jueves, marzo 25

Nueva Nadia: Capítulo 12, parte 4

Iluna esbozó una sonrisa maliciosa y tras una reverencia burlona, procedió a las presentaciones. Señaló a Nadia con un movimiento de cabeza.

- Supongo que ya sabrás quién es ella, y si no lo sabes es que tu senilidad se agrava a una velocidad alarmante.

Hiru clavó su aguda mirada en la joven, que se removió incómoda bajo el intenso escrutinio del anciano. Éste acabó por sonreír.

- Aún eres joven, pero está claro que Ärale tiene buen gusto.- comentó, y Nadia se sonrojó.- Me recuerdas a alguien...- añadió, con los ojos entrecerrados. Su sonrisa se trocó en un gesto malévolo.- Claro. Supongo que tiene sentido.
- ¿El qué?- preguntó Nadia, armándose de valor.
- Nada, nada... no me hagas caso.
- Estás más raro de lo normal, Hiru.- observó Iluna.
- Claro que estoy raro. Si no lo estuviera, me sentiría incompleto.- miró a Mielle con picardía.- ¿Y quién es esta otra muchacha tan encantadora?
- No la espantes, por favor.- pidió la rastreadora.- Se llama Mielle, y es una joven que trabajaba en el castillo del hechicero Irio, que posee avanzados conocimientos médicos. El chico es Aldren, aprendiz de Irio, y el yumeko que encontró a Nadia. Y... éste es Garue.

Una chispa de incredulidad brilló en los hundidos ojos del profeta, que rompió a reír en atronadoras carcajadas. Iluna endureció pétreamente su mirada y lo fulminó con ella, retando a Hiru a decir algo al respecto. Puede que el anciano estuviera loco... pero desde luego no era tan estúpido como para atreverse a hacer ningún comentario. Terminó de reír con un ataque de tos y suspiró exageradamente.

- Yo también tengo alguien a quien presentaros.- anunció. Iluna parpadeó asombrada.- Contacté con ella hace unos meses, antes de que Nadia llegara a Nerume y antes, obviamente, de que las ninfas del mar protegieran la isla.
- ¿Has dicho... ella?

La puerta del salón se abrió y alguien envuelto en una larga capa blanca entró en la habitación, sacudiéndose los bajos manchados de barro.

- Había cinco caballos en la puerta, Hiru. Los he metido en el establo... espero que no te importe.

La mujer se dio la vuelta y se bajó la capucha, descubriendo su identidad. Era muy joven y tenía un rostro hermoso de expresión ligeramente soñadora. Su cabello largo y de color castaño rojizo enmarcaba una cara de rasgos delicados y ojos verdiazules. En su frente tenía una tiara plateada coronada por una brillante piedra azul. Sonrió ligeramente.

- Ah. Ya entiendo.- comentó, casi para sí misma.
- Sí.- asintió Iluna.- Hola, Eneise.
- Bienvenidos.- dijo ella, con un gesto de cabeza.- Siempre me dicen que me conservo estupendamente, pero tú tampoco lo haces mal... Xisel.
- Me alivia saber que cuento con la aprobación de los dioses, ya que los reyes no quieren darme la suya.- rió, y abrazó a la mujer de la capa blanca afectuosamente.

Nadia, que no entendía absolutamente nada, se dio la vuelta y vio que tanto Aldren, Mielle como Garue observaban a la recién llegada con perplejidad.

- Creo que alguien desconoce la identidad de Eneise.- comentó Hiru, entonces.
- Eneise es la suma sacerdotisa de la diosa Kuana de Banule.- informó la rastreadora.- Una de los diez ninpous que invocaron a Oryen, el dragón.

Nadia, con la boca abierta y los ojos como platos, no pudo evitar contemplar a aquella mujer con veneración. En aquel instante, la fabulosa historia que Iluna le había contado en Noorod dejó de ser ficción para convertirse en una realidad tangible. Delante de ella tenía una prueba física, una testigo de que todo aquello sucedió de verdad, una persona de carne y hueso que había sobrevivido al mito y a la leyenda. Ella lo había visto todo, y podía contárselo. Podría darle un sólido testimonio de lo sucedido hace trescientos años. Hiru se puso en pie.

- Me alegra tenerte aquí por fin sana y salva, Nadia.- dijo.- Y a todos los demás, que sois también bienvenidos. Mañana, con las mentes y los cuerpos descansados, hablaremos de cosas más serias. Xisel os dirá donde alojaros. No tengo muchas habitaciones libres, así que tendréis que conformaros con lo que hay. Buenas noches.

Antes de que pudiera oponerse, Iluna la empujó escaleras arriba. Tenía muchos interrogantes y la cabeza atestada de datos inconexos.

- Iluna...
- No, Nadia, ahora no. Las preguntas mañana. Ahora descansa, ¿me has oído?

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