martes, julio 28

El azar, la otra cara del destino (1)

El título no le va demasiado bien, pero es que no se me ocurría otra cosa. Y para poner "Sin título", mejor así, ¿no?
Bueno, este relato no tiene que ver con el de Hacia atrás en el tiempo, pero tranquilos, que tiene ya final fijado y no se va a extender demasiado. Constará de unas tres entregas más, como máximo. Y la de Hacia atrás en el tiempo pienso seguirla, palabra. Pero... es algo difícil de escribir y necesito un poco de tiempo.

UNO

Tras media hora encerrado en el coche, asfixiándose de calor debido a las altas temperaturas y cansado de esperar sin ver pasar un alma por aquella desierta carretera, Felipe salió del vehículo maldiciendo entre dientes.

Abrió la puerta del copiloto para dejar salir a su perro, un enorme pastor alemán de lustroso pelaje llamado Silver, que ladró alegremente a modo de agradecimiento. Felipe contempló su coche con el ceño fruncido, cambiando el peso de su cuerpo de una pierna a otra. ¿Qué probabilidades existían de que se le averiara el automóvil en una remota carretera rural como aquella, al mismo tiempo que se quedaba sin batería en el móvil? Porque desde luego, le había tocado la lotería.

Se llevó las manos a la cabeza y se limpió el sudor que ya le cubría la frente. Silver daba vueltas a su alrededor, jadeando con la lengua fuera. No debía estar muy lejos de la próxima aldea, así que resolvió ir andando hasta dar con alguien o con algún establecimiento o vivienda. No le daba miedo dejar el coche allí; el motor estaba jodido, y era imposible llevárselo de allí a menos que alguien tirara de él. Aquella carretera parecía completamente en desuso, así que era muy poco posible que apareciese alguien con un remolque y dispuesto a fastidiarle aún más la existencia.

Con Silver por delante, echó a andar carretera arriba, resoplando a menudo. Y no lo hacía por cansancio, sino por el calor. El sol arrojaba sus rayos de forma implacable, golpeándole la cabeza y la nuca con su ardor abrasador. La carretera estaba mal asfaltada y tenía muchas irregularidades: al ser tan poco transitada, nadie se había tomado la molestia de mejorarla. Más adelante seguía recta durante un largo tramo y luego giraba hacia la derecha abruptamente. El aire, flotando encima del suelo caliente, temblaba, ligeramente distorsionado, y las altas temperaturas creaban espejismos que pintaban la carretera con charcos falsos que reflejaban los pocos árboles que la flanqueaban. A ambos lados se extendían campos de cultivo verdes y dorados, perdiéndose de vista en la temblorosa lejanía.

Cuando ya llevaba caminando un cuarto de hora, Silver ladró y comenzó a correr. Felipe frunció el entrecejo cuando vio al perro salirse de la carretera y meterse en uno de dichos terrenos, a su izquierda. Lo llamó, pero el animal le ignoró y siguió ladrando y corriendo, internándose en una plantación de trigo. Con un gruñido y tras limpiarse nuevamente el sudor con el dorso de la mano, apretó el paso para ir tras él.

Siguió uno de los estrechos senderos de tierra que separaban las hileras de trigo, llenándose de piedrecillas las sandalias de piel que llevaba puestas. Se puso la mano en la frente para hacerse sombra en los ojos y poder escudarlos de la luz resplandeciente del sol, que lo cegaba. No muy lejos distinguió la silueta de Silver, que estaba a los pies de una butaca en la cual estaba sentada una joven mujer. Parpadeó sorprendido, pensando que tal vez su visión y el calor le estaban jugando una mala pasada, pero no se había equivocado. Conforme se aproximaba pudo apreciar mejor su figura. Se trataba de una muchacha de quizá veinticinco años como mucho, de un físico envidiable y larga melena de color castaño claro. Vestía unos shorts vaqueros y una camiseta holgada de tirantes blanca, y sentada en una vieja butaca azul reía mientras acariciaba a Silver por las orejas. El muy pillo ladraba y meneaba la cola de un lado a otro.

Ella le escuchó llegar y levantó la mirada, estudiándolo brevemente con unos grandes ojos azules rodeados de pecas. En ese momento, Felipe se sintió muy agradecido de que Silver no le hubiera obedecido.

- ¿Este perro es tuyo?- preguntó la chica, antes de que él pudiera saludar.
- Sí.
- ¿Cómo se llama?
- Silver.
- Le queda bien.- dijo ella, poniéndose en pie. Le extendió la mano.- Yo soy Miranda.
- Yo, Felipe. La verdad es que me alegro mucho de haberte encontrado.

Miranda enarcó una ceja, esbozando una apenas perceptible media sonrisa. Era muy atractiva. Felipe comprendió que le había malinterpretado.

- Lo digo porque llevo un cuarto de hora caminando por la carretera sin ver a nadie y necesito ayuda. A mi coche se le ha jodido el motor y me ha dejado tirado.
- ¿No tienes móvil?- repuso ella, aún a punto de sonreír.- He oído que, últimamente, todo el mundo tiene uno.
- Se me ha quedado sin batería. Si no me crees, puedo enseñártelo.
- Tranquilo, me fío de tu palabra.- rió.- Pero de momento no puedo echarte una mano, tengo que quedarme por aquí un rato más.

Felipe miró de nuevo la butaca, cuya funda azul estaba un tanto raída y manchada. Silver estaba olisqueando algo que tenía a los pies, un estuche alargado de terciopelo verde, desgastado. Miranda siguió con sus ojos a los suyos y advirtió su expresión de curiosidad.

- Estoy esperando a mi tío.- explicó, volviendo a tomar asiento.- Estos terrenos son suyos, y está poniendo trampas para los conejos. Yo tengo que quedarme aquí hasta que vuelva.
- ¿Qué es eso?- inquirió Felipe, señalando el estuche que descansaba en el suelo.
- Una escopeta.- respondió Miranda, tras unos segundos.
- ¿Tienes permiso de armas?
- Sí. ¿Por qué lo preguntas? ¿Acaso eres poli?
- Precisamente.

Miranda asintió con una sonrisa.

- ¿Tengo que enseñarte el permiso?
- No estoy de servicio, así que no es necesario. Me fío de tu palabra.
- ¿Entonces qué haces por aquí? ¿De vacaciones en el culo del mundo?
- Más o menos.- rió Felipe.- Me dirijo a Matalindo, he heredado una propiedad allí.
- Es un pueblo pequeño, pero no está mal. Sin embargo, aún te queda un buen trecho hasta allí.
- Me lo temía.- suspiró.

Silver se acercó y se sentó a sus pies, con aire diligente. Miranda extendió una mano para rascarle detrás de las orejas, con cierto aire ausente en su expresión.

- No creo que mi tío ponga inconvenientes en invitarte a su casa.- dijo, pensativa.- Desde allí puedes llamar a la grúa para que recoja tu coche, y mañana puedo acercarte a Matalindo.
- Te estaría sin duda muy, muy agradecido.
- Entonces no se hable más.- dijo Miranda, con una sonrisa deslumbrante a la que él correspondió de forma inconsciente.

martes, julio 21

Hacia atrás en el tiempo (3)

El paso del tiempo no era tan evidente cuando miré a mi padre, sentado al volante.
Estaba ligeramente más delgado y las arrugas de la cara quizá estaban algo menos marcadas, pero aparte de eso seguía siendo el mismo que me había despedido de casa unas horas atrás (o unos años hacia delante, según se mirara.) Pisó el embrague y puso el coche en marcha.

- ¿Cómo estás?
- Mejor.- dije, realmente aliviada ahora que me alejaba de aquel lugar.
- ¿Cómo te lo has pasado?

Tuve que pararme un momento antes de contestar. ¿Qué decirle? Tal vez era mejor mentir, de momento.

- Bien.

Mi respuesta debió resultar convincente, porque mi padre dejó el tema correr y no me hizo más preguntas. Recliné la cabeza contra el asiento y cerré los ojos, cansada, con el corazón latiéndome rápidamente y mil dudas revoloteando dentro de mi cabeza.
No sabía qué hacer, no sabía si contarle a mis padres la verdad de lo que me estaba sucediendo. ¿Y si pensaban que había perdido la cabeza y que me había vuelto loca, y se les ocurría llevarme a un psquiatra? Quizá debería callarme de momento... y rezar porque todo aquello terminara pronto.

Llegamos rápido a casa, recorriendo las mismas calles, aunque cambiadas, de siempre. Las obras que invadían la ciudad obstruyendo el paso y ralentizando el tráfico no estaban, y era mucho más fácil circular y andar por cualquier sitio. Mi urbanización tampoco había cambiado, al menos a simple vista. Todo estaba oscuro, tenuemente iluminado por las farolas anaranjadas de la carretera, y silencioso. Algunas de las ventanas de los edificios estaban aún encendidas, pero tras la mayoría ya anidaba la negrura. Mi padre me acompañó al portal pasándome un brazo por encima de los hombros, pero sin decir palabra, lo cual agradecí. No tenía ganas de hablar, y tampoco sabía qué decir.
El regresar a casa fue muy extraño, pues nada estaba igual. Ni siquiera recordaba ya cómo había estado antes de vender los muebles del comedor y de haberlo metido todo en las cajas que después habían ocupado el pasillo, dándole a nuestro hogar un permanente aspecto desordenado. Ahora todo estaba en su sitio y perfectamente colocado. Las luces del pasillo se encendieron un momento al entrar y se apagaron cuando la puerta se cerró. La puerta de la habitación de mis padres estaba abierta y mi madre estaba junto a ella. Me abrazó cuando llegué a su lado.

- ¿Qué tal estás?
- Algo mejor.- contesté.- Pero estoy muy cansada.

Me puso la mano en la frente con gesto experto.

- No tienes fiebre.- dictaminó.- ¿Quieres tomarte algo?
- No, estoy bien. Me voy a ir a la cama.
- Vale, cariño. Buenas noches.

Tras despedirme también de mi padre, entré en mi habitación y cerré la puerta a mi espalda. Le hice frente sintiéndome una extraña en mi propio dormitorio. Las sábanas de verano habían sido sustituidas por mi antigo edredón de invierno, los pósters que cubrían mis paredes habían desaparecido y en su lugar volvían a estar los cuadros de punto de cruz que me habían hecho mi abuela y bisabuela. Mi padre aún no me había puesto el suelo de madera, por lo que era de mármol rojo como el resto de la casa. Mi portátil no descansaba sobre la mesa, sino que era mi antiguo ordenador el que me devolvía la mirada desde el escritorio. La distribución de los libros, libretas y apuntes, fotos de mesa y demás elementos decorativos era totalmente distinta; había muchas cosas que aún no tenía, que me faltaban, y otras cosas que creía perdidas desde hace mucho tiempo.
Suspiré y me dejé caer en la cama con los ojos cerrados. Aquello era completamente surrealista... no podía estar pasando. Era imposible... pero real. Indudablemente real. Sentí ganas de llorar y de gritar de pura frustración. Estaba atrapada atrás en el tiempo y estaba completamente sola, pues no me atrevía a contarle la verdad a nadie. De mí dependían importantes decisiones que tendrían inevitables repercusiones en mi vida, pero de las que no quería hacerme cargo en aquellos momentos. Echaba de menos a mis amigos... amigos a los que ni siquiera conocía todavía. Y a mi Daniel.

Empezó a dolerme la cabeza de verdad. Puse punto final a mis pensamientos, que sólo daban lugar a más preguntas y desesperación, y me metí en la cama sin acordarme de ponerme el pijama. Apagué la luz y me tapé con el edredón. Me quedé dormida rogando al cielo, a pesar de mi ateísmo, que todo aquello fuera tan sólo un mal sueño.

miércoles, julio 15

Tierra Firme

Os dejo aquí la reseña del último libro que me he leído.
Se titula Tierra Firme y está escrito por Matilde Asensi.
La sinopsis dice lo siguiente:

"Nada podía hacer sospechar a Catalina Solís cuando embarcó en la flota española de Los Galeones con destino al Caribe, que al otro lado del océano encontraría un Nuevo Mundo plagado de peligros y desafíos. Tras escapar de un abordaje pirata y sobrevivir en una isla desierta durante dos años, emprenderá una nuva vida bajo el nombre de Martín Nevares. Así, junto con su padre adoptivo y los marineros de La Chacona, se convertirá en uno de los muchos contrabandistas que surcaban los mares a principios del siglo XVIII.
En esta novela, Matilde Asensi recrea la atmósfera y la vida cotidiana de las poco conocidas colonias españolas en las Indias a través de un personaje excepcional llamado Martín Ojo de Plata, que no era otro que la propia Catalina Solís.
Tierra Firme es la primera aventura de La vida extraordinaria de Martín Ojo de Plata."

Es un libro corto que se me ha hecho muy ameno y me ha gustado muchísimo, por el sencillo estilo de narración y descripción de Matilde Asensi, lo que me ha hecho poner el ojo en otras obras suyas, y además por el lenguaje utilizado, propio de la época. Deja con ganas de más, y espero que la próxima aventura de Martín-Catalina no se retrase demasiado.

PD: Como dato y aunque no tiene nada que ver con el tema de la actualización, decir que estoy ahora mismo en La Coruña en casa de una amiga, que llevo fuera de Granada desde el día 5 y que no volveré hasta el día 20, el lunes que viene.
Y que por eso no he actualizado antes ni he podido continuar mis historias.

jueves, julio 2

Hacia atrás en el tiempo (2)

Como la idea da de sí, y he recibido peticiones de continuarla, allá va otro capítulo.


Hacia atrás en el tiempo


A duras penas conseguí calmarme y volver a respirar con normalidad. Salí del baño y me miré al espejo, y tal como esperaba yo misma había cambiado también. Me toqué el pelo… más largo y con aquel gracioso corte que siempre había querido volver a recuperar, con las puntas hacia fuera. También estaba más delgada. Llevaba ropa que ya había dejado de ponerme porque se me había quedado pequeña, y de mi hombro colgaba un bolso que ni siquiera recordaba.

Y a pesar de todo eso, yo seguía teniendo una mente de veinte años en un cuerpo de todavía dieciséis, con todas mis vivencias y recuerdos. Aquello era una pesadilla. Tenía que irme de allí, regresar a casa cuanto antes. Tal vez… tal vez si me marchaba ahora Javi no me mandara ningún mensaje aquella noche, invitándome a pasar la tarde del día siguiente en su casa. Eso me daría un poco de tiempo, al menos.

Rebusqué en el bolso y me topé con mi antiguo móvil. ¿Cómo se manejaba aquel trasto? Busqué el menú de últimas llamadas y encontré el teléfono de mi madre. Recordé que la debía haber llamado hace poco precisamente para pedirle que me dejara quedarme más rato con Javi y su familia.

- ¿Qué pasa?- contestó su voz, un tanto somnolienta.
- Mamá… no me encuentro nada bien.- dije, y no era del todo mentira.- Me he mareado, y me duele mucho la cabeza. Tengo muchas ganas de vomitar. ¿Podríais… venir a por mí? Por favor.
- Claro… ¿pero qué te pasa? ¿Ha sido así de repente?
- Sí, no sé porqué.
- Bueno… ¿dónde estás?
- Estoy justo en frente de los Multicines Centro, en un bar.
- Pues… papá no puede pasar por ahí con el coche. ¿Puede acompañarte alguien a Pedro Antonio?
- Sí… supongo que sí.
- Pues que te acompañen, ¿vale? No te vayas sola.
- Vale, vale.
- Hasta ahora, cariño.
- Adiós.

Colgué y suspiré, cansada. Aquello era muy, muy extraño. Todo sería totalmente diferente. Mis padres serían tres años más jóvenes, mi hermano todavía tendría doce años. Mis gatos estarían menos gordos y grandes, y la casa sin duda estaría muy distinta también. Sacudí la cabeza y puse mi mejor cara de sufrimiento… aunque dadas las circunstancias, tampoco tenía que fingir demasiado.

Fuera, todos me esperaban con cierta ansiedad y preocupación. Javi se acercó a mí en cuanto salí del baño. Me resultó difícil mirarle a la cara y refrenar todos aquellos sentimientos negativos que albergaba hacia él: rabia, humillación, resentimiento, y cierta avidez de venganza. Él aún no había cometido ninguno de los actos que nos habían llevado a aquella situación. Todavía estaba libre de pecado, por decirlo de alguna forma.

- ¿Estás bien?- me volvió a preguntar.
- No, me encuentro mal. He llamado a mi padre para que me recoja.

Su expresión denotó desilusión al mismo tiempo que clavaba los ojos en el suelo.

- Tengo… tengo que irme. Mi padre me recogerá en Pedro Antonio. Lo siento.
- Te acompaño.
- No es necesario.
- Puedes marearte otra vez, y además no quiero que vayas tú sola por ahí de noche.- insistió.
- No me va a pasar nada.

Me sentí realmente mal teniendo aquella conversación, que parecía una de nuestras antiguas discusiones. Debí de haberlo sabido; estábamos sentenciados desde antes de empezar. Pero como siempre, Javi no era alguien fácil de convencer. Su testarudez alcanzaba magnitudes titánicas.

- Voy a ir contigo. Ven conmigo, se lo voy a decir a mis padres.

Y sin darme tiempo a replicar, me cogió de la mano y me arrastró a donde sus padres estaban sentados, bebiéndose una cerveza y charlando con los tíos de Javi, a quienes yo también había conocido. Tuve que apretar los dientes y reprimir las ganas de retirar mi mano de la suya.

- Papá, voy a acompañar a Ana a Pedro Antonio. Ya se va.
- ¿Qué te ha pasado?- me preguntó su padre, con afabilidad. Siempre me había caído muy bien.
- Me encuentro mal. Mareada, y con angustia.
- Vaya… pues nada, mujer, mejórate.
- Gracias. Hasta luego.

Cuando salimos del bar fingí mirar el móvil para así liberarme de su mano, y después las metí en los bolsillos del pantalón para evitar su contacto de nuevo. No dije nada mientras cruzábamos la plaza Gracia de camino a Pedro Antonio de Alarcón. Las mesas del restaurante ya no estaban alrededor de la fuente, pues pocos establecimientos solían sacarlas fuera cuando hacía frío. Todo estaba más silencioso, y aquel silencio se podía cortar con un cuchillo debido a la tensión y a la incomodidad que crecía entre nosotros.

No lo estaba haciendo a propósito; simplemente no sabía qué decirle. Ya se me había olvidado cómo hablar con él, no se me ocurría nada. Y tampoco tenía ganas de entablar conversación.

- ¿He hecho algo que te haya molestado?- me preguntó entonces, en voz baja.

Mi primer impulso fue contestarle “muchas cosas”, pero me contuve. No podía pagarlo con él, porque ciertamente no me había hecho nada… de momento. Intenté una sonrisa, que quedó colgando precariamente de mis labios.

- No, ¿por qué lo dices?
- Te noto rara.
- No me pasa nada, simplemente me encuentro mal y tengo ganas de irme a casa.
- Bueno… eso espero. Porque yo me lo he pasado muy bien hoy, a pesar de todo.

A pesar de todo, claro. Olvidaba que él acababa de dejar a su ex aquella misma mañana. Una carcajada amarga se me quedó tras los dientes. ¿Cómo pude ser tan ingenua?

- Me alegro.

Mi padre, por suerte, no tardó mucho en llegar. Me sorprendió verlo en el interior de nuestro antiguo coche; claro, aún no habíamos comprado el de segunda mano. Al menos ese era un buen cambio, pues le tenía mucho cariño a ese coche. Javi se inclinó para darme un beso en la mejilla antes de yo me acercara al coche para subirme en él.

- Nos vemos el lunes.
- ¿El lunes?- pregunté confusa.
- Claro… en clase. ¿No vas a ir?

Ah, claro. El instituto. Se me había olvidado por completo que acababa de empezar segundo de bachillerato.

- Iré si estoy mejor. Hasta luego.

Y sin volverlo a mirar ni escuchar su despedida, me metí en el coche.

miércoles, julio 1

Hacia atrás en el tiempo

Bueno... este también era otro proyecto para el concurso.
No está basado en la realidad, como veréis obviamente tras leerlo, pero los nombres de las personas son reales. Y bueno... la protagonista soy yo. Espero que a nadie le importe que haya utilizado sus nombres.
La idea me vino de un sueño muy extraño que tuve.
Es raro, pero a ver si os gusta.

Hacia atrás en el tiempo


Debí darme cuenta cuando aquella mañana, al vestirme para salir a la calle, encontré mi reloj roto, astillado justo en el centro de la esfera que cobijaba las agujas. Debí reconocer aquella señal. Si lo pienso ahora, tenía mucho sentido, pero en aquel momento… ¿quién me iba a decir que viajaría hacia atrás en el tiempo?
---

El móvil sonaba y vibraba en mi bolsillo. Al mismo tiempo que me lo llevaba al oído me tapé la otra oreja con la mano, para escuchar mejor por encima del bullicio del local, del ruido de risas y música.

- ¿Sí?- grité.
- ¿Ana? Soy Pepe. Te estamos esperando.
- ¿Ya? ¿Tan pronto? ¿No habíamos quedado dentro de media hora?
- No… dentro de media hora llegará Javi. Tenemos que tenerlo listo para entonces.
- Vale, vale. ¿Dónde estáis?
- En un bar que hay en la calle frente a los Multicines Centro, haciendo esquina. ¿Sabes cuál es?
- Sí.- respondí, haciendo una mueca.- ¿Tiene que ser allí? No me gusta ese sitio.
- No seas tiquismiquis, ¿eh? Es sólo para ultimar detalles, y además ya te hemos pedido. Así que ven ya, ipsofacto.
- Joder, tío. Bueno, vale, ya voy.

Cerré el móvil y busqué a Juan con la mirada. Lo localicé cerca de la barra, junto a Cova, contando alguno de sus chistes malos y agitando el culo de cerveza que le quedaba en el vaso. Atravesé el bar a empujones y le puse la mano sobre el hombro al llegar hasta él.

- Juan, tengo que irme ya.
- ¿Eh?- repuso él, dándose la vuelta para mirarme.- ¿Ya? Me dijiste que te ibas a quedar un rato. Joder, para una vez que digo de salir…
- No me eches la bronca. Y no te quejes, que normalmente suelo ser la que se queda plantada; así empezamos a equilibrar la balanza.
- Bueno, de acuerdo. Pues nada, ya nos veremos, supongo.
- ¿Supones?- repetí, riendo.- Sí, supongo que sí. Pasáoslo bien. Hasta luego, adiós Cova.
- ¡Adiós!

Al salir del bar, la cálida brisa nocturna me pareció fría en comparación con el sofocante ambiente del interior. La ancha y larga calle estaba un tanto vacía, pero aquello era normal durante el verano, cuando Granada se quedaba vacía después de que todos los estudiantes universitarios se hubieran marchado a sus casas por vacaciones. Eché a andar calle arriba, a paso ligero. Las luces de algunas farolas estaban fundidas y otras parpadeaban, zumbando de forma molesta. Las pocas personas que deambulaban por allí iban en grupos de tres o cuatro. Chicas vestidas para irse de marcha y chicos que apestaban a desodorante masculino. El olor de las tiendas de kebabs y shawarman se mezclaba con el aroma de diversas colonias, dándole la última y característica pincelada a la atmósfera cargada de Pedro Antonio de Alarcón.

No tardé mucho en llegar a la Plaza Gracia y atravesarla en dirección al bar que Pepe me había dicho. Fruncí el entrecejo cuando lo vi: no me traía buenos recuerdos. Mientras cruzaba las mesas de otro restaurante cercano, dispuestas alrededor de la fuente que ocupaba el centro de la plaza, advertí que el bar no tenía terraza. Eso significaba que me vería obligada a entrar. A través de la ventana del local distinguí a Pepe, Violeta y Elena. Los tres charlaban: Pepe hablaba, Violeta gesticulaba de forma exagerada y Elena se partía de risa. Menudo cuadro. Sonreí para mis adentros y apoyé la mano sobre la puerta para empujarla y entrar.

Nunca debí haberlo hecho.

El cuadro cambió completamente cuando mis pies cruzaron la línea que separaba la calle del interior del bar. De repente me sentí mareada, enferma, como si todo mi cuerpo hubiera dado un salto gigantesco o hubiera sido arrojado al vacío y mis órganos se hubieran divertido haciendo caída libre sin consultarme primero. Me tambaleé y me hubiera caído al suelo de bruces por no ser de una mano que me sujetó la espalda y otra que me agarró el brazo. El aire a mi alrededor cambió de olor y se enfrió notablemente. Mi visión se volvió borrosa, y al tornarse todo nítido de nuevo, quise gritar.

Quise gritar, pero no pude. Me quedé sin respiración. Creo que incluso mi corazón dejó de latir por un tiempo que me pareció una eternidad. No me explico aún cómo logré sobrevivir.

- ¿Ana, estás bien?- me preguntó alguien, cuya voz conocía perfectamente.

Javi estaba delante de mí, observándome con preocupación. Pero no era el Javi al que Pepe, Violeta, Elena y yo íbamos a preparar una fiesta sorpresa. No era mi amigo Javi. Era el otro Javi, aquel que había sido la persona más importante en mi vida durante dos años y medio y que en la actualidad era alguien a quien casi odiaba.

Pero había cambiado. Ahora estaba algo más rellenito y tenía un aspecto más saludable. El pelo lo tenía más largo, rizado y alborotado. Llevaba la misma ropa que había llevado aquel día. Sus familiares estaban detrás, ya sentados a la mesa, mirándonos con cierto asombro. Como aquel día. No… era imposible. ¡Yo estaba en aquel día, de nuevo! Era… quince de octubre de dos mil seis. Tres años y medio atrás.

- Necesito ir al servicio.- fue lo único que fui capaz de decir.

Un camarero, que había sido testigo, me indicó hacia dónde dirigirme. Corrí hasta allí, me encerré en el baño y me senté sobre el váter, falta de aliento. ¿Qué estaba pasando? ¡Era absurdo! Mi cerebro me había abandonado y no me daba ninguna respuesta coherente. Pero si no estaba delirando ni me había vuelto loca, todo indicaba que había regresado al día antes de que Javi me pidiera que saliese con él. No podía decirle que sí, pero… ¿qué pasaría si me negaba?

Odiaba tener que reconocerlo, pero sabía que eso cambiaría por completo el transcurso de mi vida.
Perdería a personas importantes, no aprendería lecciones vitales que me serían esenciales para madurar.
Tenía que escapar de allí, averiguar lo que había pasado y descubrir cómo regresar a casa.
Mi siguiente pensamiento, inevitablemente, fue para él:

¿Dónde estaría mi Daniel ahora?