martes, noviembre 30

Beber con los ojos

Al cruzar la plaza en dirección a la galería, que se erigía como un templo donde refugiarse del frío y la lluvia, supe que habría obviado su presencia de no ser por el propósito específico que me requería allí y que me había hecho salir de casa un tanto a regañadientes.
Casi pegué la cara al cristal al mirar a través, con el pelo mojado goteándome sobre la nariz y las manos heladas, preguntándome cómo podía haberme pasado desapercibida hasta entonces. Se me antojaba mágicamente salida de la nada, como si se hubiera hecho un hueco a la fuerza entre pared y pared. Me aparté cuando el vaho empezó a proyectarse sobre el acristalamiento, al mismo tiempo que una chica y un chico que estaban a la puerta de la galería charlando me miraban disimuladamente y volvían al interior.
Movida por una curiosidad mucho mayor que la que había acompañado a la obligación que me había empujado a la calle, entré aflojándome un poco el nudo de la palestina alrededor del cuello, sonriendo levemente y saludando en voz baja a los encargados de la exposición.
Las obras eran llamativas, extrañas… pero sobre todo, inesperadas. Supuse que se trataría de cuadros varios, pintados posiblemente a témpera, óleo o acuarela, de estilo abstracto, pero me equivocaba; tras un primer vistazo general, me pareció una exposición más propia de la asignatura de Escultura que de Pintura.
Parecían ventanas a otros mundos, completamente distintas entre sí a pesar de levantarse sobre el mismo material: chapas de botellas. ¡Chapas de botellas! No eran más que eso y sin embargo allí estaban, ondulándose y retorciéndose ante mis ojos como si no fueran otra cosa que papel, agrupándose en sabias formaciones de colores vivos, adoptando la personalidad de otras dimensiones con una destreza camaleónica.
“¿Quién llegaría a estar tan sumamente aburrido como para idear todo esto?”, fue el pensamiento fugaz que me cruzó la mente al maravillarme con el minucioso trabajo y dedicación que había llevado a aquella simple chapa de botella a convertirse en arte, en un arte atractivo y sugeridor. Segundos después dejé de preguntármelo para, simplemente, alegrarme de que aquel proceso de transmutación hubiera dado frutos tan interesantes como aquellos.
Viajé a la época bizantina para contemplar uno de sus famosos mosaicos construidos con teselas, piedras preciosas de colores brillantes que reflejaban la propia luz y la convertían en himnos y salmos ofrecidos a la inalcanzable divinidad de la Inspiración, con trazados geométricos de naturaleza matemática.
Me encontré ante un complejo e incomprensible panel eléctrico rescatado de los restos mortales de una nave espacial ya anticuada a la que le había fallado el generador de alimentación celular, robándole la vida y reduciéndola a poco más que chatarra.
Junto a él había un hermoso tapiz de hilo metálico, tejido a mano por hilanderas míticas de otra época condenadas por olvidados dioses caprichosos e irascibles que envidiaban a los humanos mortales.
Me perdí en las laberínticas entrañas de una espiral sin principio ni final, como una serpiente que intenta devorarse a sí misma mordiéndose su propia cola, haciéndose poesía y encarnando el principio metafórico de que la materia ni se crea ni se destruye, tan sólo se mueve y cambia constantemente.
Y para terminar… volví al presente a través de un agujero negro, o tal vez un agujero de gusano, donde el espacio se estiraba y condensaba pixelando su estructura para escupirme a través de un embudo hacia la fría realidad en la que la lluvia seguía repiqueteando incansablemente sobre el suelo, creando música sobre la superficie de la fuente frente a la galería.

Galería Sandunga. Exposición "Beber con los ojos" de Alejandro Gorafe.

lunes, noviembre 29

Disconnected

A través de la puerta entornada se escapaba un tenue olor a quemado que le hizo fruncir la nariz. La tostada fragancia pendía de los marcos de madera que colgaban de la pared sosteniendo fotos antiguas que casi nadie reconocía, tan claramente como si hubiera sido pintada en gris anaranjado sobre el blanco demacrado.
La chica maldijo en voz alta, olvidándose por completo de la bolsa de la compra que desaparecía lentamente tras la compuerta automática del ascensor que se dirigía a la planta de arriba llamado por otro inquilino, corriendo hasta la puerta que tenía las llaves colgando de la cerradura por dentro.
Sobre la mesa, en la esquina, había un pequeño montón de ceniza y un cenicero de cristal roto ya por las cuatro puntas. En el suelo, junto a la pata de la mesa, un cigarrillo que terminaba de consumirse solo quemaba involuntariamente el borde de la alfombra. Ella lo pisó furiosamente, matando sin piedad las últimas minúsculas brasas de nicotina.

- ¡Key! ¡Key, joder, que esta es la alfombra de mi abuela, capullo!

El muchacho tirado en el sofá, con los ojos cerrados, la boca abierta y las extremidades de cualquiera manera, no dio signos de haberla escuchado.

- ¡Key, despierta joder!

El sonoro bofetón enrojeció la mejilla sin afeitar segundos después de que hiciera eco a sus palabras, pero sin ningún resultado. La joven le pegó otra vez, rabiosa, antes de fijarse en la jeringuilla tirada en el suelo, recogerla y olfatearla con una mueca de asco. Se acercó a una de las ventanas y tras abrirla, la lanzó fuera con todas sus fuerzas.

Esperó impacientemente, caminando de un lado a otro alrededor del sofá como un animal hambriento, a que Key resucitara. Cuando diez minutos después el muchacho se incorporó bruscamente, aspirando el aire con ansiedad, roncamente, ella se estremeció de miedo al ver la expresión de dolor deformando sus rasgos. Aguardó inmóvil, casi sin respirar, a que aquel par de ojos castaños la enfocaran con dificultad. Y vio la familiar sonrisa fácil y despreocupada que se le dibujaba en los labios ligeramente agrietados al reconocerla.

- Eres preciosa, July.

Otro bofetada le coloreó la mejilla contraria, ladeándole la cara debido a la fuerza del impacto y robándole el aire por unos segundos en los que sólo la incomprensión y la perplejidad se reflejaron en su rostro.

- ¡Y tú eres un maldito gilipollas! ¡Te has vuelto a suicidar! ¡Me dijiste que no volverías a hacerlo! ¡Y para colmo te dejas la puerta abierta y el cigarro encendido! Podrías haber incendiado el piso, Key. ¿Y entonces qué? De haberte quemado vivo, no habrías podido despertar de nuevo. Te hubieras muerto. Para siempre.
- No... no sé qué decirte, July. Te he mentido... ya lo sé. Es que... la muerte es... demasiado adictiva. No sé qué decir...
- ¡Podrías explicármelo!- gritó ella, ahora llorando.- ¡Por que no lo entiendo! Cada vez que te inyectas esa mierda, sufres. Y cada vez que tu corazón vuelve a latir, sufres. No comprendo...
- Es una sensación de poder increíble. El hecho de poder controlar la muerte, el tiempo que tu cuerpo deja de funcionar... te hace sentir poderoso. Pero no sólo eso. La primera bocanada de aire que tomo al resucitar... a pesar de ser dolorosa, es maravillosa. Sabe a vida, vida pura e intensa... es... como volver a nacer. Vuelves a vivir sin preocupaciones, ni miedos, ni arrepentimientos: todo es nuevo, bueno y hermoso. Morir, además, es muy fácil y cómodo. No piensas en nada, no sientes nada... ni siquiera sueñas. Simplemente... dejas de existir, y eso de vez en cuando es muy agradable. Porque vivir es muy complicado.

domingo, noviembre 28

28 de Noviembre

Mientras escribo y pienso, las nubes se amontonan en el cielo al otro lado del cristal de la ventana, cerrando filas para formar el batallón que, según el hombre del tiempo, descargará mañana lluvias durante la mayor parte del día.
Últimamente no me gusta la lluvia tanto como de costumbre y... eso me preocupa. Me da la sensación de que se trata del síntoma que precede a una horrible enfermedad de nombre y cura desconocidos, aunque a lo mejor sólo se debe a la rabia que siento por los paraguas y a las carreras de obstáculos que hay que sortear cuando vas con uno por la calle, estirando y encogiendo el brazo, ladeándolo para procurar no saltarle el ojo a nadie ni chocar con el resto de viandantes.
No sé si la razón de ser de esta melancolía tiene algo que ver con la proximidad de mi cumpleaños o con el hecho de que esta Navidad será la primera en mucho tiempo que pase, hablando en términos románticos, sola. Pero no debería tener relación ni con una cosa ni con otra, porque no me importa cumplir años y una Navidad en solitario resulta mucho más sencilla que una en compañía.
Sea como sea, hoy he llorado al escuchar una canción de la radio. Y no es la primera vez que tengo la tentación de dejarme llevar por el llanto.
Mi corazón palpita echándoos de menos a ti y a ti.
A ti que eres para mí la droga más apetitosa del mundo. Eres un imán irresistible. No, mejor... eres el nuevo concepto de gravedad que me hace orbitar y caer de rodillas sin poder evitarlo, mi perdición disfrazada de fruta prohibida. Una fruta que muerdo siendo consciente de la situación, porque a pesar del sufrimiento que me espera tras haberte probado el hecho de no hacerlo es mucho peor que cualquier castigo.
Y a ti, que eres lo que toda mujer en el mundo hubiera deseado al ver pasar una estrella fugaz. Amor sin miedos ni dudas, desinteresado e incondicional.
Mientras tanto...
Vivo esta historia contigo sin saber exactamente dónde vamos a terminar o cómo vamos a hacerlo. ¿Tal vez enteros, o rotos a pedazos? ¿Uno lejos del otro, o cerca como ahora mismo? A cinco minutos de una sola palabra, envueltos en un calor precioso que desaparece con demasiada facilidad.
Y me pregunto de qué vas tú, jugando a dos bandos, dudando de si sonreír al acordarme de ti o todo lo contrario.
Además de cabreada contigo y contigo también por no cumplir vuestra palabra.
Creo que no sólo tengo un corazón, sino por lo menos cuatro o cinco.
El sol hace menguar su resplandor y los pájaros se alejan volando en bandadas surcando un cielo otoñal que me huele a lágrimas y a sonrisas perdidas de otra vida.

miércoles, noviembre 17

IASADE -60-

El tiempo se medía en segundos de luz, conforme la rendija se ensanchaba y la cantidad de resplandor crecía gradualmente, obediente al mecanismo de un reloj invisible. Constante e ininterrumpido, pero con exasperante lentitud. Tras lo que a Cassia se le antojaron siglos, la puerta se abrió del todo y una silueta más que conocida penetró en la densa oscuridad dejando tras de sí una estela caliente que hizo temblar el aire, distorsionándolo. La Diablesa sonrió ampliamente, el blanco de sus dientes destellando sobre el negro, al acercarse a la jaula y agarrar dos barrotes consecutivos. Cassia se retorció de impaciencia, incapaz de contener un aullido desesperado, mientras Satzsa fundía con las manos el metal.
Tampoco esperó a que la Diablesa terminara de derretir los barrotes, saliendo de la prisión en cuanto el hueco fue lo suficientemente grande para poder escaparse por él, convirtiendo el chillido en un grito jubiloso. Satzsa rió y extendió los brazos, agitando su cola demoníaca de un lado a otro.
- Ven a mí, pequeña.
Ambas se unieron en un estrecho abrazo, pegando sus cálidos cuerpos. Satzsa le mordió el cuello y Cassia bajó las manos por su espalda, recreándose con la perfecta forma de sus nalgas, gimiendo de puro placer. Se besaron apasionadamente y con urgencia, acariciándose mutuamente. Cassia le apretó los pechos, le mordió los labios... y le hubiera arrancando la ropa allí mismo de no ser por la interrumpión de la Diablesa, que se apartó ligeramente tras darle una fuerte cachetada en el trasero.
- Ya veo que estás hambrienta. Será mejor que vayamos de caza, ¿no? Ya tendremos tiempo de jugar... un poco más tarde.
Salvó los segundos de luz que la separaban de su ansiada libertad de un único y gran salto.
El aire contaminado le llenó los pulmones inactivos, deleitándola con su insano sabor a suciedad. La enfermedad, la maldad y la corrupción seguían allí, intactos, llamándola, regalándole placer y diversión ilimitados, ofreciéndole un extenso coto de almas que apresar y condenar, así como los todos los vicios necesarios para aplacar sus voraces apetitos. Rió, preguntándose a sí misma cómo podía estar maldita si aquello era el Paraíso.

lunes, noviembre 15

IASADE -59-

Otro sueño más. Porque era consciente de que era un sueño y con aquel ya sumaban tres. Volvía a ser una mera espectadora, relegada a la esquina menos iluminada de la estancia, incapaz de moverse o de hablar. La escena que se desarrollaba delante de ella era violenta y le inspiraba emociones contradictorias muy humanas: tristeza, rabia y rencor. Una mujer, con el cabello castaño a la altura del cuello, chillaba y lloraba a un mismo tiempo, estirando entre las manos un cojín beige de punto que parecía a punto de romperse. El objetivo de su ira desmedida era una chica de diecinueve años que también gritaba presa del llanto, con las mejillas encarnadas húmedas y brillantes por las lágrimas.

- ¡¡No puedes irte, no te lo permito!! ¡¡Soy tu madre y te prohibo salir por esa puerta!!
- ¡Soy mayor de edad, puedo largarme si me da la gana!
- ¡Cassidy, no te lo pienso repetir! ¡No vas a irte a ninguna parte!
- ¡Mamá...!- la voz se le quebró, demasiado débil y maltratada como para seguir chillando.- ¡¡Adiós!!

La chica agarró con fuerza la maleta que tenía a los pies y le dio la espalda a su madre con resolución, pero antes de que consiguiera poner la mano sobre el pomo de la puerta, la mujer cruzó la habitación en dos gigantescas zancadas y la detuvo cogiéndola por la capucha de la sudadera, tirando de ella hacia atrás con brusquedad y propinándole una sonora bofetada en la mejilla.

Y a pesar de que el golpe no lo había recibido ella, el dolor se le reflejó en la piel, ardiente como una llamarada.

La muchacha permaneció inmóvil, con la cabeza ladeada oculta tras la melena de cabello azabache, aferrándose al asa de la maleta como si aquello fuera lo único que la mantenía en pie. Su madre la observó con fiereza, su pecho agitándose hacia arriba y abajo de forma entrecortada.

- No te estoy pidiendo que lo entiendas, mamá.- dijo Cassidy al volver a levantar la mirada.- Tampoco que me des tu bendición. De hecho, no te estoy pidiendo absolutamente nada. Amo a Michael con toda mi alma y voy a largarme con él, punto y final. No puedes hacer nada para evitarlo.

Un gemido lastimero escapó de los labios de la mujer, que se llevó las manos a la cara y enterró el rostro en ellas.

- Si te vas... no creo que pueda perdonarte.
- No lo hagas. Pero quiero que sepas que yo sí te perdonaré a ti. Adiós, mamá. Cuídate mucho.

Y después de oír cómo la puerta se cerraba y cómo la mujer daba rienda suelta a un llanto desgarrador, el sueño empezó a difuminarse hasta desaparecer por completo tragado por la oscuridad de la inconsciencia.


- Buenos días, pequeña.

Al escuchar la voz, Cassia abrió los ojos. Y al hacerlo notó cómo todo el peso de su cuerpo recaía sobre su alma muerta, o directamente inexistente, para aplastarla con su dolor y cansancio. Ni siquiera fue capaz de levantar la cabeza para gruñirle a Satzsa cuando la Diablesa se arrodilló a su lado, al otro lado de los barrotes.

- ¿Qué tal has dormido?
- Vete a la mierda, déjame en paz.
- Oh, venga. No me mires así, nena. Sabes que esto me gusta a mí tan poco como a ti, pero ya te queda poco que aguantar. Alegra esa cara, que te he traído un regalito.

Le tendió un paquete de tabaco y un mechero que Cassia agarró con desesperación. Torpemente, ya que los dedos no le respondían, consiguió encender el mechero al tercer intento y prender con la llamada el cigarrillo. Se lo llevó a la boca, ansiosa, y le dio una larga y profunda calada antes de expulsar el humo tóxico lentamente. Aquella diminuta dosis de veneno le insufló la fuerza suficiente para incorporarse a duras penas y quedarse sentada con la espalda apoyada en los gruesos barrotes metálicos de la jaula. La celda que llevaba siendo su hogar desde hacía ya tantas semanas que había perdido la cuenta.

- ¿Alguna novedad?- preguntó con voz ronca.
- No puedo decirte nada, ¿recuerdas? Pero... extraoficialmente te confesaré que he dado con el rastro del palomo. Está cerca, muy cerca, pero no conseguirá pillarnos desprevenidas. Le estaré esperando, con todo mi arsenal, preparada para erradicarlo.

La Diablesa se relamió los labios y sonrió mostrando sus dientes perfectos y Cassia asintió, indiferente. Saboreó otra bocanada de humo y se miró las manos, llenas de heridas a medio cicatrizar, con expresión ausente.

Todavía recordaba perfectamente el sufrimiento. Como Noctura que era, Cassia era inmortal e inmutable, inmune a cualquier cosa excepto a las armas que portaban los tocados por la Luz, a los poderes supremos de los Vigilantes y a la voluntad caprichosa de los Poderosos. Jamás la habían herido, y en el caso de que lo hubieran intentado tampoco lo habrían conseguido. Sin embargo, después de que la encerraran, descubrió que era vulnerable a algo más que antes desconocía: a ella misma.

Siguiendo órdenes de los Poderosos, Satzsa se vio obligada a enjaularla. Por su bien, al parecer; para evitar que las emociones humanas la debilitaran, para liberarla de su obsesión por Amiss, para devolver su naturaleza salvaje y corrupta al estado más extremo. Pero... obviamente... eso a ella no le había gustado ni un pelo. Poseída por el odio, la locura y la desesperación, Cassia chilló, lloró, gritó, despotricó y golpeó violentamente, como un huracán desatado. Se hizo daño a sí misma, arañándose y mordiéndose hasta quedar rendida y jadeante. No había sangre, pero sí un dolor agotador e interminable. Y deformaciones; su cara, brazos, manos y piernas quedaron magullados y mutilados. Aún no se había recuperado del todo.

Los Poderosos tenían razón en que aquel castigo alimentaba sus ansias de destrucción y maldad, pero se equivocaban totalmente al creer que habían borrado a Amiss de su memoria. Tenía muy claro que lo primero que haría al salir de allí sería encontrarla y acabar con ella... de una vez por todas. Sonrió perversamente sin que Satzsa lo advirtiera.

viernes, noviembre 12

IASADE -58-

El ambiente dentro del invernadero estaba cargado de humedad y calor y pesaba sobre los hombros, adhiriéndose como una segunda piel, más pegajosa. Un pequeño camino de piedras serpenteaba flanqueado por enormes plantas de exhuberantes hojas y flores de vivos colores que parecían pelearse entre sí por ocupar el máximo espacio posible. Haile Jahson comenzó a andar tras aflojarse el nudo de la corbata.
El sendero pronto desembocaba en un espacio abierto, cuadrangular, en cuyas esquinas se amontonaban los maceteros vacíos y los sacos de tierra y fertilizante. Unas cuantas estanterías, atestadas de herramientas y algunos libros, revestían las paredes de cristal. Allí, sentado en una silla de ruedas, un anciano observaba un álbum de fotos que mecía en el regazo, moviendo la cabeza al ritmo de la suave melodía que emitía la radio portátil que tenía a los pies. Haile carraspeó para hacerse notar y el viejo alzó la mirada, que pasó de tierna y nostálgica a hermética y distante en poco menos de un segundo.

- Buenas tardes.- saludó Haile, con cortesía.

Olli no le contestó, y en su lugar escrutó minuciosamente al individuo que se había detenido frente a él a un metro de distancia. Amiss se estremeció, de repente sacudida por el miedo. ¿Y si el reencuentro no salía cómo ella había planeado? Que Olli olvidara sus modales y no devolviera el saludo no era muy buena señal.

- Espero no molestarle.
- ¿Qué quiere y quién es usted?- preguntó el anciano con brusquedad.
- Me parece que he llegado en mal momento, ¿verdad?- comentó Haile, percibiendo la hostilidad en las palabras de Olli.- Lo siento mucho. He venido a verlo porque esperaba que usted pudiera compartir conmigo información acerca de la guerra colonial que tuvo lugar aquí. Estoy escribiendo un libro sobre el tema y me vendría muy bien su ayuda. Me llamo Haile Jahson.

Amiss sintió que, en ese preciso instante, el tiempo se detenía. Y no sólo el tiempo, ya que los latidos del propio Olli se interrumpieron durante una fracción de segundo, mientras la sangre le huía del rostro y los ojos quedaban empañados por un velo cristalino que presagiaba lágrimas. Haile frunció el ceño.

- Me parece que será mejor que vuelva en otro momento. Mañana...
- ¡No!- gritó el viejo, denotando una extraña ansiedad.- No, no. Por favor, no se marche. Lamento mi comportamiento. Soy de carácter un tanto huraño y a veces me encierro demasiado en mí mismo. Discúlpeme, por favor. No acostumbro a recibir visitas.
- Sí... eso me dijeron en la recepción.- lo estudió con desconfianza.- ¿Seguro que no le importa? De verdad, puedo regresar mañana.
- No es problema, se lo garantizo. Tome asiento... Oh, no hay sillas...
- No pasa nada, no me importa quedarme de pie. Recibí hace ya más de una semana una llamada de alguien que me aseguró que usted sabía bastante sobre el tema y por eso me decidí a venir a verle. Estoy un poco atascado en la investigación. Mi familia vivió aquí en Belmopán hace una generación, por eso quise basar la novela en la historia de Belice.

Amiss se situó junto a Olli, deseando poder insuflarle algo de fuerza. Advirtió que el anciano temblaba de forma casi imperceptible y que el aura verde de su Ambición palpitaba con energía. ¿Qué pensamientos estarían cruzándole la mente?

- ¿No nació usted aquí, entonces?- preguntó el viejo.
- No. Mis padres sí, pero los dos murieron antes de que pudiera conocerlos. Me criaron mis abuelos y tíos.
- Ya veo. Bueno, qué puedo contarle. La historia es la misma que habrá oído usted de boca de su familia o que habrá leído en alguna parte. Inglaterra y Guatemala se disputaban los derechos de esta tierra y la política caldeaba el ambiente más de lo que a nosotros nos gustaba. Soy un apasionado de la fotografía, y tengo aquí algunos álbumes de la época. ¿Quiere echarles un vistazo mientras voy relatándole mis vivencias?
- Por supuesto.

Olli le entregó el álbum abierto a Haile, que comenzó a observar las fotos detenidamente y con atención, moviendo los ojos de una a otra con avidez. De repente su mirada se congeló y abrió la boca con asombro.

- Un momento... señor... señor Olli, tengo una pregunta. Esta mujer...
- ¿Quién?
- Ésta. La que aparece en la foto... a la derecha...
- ¿Sí?
- ¿La conocía?

Olli miró enternecido la imagen de la sonriente Izel, que aparecía en la fotografía bailando, haciendo ondear los volantes del vestido blanco que lucía en la fiesta. Tras unos segundos que para Amiss fueron siglos, dijo con tristeza.

- Sí, era una amiga mía muy querida. ¿Por qué me lo pregunta?
- Porque... esta mujer es mi madre, señor.Qué tremenda casualidad, ¿no le parece?

Y el aura verde se hizo tan brillante que Amiss tuvo que apartar sus ojos de ella, al tiempo que se le escapaba una carcajada de la euforia más pura y su alma se elevababa con un grito jubiloso.

jueves, noviembre 4

Informe

A veces me he preguntado qué se siente al ser un gas en expansión, o cómo debe sentirse toda el agua contenida en una enorme presa cuyos muros de repente se agrietan y rompen. A menudo pienso qué sensaciones se deben experimentar al abandonar el cuerpo físico, olvidando las barreras anatómicas, escapando de ellas. 
Pero nunca lo había comprendido hasta hoy.
Ahora no me siento persona, sino sustancia. Y no una sola, sino varias. 
No tengo forma fija ni definida, tampoco objetivos calculados ni metas al final del camino. Únicamente me abro y me expando, buscando sin cesar, adaptándome, asimilando toda la información que soy capaz de registrar a mi paso. Me parezco al aire pero poseo las propiedades de la arcilla; ahora mismo soy tan moldeable y versátil que podría convertirme en cualquier cosa menos en mí misma. 
¿Quién quiere venir y modelar en mí sus ideas? Puede hacerlo, sin temor ninguno. Yo tampoco tengo miedo, porque sé que no soy un material imperecedero y que cuando lo haya aprendido todo, perderé la forma para seguir cambiando a medida que escribo un cuaderno de bitácora sobre la travesía de mi existencia. 

miércoles, noviembre 3

IASADE -57-

Las ruedas del automóvil brillaron húmedas al cruzar el gran charco que empantanaba la plaza vacía del aparcamiento, a la entrada de la Residencia. El vehículo se detuvo con un suave rugido del motor y la puerta del conductor se abrió al mismo tiempo que un rayo de sol arrancaba un destello a la pintura gris metalizada, en una de sus breves apariciones tras el manto de nubes encapotadas que cubría el cielo.

Un hombre salió del coche, haciendo malabarismos para evitar pisar el agua residual de la lluvia, con una torpeza que desentonaba bastante con la elegancia de su atuendo, consistente en un traje de chaqueta y pantalón de color gris marengo, con una corbata granate y zapatos negros y relucientes. Haile Jahson se parecía mucho a su padre: de porte recio y planta atlética, piel oscura y rasgos atractivos, tenía todo el aspecto de alguien cuyo destino es triunfar en la vida. Amiss lo observó salir del automóvil y quedarse mirando la Residencia con cierto desconcierto, como si él mismo no supiera exactamente porqué había viajado hasta allí.

La Mediadora se había informado sobre Haile antes de telefonearlo. La adinerada familia de Izel no había escatimado gastos en la educación del pequeño y desde su niñez lo habían enviado a los colegios privados más caros a su alcance. A pesar de haber crecido entre algodones y rodeado de lujos, Haile nunca fue un niño caprichoso y mimado, sino todo lo contrario: en él habían destacado virtudes tales como la humildad y la dedicación. Su esfuerzo, inteligencia y talento le recompensaron con un título universitario en Periodismo por una de las mejores Universidades del Estado y, años más tarde, con su primera novela publicada y a la venta. Ese fue el comienzo de la vocación de Haile, que triunfó como escritor novel en el género del misterio y narración detectivesca.

El proyecto en el que trabajaba, la siguiente entrega de una saga llamada Crónicas de Muertes Olvidadas que se desarrollaba en la época de la guerra colonial de Belice, le brindó la excusa perfecta. Cuando por fin logró ponerse en contacto con Haile Jahson, después de varios días intentando sin éxito que la atendieran, Julia Summers le contó al escritor que en la ciudad de Belmopán, concretamente en la Residencia Santa Lucía, había alguien que poseía información muy útil que podría servirle como documentación esencial para su novela.

- ¿Cómo se llama esa persona?- preguntó Haile, al otro lado de la línea.
- Olli. Lo lamento mucho, pero el apellido lo desconozco. De todas formas, no hay lugar a confusión, pues es el único que responde a ese nombre en la Residencia.

Y ese había sido el cebo que Amiss había colocado, esperanzada. Aquel día, semana y media después, el hijo de Olli atravesaba las puertas del edificio bajo un cielo tormentoso, con pasos ligeramente vacilantes. La Mediadora, en forma etérea, lo seguía de cerca y atisbando por encima de su hombro.

El hombre se aproximó a la recepción de la Residencia, donde una mujer de mediana edad oculta tras el mostrador de madera leía un libro ensimismada, tras los gruesos cristales de unas gafas de pasta antiguas.

- Disculpe, buenas tardes.
- Buenas.- respondió la mujer, cerrando el libro y levantando la cabeza para estudiar al recién llegado.- ¿Qué desea?
- Vengo a ver a alguien.
- ¿Nombre?
- Olli.
- Ahh. Olli. Ya veo.- lo observó con más atención, entrecerrando unos ojos marrones que se veían gigantes detrás de las gafas.- ¿Es usted un conocido suyo, o un familiar? El pobre Olli nunca recibe visitas.
- En realidad no. Vengo a hablar con él por algo relacionado con mi trabajo. Necesito su ayuda.
- Oh. Ya veo. Bueno, espere aquí un momento.

La mujer se levantó de la silla y desapareció a través de la puerta que había tras el mostrador, para regresar minutos después acompañada de la señora Gwen. Amiss sintió un escalofrío invisible trepándole por la columna vertebral.

- Ese es. ¿Puedes acompañarlo tú, Gwen?
- Por supuesto.- dijo ella, sopesando a Haile con la mirada.- Venga conmigo, por favor. Olli se encuentra en el invernadero, le gusta mucho pasar el rato allí.

Haile asintió sin decir palabra y siguió a la señora Gwen por el corredor, dejando atrás la salida y el patio hasta llegar al invernadero, una estructura acristalada con forma piramidal.

- Aquí es.
- De acuerdo. Muchas gracias por...
- ¿Por qué había dicho que quería ver a Olli, señor?
- Asuntos de trabajo, necesito su colaboración.- la mirada que le dirigió la señora Gwen era tan dura que Haile elaboró algo más su contestación.- Estoy escribiendo un libro, y creo que Olli puede poseer información que me será muy útil para la novela.
- Ajá. Está bien. ¿Cómo se llama?
- Haile Jahson.

La señora Gwen abrió los ojos de par en par y estrechó los labios sin darse cuenta, asombrada, perdiendo el color de las mejillas.

- ¿Sucede algo?- preguntó el escritor, algo contrariado por la reacción.
- No... no, nada. Lo siento, señor. Me acordé de algo que se me había olvidado... perdóneme usted. Tengo que marcharme, y tampoco quiero entretenerle más. Hasta luego.

Y con muchas prisas, la señora Gwen dio media vuelta con un revoloteo de la larga falda estampada y se alejó casi a la carrera.

martes, noviembre 2

IASADE -56-

Las piedras sobrevolaban torpemente el agua, como pájaros heridos, para hundirse irremediablemente en las azules profundidades marinas, que se las tragaban sin abrir la boca. Amiss, que había comenzado el ejercicio con calma y dedicación, las arrojaba al mar ahora de forma furiosa y descuidada, bajo la mirada del alma blanca que sentado a la orilla la contemplaba en silencio. Siempre la misma mecánica, siempre el mismo resultado. La Mediadora empezaba a pensar que no lo conseguiría nunca.

- ¿Crees que vendrá?- preguntó él.

Amiss se giró, sopesando una piedra rojiza en la palma de su mano.

- No lo sé, pero espero que sí. Me gustaría irme de aquí lo antes posible.
- Pensaba que te gustaba este lugar.

Lanzó la piedra, que se zambulló en el agua como un pez, silenciosamente. Amiss no le había dicho a Mikäh que le gustaba Belmopán, pero no le sorprendió que el alma blanca se hubiera dado cuenta. El falso Ángel parecía tener un don para leerle el pensamiento.

- Y me gusta, pero... aquí me persiguen demasiadas preocupaciones.
- Cuéntamelas.
- No.
- ¿Por qué no? ¿Qué más te da, si de todas formas ya me hago una idea de lo que te sucede?
- ¿Ah, sí?- preguntó ella, enfadada.- Pues venga, deléitame con tu inmensa sabiduría. ¿Qué me pasa?
- No estás perdiendo recuerdos a medida que cumples los objetivos de tus usuarios, como debería ser.

Reflexionó sobre aquellas palabras, más enojada aún consigo misma. ¿De verdad era tan sumamente sencillo averiguar lo que pensaba, leer en ella como en un libro abierto y con letra gigante, subrayada y además entre exclamaciones? Salvó la distancia que los separaba en dos grandes zancadas y clavó en su rostro familiar una mirada airada.

- Si sólo fuera eso no sería tan grave, después de todo. Has fallado, sabelotodo. ¡Eres insoportable! ¿Por qué no te vas a incordiar a cualquier otro? ¡Incluso Ael era mejor compañero que tú!
- No voy a tener nada de eso en cuenta porque sé que estás cabreada y no sabes muy bien lo que dices.- dijo, poniéndose en pie y sacudiéndose la arena de la túnica.- Habré fallado al averiguar tus problemas, pero estoy seguro de que no he errado demasiado. Dime qué es, Amiss. Estoy preocupado por ti.

Extendió los brazos con la intención de abrazarla, pero ella retrocedió y se resistió, golpeándole débilmente en el pecho.

- ¡No es que no olvide mis recuerdos, es que voy recordando mi vida anterior a medida que avanzo en mi tarea! ¿Entiendes? Al llegar a la Capital no recordaba nada, y ahora he recuperado fragmentos de mi existencia pasada, sentimientos y conocimientos que antes no poseía. Y si... y si tú estás en lo cierto, jamás conseguiré reencarnarme. ¿Pero sabes qué es lo peor? ¡¡Que quiero recordar!! ¡Que tengo curiosidad, que quiero saber qué me pasó, cómo morí y por qué estoy cumpliendo penitencia! ¿Qué hice? ¿Fue tan horrible como imagino que fue? Ya es suficientemente horrible que prefiera renunciar a mi redención con tal de seguir descubriendo cosas...
- Amiss...
- ¡Y nada de esto tendría tanta importancia de no ser por ti!- le empujó bruscamente para apartarlo de su lado.
- Te habrías dado cuenta tarde o temprano...
- ¡Ya lo sé! ¿Pero por qué has tenido que ser tú? ¿Por qué cada vez que te miro... las ansias de recordar aumentan? Si no estuvieras ahora aquí, conmigo, me daría igual... Pero no es así, y no lo entiendo... ¿Por qué, Mikäh? ¿Por qué?

Su resistencia murió al formular aquella pregunta en voz alta y el alma blanca aprovechó para estrecharla entre sus brazos. Con sus dedos le abrió suavemente la palma de la mano, que había estado agarrando con fuerza una piedra plana, y la obligó a extender el brazo. Lo balanceó despacio de un lado a otro, actuando como los hilos que dirigen a una marioneta inerte.

- Cuando yo te diga, suelta la piedra.

Amiss no contestó, pero cuando el alma blanca se lo indicó, al final del movimiento preciso que Mikäh dirigía como un director de orquesta, obedeció. Y observó, admirada e incrédula, cómo la piedra rasgueaba el viento salino y rebotaba en la superficie del agua tres veces antes de desaparecer bajo las débiles olas que rizaban el mar.

- No lo sé.

lunes, noviembre 1

IASADE -55-

Unos pocos pares de ojos se alzaron al escucharla entrar en el establecimiento y la estudiaron con asombro mal disimulado. El local, lleno de mesas sobre las que zumbaban ordenadores encendidos, estaba atestado de niños, muchachos y algún otro adulto de mediana edad, ahogado por un aire caliente y viciado contra el que eran inútiles los varios ventiladores de la sala. Amiss, disfrazada con la piel humana de Julia Summers, se acercó vacilante al empleado que había tras el mostrador, un joven moreno y atractivo reclinado sobre una silla giratoria que miraba una pantalla con fijeza.

- Buenos días.- saludó educadamente (Julia siempre cuidaba los modales).- Me gustaría usar Internet.
- Claro.- dijo el encargado, estudiándola brevemente.- Esto va por horas.
- ¿Horas...? No creo que vaya a utilizarlo durante una hora si quiera. Sólo quiero mirar una cosa.
- El tiempo mínimo que se ha de pagar es media hora, tanto si se utiliza el ordenador todo ese rato o menos.
- ¿Y cuánto cuesta?
- Medio dólar. Pero páguemelo usted cuando termine.
- ¿Qué ordenador...?
- El ocho. Es... ese de allí. ¿Lo ve? El que está libre en la segunda mesa, a la izquierda.
- Muy bien, muchas gracias.

Se sentó en la silla intentando hacer caso omiso de la mirada extraña que le dirigió el niño de diez años que estaba sentado a su derecha y observó atentamente lo que veía en la pantalla. No era la primera vez que estaba delante de un ordenador, porque tanto Sara como Samy le habían enseñado muchas cosas en sus respectivos aparatos, pero sí era su primer intento de utilizarlo sin ayuda. Echó un vistazo al niño, que había vuelto a fijarse en el juego al que dedicaba toda su atención, y pensó que en caso de no conseguir manejarlo siempre podía preguntarle.

Localizó el icono del acceso a Internet y cuando Google apareció, introdujo los datos "páginas blancas california" para iniciar la búsqueda, haciendo que segundos después una lista de enlaces apareciera rápidamente ante sus ojos. Entró en el primero de ellos y eligió la ciudad de Santa Ana, puso los nombres "Haile Jahson" en el buscador e hizo click sobre el botón. Conteniendo el aliento, esperó a que la página web cargara el resultado.

31 E Macarthur Cres
Santa Ana, CA 92707
(714) 557-2625

Amiss reprimió a duras penas un grito jubiloso, saltando encima de la silla. El niño, atónito, apartó los ojos del juego justo en el momento en que un soldado le disparaba a su personaje, haciendo que la partida terminase.

- ¿Tienes un papel y un lápiz para prestarme, jovencito?
- Eh... mmm... sólo tengo un boli...
- ¿Me lo prestas, por favor?
- Bueno...
- ¡Gracias!

Le arrebató el bolígrafo y con él se escribió la dirección y teléfono en la palma de la mano antes de devolvérselo con una sonrisa deslumbrante. Se levantó y fue al mostrador, depositó un dólar sobre la mesa y se largó de allí a un paso sospechosamente ágil para una anciana de su edad. "¡Qué gran maravilla Internet!", pensó feliz, de regreso a la playa.