sábado, abril 30

Cara o cruz

Me siento como si estuviera permanentemente anclada en un andén, a la espera de un tren que nunca llega. En el banco de enfrente, una anciana me mira fijamente desde unos ojos sabios y viejos que presiden un rostro moreno y surcado de arrugas. Le devuelvo la mirada y me sonríe.
Me enseña las palmas de sus manos, que sin un mínimo temblor sostienen firmemente dos monedas que muestran una imagen distinta: cara y cruz. Y a pesar de los metros que nos separan, cuando habla la escucho como si la tuviera justo a mi lado.
- La cara está en la mano derecha, y la cruz en la izquierda. ¿Cuál eliges?
- ¿Qué sentido tiene saber dónde está cada una?
- Tu elección no debe ser fruto del azar. ¿Has escogido ya?
- No.
- Pues ya es hora de que lo hagas. Llevas mucho tiempo pensándolo.
- No lo sé. No sé cual quiero.
- Eres una mentirosa, y de las peores, porque te estás mintiendo a ti misma inútilmente. Sabes perfectamente cual quieres que sea tu elección, pero no tienes el valor suficiente para reconocerlo. Cobarde, además de mentirosa. El tren que esperas no vendrá hasta que no te hayas decidido.
Sus palabras, crudas y reales, se clavaron en esa herida que llevaba tanto tiempo intentando ocultar. Cerré los ojos y apreté los dientes.
¿Para qué negarlo? Era cierto. Sabía qué moneda coger, pero tenía miedo a arriesgarme.
Me puse en pie de un salto al mismo tiempo que abría los ojos.
La anciana había desaparecido, pero en el suelo delante de mí quedaban las dos monedas. Cara a la derecha, cruz a la izquierda.
Al agacharme, la campana que avisaba de la inminente llegada de un tren a las vías hizo resonar tu tañido claramente en mis oídos, y me pareció uno de los sonidos más hermosos que había escuchado jamás.

martes, abril 26

La fe se extingue cuando abres los ojos

Es como estar en el limbo, o como permanecer presa de un estado de ingravidez media, sin poder alejarme flotando ni aterrizar en tierra firme. Es como sentarse delante de un espejo durante meses, sabiendo que hay algo más allá del reflejo que te devuelve pero siendo incapaz de apartar los ojos de él y levantarte. Como nadar y nadar, siempre en círculos, para terminar regresando agotada siempre a la misma orilla.

Mi corazón es un bumerán.

Unos días no hay ni rastro de tu presencial fantasmal, y casi llego a creerme que de nuevo soy una persona libre. Pero en otros, se me estremece la respiración con cada latido que no acompaña al tuyo. Y lo peor de todo es que no quiero cambiar esta dolencia intermitente y testaruda que se niega a desaparecer, que con cada lágrima grita un te quiero tan intenso que no me deja más alternativa que darle la razón aunque no entienda muy bien los motivos que me llevan a ello.



'Cause every time I close my eyes
It's you again, you again
'Cause every time I hear your voice
I don't know what to do with myself

[Imagen por vampire-zombie]

IASADE -71-

La mujer la miraba fríamente de arriba abajo, con los finos labios estirados en una línea tensa bajo la respingona nariz espolvoreada de blanco, al igual que el resto de su rostro, mientras aferraba con fuerza un abanico de aspecto delicado con la mano izquierda. La suave luz rojiza de la lámpara proyectaba sobre su pálida cara sombras acusadas que bailaban ligeramente encima de su pie, dándole un aspecto sombrío y severo a la mujer dueña del prostíbulo que la observaba con evidente desconfianza. En un primer momento, Cassia había considerado la opción de no buscarse un alojamiento y de dormir en cualquier callejón solitario... pero acabó descartando la idea casi al instante; tenía pensado pasar una larga temporada en Anakage y no estaba dispuesta a privarse de lujos. Rechazó también la posibilidad de alquilar una casa, una habitación, o quedarse en un hotel debido a los riesgos que eso suponía: llamaría demasiado la atención y levantaría sospechas. Una chica sola, extranjera, yendo por su cuenta en una ciudad como aquella... Los yakuza oirían de ella enseguida y pondrían a gente tras sus pies para averiguar información, lo cual le traería muchos problemas innecesarios. No... lo que más le convenía era ser invisible a los ojos de aquellos que controlaban la ciudad.

Anakage era famosa, entre otras cosas de dudosa reputación, por sus putas. Y las casas donde éstas ejercían eran verdaderas mansiones, dotadas de restaurantes, salones de baile y jardines. La Pluma Púrpura era el prostíbulo más lujoso de la ciudad, y estaba situado junto a un casino de gran renombre. A través de sus ventanas se escuchaban risas y música mezclados con gemidos y gritos desatados, las luces de todas sus habitaciones palpitaban detrás de los cristales, y en las copas de los comensales nunca faltaba la bebida. Chai Koi era la prima hermana del jefe de la primera familia y quien gobernaba en la Pluma Púrpura, un orgullo al que se dedicaba completamente. Ella contrataba personalmente a cada una de las prostitutas, y era extremadamente selectiva al hacerlo: sólo las mujeres más bellas y exquisitas podían trabajar allí.
A Cassia le pareció el lugar perfecto donde quedarse.

- Quítate la ropa.- le ordenó secamente.

Sin ningún tipo de pudor, Cassia se desabrochó el abrigo y lo dejó caer al suelo, dejando al descubierto su cuerpo al mismo tiempo que Chai comenzaba a caminar a su alrededor, estudiándola con minuciosidad. La Nocturna se permitió una sonrisa al sentir una oleada de envidia procedente de la mujer.

- Vístete. ¿Cómo te llamas?
- Sandra.
- Desde ahora te harás llamar Naita. ¿Te busca la ley en algún país?
- No.
- Espero que no me hayas mentido, porque sino te meterás en serios problemas, y como no pareces estúpida... sabrás de lo que hablo. Estarás una semana en período de prueba. Atractivo no te falta... pero también cuenta la actitud. Obedecerás sin rechistar o te irás a la calle. ¿Comprendes?

Cassia terminó de abotonarse el abrigo sin prisa, y al levantar la mirada le sonrió a Chai de forma descarada. Antes de que la mujer pudiera darse cuenta, la Nocturna estaba a su espalda, clavándole en el cuello la punta de su propia daga, que siempre guardaba bajo obi del kimono. Cassia aspiró profundamente el miedo que de repente apestaba el aire, deleitándose con su intensidad.

- Ahora espero que me comprendas tú a mí. No acepto ningún período de prueba, me quedo y punto. Pero no te preocupes por el dinero, no me interesa cobrar más que las demás ni nada por el estilo. Lo que sí quiero es aceptar sólo a los clientes que a mí me parezcan adecuados y no pienso tolerar ninguna imposición de ninguna clase ni obedecer una sola orden. Si quieres algo de mí, me lo pedirás por favor, y si yo me niego ni se te ocurrirá volver a insistir sobre ello. Pensarás que estoy chiflada, que no tengo ni idea de dónde me estoy metiendo ni con quien, pero escúchame bien...- bajó la voz hasta convertirla en un susurro, arrojándole el aliento sobre el cuello y haciéndola estremecer.- Sé perfectamente quién eres y dónde me meto, y te voy a hacer el favor de darte la misma ventaja y contarte algo sobre mí. Soy una asesina, soy como un fantasma, y como cometas la estupidez de informar de mi presencia a las altas esferas, o como te atrevas a desafiarme... te juro que te mataré. A ti, y a toda tu familia. No podréis hacer nada para evitarlo, no conseguiréis encontrarme ni devolverme el golpe, y cuando me marche de aquí Anakage no será más que un maldito agujero en llamas lleno de cadáveres carbonizados. ¿Todo claro?

Cassia no necesitaba una respuesta por parte de Chai Koi, porque el terror que le habían inspirado sus palabras era prueba más que suficiente para saber que aquella mujer no diría ni una sola palabra a nadie ni pensaba contradecirla en absoluto. La Nocturna la soltó, pero se guardó el puñal en bajo el abrigo. Recuperó la sonrisa cuando la miró de nuevo a los ojos; unos ojos ahora completamente acobardados. El miedo era tal que Chai ni siquiera sentía rabia o ira ante la amenaza.

- ¿Cuál es mi habitación?

La mujer se arregló los desajustes del kimono antes de darle la espalda a regañadientes para llamar a la sirvienta que había tras la puerta.

- Mako, por favor, acompaña a Naita a su estancia. Trátala con el máximo respeto y educación, ¿me oyes?

domingo, abril 3

That's what you get when you let your heart win

La luz del amanecer, tenue y descolorida aún, se abría paso a duras penas a través las cortinas, arrojando algo de gris en las sombras oscuras que se habían asentado a nuestro alrededor durante la noche. El silencio que reinaba en la habitación del hotel sólo era interrumpido por tu respiración, ya que yo contenía la mía. Tenía frío, un frío gélido que no tenía nada que ver con la temperatura térmica y sí mucho con mi corazón, que se había quedado abierto de par en par encima de las sábanas, tiritando al saberse absolutamente vulnerable por primera vez. Tu olor me ahogaba por completo, todavía sentía las huellas de tus manos quemándome en la piel y los gemidos, fruto de un placer hasta entonces nunca experimentado por mi cuerpo, seguían repitiéndose como un eco sin fin en mi cabeza.
No era capaz de entender cómo había llegado hasta allí, pero no importaba ya el por qué: lo único que deseaba en ese instante es poder retener aquel momento para siempre, y no moverme jamás de aquella cama... de tu lado. Hasta aquel momento no había sentido la necesidad de llorar con tanta fuerza. Me encogí sobre mí misma a tu espalda, superada por un amor desmesurado e irracional que a pesar de tener pocas horas de vida era el más auténtico que había sentido nunca. Escondí la cabeza bajo la manta y te di un beso al mismo tiempo que te abrazaba desde atrás. Y con la voz salada por las lágrimas, no pude más que decirte...
"No quiero que te vayas".

Y aún ahora, un año después de aquella mañana, sigo echándote de menos con la misma intensidad que acurrucada tras de ti al empezar a reunir fuerzas para poder despedirme de ti.

[Imagen por Homy]

IASADE -70-

La confusión desorientaba sus sentidos, hacía que todos los valores que siempre hacía considerado inamovibles oscilaran peligrosamente en las posiciones que ocupaban dentro de su lista de prioridades, llenándole de angustia un alma que no poseía. Se encontraba dividida entre la imperiosa necesidad de exterminar a Amiss de una vez por todas y el deseo de volver a ver a Mikäh... y no precisamente para enfrentarse a él. ¿Qué era aquella emoción? Parecía algo similar al hambre, a la avidez... pero con un cariz mucho más íntimo y turbador. Sin embargo, nada de eso importaba, ya que su dilema estaba resuelto por una causa de fuerza mayor ajena a sus intereses y que respondía al nombre de Satzsa: la Diablesa la perseguía, y la única forma posible de escapar de ella era marchándose de España, abandonando a las luciérnagas y a la usuaria de la Mediadora.

A pesar de que detestaba reconocerlo, era consciente de que era lo mejor; sin darse cuenta había terminado implicada, y Satzsa estaba en lo cierto al decir que estaba empezando a perderse, a recuperar sentimientos humanos que la apartaban de su camino. Una temporada lejos le ayudaría a reencontrarse y a poner distancia de por medio entre la Diablesa y ella... y también a proteger su propia existencia. Ahora que no tenía arma era extremadamente vulnerable, y no eran pocos los adversarios que le seguían la pista. Necesitaba urgentemente conseguir una nueva... y sabía donde conseguirla.

A Coruña era una ciudad que le desagradaba, que le hacía sentir un constante nudo en la garganta. Sin embargo, al observarla desde lejos, notó por primera vez una conexión con aquel lugar, un lazo que las unía, una familiaridad que la hizo sentir como en casa. ¿Habría destruido Mikäh su cimitarra? ¿O aquella atadura emocional era señal de que todavía estaba intacta... a la espera de que la recuperara?

***

Habían pasado ya nueve años desde el terrible terremoto y los tsunamis que habían asolado Japón y el país isleño todavía no se había recuperado de la catástrofe. Muchos de los lugares que desaparecieron bajo las aguas no volvieron a edificarse, surgiendo así nuevos núcleos urbanos y aumentando su población otras ciudades debido a las evacuaciones y traslados. El porcentaje de pobreza y miseria creció considerablemente: mucha gente perdió sus hogares y empleos, a sus familiares y amigos, viéndose obligados a empezar de cero... y en bastantes ocasiones, en completa soledad. Las ayudas humanitarias, las subvenciones de otros países y el esfuerzo del Gobierno no fue suficiente para re-ubicar a todos aquellos que habían padecido los estragos de la naturaleza. Debido a todo ello, y a los interminables problemas relacionados con la radiación y la central nuclear, el índice de infelicidad, y también de delincuencia, se había elevado como obvia consecuencia. Era un buen sitio donde comenzar su rehabilitación, lo suficientemente lejos de Satzsa como para no tener que preocuparse por ella en al menos dos semanas.

No era la primera vez que visitaba Japón; ya había estado en la isla un par de veces con anterioridad, acompañada de Satzsa, que siempre le había insistido en que conocer mundo era mejor que anclarse en una sola parte. El país nipón era un amplio y rico coto de caza, repleto de víctimas de la desesperación, miedo, pena y odio. Había alimento y diversiones de sobra, pero en opinión de Cassia se trataba de presas demasiado fáciles de conseguir y eso le quitaba emoción al juego.

Anakage era una ciudad nueva, fundada por dos poderosas familias yakuza, cuyos cimientos se habían levantado con dinero negro. Protegida por una fachada de aparente legalidad, era en realidad un hervidero de tráfico de armas, comercio de personas y medicamentos de dudosos efectos, también cuna de estafadores, asesinos, sicarios y proxenetas. La creme de la creme del crimen organizado japonés, y el hogar de un renombrado fabricante de katanas llamado Isagi Mio... la razón que le había hecho elegir Anakage como destino. Allí la ley sólo era mera espectadora de delitos encubiertos que jamás se denunciaban.

La ciudad, contrariamente a lo que se había convertido en la tendencia arquitectónica de los últimos años, basada en estructuras modernas, sobrias y sólidas rozando el minimalismo a gran escala, se había construido al estilo tradicional. Las casas de aspecto frágil parecían alzarse desafiando a la débil tierra, susceptible a terribles seísmos, enmascaradas por una belleza de formas y decoración que daba cobijo a personas de corazón cruel y a gente desposeída de cualquier tipo de suerte. Las sombras se agazapaban en esquinas y callejones, huyendo de las tenues luces de bares y prostíbulos, confraternizando con las perversas sonrisas de quienes eran dueños no sólo de sus propias vidas, sino de las de muchos infelices más que estaban a su merced.

Cassia unió su sonrisa a aquellas, mientras saltaba silenciosamente de tejado en tejado, adentrándose en la ciudad sin ser vista ni oída.