrir.

- Hola, buenas tardes.

Cassia apretó los puños con ira al verla en el umbral de la puerta y se agachó de forma inconsciente, deteniendo su respiración. Amiss se había vuelto a disfrazar para interpretar su nuevo papel, ésta vez con el cuerpo de una mujer joven, en forma, de cabello rubio oscuro y largo que llevaba recogido de un moño informal, vestida con vaqueros y camisa de media manga.

- ¡Buenas! Soy Anaid... vengo a ver a Claudia. ¿Está en casa?
- Yo soy Gabriel... Claudia y yo compartimos el apartamento, encantado. Ella está en casa, pero se encuentra mal y se ha acostado hace un rato, así que ahora no puede recibir a nadie, posiblemente esté durmiendo.
- Oh, vaya. Pues... pues nada. Dile de mi parte que se mejore.
- Lo haré, le diré que has venido a verla. Seguro que se alegra de saberlo.
- Muchas gracias, Gabriel.- sonrió ella.- Hasta luego.
- Hasta la próxima.

Y antes de que él cerrara la puerta, Cassia escapó del dúplex como un suspiro, en un pestañeo, y volvió a esconderse detrás del seto para observar cómo la luciérnaga desandaba el camino que llevaba hasta el apartamento y giraba en la esquina de la calle.

El Ángel ya no estaba en su mente, y poco le importaba que pudiera estar rondando cerca protegiendo a su gota de leche. Sus ansias de venganza, su hambre de matar, su deseo de hacerla desaparecer de la forma más dolorosa posible y de recrearse en cada segundo de la tortura a la que tenía planeado someterla antes de borrarla del mapa... eran demasiado grandes, demasiado fuertes como para permitirle pensar en otra cosa. Desenvainó la cimitarra y corrió pegada a la pared hasta llegar a la esquina, por la que atisbó antes de lanzarse sobre el alma blanca.

Pero al mirar, se quedó helada. Paralizada, asustada, confusa. Amiss estaba a unos pocos metros de distancia, hablando en voz baja con otra alma blanca que llevaba colgando de la espalda un par de alas de Ángel falsas y que caminaba a su lado. "¿Por qué no soy capaz de moverme? ¿Qué diablos me pasa?" Gritó Cassia en su fuero interno, apretando los dientes, frustrada por aquella inmovilidad sin explicación. El alma blanca que acompañaba a la luciérnaga se detuvo un instante, giró la cabeza a ambos lados y se dio media vuelta para mirar hacia atrás. Cassia sólo tuvo una milésima de segundo para captar un plano de perfil y retirarse de la vista para evitar que la descubriesen, pero fue lo suficiente para acelerarle la respiración y hacerle recordar cómo era tener un corazón vivo latiendo a mil por horas entre sus costillas.

"¿Quién es ese... y qué demonios me ocurre?"

lunes, febrero 7

Soñadores incurables

- Una vez me dijeron que tengo un brillo vivo e inquieto en la mirada, ¿tú qué piensas?

El joven, pasmado, levantó los ojos atónitos del periódico que temblaba con el bamboleo del autobús para observarla de hito en hito, con la boca entreabierta y expresión estúpida desde unas cejas perfectas a un mentón de barba descuidada. Tenía cara de no haber entendido una sola palabra, lo cual a ella le hizo sonreír.

- ¿También lo crees?- insistió.
- ¿Perdona? Me parece que no he entendido tu pregunta.- no pudo más que contestar él, aturullado.
- Mi mirada.- repitió la muchacha, seriamente.- Hace años, en un bar... siendo yo más pequeña y no debiendo estar allí, en realidad... Un señor, que siempre fumaba una pipa tan llena de arañazos que parecía la pipa de un gato viejo, me agarró por la muñeca, me miró fijamente a los ojos y me dijo con voz retumbante... "¡Tienes un brillo inquieto y vivo en los ojos, niña! Parece que haya anidado en ellos una hada traviesa, probablemente una que es pintora." Ya te puedes imaginar cómo me quedé yo, dando botes de alegría. Sólo pude hacerle la pregunta más evidente: "¿Y cómo sabe usted que se trata de una hada pintora?" El señor de la pipa de gato me respondió lo siguiente: "Las hadas saben mucho y reconocen un alma aventurera a kilómetros de distancia. Esa pequeña pícara sabe que tú eres una intrépida, y se ha quedado en tu mirada para aprovechar la oportunidad de pintar todo aquello que verás a lo largo de tu vida." Ahora... mi pregunta es bien sencilla. ¿Estás de acuerdo con aquel señor?

El pobre chico había pasado de tener la boca entreabierta a tenerla abierta de par en par sin ni siquiera darse cuenta. Miró el periódico, perplejo, como si pudiera encontrar en él la respuesta a aquella pregunta, y ya de paso una explicación razonable para la increíble y extravagante historia que aquella joven le acababa de contar.

- No creo que así puedas contestarme.- comentó la chica.
- ¿Y cómo?- preguntó él, empezando a enfadarse, girándose a ella de nuevo.- ¿De qué va esto? ¿Se trata de alguna encuesta o de alguna táctica nueva de publicidad invasiva?
- No, es simplemente una pregunta muy simple que podrías responder con facilidad si me miraras a los ojos. Así.

La muchacha acercó su rostro al suyo de repente, de forma rápida, hasta que sus narices se tocaron durante una milésima de segundo antes de separarse poco más de un milímetro. La intención de alejarse y escapar murió irremediablemente en el momento en que sus pupilas se encontraron y los irises grises con periferia verdosa de ella lo atraparon mágicamente. Eran unos ojos soberanamente hermosos, cautivadores... habitantes de un rostro bello también. Tenía un mapa de pecas que se extendía a través de la nariz chata y sobre sus mejillas sonrojadas, unos labios carnosos que parecían de fruta y un gracioso flequillo castaño rojizo parte de una melena ondulada que le serpenteaba encima de los hombros.

- ¿Lo ves?

Y sí, allí danzando en su mirada, había un brillo intenso que podía servir como espejo a quien lo observara, revoloteando inquieto por los ojos de los que se había adueñado. Casi pudo oír la risa contagiosa de aquella hada traviesa y pintora. Por un momento, tuvo el irresistible impulso de besarla.

- ¡Alejandra! ¿Se puede saber qué haces?

Una mujer trajeada de negro con una pamela de color lila claro se acercó al asiento doble del autobús donde ambos estaban sentados, montada sobre unos tacones de vértigo, lilas como el sombrero. La chica se apartó bruscamente del muchacho y sonrió a la mujer con inocencia.

- Estaba conversando, nada más. Le estaba haciendo una pregunta, de hecho.
- Una pregunta, ya. ¿Telepáticamente, y casi comiéndote a este pobre chaval? Ya sabes que debes comportarte cuando salimos a la calle.- dijo severamente, antes de dirigir una sonrisa encantadora hacia el confuso muchacho.- ¿Alejandra te estaba molestando? Lo lamento muchísimo, no se lo tengas en cuenta.
- No me molestaba...
- Oh, qué chico más educado, eres un cielo. Discúlpala, estos niños se descontrolan en cuanto salen del centro. Se les va la cabeza y no dicen más que disparates y tonterías temerarias, pero no tienes que hacer ningún caso de nada de lo que te haya dicho.
- ¿El centro...?- Alejandra mantenía la cabeza gacha, mirándose los pies en silencio.- ¿Qué centro?
- Es un centro para individuos internos, un reformatorio donde les ayudamos a superar su enfermedad... en la medida de lo posible.
- ¿Qué enfermedad?

La mujer volvió a sonreír, pero sin atisbo alguno de alegría en la expresión. Se trataba de una mueca fría y automática, mecánica, que le puso los pelos de punta.

- Son soñadores incurables. Y ya sabes que la sociedad no los tolera ni los acepta, son un peligro potencial, porque fantasear no sirve de nada ni hace bien a nadie. Toma.- se metió la mano en el bolso gris que le colgaba del brazo y le entregó una tarjeta con el nombre del centro y el número de teléfono.- Si conoces a algún individuo de tales características, haz el favor de avisarnos. Nosotros lo ayudaremos en cuanto podamos. Hasta luego. Alejandra, vamos, es nuestra parada.

Con una mueca triste, Alejandra se puso de pie agarrándose a la barra. Y entonces, como inspirada por una voz inaudible para todos los demás, se inclinó sobre el joven hasta rozar su oreja derecha con sus labios afrutados y le susurró:

- Me gustan tus ojos, tienen un brillo curioso. Estoy convencida de que en tu mirada vive un hada de la sabiduría, que aprovecha tu curiosidad para aprender un montón de cosas interesantes.
- ¡Alejandra, compórtate o tendré que castigarte cuando volvamos!- gritó la mujer, cortante.

Ella le guiñó un ojo, se levantó y salió del asiento doble. Llevaba un peto vaquero que le quedaba grande, y una camiseta de manga corta a rayas moradas, en un tono más oscuro y otro más claro, alternas. Se colocó junto a la señora del traje, que se alisó las arrugas de la chaqueta y se ajustó el sombrero con elegancia antes de coger a la chica con fuerza del brazo y arrastrarla sin miramientos hacia las puertas abiertas del autobús. Él sólo alcanzó a vislumbrar un destello de su brillo inquieto e intenso, que le decía adiós desde aquellos preciosos ojos. El vehículo volvió a ponerse en marcha, y el muchacho contempló la tarjeta aún sujeta entre sus dedos. La rompió y tiró los trozos de papel por la ventanilla abierta.

IASADE -62-

- Se marchó por allí.- dijo Satzsa, señalando al noreste con el dedo índice.
- Gracias, no sé que haría sin ti.
- Lo sé, me adoras. ¿Lo espantaste?
- Ha estado a punto de enfrentarse a mí, pero... nos interrumpieron y huyó.
- Es una pena. ¿Tienes alguna pista? Te vendría bien algo más aparte de la dirección de su rastro.
- Tal vez.- Cassia volvió a sentarse en el banco y encendió el cigarrillo que la Diablesa le tendía.- Al seguirlo he llegado hasta Maternidad y... más concretamente a una paciente específica, de nombre Claudia. Es posible que se trate de la nueva usuaria de la luciérnaga.
- Muy bien. Pues ya sabes lo que debes hacer.
- ¿Ah, sí?

Satzsa se levantó con un salto ágil y se desperezó con un gemido ahogado, sonriendo maliciosamente.

- Quédate aquí y vigila a esa Claudia. Sería útil que la siguieras, puede que el Ángel vuelva a localizarla. Mientras, yo buscaré algo suculento que nos sirva de cena, ¿qué te parece?
- Tráeme a una presa inquieta. Cuando vuelva, además de hambre, tendré ganas de pelea.
- Marchando, pequeña. Que te sea leve, y ten cuidado.

Dicho aquello la Diablesa, con el rostro semi oculto por la espesa y rebelde melena llameante, rió y desapareció envuelta en una nube oscura que se disipó rápidamente en cuanto la Nocturna expulsó sobre ella el humo del tabaco.

***

El día había amanecido nublado, como era habitual en aquella parte de España. Se avecinaba tormenta; Cassia, encaramada al tejado más alto del hospital, podía olerlo en el aire. Los pies le colgaban del muro, mientras se entretenía tarareando entre dientes y encendiendo y apagando el mechero de forma intermitente. La canción que le salía a trompicones entre los dientes era una melodía conocida y desconocida al mismo tiempo: desde su despertar como Nocturna, aquellas notas musicales habían estado impresas en su mente, existiendo como el único resto fósil del código genético perteneciente a la humana que había sido en vida. Sabía que tenía letra, pero no la recordaba. Y también era consciente de que era mejor así.

Su objetivo salió del hospital en dirección al aparcamiento gratuito que había la izquierda, junto al parque. Claudia vestía un abrigo rojo carmín, era de estatura media y complexión delgada, con una melena dispareja de un color miel que resplandecía incluso a pesar de no haber sol. Era atractiva: sus rasgos armoniosos tenían un matiz delicado y frágil, semejantes a los de un ángel, de piel pálida. Quizás demasiado pálida, y con unas ojeras en un tono lavanda suave bajo los ojos oscuros. Cassia detectó en ella el típico olor dulzón a bondad y sacrificio, pero también advirtió una nebulosa oscura que pugnaba por salir de su interior, mezcla de enfermedad, tristeza, miedo... terror, frustración, resentimiento... Emociones negativas de gran potencial que una Nocturna podría aprovechar fácilmente para ganar un alma condenada más a la causa. 

Sin embargo, no era ese su objetivo esa vez; en esta ocasión su víctima no era un humano de existencia miserable, sino un Ángel. Su Ángel, concretamente. O al menos, era la misión oficial. Porque... de espaldas al conocimiento de los Poderosos y de Satzsa... su verdadera presa era Amiss. Cassia sabía que no descansaría hasta eliminarla personalmente. Claudia cruzó el aparcamiento hasta llegar a su vehículo, un smart del mismo color que su abrigo, y arrancó. En el instante en que el motor se encendió con un perezoso rugido, Cassia subió sin hacer ruido a lo alto del coche. Y se relamió, hambrienta.

Calcetines desparejados

En negro, personaje masculino y en rojo, personaje femenino.

Era como estar todo el día subido en una montaña rusa.
Todo da vueltas y vueltas sin parar.
La euforia del momento daba paso a más euforia, incluso mientras dormía.
Las direcciones se confunden, y se mezcla el norte con el sur y el este con el oeste.
Te olvidas de que un día puede terminarse
Crees que un adiós no puede ser tan doloroso
y cuando se acaba, sólo te queda tu vida derrumbada porque los cimientos han desaparecido.
y de repente te das cuenta de que los pies se te han ahogado en un abismo.
Corazón y mente, ambos desconectados de mi cuerpo pero respirando al mismo tiempo
Antes me temblaban las manos
mientras los días se borraban uno detrás de otro.
pero lo peor de todo es que ni siquiera recuerdo cómo pasó.
Nunca he creído en la suerte, ni siquiera en la del principiante.
Una noche soñé con alguien a quien no conocía.
Aunque siempre he deseado encontrarme, por casualidad, un trébol de cuatro hojas.
Se sabía la letra de mi canción.
Una vez pensé que tal vez ese trébol tuviese nombre
Siempre he querido encontrar a mi media naranja
y que quizás estuviera allá fuera, por ahí, buscando también la suerte personificada.
y anhelado comprender lo que es sentirse “uno” en dos.
Pero intento no perder el tiempo soñando despierto
Me paso las horas sentada en la mesa mirando por la ventana
alimentándome de ilusiones fantasmas
con los ojos clavados en las nubes, buscando formas invisibles.
dispuesto a no regatear si se me ofrece un único deseo en vez de tres.
Tengo la sensación de que me he pasado la vida soñando.
Mi teléfono no suena.
¿Dónde estás?
Y yo hace tiempo que perdí la esperanza por temor a perder la cordura.
Tengo frío… y miedo.
No sé si echar a correr, luchando.
No llegues tarde… te estoy esperando todavía.
Mi respiración agitada se convierte en vaho al entrar en contacto con el aire gélido.
Se me congelan los dedos de los pies y los de las manos, sentada en la calle.
Bueno, creo que puedo tomarme algo.
¿Cómo prefieres el café?
El café me recuerda a las tardes de tormenta sin salir de casa.
Una vez me dibujaron un corazón en la crema del capuchino.
Me pregunto porqué estoy aquí, después de todo.
Nunca me han dado un beso con labios mojados por la lluvia.
Y sin embargo, tampoco se está tan mal.
No tienes porqué escucharme, estoy hablando conmigo misma.
Creo que podría darme a mí mismo otra oportunidad
La puerta está allí mismo
para intentar hacerte feliz.
pero me gustaría que te quedaras.


Texto inspirado en la obra "Zapatos Parlantes" de Eva Lootz.