martes, octubre 19

Espíritu aerostático

Hace mucho que perdí el norte. El norte, el sur, el este y el oeste.
El sol, ajeno a las leyes físicas de este universo, amanecía cada día por la dirección más inesperada y así fue cómo me enteré de que no hay sólo cuatro puntos cardinales que nos rigen, ni tampoco ocho y ni siquiera doce, sino infinitos. Infinitos que se multiplican por infinito una vez y otra vez hasta alcanzar la medida numérica más infinita que puedas concebir. O intentarlo, por lo menos.
También perdí de vista el horizonte, porque hay tantos horizontes en el mundo como colores y matices lumínicos, que el sol caprichoso preside con orgullo. Después de ver desfilar ante mis ojos al número cincuenta, me olvidé del mío, del que antes contemplaba desde la ventana de mi habitación hasta quedarme dormida sobre la mesa, con el gato ronroneándome en la oreja.
Mis raíces han desaparecido. No sé si es porque alguien las cortó sin darse cuenta o si es que, repentinamente, descubrieron que tenían aspiraciones de pájaro y decidieron emprender el vuelo. Ahora floto sin nada que me mantenga sujeta a tierra firme, liberada de las cadenas gravitatorias. Mi cuerpo sigue de cerca a mi imaginación, que vuela alto, muy alto, más allá de las nubes, esquivando las estrellas fugaces que acuden a la tierra a cumplir deseos.
Pero al contrario de lo que muchos puedan pensar, no estoy perdida. Es cierto que no sé a donde me dirijo, ¿y qué?
Lo importante no es la meta, sino el camino que se recorre para llegar a ella. Y desde aquí arriba disfruto de unas vistas que no todos tienen el privilegio de poder admirar.

La Princesa Verde

A la Princesa Verde le crece un árbol en la cabeza. Sus hojas le protegen los ojos del sol cegador, refrescándole la nariz, y la resguardan de la lluvia. Esto, sin embargo, le da un poco de pena; le gusta el olor dulce de la tierra mojada y se pregunta a menudo si el agua que cae del cielo tiene el mismo sabor.
Cuando está de buen humor, las ramas del árbol se cuajan de pajarillos e insectos que pían y zumban, haciéndola reír con cosquillas y regalándole alegres canciones que ella tararea risueña, poniendo letra a las melodías. Pero cuando la Princesa está enfadada o triste, los animales huyen asustados por los fuertes vientos huracanados que sacuden el tronco del árbol, espantados por los truenos y relámpagos que su mal talante atrae de forma inevitable. Un día la tormenta producida provocó que un rayo le acertara de lleno en la coronilla, incendiándole el pelo y torturándola con un insoportable dolor, concentrado en la frente, que le duró semanas. Tuvo que meter la cabeza en el río y se vio obligada a cortar su preciosa melena de cabello color trigo.

La época favorita de la Princesa Verde es el comienzo de la primavera. Únicamente el comienzo. Al principio de la estación primaveral  recibe muchas visitas y nunca puede quejarse de sentirse sola. Las flores florecen y la perfuman con sus agradables fragancias, decorándole el pelo con colores vistosos. Ella misma se siente renacer, pletórica de vida, con una energía inagotable. Pero la primavera es larga... y llegada la mitad del ciclo, la Princesa anhela un instante de soledad y echa de menos el silencio propio del invierno. Es entonces cuando acaba por montar en cólera y hace llegar a las tormentas que preceden al verano.
La época estival es para ella una estación tranquila y apacible. No llueve mucho, por lo que ha de ser ella misma quien riegue el árbol para que no se seque antes de tiempo. Pero no le importa, pues el agua fría se agradece enormemente cuando el calor no sólo aprieta sino que asfixia. El cantar de las chicharras la acuna por las noches, adormeciéndola con diversas serenatas.
Para ella el otoño es la estación más triste de las cuatro. Las hojas se caen, haciéndola sentir más ligera de lo normal, pero estorbándole a la vista hasta que cae la última de todas. Tiene que despedirse de las aves migratorias que sólo la visitan en verano y de los insectos que abandonan sus ramas para preparar la llegada del invierno, llevándose con ellos la alegría de las sonatas y la poesía de sus zumbidos. Durante los meses otoñales, la Princesa se encarga de hacer una capa con las hojas caídas, que luego le servirá para cobijarse del frío.
Y por último el invierno. La Princesa Verde se mira en el espejo del lago helado y piensa que va vestida de novia, cubierta de nieve de los pies a cabeza, con un tocado de ramas heladas sobre la cabeza y gotas gélidas que parecen lágrimas, sobre las mejillas. Fantasea con la llegada de un Príncipe Blanco que la despose y le haga compañía durante los largos, fríos y solitarios días invernales, que comparta con ella su capa de hojas cobrizas y que derrita la escarcha de sus labios con un cálido beso.

lunes, octubre 18

IASADE -54-

- Muy fácil.- dictaminó Mikäh, alzando un dedo con el que apuntó al cielo.- Para eso existe Internet, pequeña patosa. Es lo más fácil del mundo.

Amiss cogió una piedra de superficie aplanada y se aproximó a la orilla, donde las olas le lamieron los pies mansamente, como animales dóciles. Se inclinó, calculó el efecto del lanzamiento y arrojó la piedra contra el agua. Era uno de los ejercicios que Ael le había encomendado como parte de su entrenamiento, y consistía en hacer que las piedras rebotaran sobre el mar. Todavía no lo había logrado ni una sola vez y aquel intento sólo se unió a la larga lista de fracasos aplastantes. La Mediadora bufó y el alma blanca rió disimuladamente.

- ¿Es legal que estés aquí?- le preguntó ella de repente, girándose para observarlo.

Mikäh tenía la costumbre de caminar en torno a ella, trazando círculos a su alrededor, como un satélite orbitando en derredor de un planeta. Amiss no sabía si lo hacía a propósito o se trataba de algo inconsciente por su parte.

- ¿Qué quieres decir?
- Ael no podía ayudarme en mi tarea... legalmente, al menos. Bajaba aquí a ayudarme con el entrenamiento dos días en semana, pero nada más.
- Era tu guía, es lógico.
- ¿Y no se supone que tú eres su sustituto?
- Lo soy, pero eso no me convierte en tu guía... legalmente hablando, claro está.- añadió con un guiño cómplice.- A mí nadie me ha echado la bronca por venir aquí contigo. Cabeza hueca, ¿me estabas escuchando cuando te he mencionado lo de Internet?

Amiss le puso mala cara. Aunque Mikäh era mucho más amable y atento con ella de lo que era el Ángel, también se metía con ella en cuanto tenía oportunidad. Y eso era siempre, desgraciadamente.

- Sí. Pero yo no tengo Internet.
- Entra a algún locutorio o cíber café y conéctate. Cuesta dinero, no pienses que es gratis, pero eso no es difícil de solucionar.
- De acuerdo. Entro y me conecto, ¿y después qué?
- Busca en las páginas blancas de California a Haile Jahson.
- Vale. Pues... eso haré.
- ¡Que sería de ti sin mí!- exclamó, de forma dramática.
- No me obligues a contestarte...
- Eh, Amiss. Mira esta piedra.

Mikäh se agachó para recoger una piedra completamente lisa y plana, de color verde mar con vetas grises y blancas, y dársela. La Mediadora la contempló durante unos segundos antes de guardarla en el bolsillo de su vestido verde.

- ¿No la vas a lanzar?- inquirió él.
- No.
- ¿Por qué no? Es perfecta. Puede que lo consigas.
- No, no lo conseguiré. Y es una piedra muy bonita que no quiero perder en el fondo del mar. Me la guardaré.

El alma blanca asintió con gesto serio, y segundos después batió las alas alegremente, sonriendo de oreja a oreja. Amiss lo observó de reojo, desconfiada.

- ¿Qué pasa? ¿Por qué sonríes?
- Porque me acabo de dar cuenta de que... te he hecho un regalo y lo has aceptado.
- ¡No digas tonterías!- repuso ella, dándose la vuelta para esquivar su mirada.

domingo, octubre 10

IASADE -53-

Bueno, ante todo disculparme por haber tenido el blog un poco abandonado esta semana. He empezado las clases ya y ahora no estoy tan ociosa como antes.

***

"Menos mal que Olli es metódico hasta la médula", pensó Amiss agradecida, mientras abría el primer cajón de la envejecida cómoda de madera que el anciano tenía junto a la cama.
Estaba atardeciendo, y la poca luz que se colaba a través de las rendijas de la persiana no bastaba para espantar la penumbra que a aquellas horas empezaba a invadir la habitación, ganando territorio a paso ligero. Fuera había comenzado a llover, y las gotas de lluvia golpeaban con fuerza el cristal de la ventana creando una envolvente banda sonora para el acto delictivo que la Mediadora se traía entre manos: mientras los residentes se reunían en torno a la enorme chimenea del comedor en la planta de abajo, ella, en estado etéreo, rebuscaba entre las cartas de Olli.

Ya sabía la verdad, sabía que Olli había intentado recuperar a su hijo y le había sido negado, que se lo habían arrebatado incluso antes de poder tocarlo ni una sola vez. Y también sabía que su Aspiración era débil, que el viejo no pensaba luchar por conseguirla, que ya se había rendido y había dado a su hijo por perdido. Pero... para eso estaba ella allí. Era algo difícil de conseguir, porque no sólo dependía de su propia participación en el desarrollo de los hechos, sino de la voluntad del hijo de Olli. Y para ponerse en contacto con él, antes tenía que averiguar su nombre.

Zeul no le había dicho en qué año nació su hijo, pero haciendo un cálculo aproximado y guiándose por las fechas que contenía el archivador de Olli, al final consiguió encontrar la carta que andaba buscando. El papel estaba muy manoseado y roto por algunas partes, escrito a mano con una caligrafía escuálida e irregular, difícil de leer.

"Podría empezar diciéndote lo mucho que lo lamento, lo mucho que te quiero y te echo de menos, pero si ese fuera el comienzo de esta carta... jamás terminaría de escribirla, porque no es algo que puedan cuantificar las palabras. Así que dejaré el tema de lado, aparcado, para ocuparme de él cuando te vuelva a ver y pueda demostrártelo con miradas, gestos y acciones. Durante este año me ha sido imposible escribirte porque no podía permitirme comprar ni siquiera un sobre o un sello, no porque me haya olvidado de ti ni muchísimo menos. Olli... siento decírtelo así, pero... después de casarnos, cuando ya te habías ido de aquí, me di cuenta de que estaba embarazada. Sí, lo que lees. EMBARAZADA. Con la barriga grandota y un bebé creciendo en mi interior, dándome patadas. Nuestro bebé... Como puedes imaginar, esto no le gustó a mis padres y quisieron convencerme para abortar. Me negué, obviamente, y me marché de casa. Desde entonces lo he pasado mal, intentando mantenernos con vida a los dos a base de mendigar y pedir asilo en centros sociales, hospitales y a la caridad de la gente. Me alegra decirte que lo he logrado y que hoy mismo acabo de recibir mi primer salario mensual, con lo que he comprado lo necesario para escribirte. Me han contratado como limpiadora en una pequeña biblioteca, y aunque no es mi trabajo soñado, me dará lo suficiente para pagar el alquiler y dar de comer a nuestro hijo. Me gustaría... si no es demasiado tarde... que vinieras a vernos, al menos una vez. 
Es un niño, Olli. Y se llama Haile, Haile Jahson."


Haile Jahson... ese era el nombre del hijo de Olli. La carta era del año 1973, por lo que el bebé debía tener ya 47 años... si es que seguía vivo. Amiss suspiró y devolvió la carta a su lugar antes de cerrar el cajón silenciosamente y quedarse inmóvil escuchando atentamente por si alguien se acercaba. La Residencia crujía bajo los golpes del viento, que arrojaba la lluvia como si de metralla se tratase, silbando quejumbroso como un gemido fantasmal. Sabía cómo encontrar a los muertos, pero... ¿cómo buscar a los vivos?

lunes, octubre 4

Amor con cuentagotas

Si estoy junto a alguien no me gusta tener los ojos cerrados durante mucho tiempo. Así que los abrí con cuidado, temerosa de que el aleteo de mis pestañas me delatara, y te observé desde abajo, cobijada al abrigo de tu barbilla, en el hueco de tu cuello.
Escondías tus ojos de mí detrás de los párpados, pero yo sabía que te estabas haciendo el dormido y nada más. ¿Por qué? A lo mejor crees que si los abres y me miras (nos miramos), este momento que compartimos cobrará un cariz algo más íntimo y personal. Y eso no te gusta.
Pero... piénsalo bien, ya es bastante íntimo y personal justo ahora. No sólo por el hecho de que ambos estamos desnudos y entrelazados, palpitando al unísono, sino también porque todavía conservo tu calor dentro de mí y estamos respirándonos mutuamente, regalándonos el dióxido de carbono que exiliamos de nuestros pulmones al expirar, robándonos el oxígeno al aspirar. Estamos existiendo precisamente al mismo tiempo.
Me gustaría que abrieras los ojos y que me devolvieras la mirada. Si ya estamos mintiéndonos, ¿qué más da una mentira más? Este intercambio de fluidos y energía, en el que te has quedado con una parte de mí (cuantificada en segundos de vida, en sentimientos y fricción) y me has dado algo tuyo, acabará enseguida. Nos separaremos y regresaremos a nuestra cómoda y particular individualidad, sin echarnos de menos y sin arrepentirnos por no haber alargado la despedida de nuestros cuerpos. Mis células, sin embargo, sí añorarán las altas temperaturas, el temblor electrizante, la combustión por la que arden y explotan de placer.
Y será entonces cuando vuelva a buscar la compañía de otras manos y de la sangre de otra persona, esa sangre cálida que recorre y construye otro cuerpo. A lo mejor vuelves a ser tú, o quizá sea cualquier eslabón de esta cadena evolutiva.
Si abres los ojos y me miras ahora, es posible que reconsidere la opción de repetir la elección del código genético que edifica tu ser.

domingo, octubre 3

Latidos en estéreo

De pequeña se preocupaba mucho por el latido de su corazón. Apoyaba la mano en su pecho, cerraba los ojos y se concentraba profundamente en encontrar, en algún punto bajo la coraza que eran sus costillas, el palpitar incesante que bombeaba sangre a todos y cada uno de los rinconces de su cuerpo.
Pero no lo conseguía localizar. El latido retumbante no se escuchaba sólo en un lugar en concreto, sino que resonaba por todas partes: en la garganta, en los oídos cuando se los tapaba, en las palmas de las manos y en las plantas de los pies, que se movían al ritmo que marcaba su corazón cuando los dejaba quietos.
Latía con fuerza, demostrando su naturaleza sísmica. Si se tumbaba en la cama, ésta se movía bajo ella obediente a las órdenes de su corazón. Todo su ser palpitaba, gritando que estaba vivo, sacudiendo el mundo a su alrededor con cada respiración.
Pero... ¿por qué no se escuchaba dentro de su pecho, donde debería oírse mejor?
A lo mejor su corazón era más grande de lo normal y abarcaba más espacio. O tal vez sus latidos se comportaban como las ondas en el agua, surgiendo de un punto que desaparece rápidamente y extendiéndose lo más lejos posible. O quizá sólo tenía un corazón cantarín y charlatán que ansiaba comunicarse con el resto del mundo en voz bien alta.

viernes, octubre 1

Sueño del 30 de septiembre (Fragmento)

Me contemplaba absorto, con una expresión de absoluta adoración que me turbaba profundamente. Analizaba cada una de mis facciones como si pretendiera archivarlas en su memoria para siempre, me observaba como si mi propio ser fuera la obra de arte más bella que pudiera existir. Sus ojos, del color del cielo en primavera, parecían atravesar mi piel, mis músculos, mis huesos... con temible facilidad, exponiendo mi alma desnuda al alcance en sus manos. Vulnerabilidad en su estado más puro.

Era difícil precisar su edad. Su rostro angelical lo hacía parecer mucho más joven que yo... ¿o es que lo era, realmente? En su sonrisa se escondía más de un misterio, en el movimiento de su dedo índice al acariciarse levemente el mentón se translucía una devota entrega  que no se correspondía con la imagen de trece años apenas cumplidos. Los tirabuzones rubios sugerían una rebeldía y determinación sin límites, y su mirada denotaba una madurez impropia a su aspecto infantil, así como el amor más sincero e incondicional que yo podría haber imaginado nunca. Era más de lo que podía soportar...

... E hice ademán de agachar la cabeza para escapar de él por un instante y recuperar el equilibrio del que me había despojado de un simple vistazo. Él extendió la mano y me sujetó la barbilla delicadamente con los dedos, impidiéndome apartar mis ojos de los suyos. Abrí la boca para protestar, pero fui incapaz de articular palabra. "Esto no está bien", querría haberle dicho. "Deja de mirarme así, soy mucho mayor que tú y no está bien. Para, me estás ahogando de pena..." Pero él se limitó a sonreírme con dulzura y a acariciar mis mejillas.


- Dicen que todos los seres humanos estamos compuestos, en mayor parte, por agua. Pero deberían de hacer una excepción al hablar de ti, porque "agua" es un término demasiado pobre para describirte. Agua resplandeciente estaría mejor, o azul espejo. Resplandor luminoso, alba incandescente, esencia mágica o elemento celestial.

Me entraron ganas de echarme a llorar. El sacrificio, la devoción, con la que me ofrecía aquellas palabras... era demasiado inmensa. Demasiado grande, imposible de compensar con toda una vida de total dedicación. Él, que parecía estar leyendo mis pensamientos, rió tristemente. Y por un instante, la intención de besarme se transparentó claramente a través de sus labios ligeramente entreabiertos y de la amargura y dolor que ensombrecieron sus irises celestes. Se inclinó sobre mí y depositó un beso fugaz sobre la punta mi nariz, haciendo que mi alma se partiera en dos.