martes, septiembre 28

IASADE -52-

Allí de pie frente a ella, con las falsas alas agachadas con aire alicaído sobre su espalda, el rostro de Mikäh estaba nublado como un cielo de tormenta. Amiss escondió una sonrisa maliciosa cuando le abrió la puerta y se lo encontró gimoteando como un cachorrillo perdido.

- No encuentro a Izel.- confesó, postrándose de rodillas delante de ella.- La he buscado, he preguntado y sondeado a todos los que conozco, y ni rastro de...
- No te preocupes, tu ego se recuperará pronto.- comentó ella con despreocupación.

Mikäh parpadeó sorprendido y descolocado por sus palabras, sin comprender. Después frunció las cejas, incorporándose, furioso. Las nubes de pesadumbre habían sido borradas por un huracán de rabia.

- ¿Mi ego? ¿Mi ego? ¿Eres idiota o te entrenas para ello? ¡Al diablo con mi ego, lo he hecho para ayudarte! ¡Estúpida!

Amiss no pudo hacer otra cosa que mirarlo con los ojos de par en par, completamente perpleja. Su rabia e indignación eran de verdad y no una farsa ni exageración.

- Lo... lo siento.- balbuceó, torpemente.- No... no pensaba que te lo habías tomado tan en serio.
- Te lo dije.- siseó él, enfadado.- Te dije que haría todo lo posible por ayudarte, ¿o es que no me escuchaste?
- Sí te oí, pero...
- ¿Pensabas que no lo decía en serio, eh? Pues te diré una cosa, Mediadora de pacotilla: yo todo lo que digo, lo digo en serio. Acuérdate la próxima vez.
- Perdóname.- volvió a clavar la mirada en sus pies. Empezaba a tenerlos muy vistos.- Yo...
- ¿Es que acaso te estás disculpando con las uñas de tus pies?
- ¿Qué?- preguntó ella, alzando la cabeza.
- Digo que si me pides perdón, al menos ten la decencia de mirarme a la cara cuando lo haces.
- Vale.- repuso ella, empezando a mosquearse. Lo miró directamente a los ojos y sintió que el aire apenas le pasaba por la garganta.- Perdona. No estoy acostumbrada a que traten de ayudarme de forma desinteresada, ni a que hablen conmigo por el simple hecho de mantener una conversación agradable, ni que me lleven de paseo a lugares bonitos, ni a llevarme bien con nadie, excepto con Ael. Y mucho menos a que me digan que huelo bien, ¿vale? Todo esto es muy raro para mí, ¡y no lo entiendo!

Aquellas palabras barrieron también el creciente huracán, dejando las aguas de mar en calma. Tras unos segundos de silencio en los que Amiss apenas consiguió mantener firme la mirada, Mikäh se acercó a ella y la abrazó, inspirando con fuerza.

- Perdóname tú a mí, no he sido muy comprensivo. Pero me ha dolido que no confiaras en mí. Quiero que sepas algo.

Amiss, rígida y mareada debido a las vertiginosas vueltas y vueltas que le daba la cabeza en aquel instante, tardó en ser capaz de articular palabra y responder.

- Di.
- Tú no lo entiendes... y ya te he dicho que yo tampoco. Sin embargo, estoy determinado a ser tu primer amigo. Voy a ayudarte en todo lo que pueda, voy a confiar en ti. No quiero que vuelvas a dudar de eso.
- Vale.
- También me gustaría... que fuera recíproco.
- ¿Cómo?

Mikäh se separó de ella para observarla.

- Quiero que confíes en mí. Si tienes algún problema o preocupación, siéntete libre de contármelo.
- Lo intentaré.
- Me vale. Lamento no haber encontrado a Izel.
- Ah, por eso no te preocupes.- dijo Amiss, contenta de poder cambiar de tema.- Ella me convocó y ya sé lo que necesito saber.
- ¿Dónde estaba?
- No lo sé, pero es muy probable que ya haya abandonado La Capital.
- Ya veo. Entonces... ¿has terminado aquí?
- Sí, eso creo.
- ¿Te llevo de vuelta?
- Sí... ya no tengo nada más que hacer aquí.

lunes, septiembre 27

IASADE -51-

- Izel nació en Belmopán, la capital de Belice. Era una chica alegre y risueña a la que le encantaba cantar y bailar, que desde pequeña estuvo enamorada de un chico que vivía en una casa cerca de la playa. Su nombre era Olli, era hijo de una familia humilde y tenía buen porte y corazón. Él correspondió a su amor con más a amor y ambos se amaron durante la última etapa de su infancia y su total adolescencia. Pero la familia de Izel era adinerada y sus padres, ambiciosos. Abandonaron Belmopán y se fueron a vivir a California, más concretamente a Santa Ana, donde Izel, debido a su belleza y rasgos poco comunes, pronto fue contratada como modelo y bailarina. El amor entre Izel y Olli no murió, pero se fue haciendo cada vez más difícil de soportar. Dos años después de su partida, Olli viajó hasta Santa Ana y se fugó con Izel sin el consentimiento de sus padres, fueron a Las Vegas y se casaron en secreto. Pero su felicidad no duró mucho... porque los padres de Izel dieron con ella y obligaron a Olli a volver a Belmopán bajo amenaza de denuncia y encarcelamiento.
- Pero...- musitó Amiss, sin comprender.- Yo pensaba que...
- Izel se quedó embarazada después de la noche de bodas. Su familia no aprobó aquello y la presionaron para abortar, pero ella se negó y escapó de casa. Sin dinero... apenas se las arregló para cuidar de sí misma hasta que nació el bebé. Fue entonces cuando regresó a casa, pero sus padres la repudiaron y se quedó sola.
- ¿Cómo...?
- Yendo de un lado a otro. Mendigando, acudiendo a comedores sociales y a hospitales. Finalmente consiguió un trabajo y pudo alquilar un apartamento. Se decidió a escribirle a Olli y contarle que tenía un hijo, un niño, el más precioso que había visto jamás porque se parecía a él, pero... tres meses después, Izel murió. Se había sacrificado para que su hijo tuviera que comer y calor para dormir y seguir viviendo, privándose ella de todo eso y más, y su débil cuerpo no lo soportó más.
- Lo lamento.- dijo Amiss, apenada.
- Yo ya no. Pero Izel lo seguirá lamentando para siempre, aunque ya no exista.
- ¿Qué pasó después?
- Desde aquí observé que Olli acudía a California para hacerse cargo de su hijo y volver a Belmopán con él, pero la familia de Izel intervino y se apropió de la custodia del niño. Desde entonces Olli vive en guerra continua con el mundo y su hijo ni siquiera sabe que existe. Eso es todo, espero que te sirva de ayuda.
- Me sirve de mucho. Sé... que a ti, Zeul, ya no te importa, pero... haré todo lo posible para cumplir la Aspiración de Olli de despedirse de su hijo antes de morir.
- Ojalá pudiera alegrarme.- dijo el alma, poniéndose de pie y mirándola fijamente.- Izel se alegraría, y eso me basta.
- ¿Puedo hacerte una pregunta?- inquirió con curiosidad, levantándose ella también.
- Intentaré responderla.
- ¿Cómo te encontró Mikäh?
- ¿Mikäh? No he oído nunca ese nombre. Acudí a ti al saber que Olli era el usuario de un Mediador.
- Oh, vaya, qué casualidad. Yo también te estaba buscando a ti.

Entonces Zeul sonrió.

- Buena suerte, Amiss.
- Buena suerte a ti también Zeul, en tu nueva vida.

sábado, septiembre 25

IASADE -50-

La Cima era una gigantesca urna de cristal, de camino a lo más alto de lo más alto. Desde allí se divisaba toda La Capital, se podían observar la formación de las tormentas, los vientos y huracanes, el amanecer del mismísimo sol. La Biblioteca Astronómica tenía allí su sede; un inmenso templo de conocimiento sustentado por sólidas columnas de nubes y paredes de luz, que se encendían como una llamarada cuando eran acariciadas por el resplandor del astro solar. Cuando Amiss llegó a sus puertas, el edificio parecía construido en plata debido al brillo que la luna proyectaba sobre él. La Mediadora se paseó frente a la grandiosa escalinata, estudiando con atención a los Ángeles y almas blancas que salían y entraban a través de sus puertas.

Clavó la mirada en la bóveda celeste, inundada de estrellas palpitantes; allí arriba, observándolas, el concepto de "infinito" era muy fácil de comprender. Amiss se preguntó si los Sabios sabrían qué había más allá de los límites de aquella galaxia o si eso era algo que tan sólo Dios entendía.

- ¿Intentando desentrañar los misterios del Universo?

Se dio la vuelta y se topó con una pequeña alma blanca que la miraba fijamente de forma inexpresiva. Era baja y menuda, su apariencia era completamente asexuada e incluso los irises habían perdido ya su color. Ladeó la cabeza en un gesto muy similar al de un animal.

- ¿Eres Amiss?
- ¿Quién eres tú?

El alma sonrió ligeramente.

- Aquí respondo al nombre de Zeul, pero en mi existencia pasada era una humana llamada Izel.
- Pero si estás a punto de renacer.- objetó.
- Sí.
- ¿Y aún así recuerdas quién fuiste?- preguntó, esperanzada.
- No lo recuerdo. Pero cuando llegué aquí, me escribí una carta a mí misma con algunas cosas de mi existencia anterior que no quería perder en el olvido. Por eso sé quién fui y cómo fue mi vida. Ven, acompáñame.

Zeul la llevó a un pequeño balcón-mirador de la plaza semicircular donde se ubicaba la Biblioteca, se sentó en un banco de cristal y también levantó la cabeza al firmamento.

- Cuando morí y vine aquí, estaba rota de pena. Mi vida había sido difícil y había dejado atrás a muchos de mis seres queridos, cuyas vidas también habían sido complicadas. Desde aquí arriba no podía ayudarles y sabía que tarde o temprano, me olvidaría de ellos. Cuando me enteré de la existencia de los Mediadores, pensé... que quizá alguno eligiera a una de esas personas importantes para mí como su usuario. Y escribí algunas cosas para conservar esa valiosa información. Supongo que querrás saber de qué se trata.
- Por favor.- asintió Amiss.

viernes, septiembre 24

IASADE -49-

Eran demasiados interrogantes.
Demasiadas preguntas, demasiados hechos para los que no tenía ninguna explicación, demasiadas preocupaciones y demasiados miedos y sentimientos que ni siquiera recordaba haber experimentado alguna vez.

Daban vueltas sin parar dentro de su cabeza, acosándola con el misterio que encerraban, nublándole el juicio. Debería estar centrada en Olli y sin embargo, el anciano y su Aspiración eran lo único en lo que no pensaba en aquel momento. Se suponía que su viaje a La Capital cada dos semanas era para desconectar y descansar, no para saturarse de estúpidas preocupaciones para las que ni siquiera tenía una solución. Se sujetó la cabeza con las manos y cerró los ojos, masajeándose suavemente las sienes con los dedos. Suspiró pesadamente.

Como número uno en su lista, estaba la señora Gwen, la estremecedora probabilidad de que estuviera relacionada con su vida anterior y el hecho de que había mentido deliberadamente a los Sabios, ofreciéndoles razones legítimas para castigarla.

En segundo lugar... ¿dónde estaba Ael? ¿Qué tarea le había sido encomendada? ¿Tendría algún tipo de relación con ella? ¿Se encontraba bien? ¿Cuándo volvería? Más preguntas que nadie podía contestarle.

El tercer puesto llevaba el nombre de Cassia. El simple recuerdo de sus ojos verdes le produjo un escalofrío. ¿Qué estaría planeando la Nocturna? ¿La había olvidado o permanecía escondida urdiendo un golpe maestro para eliminarla definitivamente? ¿Sería capaz de defenderse por sí misma si la atacaba? ¿Volvería a salvarla Ael o... Mikäh?

¡¡Mikäh!! Amiss bufó exasperada. Sí, el descubrimiento de que el camino a la reencarnación consistía en olvidar las vidas pasadas y no en recordarlas, y el propio Mikäh, ocupaban el número cinco y seis respectivamente. ¿Acaso los Sabios la odiaban y estaban empeñados en no verla renacer? ¿O es que el sufrimiento al que la sometían era parte de su penitencia? Esos sueños que tenía después de ayudar a sus usuarios... ¿eran realmente recuerdos, tal y como sospechaba? Quizá estaba reaccionando de forma exagerada ante todo aquello, pero las palabras de Mikäh habían sembrado en ella la semilla de la duda.

Mikäh... Se sentía muy confusa respecto a él. ¿Qué había hecho para merecer unas alas falsas? ¿Era tan sólo el sustituto de Ael o lo empujaba otra motivación oculta? ¿Su interés y ayuda eran realmente desinteresados? No entendía porqué se sentía tan turbada y feliz en su presencia, tan nerviosa como si su corazón volviera a latir de nuevo. ¡¿Y qué rayos era eso de que olía deliciosamente bien?!

Le dolía la cabeza, eran demasiadas preguntas. Llamaron a la puerta.

Dio un salto y abrió ansiosa, esperando a Mikäh... para llevarse una desilusión al encontrar de nuevo a otro Mensajero de ojos transparentes que le tendió dos sobres blancos y se marchó volando de allí sin mediar palabra. Antes de cerrar la puerta, Amiss pensó convencida que los Mensajeros eran incapaces de hablar.

Ninguno de los sobres estaba escrito, por lo que abrió impaciente el primero de ellos y leyó con una sonrisa en los labios.

Amiss, no te preocupes por mí. Los Sabios me ofrecieron una tarea que no pude rechazar y por eso me encuentro ausente. Me garantizaron que enviarían a alguien digno de confianza y apropiado para ti mientras estoy fuera, espero que hayan cumplido con su palabra. No puedo extenderme demasiado, pero antes de dejar de escribir te diré unas cuántas cosas. Dedícate por completo a Olli y no pierdas el tiempo en tonterías, sigue entrenándote con la espada (pídele a mi sustituto que te ayude) y ni se te ocurra malgastar tus pensamientos en mí; estaré bien porque yo, al contrario que otrAs, sé cuidarme solo. Te quiero existiendo y de una pieza cuando vuelva.

Mucho más animada, Amiss rasgó el papel del otro sobre para abrirlo. La breve frase que leyó terminó de alegrarle el día.

Reúnete conmigo en la Cima para hablar de Olli. Izel.

Sí que se había dado prisa Mikäh.

jueves, septiembre 23

Sólo lloro de verdad cuando me caen lágrimas de los dos ojos

Aquella mañana me desperté llorando, con un charco de lágrimas de mar empapando la almohada. Sorprendida y descalza caminé hasta el cuarto de baño y me miré atónita al espejo, con los dedos sobre la mejilla húmeda y roja la punta de la nariz. Intenté recordar si había soñado algo triste, o quizá una pesadilla, pero no acudió nada a mi mente.

Por la mañana me entretuve adecentando un poco la casa, a pesar del profundo desagrado que me inspiraba esa tarea. Puse la música con el volumen alto, me armé de trapo y limpiacristales y me dispuse a ser una enemiga resistente contra el desorden. Algo, sin embargo, no estaba bien: todas las canciones me parecían melancólicas y despertaban en mí un intenso sentimiento de nostalgia inexplicable, que se presentaba solo sin ir acompañado de ningún recuerdo. Me lloraban los ojos sin cesar.

Pensando que tal vez se debiera al polvo, abandoné la habitación de mi compañera de mi piso y me trasladé a la mía, que ya estaba limpia. Me senté sobre el escritorio, abrí la ventana y saqué la cabeza a través de ella, aspirando con fuerza el perfume otoñal de la brisa matutina. Pero al contrario de lo que esperaba, eso no me proporcionó alivio alguno. Sentí una dolorosa opresión en el pecho y desde lo más profundo de mi alma se me escapó un sollozo desgarrado que hizo eco en el patio interior del edificio. La vecina del cuarto, que en ese momento estaba tendiendo las sábanas, me miró de hito en hito desde arriba. Yo, muerta de verguenza y con el llanto desatado, me aparté de la ventana y me tiré en la cama.

Parecía una fuente. Las lágrimas me manaban a borbotones de los ojos como si fueran dos pozos que, inundados de tristeza, se desbordaban dejando escapar toda la amargura que contenían. Lloraba por los dos ojos, es decir, lloraba de verdad. No sólo por el de lágrima fácil que desde pequeña tenía entrenado por si la situación requería uno o dos pucheros convincentes, sino por los dos; como sólo me sucedía cuando me lloraba el corazón. Rabiosa, enfadada conmigo misma, intenté pensar en un motivo que explicara aquella estúpida llantera.
Pero no se me ocurría nada.

El resto del día transcurrió de la misma forma. Cambié de ubicación un par de veces porque llorar todo el rato en el mismo sitio era bastante aburrido: de la cama pasé al sofá, del sofá al interior de la bañera, de la bañera a debajo de la mesa del comedor y de allí hasta la cocina, alrededor de las cinco de la tarde, cuando mi estómago pedía su ración de alimento a gritos.

Los ojos me dolían, y estaban ya tan colorados que me daba miedo mirarme en el espejo. Mi aspecto era horroroso: tenía las mejillas encarnadas y saladas, la nariz casi despellejada de tanto sonarme los mocos. El último ataque de sollozos había sido tan violento que ahora tenía hipo, me molestaba la garganta y la respiración tan desigual que a veces me quedaba sin aliento y me daba la sensación de que me iba a ahogar. Plantada delante de la hornilla, entre hipido e hipido, encendí una cerilla para poner agua a calentar. Como era mi costumbre, al apagarla de un soplido me la acerqué para oler el humo, cuya fragancia a madera quemada me encantaba. Fue entonces cuando se me ocurrió una idea descabellada.

Recorrí todo el piso de cabo a rabo reuniendo todas las velas y quemadores de inciensos que había en todas las habitaciones, revolviendo incluso en los cajones de mis compañeras. No eran tantos como yo esperaba, pero me servirían. Los coloqué en diferentes lugares de mi habitación, a mi alrededor en el centro, eché la persiana, cerré la ventana, la puerta y apagué la luz. Acto seguido encendí mi mechero y una a una fui prendiendo cada vela y cada barilla de incienso, creando un círculo de llamas a mi alrededor. Una vez todas estuvieron iluminadas, me senté en el suelo y me crucé de piernas imitando una postura de yoga que probablemente yo misma me acababa de inventar en aquel momento.

Pronto la habitación se llenó de humo. Un humo aromático de por lo menos cuatro fragancias distintas, un humo denso que me robaba oxígeno y creaba remolinos en el aire. Yo seguía llorando. Sí, seguía llorando, pero ahora al menos lo hacía debido a la irritación que el humo producía en mis ojos y no a la pena absurda salida de ninguna parte que me había acosado sin descanso desde mi despertar. O probablemente lloraba debido a las dos cosas, pero era más feliz pensando que al menos ahora tenía un motivo legítimo para derramar lágrimas.

Eso era lo que yo quería conseguir, el lado bueno de mi tonta idea. El lado malo, por el contrario, era que empezaba a asfixiarme y a toser sin parar. La nariz tapada dificultaba mucho más el hecho de seguir respirando para mantenerme con vida. Pero mi cabeza no fucionaba muy bien; tanto llorar me había dejado el cerebro un poco seco, y lo único que me mantenía clavada en el suelo era pura cabezonería.

Escuché entonces unos puños aporreando mi puerta antes de abrirla de golpe y de par en par. El humo se estremeció antes de empezar a dispersarse, expandiéndose, escapándose de mi habitación. Clara, con cara de espanto delante de mí, me miraba como si estuviera contemplando un fantasma.

- ¡¿Se puede saber qué haces, majara?!- me gritó, enfadada.- ¿Estás loca o es que sólo eres gilipollas? ¿Qué coño pretendías?
- Dejar de llorar.- le contesté, poniéndome en pie torpemente y acercándome a ella para lanzarme a sus brazos.- ¡Pero no puedo!
- ¿Dejar de llorar, con todo ese humo? ¡Imposible! ¿O es que acaso intentabas matarte para dejar de llorar?
- ¡No!
- ¡Pues lo parecía, chalada! ¿Por qué lloras, si puede saberse?

Me aparté de ella y escondí la cara enrojecida entre mis manos.

- ¡¡No lo sé!!- grité, con desesperación.

lunes, septiembre 20

IASADE -48-

- Me alegro de que te hayan gustado los Jardines. Si quieres, puedo enseñarte...
- No, aunque muchas gracias.- lo interrumpió Amiss.- No puedo darme el lujo de perder el tiempo paseando. Debería buscar algo útil que me sirva para ayudar a mi usuario.

Y era cierto, le vendría bien encontrar alguna pista para saber más acerca del hijo sobre el que Olli se negaba a hablar. Pero aparte de eso, Amiss estaba deseando marcharse de allí. Mikäh la hacía sentir muy rara y el descubrimiento que acababa de hacer sobre sus recuerdos le había trastocado el ánimo; quería estar sola.

- Puedo ayudarte.
- No, no es necesario.
- Me acababas de decir que eres torpe, despistada y que metes la pata a menudo. Creo que sí que lo necesitas.

Amiss le miró con cara de pocos amigos: eso era verdad.

- Ael...
- Ael no está. ¿También tienes mala memoria? Con más razón, me necesitas.

La Mediadora se cruzó de brazos, apretando los labios. Mikäh la imitó.

- ¿Acaso quieres echarme?- preguntó él.
- Y si es así, ¿qué?
- Pues que me debes una explicación.
- ¿Y si no quiero dártela?
- No me tomes por idiota, Amiss.- replicó, severamente.- ¿Te crees que ha colado la patética mentira de antes? Eres pésima mintiendo. Pero respeto tu decisión de no querer decirme nada.
- Entonces respeta también el hecho de que quiera que te vayas.- repuso ella, levantando la barbilla en un gesto desafiante.
- No.
- ¿Por qué no?- inquirió exasperada.
- Me apetece estar contigo. Y pienso quedarme revoloteando a tu alrededor te guste o no.
- ¿Y por qué?- preguntó, casi gritando.
- La verdad es que no lo sé.- respondió, encogiéndose de hombros.- Me apetece. Hueles... muy bien.

Amiss soltó un bufido y le dio la espalda. Inmediatamente Mikäh se plantó delante de ella otra vez, sonriéndole. Y pese a su enfado, por un segundo, estuvo tentada de corresponder a aquella sonrisa. ¡¿A santo de qué?!

- Vale, bien, ven conmigo. Pero más te vale servirme de algo.
- Estoy dispuesto a hacer todo cuando esté en mi mano. Pero espero que al menos tengas una idea de por donde empezar.
- Sí, sí que la tengo.- repuso ella, fulminándole con la mirada.- Tengo que encontrar a alguien.
- Dicho y hecho, dispara.
- ¿Dicho y hecho? Yo pensaba que encontrar a un alma no era tarea fácil.
- Depende de para quién.- contestó Mikäh, encogiéndose de hombros.- Para los Ángeles, aunque parezca contradictorio, es más complicado. Van a su bola, están siempre ocupados con asuntos de vital importancia, y tienen mil cosas que hacer. No conocen al populacho.
- ¿Populacho?- Amiss enarcó las cejas.
- No me hagas caso, es una palabra como otra cualquiera.
- Entonces, ¿para ti sería fácil localizar a... cualquier alma?
- Soy bastante charlatán.- dijo, sonriendo.- Tengo muchos contactos. ¿A quién quieres localizar?
- En su vida pasada se llamaba Izel, y era una chica que nació en Belmopán, probablemente en el año mil novecientos cuarenta y seis. Más o menos. Si no ha renacido, me gustaría hablar con ella.
- Buscaré, pero... no te hagas muchas ilusiones, Amiss. Seguramente haya abandonado ya La Capital, y sino... no creo que recuerde apenas nada de su existencia anterior.
- Por intentarlo...
- Si está aquí, te garantizo que la encontraré.- dijo, con rotundidad.- Me pondré a ello ahora mismo. Iré a verte cuando tenga noticias.
- Muchas gracias, Mikäh. La verdad es que...- ¿por qué le daba la sensación de que le faltaba el aliento?- no entiendo por qué estás haciendo esto por mí.
- Yo tampoco lo sé.- admitió él, sin dejar de sonreír. Tenía una sonrisa preciosa y fácilmente contagiosa.- Me siento bien estando a tu lado. Y creo que es posible que haya algún otro factor aparte de tu perfume delicioso.

sábado, septiembre 18

IASADE -47-

Mikäh la llevó a los Jardines. Pocas veces había salido Amiss de su cubículo por el simple placer de conocer La Capital e ignoraba la gran parte de sus maravillas, por lo que los Jardines la impresionaron profundamente. Ante sus ojos se levantaba un inmenso laberinto cuyas paredes bajas de mármol blanco espejado parecían crear universos paralelos que se repetían hasta el infinito. Las calles eran amplias y se interrumpían a menudo en grandes plazas cuadradas donde crecían árboles enormes, de tonalidades desvaídas que iban del blanco al rosado pasando por el azul pálido y terminando en el naranja propio del tardecer. Hilos de nubes flotaban en el aire, llevadas por el viento que mecía dulcemente las hojas de las copas y arrastraba las conmovedoras melodías arrancadas de los instrumentos que tocaban las almbas blancas, a orillas de estanques cuyas aguas inmóviles reflejaban con absoluta precisión aquello que los rodeaba.

- ¿No habías estado aquí antes?- preguntó Mikäh, al advertir su expresión extasiada.
- No...
- Lo tuyo no es el turismo, por lo que veo.
- Es que no me gusta pasear sola.

Y, sorprendentemente, él lo comprendió y asintió sin decir una palabra más.

- Ahora ya tienes a alguien con quien pasear.- dijo, sonriéndole ampliamente.

Amiss, turbada, bajó la cabeza y se miró los pies mientras caminaba. Mikäh ignoró su incomodidad.

- Eres Mediadora, ¿verdad?
- Sí.
- ¿Y te gusta? Los Mediadores son casi parte de la élite de La Capital.
- Bueno...- Amiss se llevó una mano al pelo y comenzó a enrollar un mechó negro alrededor de uno de sus dedos.- Es complicado. Es decir... sí, me gusta, pero... no se me da nada bien. Soy bastante problemática.

La Mediadora alzó la mirada para encontrarse con los ojos pardos de Mikäh observándola con sincera curiosidad. Y aquello la animó a explayarse al respecto.

- Soy muy torpe.- dijo, abruptamente.- Mi equilibrio es más bien nulo, soy despistada, me caigo con frecuencia o se me caen las cosas de las manos, meto la pata bastantes veces, y ya de sigilo y discreción ni te cuento... No es que sean las cualidades más buscadas en un Mediador, así que realmente todavía no comprendo por qué los Sabios me encomendaron esta tarea.
- Los Sabios saben lo que hacen.
- Sí, sí, bueno... Yo a veces me lo replanteo seriamente.
- Pero no te va mal, ¿no?
- Eso es muy relativo.- contestó ella, sonriendo tristemente.- Ael me ayuda mucho y gran parte del éxito de mi trabajo se lo debo a él. Y, aparte de eso, está el pequeño inconveniente de que hay una Nocturna que me quiere ver extinguida.

Mikäh abrió los ojos de par en par, completamente atónito por unos segundos, antes de adoptar una expresión seria y casi agresiva.

- ¿Una Nocturna va detrás de ti?
- Sí, ella y su Diablesa. Mataron a mi anterior usuario... y estuvieron a punto de acabar conmigo. Ael me salvó.
- Es un poco extraño.- torciendo el gesto.- Los condenados suelen ignorarnos al igual que nosotros a ellos, aunque siempre hay excepciones. Supongo que no hay que buscar un sentido a sus motivaciones, están corruptos y locos de atar.
- Sí, algo así me dijo Ael. Por suerte, de momento, no se ha presentado en Belmopán, y espero que siga así.
- Yo también.- dijo Mikäh, con énfasis. Amiss sintió que se ruborizaba estúpidamente y siguió dándole vueltas al mechón de pelo, más concentrada.- ¿Y cómo va el asunto de la reencarnación para los Mediadores? ¿Es igual que para los demás? A mí me queda poco tiempo aquí y ya lo he olvidado casi todo de mi vida anterior. Recuerdo vagamente algunas imágenes de mi infancia o de sitios representativos... pero tan borrosamente que no me inspiran ningún tipo de sentimiento. Imagino que vosotros, los Mediadores, olvidaréis partes de vuestra existencia pasada con cada objetivo que cumpláis de vuestros usuarios, ¿no?

Amiss detuvo sus pasos repentinamente, abandonando el mechón. Confusa, no pudo más que mirar a Mikäh, sin entender. ¿Perder recuerdos? No. Ella no perdía recuerdos, porque nunca había tenido ninguno. Todo lo contrario... desde que era Mediadora, cada vez sabía más cosas de su existencia pasada. Esos sueños que tenía... ya sospechaba que no eran sueños, sino recuerdos. Pero ahora Mikäh acababa de confirmárselo. ¿El camino a la reencarnación consistía en olvidarse de todo? ¿Por qué ella iba en dirección contraria a todos los demás? ¿Eso quería decir que jamás iba a conseguir dejar La Capital? ¿En qué pensaban los Sabios...?

-¿Qué te pasa?- preguntó Mikäh, preocupado.
- Nada.- musitó ella, parpadeando. Señaló con la mano delante de ella.- Me he quedado sorprendida de lo precioso que es ese árbol.

Un árbol de tronco grueso y hojas verdiazules se inclinaba sobre un estanque calmo, donde unos Inocentes cantaban y jugaban a trepar sobre él. Mikäh se giró para mirarlo y luego se volvió a ella con las cejas fruncidas. Amiss no supo si había funcionado la mentira, pero él asintió y siguió caminando sin añadir nada más.

viernes, septiembre 17

Carta para ti (2)

Querido Desconocido:

No pensaba volver a escribirte, pero... ¡aquí me tienes!
Creo que me he infectado del espíritu navideño antes de tiempo, porque hoy de camino a casa en coche he pensado sobre la Navidad. Parece que estoy empezando a imitar la moda del Corte Inglés de incorporar la ropa de invierno cuando todavía hace calor, con esto de adelantarme... ¿cuántos? ¿Tres meses y medio?

El otoño está haciendo su entrada ya, y aunque no lo sabes (claro que no lo sabes) es mi época favorita del año. Hoy ha llovido, relampagueado y tronado durante la mayor parte del día. He sido muy, muy feliz. Y ayer fue todavía mejor: me desperté tarde, sobre la una y sola en casa, al escuchar el repiqueteo de la lluvia contra la persiana. Me restregué el sueño de los ojos y salí medio zombi a la terraza, en camiseta de pijama y sin pantalones, a quedarme con los brazos extendidos y la cabeza inclinada hacia atrás, para empaparme de la lluvia. Es un milagro el que no haya pillado un resfriado.

Pues eso. El frío (hoy me he puesto ya un jersey de manga larga para salir a la calle), la lluvia, y el ambiente otoñal... me han hecho pensar en la Navidad. Todo eso y una canción que sonaba en la radio. Y cómo no... he empezado a echarte de menos otra vez, si es que acaso alguna vez he dejado de hacerlo. Y he echado de menos el pasear contigo bajo el cielo encapotado de diciembre, achuchándome contra ti para espantar la gelidez del aire. El que me beses con ternura la punta fría y colorada de mi nariz antes de intentar mordérmela a traición. Que seas valiente y que te atrevas a seguirme cuando, en un acto de locura, me da por cerrar el paraguas bajo la lluvia torrencial, quedándote a mi lado y rodeándome la cintura con tus brazos, mojando mi pelo con las gotas que te caen desde la barbilla. Que en un acto caballeroso me compres castañas asadas y que antes de despedirme en el portal de mi casa me frotes con fuerza para hacerme entrar en calor. Que me comas la boca y que me susurres al oído, con una sonrisa fantasmal y dichosa en tu voz, que me amas.

Sí, todo eso y mucho más. Pero al igual que la infinita consecución de escenas que siguen a esas en la lista de las cosas que echo de menos, ninguna de ellas ha sucedido jamás. Y posiblemente nunca sucederán, porque tal vez el hecho de que no existes sea la única verdad inamovible en mi vida.

Pero... dejándome de ñoñerías (tengo el día sensible, compréndeme) te contaré algo más antes de dejar de escribir y aburrirte con mis tonterías. El día 27 empiezo (otra vez) la Universidad. Y, realmente, estoy muy contenta. Motivada. Tengo... ganas de empezar. ¿Lo has leído? ¡Ganas de empezar! Hacía mucho que no tenía ganas de empezar casi nada. Deséame suerte, ¿vale?

Me despido ya. No sé cuando volveré a ponerme en contacto, ya se verá. Espero no confundirte por accidente ni imaginarte en rostros de otras personas, porque... aunque sé que las probabilidades son mínimas y soy consciente de que desde pequeña he sido pésima y horrible jugando al escondite... voy a continuar buscándote.
Deséame suerte en esto también.

What makes you warm?
The sun on your skin?
A summer storm?
Rain, rain on your face
Rain that you can taste, slowly as it drips, down your lips like a kiss from the one you love

IASADE -46-

Como las veces anteriores, al regresar a La Capital para hacer su descanso obligatorio cada dos semanas, Amiss debía escribir un informe. Era una tarea fácil que le solía llevar poco tiempo y que consistía en resumir brevemente todo lo que había hecho y descubierto durante su estancia en el mundo de los vivos. Era algo que además le gustaba hacer, porque se le daba bien y no costaba esfuerzo alguno. En cambio, aquella vez, el informe le estaba suponiendo un quebradero de cabeza.

Las palabras de la señora Gwen aún seguían repitiéndose en su mente una y otra vez. Amiss sabía que debía de informar de ello a los Sabios, pero... por alguna extraña razón, se resistía a escribirlo. Aquella humana de Belmopán había reconocido su aspecto, en cierto modo, y le había dicho que se parecía enormemente a su madre. Supuesta madre fallecida, aunque Gwen no había entrado en detalles. ¿Qué significaba aquello? Amiss había sopesado ser el alma de la difunta mujer, pero sabía que era imposible: ella no había llegado nunca a tal edad en su vida anterior. Así pues, ¿qué otras opciones le quedaban? ¿Una tía, una prima, o cualquier otro tipo de pariente lejano? ¿Era posible que hubiera dado con uno de sus familiares accidentalmente?

Su mentor, Falc, había sido muy claro respecto a las normas por las que se regían los Mediadores y una de ellas era evitar cualquier tipo de contacto con los familiares o conocidos de la existencia pasada. Si daba parte del comentario de Gwen, era bastante probable que los Sabios la retirasen de la misión y le encargaran ayudar a otro usuario en un lugar completamente diferente. Y Amiss no quería marcharse de Belmopán ni abandonar a Olli. ¿Estaba dispuesta a hacerse cargo de las consecuencias que tenía el hecho de mentir a sus superiores? Se mordió un labio, pensativa, apoyando la cabeza en el brazo mientras que en otra mano hacía girar una pluma mojada en tinta.

Alguien llamó a la puerta de su cubículo y Amiss se levantó a abrir. Un Mensajero, asexual, alto y espigado con alas en los tobillos, la miró de forma inexpresiva a través de sus ojos transparentes. La Mediadora frunció el ceño al verlo.

- ¿Sabes que presionar es de bastante mal gusto?- preguntó. Aunque obviamente el Mensajero no se dignó en contestarle.

Amiss refunfuñó de camino al escritorio, pero una vez allí sonrió levemente. La llegada del Mensajero resolvía el dilema sobre el que había estado meditando tanto rato. Observó el papel una vez más antes de firmarlo, doblarlo, y entregárselo al ser, que tras hacer un seco asentimiento con la cabeza se largó volando de allí. Cerró la puerta, apoyó la espalda contra ella y suspiró profundamente. ¿Serían muy duros con ella los Sabios si descubrían su mentira? O... ¿y si lo sabían ya? Ese pensamiento la aterrorizó momentáneamente. Los Sabios eran sabios; teóricamente, debían estar al corriente de todo lo que hacía o dejaba de hacer. Se retorció las manos con nerviosismo. Aún así... tal vez fueran magnánimos. Ya la habían perdonado una vez, y la muerte de Sammy había sido algo mucho más serio que un encuentro fortuito con un posible familiar...

Volvieron a golpear la puerta y Amiss abrió irritada, pensando que el Mensajero tenía algún requerimiento más para ella. Pero al que se encontró frente a frente no era al ser alado, sino al alma blanca Mikäh. Parpadeó, asombrada.

- Hola.- saludó él.
- ¿Qué quieres?
- ¿Siempre eres así de borde?
- Ael me ha influenciado demasiado. Y además, sino recuerdo mal, lo primero que me has dicho tú era que parecía tonta.
- Lo siento.- dijo. Y Amiss se sorprendió aún más de ver que realmente parecía arrepentido.
- No pasa nada.- murmuró, un poco incómoda.- Pero te sigo preguntando lo mismo, ¿qué quieres?
- Realmente... no lo sé muy bien.- respondió, esbozando una sonrisa de oreja a oreja y revolviéndose el cabello con una mano.- No tengo mucho que hacer y... me aburro bastante. Así que pensé... que como Ael no está por aquí para ayudarte... podía ofrecerme yo en su lugar. Puedo echarte una mano si necesitas algo. O no sé... podemos hablar. Si quieres, por supuesto. A lo mejor tienes cosas mucho más importantes que hacer...

Amiss ladeó la cabeza, estudiándolo con fijeza y curiosidad. Era la primera vez que otra alma blanca se acercaba y hablaba con ella por interés propio y no porque fuera necesario o porque ella le había preguntado algo en primer lugar. Sonrió sin quererlo, sintiéndose extrañamente feliz.

- Está bien. Hablemos. Y tal vez sí que puedas ayudarme en algo.

jueves, septiembre 16

IASADE -45-

Amiss esperaba impacientemente a la orilla del mar, en la playa en la que Ael la ayudaba a entrenarse con la espada, caminando nerviosamente de un lado con los ojos clavados en el cielo crepuscular, coloreado de tonos malva y carmesí, salpicado por unas pocas nubes y por las más tempranas estrellas del firmamento.

Hacía rato que había tocado el broche para llamar al Ángel, pero éste aún no se había presentado en el mundo de los vivos. Amiss estaba casi histérica, observando furtivamente a su alrededor mientras su mente demasiado imaginativa le sugería explicaciones cada vez más improbables y descabelladas. Tal vez no se hubiera dado cuenta, o quizá estaba ocupado con cualquier asunto angelical. También era posible que viniera desde muy lejos y estuviera todavía de camino. A lo mejor lo habían enviado a una misión especial de índole confidencial. ¿Sería peligrosa? ¿Lo habrían atacado? ¿O capturado? ¿Y si aquello no era más que una emboscada? La Mediadora pegó un salto y ahogó un grito cuando la sombra de un enorme pájaro pasó sobre su cabeza en dirección a las montañas de la isla.

Enfadada consigo misma, se sentó en la arena. Y con la intención de serenar un poco su ánimo, hundió lentamente los dedos en ella. Cerró los ojos apenas un instante, haciendo un gran esfuerzo por tranquilizarse. Sacó despacio la mano y la volvió a hundir. Era una sensación que la relajaba profundamente.

- Pareces tonta haciendo eso, ¿sabes?

Amiss abrió los ojos de golpe, poniéndose en pie de un brinco y llevándose la mano a la vaina de la espada. Delante de ella había un alma blanca de extraño aspecto, con los brazos cruzados sobre el pecho y una mirada maliciosa, a quien no había visto jamás. Tenía apariencia masculina y era un poco más alto que ella. El pelo era de color castaño arena y lo tenía desordenado en mechones rebeldes, los ojos eran de un tono pardo y verdoso y una sonrisa atractiva le bailaba en los labios mientras la observaba. De su espalda sobresalía un par de alas grises.

- ¿Quién eres?- le preguntó, recelosa.
- Respondo al nombre de Mikäh. ¿Tú eres Amiss?
- Sí.
- No deberías dar ese tipo de información a alguien que aún no te ha rebelado sus intenciones. ¿Vas a desenfundar el arma?

Amiss resopló, mosqueada.

- ¿Me vas a decir de una vez por qué estás aquí?
- No sé. Puede.
- ¡Dime! ¿Dónde está Ael?
- Soy su sustituto. Ael está ocupado en este momento y no puede atenderte. Bienvenida a viajes Mikäh Express. Destino: La Capital.
- No eres un Ángel. ¿Cómo es que tienes alas?
- ¡Ahhh, es un secreto!

Amiss lo rodeó para verle la espalda y descubrió un cinturón que le rodeaba el torso y que tenía un mecanismo con unas alas falsas a la espalda. El tal Mikäh dejó escapar una carcajada al ver la mueca incrédula de la Mediadora.

- ¿A que son geniales? No son blancas, como las de los Ángeles, pero funcionan básicamente del mismo modo. ¿Estás lista para el despegue?
- Sí.

Amiss se colocó delante del alma blanca con los brazos extendidos y las piernas separadas. Mikäh se aproximó a ella desde atrás, acercándose tanto que la Mediadora pudo sentir su aliento en la nuca, estremeciéndose. La cadena de plata unió las muñecas y los tobillos de ambos y Mikäh desplegó sus alas falsas.

- Hmmm...
- ¿Sí?
- Hueles... muy bien. Deliciosamente bien.
- ¿Y qué quieres decir con eso?- inquirió Amiss, girando la cabeza.

Su pelo rozó los labios de Mikäh, mientras que en sus ojos se reflejaba un extraño sentimiento que no pudo identificar.

- Nada.

Mikäh flexionó las rodillas y Amiss le imitó justo antes de que el alma blanca batiera las alas y levantara el vuelo.

miércoles, septiembre 15

IASADE -44-

Amiss pronto se habituó a su nueva rutina. Los miércoles por la tarde se reunía con Olli en el parque para charlar con él mientras que el resto de su tiempo lo dividía en dos tareas clave: vigilar y averiguar más cosas sobre su usuario y entrenarse.

La primera no daba grandes resultados; Olli era un anciano sencillo y apacible que pasaba los días en la residencia sin demasiada agitación. Se despertaba temprano, desayunaba tranquilamente, se retiraba al invernadero o al jardín para leer y volvía a la hora del almuerzo. Después, algunos días, tomaba café. Y también, algunos días, tras el café se reunía con los demás residentes para jugar a algo. Sino, volvía a refugiarse en su soledad para revivir los recuerdos que le mostraban sus cartas viejas y fotografías. Olli no tenía familiares, o al menos ninguno que lo visitara o le escribiera, y debido a su personalidad huraña pocas veces aceptaba la compañía de alguien que no fuera Nicté o la señora Gwen. Por las noches, en sueños, murmuraba siempre el mismo nombre: Izel. Amiss supuso que se trataba de su esposa, y más tarde el mismo Olli confirmó sus sospechas.

Si el esfuerzo que invertía en la primera de sus obligaciones no le compensaba mucho, el que gastaba en la segunda no le reportaba beneficio alguno. El miedo que Cassia le inspiraba y la certeza de que la localizaría, tarde o temprano, la empujó a practicar con la espada que Ael le había dado. Entrenaba tanto en estado etéreo como en imagen humana, agotándose a sí misma con sus patéticos e inútiles intentos por mejorar en algo su destreza. No tenía ni idea y la autodidáctica no se le daba nada bien. Por ello acabó llamando al Ángel, que aceptó en bajar al mundo de los vivos para ayudarla al menos un par de horas todos los días.

Así pasaron las dos primeras semanas. A pesar de la extrema cortesía y amabilidad del anciano, Olli seguía protegiéndose empecinado tras las barreras que había creado alrededor de sus vivencias más dolorosas. Amiss había conseguido inflingir alguna que otra grieta en ellas, pero aún así todavía quedaba mucho trabajo por hacer. Olli se había acostumbrado a su presencia y ya no sólo la toleraba, sino que le agradaba. Las negativas y los rodeos que daba para evitar temas de los que no quería hablar eran cada vez más automáticos y menos premeditados, pura rutina. La Mediadora sabía que antes o después, el anciano terminaría por abrirse a ella.

- Éste sabor de helado está bastante bueno. Gracias por la recomendación, Julia.
- Me alegra que te haya gustado.
- Oh, ahí está Gwen. ¿Nos veremos la semana que viene?
- Por supuesto. Tengo que hacer un pequeño viaje, pero para el miércoles ya estaré de vuelta.
- ¿A dónde, sino es mucho preguntar?

Amiss le sonrió al anciano con afecto.

- Vuelvo a casa por unos días.
- Te deseo un buen viaje.
- Gracias.

La señora Gwen, con su ritual sombrero de paja de ala ancha y aquel día con un vestido blanco que contrastaba con su piel morena, se acercó a ellos a paso ligero. Aquella mujer siempre tenía mucha energía.

- Buenas tardes, señora Summers.- le dijo a modo de saludo.
- Señora Gwen.
- Eh... señora Summers... ¿podría preguntarle algo?- inquirió, un tanto ansiosa.

Amiss parpadeó asombrada por el cambio de actitud. Normalmente la señora Gwen se limitaba a saludarla cuando traía o se llevaba a Olli y de momento jamás había intercambiado otra palabra con ella. En aquel instante, sin embargo, parecía nerviosa e insegura.

- Claro.
- No he querido preguntarle a Olli al respecto porque me parecía más acertado comentárselo a usted directamente. ¿De dónde es?
- Nací en Canadá, si es eso lo que quiere saber.
- Oh.- dijo con cierta desilusión, antes de esbozar una pequeña sonrisa triste.- Ya veo.
- ¿Por qué le interesa?
- Desde la primera vez que la vi, me ha recordado muchísimo a mi madre.- confesó, todavía con la pena reflejada en la cara.- No se hace usted una idea del enorme parecido. El color del pelo, la forma de la cara y el verde de sus ojos. Pensé... que tal vez habría algún tipo de relación. Pero mi madre nació en Nueva York y toda mi familia ha residido allí siempre. Yo fui la primera en marcharme.
- Ah.

Amiss bajó la mirada sin quererlo, sin saber exactamente cómo reaccionar a aquello. La señora Gwen amplió su sonrisa.

- Bueno, gracias por contestar a mi pregunta, señora Summers. Hasta la próxima. Vamos, Olli.

Y dicho aquello agarró la silla de ruedas del anciano y la empujó por el camino de tierra que salía del parque. Amiss se sentó en el banco, pensativa. Y algo turbada. La señora Gwen le había llamado la atención desde un primer momento sin saber exactamente porqué. Le resultaba... vagamente familiar. ¿Era posible que hubiera alguna relación entre ambas? ¿Cuál, exactamente?

martes, septiembre 14

14/09/2010

No sé cuánto llevo aquí.
Creo que el tiempo murió hace incontables segundos atrás, pero tampoco podría asegurarlo. A lo mejor la que ha muerto soy yo y ni siquiera me he dado cuenta.
Me balanceo imperceptiblemente en un estado de paz relativa, subjetiva, sola y sumergida en un negro profundo e inalterable, antinatural.
A veces siento otras presencias, que pasan a mi lado rozándome sin querer. Pero no sé si son reales o si son la personificación de mis propios anhelos, que me acompañan en este vacío para no despojarme de mi humanidad.
¿Dónde estoy? ¿De dónde proviene este silencio?
Sé que mi alma ha enmucedido, conteniendo el aliento expectante, a la espera. ¿Pero a la espera de qué?
Algo va a cambiar, lo presiento.
Aunque todavía no sé el qué.

sábado, septiembre 11

Paraíso Temporal

No te dejes engañar por el rótulo que hay escrito sobre la puerta, pues aquí hay que tener cuidado. Tus conocimientos y experiencias de poco te servirán, y la voz de tu conciencia seguramente hará voto de silencio dejándote a solas con el más puro y potencialmente peligroso estado emocional desbocado. Te han enseñado que hay que darle la espalda al fruto prohibido y has aprendido que hay que hacer oídos sordos a la serpiente que pretende tentarte, pero aquí tales cosas pueden presentarte ante ti bajo disfraces completamente insospechados.

En este Paraíso Temporal hay una sola realidad, engañosa y traicionera. Encontrarás los paisajes más hermosos que tu mente podrá imaginar jamás y contemplarás justamente aquello que desees ver. Los espejismos se convertirán en certezas sobre las que se asentarán tus percepciones antes del derrumbamiento de todas tus creencias, ya que al igual que los espejismos son sólo mentiras, aquí los caminos están plagados de trampas que pueden llegar a ser mortales.

Aquí sólo existe un objetivo y es encontrar el camino que lleva a la felicidad. Una felicidad relámpago, tan efímera como bella, breve y deslumbrante. Puedes ser cazador o cazado, pero para convertirte en lo primero necesitarás hacer gala de una gran agilidad y cabeza fría, porque los que se dejan dominar por volátiles emociones acaban siendo presas de un fiero depredador llamado desilusión. Cuida tus pasos, mantente alerta y atento a las irregularidades del sendero, pendiente de los cambios de luz en el cielo. Y cuando veas un destello de felicidad en lo alto, aférrate a él como si te fuera la vida en ello. Sólo así conseguirás salir y escapar de la temporalidad.

viernes, septiembre 10

IASADE -43-

Amiss cerró el libro y se puso de pie, alisándose las arrugas de la falda del vestido, con los ojos clavados en Olli mientras componía una sonrisa cordial.

- Buenas tardes.

El anciano levantó la cabeza con una expresión mezcla de asombro e irritación claramente visible en sus ojos brillantes. Amiss pensó que en su juventud debía de haber sido muy atractivo, pues las huellas de unos rasgos que antaño habían sido hermosos todavía estaban presentes en su rostro: una mandíbula fuerte, pómulos altos y nariz recta. Tenía la piel de un tono tostado, arrugada y moteada por las manchas de la edad. Bajo el sombrero aún asomaba un poco de pelo grisáceo.

- Buenas tardes.- saludó con cierta frialdad.
- ¿Le interrumpo?- preguntó Amiss, preocupada.- Si es así, lo lamento mucho. No he podido evitar fijarme en su álbum... y me encantan las fotografías antiguas. Me ha picado la curiosidad, lo siento. Oh, a todo esto... mi nombre es Julia. Julia Summers.

Y le tendió una mano que Olli estrechó cortésmente, algo más receptivo.

- Yo soy Olli Jahson. Encantado.
- Igualmente.- dijo ella, sentándose en el banco junto al que estaba detenida la silla de ruedas.- ¿Le molesta que me siente aquí con usted?
- En absoluto.- contestó.

Sin embargo, gracias a las gafas que le había dado Ael, detectó que el anciano no había hablado con total sinceridad. Pero sonrió y demostró no haberse dado cuenta.

- ¿De qué año son?
- Éstas en concreto son de mil novecientos sesenta y cinco, pero guardo fotografías y recortes de periódico desde mil novecientos cuarenta y seis.
- ¿Mil novecientos cuarenta y seis? Yo nací ese mismo año.
- ¿De verdad? Yo también.
- Qué casualidad.
- Parece usted más joven.
- Gracias. Siempre me han dicho que tengo un espíritu... muy juvenil.- sonrió.- ¿Me permite verlas?

Olli accedió, aunque algo reticente. Amiss cogió el álbum con cuidado y miró las fotografías en blanco y negro, con atención. Mostraban a personas, habitantes oriundos de Belmopán, chicos y chicas jóvenes inmortalizados en diversos momentos importantes de sus vidas. Muchas eran las caras que aparecían allí retratadas, pero los protagonistas mayoritarios eran una muchacha preciosa de cabello largo y oscuro con una encantadora sonrisa perenne en unos labios carnosos y sensuales y el propio Olli, muchísimo más joven. Tal y como Amiss había imaginado, había sido muy atractivo, alto y fuerte.

- ¿Es usted?- preguntó.
- Sí. Tenía...
- Diecinueve años. Parecía mayor.
- Sí.- dijo, y sonrió con expresión nostálgica.- Siempre era yo el que compraba las bebidas alcohólicas para mi grupo de amigos, y el tabaco también.
- Hay cosas que no cambian por mucho que pasen los años. ¿Las fotos fueron tomadas aquí, en Belmopán?
- Sí. No fue una buena época para Belice, cuando Guatemala e Inglaterra todavía se disputaban los derechos por esta tierra. Deduzco que no es usted de aquí.
- No. Nací en Canadá, pero hace un año que me vine aquí por cuestiones familiares.
- Comprendo.
- ¿Y quién es ella?- inquirió Amiss, arriesgándose a señalar a la joven morena.- Sale en muchas fotos y hay unos cuantos primeros planos suyos.
- Era mi esposa.

El dolor y la tristeza en su voz eran tan evidentes que Amiss sintió un escalofrío.

- ¿Falleció?
- Sí, hace ya mucho tiempo.
- Lo lamento.
- Con la edad, la muerte de los seres queridos se convierte en algo que aceptar con buen ánimo, ¿verdad? Y nuestra propia muerte también.
- No hable así, Olli, aún nos quedan años por vivir. Pero sí, le entiendo perfectamente.
- ¿Ha perdido a alguien?
- A mi hija. Y no hace tanto tiempo.
- Mi más sentido pésame.
- Gracias. La vida sigue adelante y hay que afrontarla con buen ánimo, ¿no? ¿Tiene usted hijos, Olli?
- Sí, uno. Pero preferiría no hablar de ello.

Y en ese momento el alma del anciano empezó a brillar tenuemente con el color verde de las Aspiraciones.

miércoles, septiembre 8

In fraganti

- Hmmm...
- Ahhh...
- Sí... así...
- ¿Sí, así...?
- Hmm... sí... ¡no!
- ¿Qué?
- Así no.
- Pero si acabas de decir...
- Ahí sí, pero así no.
- ¿Sí o no?
- ¡No!
- ¿Por qué no...?
- Porque... nos puede ver...
- Anda... no seas tonta... sé que te gusta...
- Que no...
- Mentirosa... mira... así... ¿acaso no te gusta?
- Sí... ¡digo, no! ¡Que no!
- Shhh...
- Hmm... para...
- No resultas para nada convincente...
- Que sí...
- ¿Sí? ¿Quieres entonces...?
- Sí... ¡digo, no! O bueno... ahh... sí... un poquito...
- ¿Así?
- Sí...
- ¿Y... ahí?
- También... mierda... Ni se te ocurra sacar la mano, o parar... ahora no... Hmmm...
- Ahhh...

*Sonido de puerta al abrirse*
*Silencio*

- Mamá... papá... ¿qué estáis haciendo?

jueves, septiembre 2

IASADE -42-

Mirándose al espejo Amiss tuvo otra revelación: en su vida pasada no había llegado a envejecer.
El rostro de su falsa apariencia humana le devolvió la mirada extrañamente, haciéndola sentir incómoda. Al adoptar la imagen de una infante y también la de una adolescente, Amiss se había adaptado enseguida a los cuerpos, como si volviera a retomar un camino antiguo y familiar que no había llegado a olvidar. Pero aquel cuerpo de setenta y cuatro años le era completamente ajeno y desconocido.
Los ojos verdes ya no brillaban con tanta fuerza, tenía ojeras marcadas bajo las pestañas y viejas arrugas en la frente, en los párpados y en las comisuras de la boca. Tensó los labios en una sonrisa para comprobar el efecto de aquel gesto, y quedó gratamente satisfecha al darse cuenta de que eso la hacía parecer un poco más joven. El cabello largo y oscuro estaba veteado en blanco por las canas, recogido con un pasador un poco por encima de la nuca. Un vestido largo y de color crema le caía holgadamente al suelo desde las caderas hasta la altura de media pantorrilla.

Cerró el espejito redondo antes de guardarlo en el bolso de tela que descansaba sobre su regazo, miró el reloj y constató que Olli se retrasaba ya cinco minutos. Gracias a un estudio previo del terreno, tal y como le había aconsejado Ael un par de veces, averiguó sin problemas el itinerario rutinario del anciano y determinó cuál era el mejor lugar para abordarlo sin resultar demasiado invasiva. Olli vivía en la Residencia Santa Lucía para personas mayores, al cuidado de las enfermeras que trabajaban allí. Debido a su confinamiento en una silla de ruedas y a sus débiles brazos, no gozaba de mucha independencia. Tenía por costumbre pasar el rato en el patio de la residencia o en el invernadero, mirando fotografías, leyendo sus cartas o libros, jugando de vez en cuando a cartas, dados o al dominó con los demás residentes, a pesar de su carácter solitario. Al igual que todos los demás ancianos, cada domingo iba al parque con las enfermeras. Pero además, a modo de extra, los miércoles también lo visitaba acompañado de una jovencita llamada Nicté o de la propia señora Gwen.

Y era allí donde Amiss lo estaba esperando.
Eran las seis de la tarde y, a pesar de que el cielo estaba nublado, hacía mucho calor. La humedad del aire de Belmopán era muy alta y provocaba que las altas temperaturas fueran mucho más asxifiantes, adhiriéndose al cuerpo como una segunda piel desagradablemente pegajosa. Escuchó un traqueteo de ruedas y levantó el libro que tenía en la mano para ocultar su rostro a los que llegaban, espiando disimuladamente sobre la cubierta, a tiempo de ver aparecer entre los árboles la silla de ruedas de Olli empujada por la señora Gwen. La mujer llevaba aquella tarde un vestido de volantes con estampado de flores y un sombrero de paja sobre la cabeza similar al del anciano, que como de costumbre vestía de gris.

- Bueno, pues aquí te dejo.- le dijo la mujer, cuando se detuvo junto a un banco de madera.- Voy a ir a por un helado y a charlar un poco con las mujeres, volveré en una hora a por ti.
- Gracias, Gwen.- murmuró el viejo.

La señora Gwen le sonrió amablemente, se sacudió las manos en el vestido y dedicó un breve vistazo a Amiss antes de marcharse por donde había venido. Olli abrió uno de los álbumes, parsimoniosamente, y se quedó contemplando la primera página de fotografías. Sacó del bolsillo de su chaleco una grabadora de casettes antigua y la puso en marcha, haciendo sonar una canción oída a través de un gramófono y también a través de los años. El anciano pasó los dedos huesudos por encima de las imágenes en el álbum, acariciándolas, absorto.