jueves, diciembre 31

Ausencia


Lamento haber estado ausente estos días y no haber avisado de ello :P
Me fui a la playa de campamento de Navidad con los scouts, y me lo he pasado genial. La verdad es que cada vez me gusta más ser scouter y cada vez me encuentro más a gusto entre esta gente.
Intentaré actualizar Nerume lo antes que pueda, pero ahora mismo no tengo muchas ganas.
Hoy es un día especial en más de un sentido y me encuentro más feliz a pesar de la distancia que nos separa.
Os deseo a todos un feliz año nuevo.
Gracias por leerme.

miércoles, diciembre 23

Nueva Nadia: Capítulo 5, parte 1

El camino que abandonaba Taltha era apenas visible bajo la gruesa capa de nieve y sólo se reconocía por los leves surcos que algunos carromatos habían dejado sobre ella. El cielo blanco se confundía con el horizonte nevado sin que fuera necesario alejar demasiado la mirada, pero por fortuna era posible ver algún hueco azul entre las espesas nubes amenazantes, como pequeñas ventanas a otros mundos. Nadia iba montada a lomos de la yegua que Iluna había comprado para ella antes de dejar la ciudad; un animal dócil de pelaje negro brillante. La muchacha se mantenía erguida, arropada hasta las cejas por su capa de lana y muy concentrada en reprimir los temblores y controlar el castañeo de sus dientes.

Nadia se sentía melancólica aquella mañana y pese a los esfuerzos de Mielle y Aldren por darle conversación y arrancarle alguna palabra, estaba exasperantemente silenciosa. Iluna, un poco más alejada, cubría la retaguardia con una expresión tan sombría como la de la muchacha. Sin embargo una mirada al frente bastaba para adivinar el porqué del malhumor de la rastreadora: Garue, galopando con porte orgulloso, ocupaba la delantera de la comitiva. Tras unos inútiles intentos de Mielle por captar la distante atención de su amiga, Aldren le hizo un gesto para que le dejara probar a él. La joven aceptó aunque no demasiado convencida; dudaba que el chico tuviera el tacto necesario para situaciones como aquella.

- ¿Qué te pasa, Nadia?- preguntó el joven con delicadeza.
- Nada.- contestó, aunque con un tono que dejaba a las claras que sí le ocurría algo.
- Entonces quita esa cara de vieja amargada. Estás horrible, ¿sabes?- comentó, despreocupado.

Mielle alzó los ojos al cielo con desesperanza. Pero contrariamente a lo que esperaba, la estrategia de Aldren funcionó. Nadia se giró hacia él, ofendida, y con la evidente intención de soltar algún comentario borde o alguna de sus réplicas ingeniosas, pero tras abrir la boca una vez la cerró y fijó la vista en el camino. No tardó mucho en volverse de nuevo para hablar a regañadientes.

- Estoy preocupada.- dijo, refunfuñando.
- ¿Por qué?- se interesó Aldren.
- Por muchas cosas.
- Si no me lo vas a contar no empieces para luego dejar las cosas a medias.
- ¿Quién ha dicho que no te lo vaya a contar?- preguntó ella, indignada.
- Como le das tantas vueltas...
- Pues estoy preocupada por mi familia, ¿vale? Los echo mucho de menos, y también a mis amigos...
- ¿Cómo se llaman tus padres?- preguntó Mielle, contenta de que su amiga hubiera empezado a hablar.
- Mi padre Nicolás, y mi madre Aída. Mi hermano se llama Leo... bueno, Leonardo.
- Me dijiste que tu hermano era mayor que tú, ¿verdad?
- Sí, es cuatro años mayor. Es bastante gilipollas de vez en cuando, pero lo quiero mucho. Hace bastante que no lo veo.- suspiró.
- ¿Hay algo más que te preocupe?- quiso saber Aldren.
- Sí. No sé... cuándo, ni cómo, volveré a mi mundo. Es más... no sé si volveré. Nerume... está en guerra... es muy peligroso.- agachó la cabeza.- ¿Y cómo pasa el tiempo aquí en relación con mi mundo? Puede que no haya pasado ni un día o puede que haya pasado una semana o un mes. Mis padres pensarán lo peor y habrán llamado a la policía. ¿Pondrán carteles con mi cara en las calles? Me siento culpable por ello.

Mielle y Aldren intercambiaron una mirada inquieta, sin saber muy bien qué decir para tranquilizarla.

- Estás muy equivocada, Nadia.- dijo Iluna entonces desde atrás, con tono sarcástico.- Todos estarán celebrando que por fin te han perdido de vista.
- No tiene ni puta gracia, Iluna.- replicó ella, con voz herida.
- Vamos, vamos.- susurró la rastreadora, acercando su montura a la de la muchacha.- Lo siento. Ha sido una broma de mal gusto. Sabes que odio madrugar y más aún cuando aparte de madrugar tengo que ver el careto de ese idiota.- masculló, fulminando la espalda de Garue.- Pero no te preocupes, porque en tu mundo el tiempo transcurre más despacio que en Nerume.- le aseguró.
- ¿De verdad?
- No tienes más que fijarte en mí. En los cuatro años que he pasado fuera no he envejecido nada. Garue tiene mi misma edad y en cambio parece unos cuantos años mayor que yo, ¿no es cierto? Tu familia y amigos se preocuparán por tí, sí. Y lo pasarán mal, también. Pero cuando vuelvas todos se alegrarán muchísimo de verte y las cosas irán mejor que nunca.

Nadia esbozó una pequeña sonrisa.

- Entonces, si vuelvo, voy a vivir de gorra, ¿no?
- No digas si vuelvas.- la reprendió Mielle.- Claro que volverás.
- Por supuesto.- asintió Aldren.- No dejaremos que te suceda nada malo.
- ¡Ese es el espíritu, chicos!- exclamó Iluna, satisfecha.- Nadia está progresando mucho en sus entrenamientos y pronto llegará a tu nivel, Mielle. A partir de ahí podré entrenaros a ambas.
- Me parece bien.- sonrió la muchacha.
- Y yo os supervisaré.- comentó Aldren, confiado.- Puede que necesitéis de mis consejos.

Al decir aquello, ellas enarcaron las cejas haciendo que se ruborizase y aparte la mirada, incómodo. Nadia y Mielle rompieron a reír y Garue, unos metros por delante, se detuvo en mitad del camino y se giró para observarlos.

- Xisel, te dije que te encargaras de la retaguardia, no que te pusieras a chillar. Eres muy escandalosa.
- Haz el favor de olvidarme y dejarme en paz, Garue. Además, te he dicho mil veces que me llames Iluna.
- Iluna...- musitó entonces Aldren, pensativo.- Iluna... ¿Así no se llamaba tu gata, Nadia? Recuerdo haber visto ese nombre escrito en su collar...
- Sí, se llamaba así.
- Entonces... ¿tú eras la gata de Nadia?- preguntó el muchacho a la rastreadora, perplejo.

Garue empezó a reír a carcajadas. Iluna apretó los dientes con furia y le ordenó que se callase, pero él o no podía o no quería parar.

- Será cabrón.- masculló, humillada.- ¡Ven aquí, maldito idiota! ¡Atrévete a reírte de mí en mi cara!- gritó, mientras espoleaba su caballo.
- No te me acerques, Xisel, no quiero que me arañes.- respondió él, todavía entre risas.- ¿Me dejas en paz si te doy un ovillo de lana?

Como contestación la rastreadora soltó una retahíla de espeluznantes adjetivos que hicieron que Mielle y Aldren palidecieran y Nadia se desternillara de risa. Los dos ninpous se perseguían entre sí mientras se lanzaban insultos como cuchillos, y a cada ataque verbal de Iluna Nadia se reía todavía más.

- Todo eso lo ha aprendido de mí, ¿sabéis?- informó con orgullo. Luego empezó a dar palmas.- ¡Muy bien Iluna, sigue así!- la animó.

martes, diciembre 22

Nueva Nadia: Capítulo 4, parte 6

Nadia aguardaba impaciente a que el sanador saliera de la habitación y les dejara entrar. Mielle sostenía una de sus manos entre las suyas, pero eso no aplacaba su nerviosismo. Se llevó su mano libre a la boca y comenzó a comerse las uñas, inquieta, cuando Iluna la vio y le dió un manotazo para apartársela. La muchacha la miró con enfado. Tras unos minutos que a Nadia le parecieron eternos, un hombre anciano y calvo salió de la estancia dejando la puerta entornada a sus espaldas.

- Está despierto y en buen estado.- informó, con tono alegre.- No sufre pérdidas de memoria y sus poderes están perfectamente, sin ninguna anomalía. Su condición física, sin embargo, es otra cosa. La pierna, así como las costillas fracturadas, tardarán un poco en curar, pero ahora que está consciente podremos progresar más rápidamente.- el sanador miró a Nadia, que observaba con asiedad el resquicio de la puerta.- Podéis entrar y verle.

Aldren estaba sentado en la cama, con la espalda apoyada en un par de cojines tras la almohada. Miraba por la ventana, a través de la cual se veían los tejados nevados de la ciudad. Un vendaje le rodeaba la cabeza, tapándole el ojo izquierdo, y continuaba hacia abajo cubriéndole el torso. Al verlo sintió una inexplicable sensación de alivio que le ayudó a respirar con más facilidad y le dibujó una sonrisa involuntaria en los labios. Aldren se giró al oírlas entrar y sonrió, pero aunque su sonrisa pretendía ser tranquilizadora Nadia pudo advertir en ella un atisbo de profunda tristeza. Mielle se aproximó a la cama del muchacho y éste le cogió una mano con un suspiro de pesar. Ambos compartían el mismo dolor, por el hogar perdido y las muertes de aquellos que habían sido una familia para ellos.

- Lo siento tanto, Mielle...- se diculpó el joven, con los dientes apretados.- No pude con ellos. No pude defender el fuerte...- dijo, frustrado.
- Sé que hiciste lo que pudiste, Aldren.- dijo Mielle, con voz reconfortante.- Eran demasiados, y aún así gracias a ti algunos pudieron escapar y Nadia y yo conseguimos huir.

Nadia frunció el ceño al ver la enorme facilidad de Mielle para ayudar a otros a soportar el dolor y su propia incapacidad para aliviar el suyo propio. Aldren la miró en ese momento.

- Me alegro de ver que estás bien. Me han contado... que te debo una.
- En realidad no, porque ahora estamos en paz.- repuso ella, sintiéndose muy avergonzada de repente.

Iluna, que se había mantenido en una esquina y relegada a un segundo plano, esbozó una sonrisa maliciosa. Al ver que Aldren reparaba en ella se adelantó unos pasos, colocándose detrás de Nadia y apoyando sus manos en los hombros de la muchacha.

- Mi nombre es Xisel, aunque ahora me llaman Iluna. Soy una rastreadora ninpou.- Aldren abrió los ojos de par en par, sorprendido.- Te pido disculpas por no haberte ayudado a defender el fuerte, pero mi misión es proteger a Nadia.
- Lo comprendo perfectamente.- asintió el muchacho. Luego suspiró.- De todas formas, eran demasiados. Pero al menos logré que pudiérais escapar...

Aldren dejó caer la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos por unos segundos antes de abrirlos de nuevo de golpe, irguiéndose alarmado.

- ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?- preguntó preocupado.
- Cuatro días.- respondió Mielle.
- ¿Cuatro días?- exclamó.- ¡Maldición! ¡Tenemos que ir a Noorod de inmediato!- dijo, haciendo ademán de ponerse en pie.
- ¿Tú estás tonto o qué?- le reprendió Nadia, poniéndole una mano en la frente y obligándolo a recostarse de nuevo.- Tienes una pierna rota además de unas cuantas costillas. ¿Cómo pretendes llegar? ¿Volando? No sé si puedes o no, pero no te lo recomiendo. Con el mal tiempo que hace, te congelarías.
- Nadia tiene razón, no estás en condición de viajar todavía.- dijo Mielle.
- No te preocupes, Aldren.- intervino Iluna.- Garue ha salido hoy hacia la capital para avisar a Irio y al Consejo de lo sucedido.
- ¿Quién es Garue?
- Otro rastreador ninpou.
- Me he perdido bastantes cosas, por lo que veo.
- En realidad no te has perdido nada.- musitó la rastreadora con desdén.
- Un momento.- dijo él, acordándose de algo.- ¿Has dicho Garue? ¿Garue Phaego?
- ¿Phaego?-repitió Iluna.- ¿Y de dónde sale ese nombre?
- Fue capaz de invocar a un fénix que se llamaba así. ¡Es un ninpou muy poderoso!
- No me digas.- resopló ella, malhumorada.

La débil sonrisa del muchacho se vio atajada por una mueca de dolor que provocó que Mielle lo observara con reprobación.

- Esa postura no te hace bien.- dijo, con firmeza.- Túmbate y descansa.
- Yo no...
- Si quieres recuperarte lo antes posible debes descansar.
- Pero...
- ¿Por qué Nadia y tú os resistís tanto a guardar reposo?- preguntó con exasperación.- Creí que tú al menos serías mejor paciente que ella.

Nadia le dedicó un guiño cómplice a Aldren que Mielle descubrió y por lo que empezó a reñirlos a los dos con severidad mientras que ninguno de los dos podía reprimir la risa.

lunes, diciembre 21

Nueva Nadia: Capítulo 4, parte 5

Dejo este antes de tiempo porque mañana no creo que tenga tiempo de actualizar ;)

***

Iluna se giró para abrasarla con una mirada matadora, pero Nadia no le dio importancia y se incorporò entre quejas y quejidos. Se acercó a ella y le puso una mano sobre el hombro con actitud familiar.

- ¿Por qué te picas tanto? Si sabes que lo hace para hacerte rabiar. Si aguantas sus bromitas, tendrás ventaja sobre él.
- ¿Disfrutas con esto, verdad Nadia?- preguntó ella con irritación.
- Si te soy sincera, sí.- admitió ella.- Pareceis una pareja de recién casados.
- Más te vale retirar eso si no quieres sufrir una muerte lenta y dolorosa.- dijo la rastreadora, tirándole de una oreja.
- ¡Eh, que duele!
- Retíralo.
- ¡Vale, vale! Lo retiro, no hace falta que te pongas así.
- Nunca vuelvas a decir nada parecido.- le advirtió ella.
- Pero, ¿por qué le odias tanto?- preguntó Nadia, incapaz de soportar la curiosidad. Iluna esquivó su mirada.- Anda, por favor, cuéntamelo.- pidió.- No voy a decírselo a nadie, palabra.

Iluna suspiró largamente y volvió a dejarse caer en el heno, tirando del brazo de Nadia para sentarla a su lado. La muchacha, con los ojos abiertos y los oídos más aún, estaba dispuesta a escuchar. Aunque la rastreadora parecía reticente, después de unos minutos empezó a hablar.

- Garue y yo nos conocemos desde niños. Él y yo aprendimos el Ninpounhen del mismo maestro, y aunque fuimos muy buenos amigos... conforme pasaba el tiempo, nos convertimos en rivales. Éramos los alumnos más avanzados y competíamos entre nosotros para reunir más éxitos y así, una vez finalizado nuestro aprendizaje, ser más populares y tener más clientes. Nos poníamos verdes, tratando de derrumbar la reputación del contrario, pero sin interferir nunca directamente.

Nadia asintió en silencio, percibiendo la tristeza que impregnaba las palabras de Iluna.

- Una vez conseguí un encargo muy beneficioso. Era un trabajo para una familia bastante rica y numerosa. Mientras viajaba a Nedera, me crucé con Garue, que me salió al paso haciéndose el inocente. Me soltó el rollo de que no quería ser mi rival... y me dijo que sería mejor que dejáramos nuestras diferencias a un lado y trabajásemos juntos. Me invitó a unas cuantas jarras de cerveza y estuvimos de juerga toda la noche. Fui una estúpida, me lo creí todo y caí en su trampa, así que a la mañana siguiente me desperté sola en la cama y con una resaca digna de recordar. Garue se había fugado con el contrato de mi encargo, el muy hijo de perra. Se ganó el visto bueno de toda la familia y se dedicó a ir hablando mal de mí a todo el mundo, por lo que mi negocio cayó en picado.- confesó.- Yo nunca pude devolverle el favor.- murmuró con los dientes apretados.- Poco después me enviaron a buscarte.
- Lo siento, Iluna. Me da la sensación de que te he privado de muchas cosas.- dijo Nadia, agachando la cabeza.
- No lo sientas.- repuso ella con una sonrisa, y pasándole un brazo por los hombros.- Me privaste de ver a Garue y eso es un favor que nunca te podré agradecer lo suficiente.- hizo una pausa y luego continuó.- Mi rencor hacia él se ha suavizado con el tiempo, pero sigue teniendo la capacidad de sacarme de mis casillas. No me cae bien y no me fío de él. Sólo suele interesarse por su propio pellejo. Cuando me enteré de que estaba en Taltha, supe que iría a por ti, y os busqué hasta que os encontré en aquella taberna. Luego él y yo nos fuimos a un lugar apartado donde poder gritarnos sin que nadie nos molestase y conseguimos aclarar algunas cosas. Su argumento me pareció razonable, así que dejé que nos acompañara. Sin embargo, no volveré a cometer el mismo error: no le creo.
- ¿Entonces por qué le has dejado venir?
- Porque nos hubiera seguido de todas formas y habría resultado un estorbo. Ahora puedo sacarle ventaja a su presencia y además, lo tengo vigilado.
- Oye... Iluna...
- ¿Sí?
- Antes me has dicho que cuando Garue te robó el contrato, tú estabas sola en la habitación.- apuntó, intencionadamente.- ¿Compartíais habitación?

Iluna se ruborizó y carraspeó, incómoda.

- ¿He dicho yo eso?
- Sí, lo has dicho.
- Eh... bueno. Ya te he dicho que bebimos bastante. Nos emborrachamos, y una cosa lleva a la otra... ¡en fin! No creo que sea necesario entrar en detalles vergonzosos, ¿no?

Nadia sabía que no debía reírse, pero aquello sólo fue un aliciente más para que la joven estallara en carcajadas sin poder evitarlo. Iluna la miró con expresión de quien ha sido mortalmente ofendido y se puso en pie para marcharse cuando Mielle, jadeante y acalorada, irrumpió corriendo en el henal.

- Aldren ha despertado.

Nueva Nadia: Capítulo 4, parte 4

La mañana en que Aldren despertó, Nadia estaba practicando con Iluna. El interés que tenía la rastreadora por enseñarle el arte de la espada y la defensa propia iba más allá de querer mantener a la joven ocupada para apartarla de sus preocupaciones; quería que si ella faltaba, desgraciadamente, en algún momento, Nadia tuviera posibilidades de sobrevivir. La muchacha pensaba de igual forma y por ello estaba ansiosa por aprender y se mostraba entregada y dispuesta durante los entrenamientos. Era la primera en vez en toda su vida que se sentía en verdadero peligro. Era vulnerable y sabía que allá fuera había enemigos que podían resultar mortales, y mil cosas más que todavía desconocía. Sentía la imperiosa necesidad de saber cómo protegerse.

Nadia estaba en buena forma, pero no era una luchadora y nunca había peleado contra nadie. Las bases de los entrenamientos consistieron en movimientos básicos de lucha cuerpo a cuerpo, dirigidas por Iluna. La rastreadora era toda una experta, por lo que todos sus intentos se veían frustrados debido a su gran experiencia. No hacía avances portentosos, pero poco a poco fue notando cómo su fuerza y rapidez aumentaba.

Tras una ofensiva, que dio en el blanco, Nadia se dejó caer rendida sobre una montaña de heno mullido mientras cerraba los ojos y se limpiaba el sudor de la frente. Respiraba agitadamente y le ardían las mejillas, coloreadas por el calor y el esfuerzo. Iluna, con una sonrisa de orgullo, se sentó a su lado hundiéndose en el heno con los hombros caídos por cansancio.

- Este entrenamiento no me está viniendo mal a mí tampoco.- comentó.- La vida de un gato es demasiado sedentaria.- sonrió, y luego añadió, dándole una palmadita en la espalda.- No se te da mal.
- Quién me lo iba a decir.- repuso ella con burla.- Con lo increíblemente vaga que soy. Creo que yo estaría encantada con la vida sedentaria de un gato.

Iluna soltó una carcajada y escondió la cara tras las manos, exhausta. Nadia se encontraba todavía peor, pues no era capaz ni de mover los dedos de las manos y le suponía un esfuerzo respirar. Entonces escucharon unas pisadas que se aproximaban y unos segundos después, la cabeza morena de Garue asomó por el quicio de la puerta, haciendo que se operara un instantáneo en la rastreadora: su rostro cobró expresión de desconfianza y mal humor. Él se plantó delante de ambas haciendo caso omiso de la mala cara de Iluna, con una sonrisa divertida en los labios.

- Di algo de una vez, ¿o es que has venido para reírte de nosotras?- preguntó ella con irritación.
- Vamos, Xisel, déjalo de una vez. No te comportes como una mocosa sin modales.- le espetó Garue, con tono casual.
- ¿Qué me has llamado?- exclamó ella, poniéndose en pie de un salto.
- No creo que enfrentarte conmigo ahora sea lo más sensato que puedas hacer teniendo en cuenta tu estado de agotamiento.- observó con sorna.- Así que haz el favor de pensar y un poco y cerrar la boca de una vez: tienes la lengua demasiado afilada.

Iluna palideó de rabia, inspiró profundamente y se cruzó de brazos con los labios fruncidos, taladrándolo con una mirada furibunda que habría asustado a muchos.

- Creo que es posible que el mensajero que enviamos no haya podido llegar a Noorod con este maldito temporal, así que iré yo. Quiero que sepan que iremos en cuanto podamos antes de que se decidan a disolver el Consejo.
- Perfecto.- dijo Iluna con una gran sonrisa.- No tienes porqué darte prisa en volver, puedes esperarnos allí.
- Te equivocas si crees que voy a permitir que viajéis solos a la capital.
- Puedo encagarme de todo, gracias.
- No lo dudo, Xisel. Pero me quedaré más tranquilo si además gozáis de mi protección.
- No necesitamos tu desinteresada protección, Garue.- insistió ella.- Porque... imagino que será completamente desinteresada... ¿verdad?- preguntó, enfatizando la última palabra.

Garue se acercó un poco más a ella.

- No te pases, Xisel.- dijo, acompañando sus palabras con aquel golpe suave en la frente de la rastreadora, que era casi un roce tierno.

Los ojos violetas de Iluna se encendieron con una llamarada de furia, pero Garue ya había dado media vuelta y se dirigía hacia la puerta.

- ¡Garue!- exclamó, en un grito airado.- ¡Garue, no te atrevas a darme la espalda! ¡Garue!- pero él la ignoró deliberadamente y salió del henal. Iluna corrió hasta la puerta sin dejar de gritar.- ¡Garue, vuelve aquí pedazo de imbécil engreído! ¡Ven aquí si tienes huevos!
- Empiezas a hablar casi tan mal como yo.- comentó Nadia con suavidad.- Aunque yo le habría dicho algo bastante peor que imbécil engreído. ¿Quieres anotarlo para chillárselo la próxima vez, mi pequeña padawan?

Amante literario

Condiciones:

1. Mostrar la imagen del premio:









2. Agradecérselo a quien te lo ha concedido:

Ya te lo he agradecido en tu propio blog, Carlos, pero te vuelvo a dar las gracias otra vez. No seas tonto y no digas que te no sabes porqué se te da, porque... ¡1º! te gusta leer, que es de lo que trata básicamente el premio. Y 2º, escribes genial. Nadie nace siendo un crack (bueno, vale, hay algunos cabrones que sí xD) pero lo importante es seguir con el hábito mejorando día a día y eso tú lo cumples al dedillo ^---^

3. Explicar porqué me gusta tanto leer:

Me has quitado las palabras de la boca, Carlos xD Adoro leer porque la lectura es capaz de transportarme a cualquier sitio del mundo e incluso a lugares que ni siquiera existen realmente. Puedo ponerme en la piel de personas a las que nunca conoceré y vivir sus vidas y sus problemas. Por algo similar empecé a escribir yo. Mi vida me parecía demasiado aburrida y rutinaria y quise darle algo más de emoción, por lo que comencé a imaginar historias y a escribirlas. Leer es vivir aventuras. Y leer y escribir van de la mano en muchas ocasiones. Es... como un feedback. Algo que en español vendría siendo algo así como retroalimentación. Nos alimentamos de las palabras y luego podemos reproducirlas nosotros.

4. Conceder el premio a otros blogs:

Aquí viene la parte difícil ya que mis afiliados no es que den muchas señales de vida la mayoría de ellos xD Ni siquiera sé si lo verán o no, pero bueno.

Rubén, de la Libreta Grisácea: Sé que también es un devora-libros de los míos y además, también escribe. ¡Y mejorando a una velocidad de vértigo! Para mí futuro periodista favorito :3
Bea, de Ethereal Princess: Es una de las lectoras más voraces que conoces, y muchos libros que me encantan se los debo a ella, bien porqué me los haya sólo recomendado o bien porque también me los ha prestado. Escritora pasiva hace mucho que tiene el hábito abandonado, pero confío en que algún día le dedique algo más de tiempo.
Violeta, de Harunoke: Lee cuando algo le entusiasma, y entonces puedes olvidarte de que existe porque está bien lejos en otros mundos y con otras personas.
Y por último se lo voy a dar a Paul, de Un Paúl-blog: Sé que le gusta también mucho leer y que disfruta con ello un montón. También me ha recomendado algún que otro libro y además, aunque no escribe formalmente ni relatos ni novelas, tiene un estilo al describir sus vivencias peculiar y atractivo.

domingo, diciembre 20

Instantáneas

Con motivo de mi cumpleaños (hace ya una semana), voy a dejaros unas fotos de la celebración que hice conjunta con mi amiga Violeta (cuyo cumpleaños fue ayer).

Violeta (derecha) y yo. Las cumpleañeras felices de la noche.

La parejita feliz, Pepe y Violeta.

Cuatro gatos 1: De izquierda a derecha Pepe, Violeta, Javi y yo.

Cuatro gatos 2. Ya no hace falta que presente los caretos xD

Besito mágico xD
No es lo que parece. Yo sólo estaba sacando la lengua y mis intenciones no iban más allá que la de hacer burla, que conste.

Esto sí es lo que parece xD

Yo haciendo el idiota para no perder costumbre.

Sigo haciendo el tonto y además de paso os enseño el sol con boli que me tuve que dibujar en la mejilla xD
Esta foto no debería existir.

Aquí no sé qué puñetas estaba haciendo, pero como parece que estoy diciendo adiós... (echándole mucha imaginación), con ella termino la actualización :P

Nueva Nadia: Capítulo 4, parte 3

Permanecieron en Taltha cuatro días a la espera de que Aldren despertase. Mielle dedicaba su tiempo a visitar el Templo de Írtaco para rezar por todos aquellos que habían muerto a manos de los vaheri y a ayudar en la Curandería todo cuanto le era posible, pasando las horas entre los enfermos y los heridos, desviviéndose por ellos. La joven se mostraba entregada cuando trabajaba, pero un tanto distante y ausente cuando se quedaba a solas con Nadia. Ésta no se lo podía reprochar, pues entendía perfectamente la situación en la que se encontraba su amiga. Respetaba su silencio e intentaba no presionarla, pues sabía que su herida tardaría un tiempo en cicatrizar.

Garue e Iluna siguieron con gran interés el interrogatorio del falso sanador, que resultó ser un hombre comprado por los vaheri cuyo objetivo era secuestrar a Aldren y llevárselo como rehén. El hombre juró no saber para qué querían al muchacho, y finalmente lo condenaron por traición. Los rastreadores también se encargaron de enviar un mensajero a Noorod, la capital de Ebaím, para informar al Hechicero Irio de la tragedia sucedida en su fuerte.

Fueron unos días muy duros para Nadia, que empezó a echar de menos a su familia, a sus amigos y a sentirse bastante preocupada acerca de cómo podría regresar a su mundo. La joven intentaba mantenerse ocupada para evitar pensar en asuntos desagradables para los que nadie tenía una clara respuesta, pues cuanto más pensaba... más dudas y misterios le surgían y la ignorancia en la que todos la obligaban a permanecer se hacía cada vez más insoportable. Iluna procuraba estar a su lado y animarla, pero sus esfuerzos no se veían demasiado recompensados. Nadia se mostraba a menudo triste, silenciosa y apática, por lo que la rastreadora la inició en una serie de actividades para forzarla a salir del mutismo en el que se había encerrado.

Comenzó a enseñarle a montar a caballo y también a aprender a defenderse y a atacar a un enemigo. Los entrenamientos eran agotadores, pero los paseos a caballo le ofrecían la posibilidad de estudiar Nerume mucho más a fondo. Aquel nuevo mundo, lleno de magia, la fascinaba. Y aunque de momento su entorno de investigación se reducía a Taltha, Nadia sentía curiosidad por cada detalle. La Curandería y el Templo eran los lugares que más llamaban su atención, y la muchacha bombardeaba con sus preguntas a cualquiera que estuviera dispuesto a escucharla.

La hermosa cúpula de cristales azules que cubría la Curandería no era una simple estructura decorativa, sino que tenía una función esencial: bajo ella se cultivaban todas las plantas medicinales y se preparaban todos los medicamentos. El cristal azul con el que estaba construido tenía unas extrañas cualidades gracias a las que convertía la luz del sol en energía curativa, de la que se impregnaban todas las medicinas. Por ello también, en cada habitación, había un fragmento de ese cristal que ayudaba a acelerar la recuperación de los enfermos. El Templo de Írtaco, por el contrario, constituía un misterio para Nadia, y aunque Mielle le había pedido en más de una ocasión que la acompañara al interior, la muchacha no se sentía con fuerzas para ello. La mera idea de entrar en un lugar en el que imperaba la presencia de un dios, la intimidaba. Porque... en Nerume, el concepto de dios era distinto: posible y tangible.

Durante el resto de su tiempo, que no era poco, Nadia velaba a Aldren. Junto a su cama, se limitaba a verlo dormir silenciosamente. Era lo que la salvaba de su desesperación, pues se sentía muy unida a él. Ese vínculo la desconcertaba y confundía, ya que no lo comprendía. Era cierto que le debía la vida... pero sabía que se trataba de algo más. A veces, cuando estaba lejos de él la invadía una extraña ansiedad que la obligaba a volver corriendo a su lado. Era un completo desconocido para ella y sin embargo... de forma íntima era consciente de que él era su responsabilidad y viceversa. A pesar de sus miedos y preocupaciones, él hacía que en cierto modo todo mereciera la pena.

viernes, diciembre 18

Nueva Nadia: Capítulo 4, parte 2

Iluna miró al hombre con cara de pocos amigos.

- No, ya lo hago yo.- repuso, girándose hacia las chicas.- Este es Garue, un colega rastreador.
- ¿Colega?- preguntó Mielle, perpleja.- ¿Qué es eso?
- ¿Colega?- repitió Nadia, con las cejas arqueadas.- No me lo creo.
- No me refiero a colega en el sentido de amigo.- aclaró la rastreadora con rapidez, fingiendo tener un escalofrío.- Sólo es un compañero de profesión. Él también es un ninpou.

Garue enarcó cejas, pero no dijo nada. Nadia advirtió que Mielle miraba fijamente algo en el cuello del hombre, pero cuando ella quiso prestar más atención él ya se lo había cubierto con la bufanda de lana que llevaba alrededor y observaba a la muchacha con una sonrisa misteriosa.

- ¿Va a venir con nosotros, Iluna?- preguntó, pensativa.
- Por desgracia, sí.- respondió ella, con un tono de voz que denotó una profunda amargura y resignación.
- ¿Iluna?- inquirió Garue.- ¿De dónde sale ese nombre?
- ¿No estás hablando ya más de la cuenta?- replicó ella con acritud.- Ese es el nombre por el que me hago llamar ahora, así que agradecería que tú también me llamases así.
- Como tú quieras, Xisel.- dijo el hombre, de forma burlona.

Mielle, que miraba la puerta con el ceño fruncido, musitó para sí.

- Tarda demasiado.

Nadia no supo si fue debido a las palabras de su amiga o a algo completamente diferente, pero de repente una leve descarga eléctrica recorrió todo su sistema nervioso provocándole náuseas. A pesar de sentirse débil, se puso en pie con un enérgico salto y se acercó a la puerta. Quiso abrirla utilizando el picaporte, pero el cerrojo debía estar echado por dentro y éste no cedió ante sus insistentes giros. La voz de Iluna, muy lejana y difusa, quedó ahogada por una intensa melodía de percusión que le martilleaba los oídos y le hacía bullir la sangre, privándola de su propia conciencia. Desesperada, golpeó la puerta con ambos puños y ésta se rompió en mil astillas bajo el contacto de su mano.

En el interior había un hombre vestido con la túnica de los sanadores que sin embargo no estaba efectuando ningún reconocimiento a Aldren. El extraño cargaba con el muchacho inconsciente sobre sus hombros y estaba muy concentrando frente a un remolino que parecía absorber todo cuanto lo rodeaba. Al oír el ruido de la puerta al destruirse se giró con ojos desorbitados y el remolino desapareció abruptamente. El farsante actuó con rapidez y lanzó sobre Nadia un rayo verde que se desvaneció antes de alcanzarla. Incapaz de creer lo que veía, y en un estado cercano a la histeria, el hombre repitió aquel ataque inútil dos veces más antes de que la muchacha llegara hasta él. Entonces alzó las manos en señal de rendición y depositó a Aldren sobre la cama. Nadia, en un frío cálculo, esperó a que el hombre se alejara del joven y acto seguido le pegó un fuerte puñetazo en la nariz. El desconocido cayó de bruces en el suelo, lloriqueando y farfullando palabras incomprensibles que Nadia ni siquiera escuchaba.

Hubiera seguido pegándole de no ser porque alguien la detuvo sujetándole el brazo con fuerza. Nadia se dio la vuelta dispuesta a defenderse y se encontró con los ojos de Iluna, que la observaban con cierta expresión de temor. La muchacha forcejeó intentando liberarse, pero la rastreadora era mucho más fuerte que ella y no aflojó la presión ni un instante. Poco a poco, la melodía que la inundaba perdió intensidad y con ella, las ansias de pelea de la joven. Cuando su interior se quedó en silencio, Nadia se derrumbó en el suelo, pálida y temblando de forma incontrolable. Una chispa roja se apagó en sus puños, y aunque ella no lo advirtió, Iluna y Garue intercambiaron una mirada preocupada. Mielle, que lo había contemplado todo con miedo y estupor, había metido a Aldren en la cama con ayuda del ninpou y lo arropaba con ternura. Garue agarró del cuello del la túnica al falso sanador y lo levantó del suelo con brusquedad. El hombre era incapaz de apartar la mirada de Nadia y ésta se sorprendió de ver reflejada en ella un pánico absoluto. Sólo le había dado un puñetazo.

- Ven conmigo, pequeña.- le dijo Iluna con suavidad.

Nadia obedeció y se dejó abrazar por la rastreadora, que apoyó sus labios sobre su frente y le acarició el pelo mientras suspiraba.

- Nadia necesita descansar, me la llevo a la posada.- le dijo a Garue.
- Yo entregaré a este bastardo a los soldados.- informó él.- Espero que lo interroguen y que averigüen quién lo envía.
- Y yo avisaré a los sanadores para que se ocupen de Aldren.- musitó Mielle, observando a su amiga con incredulidad.

Todos asintieron y abandonaron la habitación a un mismo tiempo.

***

Nueva Nadia: Capítulo 4, parte 1

Los párpados se le cerraban en contra de su voluntad. A pesar de su fuerte resolución a permanecer despierta y alerta, la modorra que se había apoderado de ella iba ganándole la batalla sin que pudiera hacer gran cosa por frenar su avance.

Habían salido de la ciudad y se habían refugiado en la caseta de guardia donde Sorwel y sus dos compañeros aguardaban la llegada de los soldados... o eso se suponía. Los tres hombres pasaban el rato junto a la chimenea, jugando ociosamente a un curioso juego con piezas de madera y tres dados de piedra, al que Mielle se sumó con entusiasmo dispuesta a vencer sus apuestas. A pesar de que en un primer momento los guardias se habían burlado de ella, las caras largas con que la miraban ahora demostraban que la muchacha les estaba dando una buena paliza. La joven sonreía satisfecha y recaudaba sus ganancias de forma despiadada. Nadia, por su parte, se había encaramado a una silla, escondida bajo una gruesa y cálida manta, e intentaba mantener a raya el sueño.

De repente, creyó adivinar una forma imprecisa sobre el horizonte blanco. Poco a poco, conforme se iba agrandando, aparecieron más puntos marrones que se sumaban a ella creciendo a un mismo tiempo. Nadia se puso en pie al mismo tiempo que el corazón le daba un salto en el pecho. Entrecerró los ojos y pasados unos segundos reconoció a la primera mancha como un caballo con jinete. Detrás de él avanzaba el resto del ejército de Taltha.

- ¡Mielle, los soldados!- gritó, impaciente.

La joven levantó la mirada, con un brillo esperanzado en los ojos. Nadia se desprendió de la manta y tras calzarse las botas de nuevo, abrió la puerta de la caseta y echó a correr hacia ellos. Mielle, alarmada, le gritó algo, pero ella no le hizo caso.

- ¡Nadia, espera!- chilló, desde el interior de la caseta.

Pero Nadia no quería esperar. La ya conocida ansiedad tiraba de ella y la muchacha no quería resistirse a su empuje. Echó a correr tan rápido como le permitieron sus doloridas piernas, ignorando a su tobillo izquierdo, que se resentía cada vez que se hundía en la nieve. Su avance era lento y torpe, y no tardó en verse superada por los propios jinetes a los que luchaba por llegar. Los soldados eran pocos, o al menos a Nadia se lo parecieron. Tan sólo cinco hombres montados en caballos que se acercaban a todo galope a la entrada de la ciudad. Cuando el primero de ellos alcanzó a la joven, se detuvo en seco. Nadia ni siquiera miró al guerrero; su atención se desvió completamente al muchacho inmóvil que montaba delante del soldado, con los ojos cerrados.

- ¡Aldren!- gritó, aliviada.

El joven tenía muy mal aspecto. Estaba mortalmente pálido, y tenía unos cortes muy feos en la ceja y en el labio. La cabeza le temblaba, y no dio señales de escucharla.

- ¡Tengo que llevarlo de inmediato a la curandería!- exclamó el soldado, bruscamente.- Si en algo te interesas por su vida, no me entretengas.

Y dicho aquello tiró de las riendas de su montura y se dirigió a las puertas de la muralla, que Sorwel y sus compañeros ya habían abierto. Nadia vio cómo los demás guerreros pasaban de largo delante de ella, llevando también a personas gravemente heridas. Cerró los puños, impotente, y reanudó su camino hacia la caseta de guardia.

***

La curandería era edificio de aspecto extraño, y aunque Nadia apenas le prestó atención, no pudo evitar fijarse la enorme cúpula de cristales azules que resplandecía en la techumbre de la planta más alta antes de atravesar sus grandes puertas. Una vez dentro, una mujer de pelo rizado vestida con una túnica de color turquesa les indicó amablemente dónde podían encontrar a Aldren y Mielle y ella se dirigieron hacia allí a paso ligero. El interior bullía de actividad: hombres y mujeres, vestidos idénticas túnicas turquesas, iban de un lado para otro preparando habitaciones, llevando cajas de madera de un lado a otro, y transportando unos curiosos cristales azules y brillantes. Ninguno de ellos les hizo ningún caso, por lo que nadie las detuvo y tras unos minutos, ambas se detuvieron jadeantes ante una puerta de madera cerrada.

Mielle se acercó con la intención de llamar en el mismo momento en que la puerta se abrió y por ella salió el guerrero que había llevado a Aldren hasta allí. Al ver a Nadia enarcó una única ceja y cerró la puerta a su espalda.

- Has sido muy rápida, jovencita.
- ¿Está bien?- preguntó Nadia.- ¿Podemos pasar a verle?
- Calma, calma.- dijo el soldado.- Está fuera de peligro, de momento, pero no podeís entrar ahora. El sanador está haciéndole un reconocimiento.

Nadia suspiró, aliviada. Mielle se mordió un labio y le preguntó al soldado:

- ¿Qué ha pasado con el resto de la gente?
- Cuando llegamos al fuerte, no encontramos a nadie con vida allí.- contestó el hombre.- Pero hicimos una barrida de los alrededores, y descubrimos que algunas personas habían conseguido escapar y sobrevivir. Estaban todos muy malheridos, y casi congelados. No se habían atrevido a regresar al fuerte. Trajimos a caballo a los que estaban en peor estado, los demás se dirigen a paso más lento hacia aquí.
- ¿Cuántos... han... sobrevivido?
- Doce.

Mielle asintió lentamente, clavando la mirada en el suelo. El soldado se irguió.

- Si no me necesitáis para nada más, iré a ayudar a mis compañeros.

Las chicas asintieron y el guerrero se marchó tras hacer una leve inclinación de cabeza. Nadia apoyó la espalda contra la pared y se dejó resbalar hasta sentarse en el suelo. Mielle la observó con reprobación.

- Esa carrera por la nieve no ha sido una buena idea, Nadia.
- No me importa.
- ¿Estás bien?
- Sí.

La joven le puso la mano en la frente con gesto experto, pero Nadia se la apartó, molesta.

- ¡Estoy bien!

En ese momento Mielle dio un respingo y retrocedió sobresaltada. Un par de gatos habían saltado ágilmente desde el alféizar de la ventana hasta el suelo, sentándose sobre sus patas traseras con gran dignidad. Nadia reconoció a uno de ellos, una gata gris de ojos añiles, pero el otro le resultaba desconocido. Era negro como la noche y tenía los ojos azules.

Ambos animales comenzaron a brillar con aura propia, violeta y azul respectivamente. Cuando el resplandor se desvaneció, Iluna apareció ante ellas acompañada del misterioso hombre con la que lo habían visto discutir en la taberna. Ahora tenía la capucha echada hacia atrás y Nadia pudo verle el rostro. Era muy atractivo, con el cabello ondulado y negro, ojos azules y piel morena, un par de años mayor que la rastreadora.

- ¿Y Aldren?- preguntó Iluna.
- Ahí.- contestó Nadia, señalando la puerta y sin apartar los ojos del desconocido.
- El sanador está con él.- añadió Mielle.
- ¿Cómo está?- inquirió el extraño, con cortesía.
- Mal.

Él la descubrió mirándolo y le sonrió. Nadia se ruborizó un poco y bajó la mirada.

- ¿Puedo ya presentarme a las pequeñas damas?- le preguntó a Iluna, con la voz cargada de sarcasmo.

jueves, diciembre 17

Nueva Nadia: Capítulo 3, parte 8

Mielle la llevó a una taberna próxima a las murallas. La desvencijada puerta chirrió cuando la joven la empujó y por unos segundos, las dos muchachas no vieron más que negrura delante de ellas. El establecimiento estaba sumido en la penumbra y sus ojos tardaron en acostumbrarse a la falta de luz después de haber pasado todo el día contemplando el fulgor de la nieve.

Era un local pequeño y alargado. Tenía varias mesas redondas a cuales estaban sentados algunos individuos de apariencia siniestra y otros que roncaban ruidosamente juntos a sus jarras de cerveza vacías. Eligieron la mesa más cercana a la ventana y esperaron a que el tabernero, un hombre con barba descuidada y ojos hundos se aproximara a ellas con lentitud. No parecía un sitio muy alegre.

- ¿Qué queréis?- preguntó.
- ¿Qué hay para comer?
- Queda un poco de asado de la noche anterior, sopa y bolas de carne. Y el pan es de esta mañana.

Mielle miró a Nadia inquisitivamente, pero ésta se limitó a encogerse de hombros.

- Pues sopa y bolas de carne.

El tabernero asintió y se alejó con el mismo paso lento y pesado. Mielle se inclinó sobre la mesa hasta que su frente rozó la de Nadia, y dijo en voz baja.

- Quizá hubiese sido mejor volver a la posada.

Nadia hizo un gesto negativo con la cabeza, pero no contestó. Mientras esperaban el almuerzo aprovechó para estudiar el lugar con más atención. La taberna apestaba a cerveza rancia, pero dejando a un lado la incómoda oscuridad y la sospechosa apariencia del resto de los clientes, el sitio tampoco estaba tan mal. Descubrió, en una esquina sombría del local, a un individuo en el que no había reparado al entrar. No podía verle el rostro, ya que tenía la cabeza cubierta por una capucha negra, pero aunque no distinguía sus ojos tenía la certeza de que las estaba observando.

Unos diez minutos después llegó la comida. Sabía bien, aunque las bolas de carne estaban frías y la sopa un tanto aguada. Sin embargo Nadia estaba hambrienta y no musitó ni una sola queja. Comieron con avidez y en silencio, y en poco tiempo habían dejado los platos limpios. Cuando el tabernero se acercó para recogerlos, les dijo con un deje de fastidio:

- Aquel hombre del fondo quiere pagarles la comida.

Mielle levantó la mirada, preocupada.

- Eh... dígale que no es necesario. Podemos pagarlo nosotras.
- Dijo que si decíais eso tenía que informaros de que debe insistir. Tiene mucho interés en invitaros.

En ese momento, la puerta de la taberna se abrió violentamente e Iluna irrumpió en el establecimiento con un remolino de nieve alrededor de sus pies. La rastreadora tenía una extraña mueca en la cara que la hacía parecer peligrosa. Dedicó a las chicas un fugaz vistazo y se dirigió a grandes zancadas hasta donde se encontraba el desconocido que quería pagarles la comida. Apoyó ambas manos a un tiempo sobre la mesa con tanta fuerza que la hizo tambalear, provocando que una jarra medio vacía cayera al suelo y se hiciera añicos sobre un charco de cerveza. El tabernero refunfuñó con rabia y se acercó a Iluna, deteniéndose a una distancia prudencial.

- No se permiten peleas en mi taberna.

Iluna le dirigió una breve mirada de desprecio y dejó bien a la vista los puñales que llevaba a la cintura.

- No se meta o saldrá mal parado.- le aconsejó con tono sombrío.

Pareció que el hombre quería decir algo más, pero su cobardía le ganó el pulso y finalmente se dio la vuelta y se alejó maldiciendo entre dientes. Nadia se puso de pie, observando a la rastreadora con preocupación. Advirtió que todos los hombres del lugar la estudiaban con vivo interés.

- ¿Cómo te van las cosas, Xisel?- preguntó entonces el extraño, con una despreocupación casi indiferente.- Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.
- No el suficiente.- le espetó ella con frialdad.- No quiero que vuelvas a interferir en mis asuntos, así que lárgate de aquí y no te atrevas a seguirme.

El hombre se levantó de la mesa, haciendo chirriar la silla contra el suelo. Era alto y robusto, vestía pantalones de cuero, una camisa blanca y un chaleco de piel. Una pesada capa negra le colgaba elegantemente de los hombros.

- ¿Tus asuntos?- preguntó, divertido.- No seas presuntuosa, Xisel. Ella es asunto de todos nosotros.- añadió, mientras le rozaba suavemente la frente con su puño cerrado.

Iluna tenía las mejillas enrojecidas por la rabia. En cuanto él la tocó, actuó de forma rápida e implacable. En un movimiento que no llegó a verse, cogió uno de sus puñales e intentó utilizarlo contra él. Sin embargo su adversario era igualmente veloz y detuvo el ataque justo a tiempo, inmovilizándole el brazo con sus manos. Los ojos de la rastreadora brillaron peligrosamente al guardar el puñal con presteza.

- ¿Desde cuándo te preocupas por alguien que no seas tú?- preguntó, con tono acusador.

Él le sostuvo la mirada largamente durante unos minutos sin decir nada.

- Hablemos fuera.

Y echó a andar con paso tranquilo hacia la puerta sin cerciorarse de que ella lo seguía. A llegar a donde Nadia y Mielle lo contemplaron con desconfianza, y antes de salir de la taberna, se detuvo y efectuó una breve reverencia acompañada de una sonrisa traviesa. Iluna, lívida y temblando de furia, lo siguió a grandes pasos. Antes de que Nadia o Mielle pudieran decir nada, se limitó a decirles con sequedad:

- No os metáis.

Pero a pesar de la advertencia, en cuanto la rastreadora desapareció por la puerta, ambas la siguieron corriendo.

Al salir del establecimiento, no había ni rastro de Iluna y el misterioso desconocido por ninguna parte. Ni siquiera una sola huella sobre la nieve. Nadia se encogió de hombros.

- Bueno... ya nos enteraremos tarde o temprano.
- ¿Estará bien?- preguntó Mielle, inquieta.- Ese hombre parecía peligroso.
- Se conocían.- apuntó Nadia.- Si es peligroso... acabará con él. Sin duda es capaz de hacerlo.- calló un momento y luego preguntó.- ¿Vamos a esperar a los soldados?

Mielle asintió con un gesto.

Estaba atardeciendo, y aunque había dejado de nevar por el momento la temperatura continuaba bajando. Las dos jóvenes, cogidas del brazo y andando muy juntas, se dirigieron a la puerta de la ciudad envueltas por las nubes de vaho que salían de sus bocas al hablar, dejando tras ellas un rastro de huellas profundas.

miércoles, diciembre 16

For I will consider my cat (Christopher Smart)

Este poema, de Christopher Smart, estaba en un libro que me terminé hace poco y cuya reseña escribiré mañana.
Como buena amante de los gatos, me encantó, así que he querido dejároslo aquí.
Lo encontré en inglés, y es mucho más largo. Pero es difícil de traducir, así que si os interesa pedídmelo y ya me pondré a ello.

***

Amaré a mi gato...
Porque en cuanto ve asomarse la gloria de Dios por el este, la reverencia.
Porque lo hace contorsionando su cuerpo siete veces con rapidez y elegancia...
Porque después de cumplir con su deber y recibir la bendición, comienza a ocuparse de sí mismo.
Porque lo hace en diez etapas.
Porque en primer lugar examina sus patas delanteras para ver si están limpias.
Porque en segundo lugar patea hacia atrás para despejar el lugar.
Porque en tercer lugar se estira con las cuatro patas extendidas.
Porque en cuarto lugar se afila las uñas en un trozo de madera.
Porque en quinto lugar se lava.
Porque en sexto lugar rueda después de lavarse.
Porque en séptimo lugar se quita las pulgas sin permitir que nadie lo interrumpa.
Porque en octavo lugar se frota contra un poste.
Porque en noveno lugar mira hacia arriba esperando instrucciones.
Porque en décimo lugar marcha en busca de comida.
Porque cuando el trabajo del día ha acabado, comienza su verdadera misión.
Porque durante la noche hace guardia para proteger al señor del enemigo.
Porque neutraliza el poder de la oscuridad con su piel eléctrica y sus ojos refulgentes.
Porque neutraliza al demonio, que es la muerte, animando la vida.
Porque en sus plegarias matutinas adora al sol y el sol lo adora a él.
Porque pertenece a la estirpe del tigre.
Porque gato querubín es otra forma de decir tigre-ángel...
Porque no hay nada más dulce que su paz cuando está sereno.
Porque no hay nada más activo que su vida cuando se mueve.
Porque Dios lo ha bendecido con la variedad de movimientos...
Porque es capaz de andar al ritmo de todas las cadencias musicales...

martes, diciembre 15

Nueva Nadia: Capítulo 3, parte 7

La diversión terminó súbitamente cuando a un niño se le escapó una bola de nieve que impactó en la espalda de un anciano que tuvo la desgracia de pasar por allí en aquellos instantes. El hombre, un viejo arrugado, delgado y con expresión huraño, los echó de allí gritándoles "asaltadores", "ladrones" y "bandidos" mientras bamboleaba peligrosamente su bastón. Los niños, temerosos de recibir algún golpe, echaron a correr dejando a Nadia y a Mielle tendidas en el suelo y con nieve hasta las orejas, y se despidieron de ellas con gritos y saludos desde la otra punta de la calle.

Nadia estaba agotada, y empezó a sentirse resentida del resfriado que había cogido y que no se había curado del todo todavía. Seguramente, aquella aventura la haría empeorar, pero le daba igual. Hacía muchísimo tiempo que no se reía tanto y lo que era aún mejor, incluso Mielle parecía haberse olvidado momentáneamente de los vaheri y sonreía abiertamente. Nadia apoyó la cabeza en el suelo y miró hacia el cielo blanco. Había dejado de nevar.

- No siento mi cuerpo.- dijo.- Estoy helada.

Mielle se levantó y se sacudió como pudo la nieve de la ropa y del cabello. Tanto su pelo como su vestido estaban completamente empapados. Nadia pensó que ella debía ofrecer un aspecto semejante, a excepción de las manos. Mientras que Mielle las tenía a salvo debajo de sus guantes, ella las tenía enrojecidas y doloridas. Aunque empezaba a hacer más frío y el aire comenzaba a ser más difícil de respirar, se sentía extrañamente feliz, con una cálida sensación cosquilleándole en el interior. Mielle le tendió una mano y la ayudó a incorporarse.

- Ven, iremos al mercado.
- ¿Mercado?- repitió Nadia, con los ojos brillantes.
- Sí. Creo que será mejor que te compre unos guantes. Si se te congelan los dedos, habrá que cortártelos.
- ¡¿Qué dices?!- exclamó ella, asustada.

Mielle sonrió débilmente y comprendió que estaba bromeando. O intentándolo... al menos.

El mercado estaba situado en una enorme plaza en el centro de Taltha. No se parecía a nada que Nadia hubiera visto antes, y la dejó completamente boquiabierta. Había puestos que ofrecían mercancías de cualquier tipo y tiendas con toda clase de servicios. Los tenderetes, apiñados unos a otros, creaban un confuso entramado de pasillos que se asemejaba a una ciudad en miniatura. La gente se movía a través de aquellas callejuelas a un ritmo frenético, entrando y saliendo de los establecimientos y mirando en unos puestos y en otros, comprando, vendiendo o intercambiando. Nadia se sintió de repente como una niña pequeña en una tienda de juguetes nuevos, sintiéndose completamente fascinada por todo lo que veía, señalando todo cuanto le llamaba la atención y preguntándole a Mielle sin ser capaz de frenar el inagotable torrente de preguntas que acudían a sus labios.

Allí no sólo se podían conseguir alimentos y ropas, sino también libros (unos de aspecto nuevo y otros tan viejos y amarillos que parecían esconder antiguos y poderosos secretos), perfumes embotellados en delicados frascos de cristal, medicinas de colores y olores desconocidos para ella y también armas, bellamente talladas o de apariencia mortífera. También había allí una herrería, cuyos hornos irradiaban oleadas de calor que derretía la nieve a sus puertas. Un muchacho de más o menos su edad, muy ocupado sacándole brillo a unas espadas colocadas en un muestrario de madera, las miró de reojo de vez en cuando, sonriéndoles. Mielle se detuvo con aire pensativo junto a un establo donde varios caballos deambulaban tranquilamente. El propietario, un hombre fornido que estaba sentado en una silla, fumando en pipa, les guiñó un ojo.

- Puede que tengamos que comprar otro caballo.- murmuró la joven, para sí.
- ¿Para qué?- repuso Nadia.- Si de todas formas yo no sé montar.
- Eso no puede seguir así.- replicó su amiga, con firmeza.- Sé que las cosas son distintas en el lugar del que provienes, pero aquí todo el mundo sabe montar a caballo y tú también tendrás que aprender.

A medio día la nieve comenzó a caer otra vez, en mayor cantidad y con más fuerza. Los mercaderes recogieron sus mercancías, cerraron sus puestos y abandonaron la plaza en dirección al calor que les aguardaba en sus casas. Mielle miró a su alrededor, indecisa.

- Imagino que tendrás hambre.- le dijo a Nadia.
- Sí, bastante. ¿Volveremos a la posada para comer?
- Se me había ocurrido... que podríamos ir a almorzar a algún lugar cerca de las puertas de la ciudad. Cuando acabemos podemos ir hasta allí y esperar el regreso de los soldados.
- Me parece una idea genial.- asintió Nadia, conforme.
- ¿Guay?- sonrió ella.
- Muy, muy guay.- rió.

Nueva Nadia: Capítulo 3, parte 6

Iluna seguía hablando con Mielle, pero la joven ya no lloraba.
La rastreadora sostenía sus manos entre las suyas y mientras susurraba, la muchacha asentía con vehemencia y sus ojos brillaban con renovada determinación. Cuando tomó asiento de nuevo, ambas guardaron silencio. Mielle ya no parecía tan desgraciada e Iluna tenía el atisbo de una sonrisa de satisfacción pendiendo de la comisura de sus labios.

- ¿Qué tal el caballo?- preguntó.
- Como una rosa. Perfectamente.
- Genial.- dijo, con un bostezo, y poniéndose en pie.- Pues yo me despido, chicas. Necesito un descanso.
- ¿Dormirás?- inquirió Nadia.
- No, iré a beber algo.

Nadia frunció el ceño y la observó con reprobación. Iluna enarcó las cejas, sorprendida.

- ¿Qué pasa, por qué me miras así?
- Estás que te caes. No me parece bien que vayas ahora a beber.
- Tú no te preocupes, que beberé hasta quedarme dormida.- rió la rastreadora.
- Tampoco me parece bien que te emborraches.
- ¿Desde cuando eres mi madre, Nadia?- protestó Iluna, a la defensiva.- Haré lo que me de la gana. Llevo mucho tiempo sin probar la cerveza y quiero darme un capricho, ¿te enteras? Me merezco un pequeño homenaje.
- Me gustabas más cuando sólo maullabas.- añadió, sonriendo socarronamente.

La rastreadora la fulminó con los ojos entrecerrados y con expresión ofendida, les dio la espalda y se marchó de la posada haciendo tintinear la puerta a su espalda. Mielle la observó con perplejidad.

- ¿Se ha enfadado?
- ¿Eh? Ah, no creo.
- ¿Por qué le has hablado así?
- Yo lo llamo "Juego de Ironías".- explicó Nadia con una sonrisa pícara.- Entretiene bastante. Iluna tiene cierta ventaja, puesto que me conoce muy bien, pero aún así no es rival para mí.

Mielle sonrió ligeramente y se levantó. Se sacudió las migas del desayuno y miró por la ventana con aire pensativo y distante. Volvían a caer delicados copos de nieve, amontonándose de nuevo el suelo del patio. Resultaba una visión melancólica. Mielle cogió un par de guantes del bolsillo de su capa y se los puso. Nadia la miraba en silencio.

- ¿Quieres que demos un paseo por la ciudad? Puedo enseñártela.- sugirió, intentando parecer alegre.

Nadia le sonrió, agradecida. Era difícil fingir que todo iba bien, pero si tenía compañía le resultaba más fácil; entre las dos tal vez consiguieran olvidarse por un rato de lo que había sucedido en el fuerte. Se miró las manos, y luego echó un vistazo al exterior. Predijo que se le iban a quedar insensibles por el frío, pero se puso de pie y entrelazó el brazo con el de su amiga. Ambas abandonaron la posada bajo la débil manta de copos de nieve.

***

Recorrieron la mayoría de las avenidas y callejuelas de Taltha hasta la hora del almuerzo. La ciudad sorprendió gratamente a Nadia, que tuvo que rectificar su primera impresión sobre ella. Puede que desde fuera Taltha pareciera triste y gris, pero por dentro era muy diferente. A través de las ventanas, el interior de las viviendas y edificios era muy diferente de su aspecto exterior y estaban llenas de colorido y calidez.

También había gente en la calle. Después de alejarse una o dos calles de la posada, se encontraron con una guerrilla de bolas de nieve. Dos grupos de niños, refugiados cada uno tras las esquinas a cada extremo de la avenida, con unas bufandas tan largas que arrastraban por el suelo, habían convertido la calle en una auténtica batalla campal. Sus chillidos se elevaban hacia el cielo como gritos de guerra mientras se lanzaban enormes bolas de nieve unos a otros a una velocidad de vértigo. Aquello consiguió arrancar una sonrisa a Mielle, que los contemplaba con expresión nostálgica.

- Este es el entretenimiento por excelencia de cualquier niño en Taltha: las guerras de bolas de nieve.
- Me dan mucha envidia.- musitó Nadia, mirándolos con ojos risueños.- En mi ciudad no nieva casi nunca, y me hubiera encantado poder jugar una de éstas cuando era pequeña. Aún así, las guerras de globos de agua tampoco están tan mal.- reflexionó, casi para sí.
- ¿Globos de qué?- repitió Mielle.
- Globos de...
- ¡Cuidado!- gritó alguien.

En un movimiento tan instintivo como automático, Nadia agachó la cabeza e inclinó la espalda hacia abajo justo a tiempo de evitar un enorme bolazo de nieve que se dirigía directamente hacia ella. Resopló con alivio y se giró con una mueca de enfado hacia los niños, que de repente se habían quedado paralizados y las miraban con miedo evidente.

- ¡Tened más cuidado! Podéis darle a alguien, ¿verdad, Mielle?

Nadia se giró, buscando el apoyo de su amiga, y tuvo que hacer un gran esfuerzo por reprimir la carcajada que acudió a sus labios. Tal vez Mielle no tenía tan buenos reflejos como ella, o quizá no había llegado a escuchar el grito de aviso, ya que su cara y su pelo estaban cubiertos de nieve. Mielle respiró hondo y después, parsimoniosamente, se agachó y cogió un montón de nieve. Le dio forma con las manos y la sopesó con aire experto. Nadia consideró que lo más probable sería apartarse, así que retrocedió unos pasos para quitarse de en medio. Con un chillido salvaje, Mielle se lanzó a la batalla tirando bolas de nieve a diestro y siniestro a los asombrados niños que, tras unos segundos de incredulidad, se recobraron de la impresión y continuaron el juego como Mielle como único objetivo.

Nadia era incapaz de parar de reír. Mielle era muy hábil ya que aunque todos los niños estaban en su contra, ella sola se bastaba para repatir bolazos con eficiencia. Aún así llevaba las de perder; los niños no jugaban limpio y algunos de ellos trepaban por su espalda y le colaban bolas de nieve dentro del vestido, o se enganchaban en sus pies con la intención de hacerla caer. Uno de ellos corrió hacia ella y con un grito le dio un placaje y la tiró al suelo. Nadia ya lloraba de la risa cuando alguien la hizo enmudecer en el acto con un golpe de nieve en la mejilla. Mielle, ya empapada y con una montaña de niños encima suya, le había tirado una certera bola que había dado en el blanco. Con una sonrisa maligna, Nadia cogió nieve a puñados con ambas manos y se metió en mitad de la lucha.

lunes, diciembre 14

Nueva Nadia: Capítulo 3, parte 5

Nadia miró a través de la ventana, ociosamente, y vio algo que captó su atención. Un gato delgado y gris había saltado a lo alto del alféizar y las observaba tranquilamente con sus ojos añiles. Con una sonrisa, la joven se puso de rodillas en la silla y abrió un resquicio de la ventana para que el animal entrara al interior, acompañado de una ráfaga de aire helado.

- Nadia, ¿qué haces...?- preguntó Mielle.
- ¡Mira! Es Iluna.

La gata se subió a lo alto de la silla que quedaba libre y, apoyando las patas delanteras en el borde la mesa, extendió el cuello para meter el hocico en el vaso de leche que Nadia no había querido beberse. Mielle la contempló con reprobación.

- No debería hacer eso. Si la ve el posadero puede que no le guste...
- Iluna.- dijo Nadia, con firmeza.- Deja de hacer el tonto y compórtate.

La gata le dedicó un gruñido ahogado antes de que su silueta resplandeciera con un cegador brillo púrpura. Cuando la luz desapareció, la rastreadora apareció sentada y cruzada de piernas, relamiéndose la huella blanca que la leche le había dejado encima del labio superior. Su expresión era neutra.

- Buenos días.
- ¿Dónde has estado?- le preguntó Nadia, inmediatamente.- No has venido a dormir a la posada.
- Ya. Estuve cerciorándome de que no había ningún enemigo en los alrededores y no hay ni rastro de la presencia de los vaheri.
- ¿Y eso te llevó toda la noche?- repuso la muchacha.

Iluna la miró con enfado.

- ¿Hubieras preferido hacerlo tú, listilla?
- Por favor, no alcéis la voz.- pidió Mielle, intranquila.- No pasa nada. No hay vaheri cerca, y eso es lo importante.
- Exactamente.- coincidió la rastreadora.
- Iluna... ¿sabes si los soldados han vuelto ya a la ciudad?
- No han regresado.- respondió, de nuevo de forma neutra.
- ¿Hay algo que no nos estás contando?- inquirió Nadia.

De nuevo, la mujer la miró con el ceño fruncido y cara de pocos amigos. Mielle no sabía quién parecía de peor humor, si la ninpou o su nueva amiga.

- Eres demasiado perceptiva, pequeña.- bufó Iluna.- Sí. Sé algo, pero no es agradable.
- Desembucha.- ordenó Nadia, con un nudo en la garganta.

Temía las palabras de Iluna. Temía que pudiera decir que Aldren estaba muerto, o que su vida corría peligro inminente... temía que el desastre ocasionado por los vaheri fuera irremediable. Pero prefería saber lo que había sucedido a permanecer más tiempo en la ignorancia.
La mujer resopló.

- De acuerdo.- aceptó. Miró a Mielle disimuladamente.- Medité... sobre lo que ambas me pedísteis anoche y se me ocurrió una idea. No pensaba abandonar la ciudad, pero tenía a mi disposición otras fuentes de información.
- ¿Cuáles?
- Soy una ninpou.- les recordó, encogiéndose de hombros.- Puedo invocar bestias.
- Yo creía que sólo podíais invocar bestias míticas...- murmuró Mielle.
- Sí, pero eso es extremadamente complicado. Y además, me temo que he perdido algo de práctica. Mi poder se ha oxidado un poco, después de los años que me he pasado vigilando a Nadia.- añadió, con una extraña sonrisa maternal.
- Lo siento.- dijo ella, de forma automática.
- No tienes porqué disculparte. Desde luego, fue muy, muy entretenido.- su sonrisa se evaporó y sus rasgos adoptaron expresión de gravedad.- La cuestión es... que invoqué a algunos de los animales del bosque de Taltha que me dijeron lo que había pasado.
- ¿Y...?- preguntó Mielle, con tono estrangulado.
- Muy pocos lograron escapar. Al no encontrar lo que buscaban, los vaheri lo pagaron con los que habitaban el fuerte... Muchos fueron asesinados. Los menos consiguieron huir, y los soldados están buscándolos en estos momentos. Lo siento... Mielle.

Mielle abrió mucho los ojos y durante un fugaz instante, dio la impresión de que se iba a echar a reír debido a la expresión de incredulidad en su rostro. Palideció y unas lágrimas descendieron desde sus pestañas a sus mejillas, mientras cerraba los ojos con un jadeo angustiado. Nadia se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración y que era incapaz de apartar la vista de su amiga. El hecho de que Aldren pudiera haber muerto la golpeó como un mazazo, privándola de cualquier pensamiento o sentimiento. De forma casi automática, rodeó los hombros de Mielle con sus brazos en un intento por consolarla, o por consolarse a sí misma, pero sabía que nada de lo que hiciera o dijera podría aliviar el sufrimiento que ambas compartían en aquel momento. Iluna las contemplaba con una mirada compasiva.

- Nadia, ¿qué tal si vas a comprobar cómo se encuentra nuestro caballo?- sugirió.

La joven sabía que era una excusa, pero asintió con la cabeza y salió de la posada sintiéndose vacía... como una marioneta. Bajó las escaleras y se dirigió a los establos de forma inconsciente. Por fortuna, no habían nadie en los alrededores. Se cobijó en el interior del edificio y contempló el cielo blanco al mismo tiempo que reprimía las ganas de echarse a llorar.

No sólo se trataba de Aldren, sino de toda aquella gente que había muerto injustamente. No los conocía, pero se sentía responsable de lo que había sucedido. No estaba segura, pero creía adivinar que los vaheri la buscaban a ella. ¿Era culpa suya? ¿Era culpa suya que todas aquellas personas hubieran muerto, que Mielle se hubiera quedado sin hogar y sin aquellos a los que consideraba su familia? La mera posibilidad de que así fuera hizo que le flaquearan las rodillas y que se pusiera a temblar. Podía sentir claramente el peso de todas aquellas vidas masacradas sobre sus hombros... y se trataba de un peso abrumador. Apretó los dientes y los puños cuando la imagen de Aldren volvió a cruzar su mente. No sabía... no entendía porqué, pero sabía que entre ellos existía una importante conexión. Él estaba bajo su responsabilidad, de forma extrañamente íntima.

Oyó unos pasos y súbitamente alguien entró en el establo, haciéndola saltar y ahogar un grito, sobresaltada y con el corazón latiéndole muy deprisa. Era un hombre alto, enfundado en una larga y tupida capa marrón, que llevaba un pañuelo negro que le tapaba la boca. Alzó las manos, despacio.

- Lo siento mucho. No pretendía asustarte.
- No pasa nada...
- Tranquila. Sólo quería hacerte una pregunta. ¿Podrías indicarme el camino a la Plaza Mayor?
- Perdone, pero yo no soy de aquí. No sé cómo ir.

Debido a la oscuridad y a que el hombre llevaba la cara medio tapada, Nadia no pudo ver su expresión. Aún así sintió un estremecimiento mientras él la miraba y luego creyó verlo sonreír.

- No importa. Muchas gracias de todas formas.

Nadia se limitó a hacer un gesto con la cabeza y el desconocido se dio la vuelta y se marchó del establo. La muchacha se asomó y lo vio salir de la posada, cruzando el portón de hierro al otro lado del patio de grava. Y mientras lo observaba sintió una extraña sensación de desasosiego en su interior. Finalmente suspiró, se limpió las lágrimas en sus ojos, y volvió a entrar en la posada.

domingo, diciembre 13

Nueva Nadia: Capítulo 3, parte 4

Nadia se despertó al sentir un dolor agudo en las espinillas. Intentó girarse para aliviarlo, pero algo pesado sobre sus piernas se lo impedía. Molesta, levantó la cabeza y descubrió a Mielle aún sentada sobre la silla, dormida a los pies de su cama. Volvió a hundir la cabeza en la almohada y a cerrar los ojos, respirando lentamente, para incorporarse otra vez al cabo de un minuto. Sacudió a la joven por los hombros, pero ésta no dio signos de enterarse de nada.

- Mielle.- la llamó.- ¡Mielle!

Mielle dio un respingo y se despertó con los ojos como platos mientras su mano volaba veloz a la empuñadura de su espada. Aquel movimiento le provocó una mueca de dolor.

- Tranquila, soy yo.- dijo Nadia.

Mielle asintió imperceptiblemente. Tenía los ojos enrojecidos y el cabello revuelto. Parecía muy cansada.

- ¿Qué hacías ahí?
- Estuve esperando a Iluna.- contestó ella.- Pero debí quedarme dormida.- Mielle echó un vistazo a la habitación; no había rastro de Iluna por ninguna parte.- ¿Habrá venido en algún momento o habrá pasado la noche fuera?
- Ni idea, pero eso es asunto suyo.

Nadia estiró el cuello para atisbar a través de la ventana de la estancia. El cielo, brillante y pálido, no le daba muchas pistas de la hora que era.

- Creo que se los ha hecho un poco tarde.- comentó Mielle, siguiendo su mirada.

Se puso en pie, se alisó la falda del vestido y se peinó la melena rizada con los dedos. Observó a Nadia de forma inquisitiva.

- ¿Qué quieres hacer?

Un rugido de su estómago contestó por ella. La historia sobre los vaheri que Mielle le había contado anoche y todo el cansancio acumulado por la huida del fuerte habían podido con ella y la habían obligado a dormirse sin probar bocado. Estaba increíblemente hambrienta.

- Pues no sé tú, pero yo por lo menos me estoy muriendo de hambre.- fingió pensar un instante.- ¿Qué tal si bajamos a desayunar?

Mielle rió alegremente, olvidándose un poco de la desgracia ocurrida recientemente y de la verdadera identidad de Nadia. La ayudó a salir de la cama y después, como tenía por costumbre hacer debido a su trabajo de doncella, quiso ayudarla a vestirse. Sin embargo ella negó con la cabeza.

- Ni se te ocurra. No eres mi criada, y ni siquiera eres mi asistente médico, sino mi amiga. Y aparte de eso, no soy nadie importante, por lo que no tienes que servirme. Es más, puedo hacerlo perfectamente yo solita, así que es algo estúpido. E incómodo.

Mielle la contempló con una mezcla de perplejidad y admiración y acabó por sonreír otra vez. Aquel trato que Nadia le dispensaba, cálido y completamente informal y desenfadado, le resultaba sorprendente y agradable. Se preguntó si aquella fachada de ironía y buen humor escondía miedo, y se dijo así misma que aunque así fuera... el simple hecho de intentar poner buena cara y sonreír demostraba un gran valor.

Después de que Nadia se vistiera bajaron a la sala común de la posada para desayunar. Ocuparon una mesa cerca de una ventana, a través de la cual se veía la actividad reinante en el patio del complejo, donde los mozos iban y venían de un lado a otro obedeciendo las órdenes de sus superiores. Poco después de que se sentaran apareció un hombre calvo y regordete con un delantal de cuadros en torno a su cintura, que se aproximó a ellas con una afable sonrisa en los labios.

- ¡Buenos días, pequeñas damas!- saludó con alegría.- ¿Han pasado una buena noche?
- Muy buena, gracias.- contestó Mielle con cortesía.- Por fortuna no sabrá usted si anoche llegó a la posada una mujer joven de cabello corto y gris, ¿verdad?
- No he visto a nadie que responda a esa descripción, lo lamento mucho. ¿Se trata de alguna amiga vuestra?
- Sí, señor.
- ¡Bueno, no debéis preocuparos! Taltha es una ciudad tranquila.

Nadia se mordió el labio, pero no dijo nada. Los vaheri habían atacado el fuerte del Hechicero no muy lejos de allí, así que... ¿que les podría impedir llegar también hasta Taltha? Afortunadamente, la conversación dio paso al menú del desayuno y después de tomar nota mental, el posadero se alejó hacia las cocinas silbando suavemente para sí.

El desayuno era muy distinto a lo que Nadia solía tomar en su mundo, y no fue totalmente de su agrado. Consistía en una jarra de leche caliente, pero sola. Sin ni siquiera un poco de azúcar. Nadia la miró con los labios fruncidos en una mueca de asco y tras olisquearla, la apartó con disimulo hacia un lado.

- ¿Qué te pasa? ¿No te gusta?
- Aquí no sabréis lo que es el polvo de cacao... ¿verdad?- inquirió Nadia.
- ¿El qué?
- Nada, no importa.- respondió ella con amargura.

Lo siguiente fue una enorme bandeja de tostadas de pan recién horneado con deliciosa mermelada de frutas. Nadia, que no había sido nunca una fanática de las tostadas, las devoró con ansiedad y pidió una tanda más. El era dorado y crujiente y la mermelada cremosa y sabía a fruta de verdad. Una vez saciada y satisfecha se inclinó hacia atrás con un suspiro de felicidad.

miércoles, diciembre 9

Para Stefano

Este relato se lo dedico a mi amigo Stefano, que me dio las tres palabras y la idea que han inspirado el relato.
Raro - Sucio - Infinito


¿Cómo he llegado hasta aquí y qué ha sido de los sueños que en un primer momento me empujaron a dar aquel salto al vacío?
Arriesgué y triunfé. Disfruté del subidón de adrenalina que proporciona la caída libre y al tocar suelo me di cuenta de que no había sido en vano. No tenía el éxito al alcance de mi mano... sino que lo sostenía en mi puño cerrado. Fue la mejor experiencia de mi vida.
Sin embargo... la ilusión y el disfrute por el disfrute dio paso al veneno de la fama y del dinero. Las monedas y los fans compraron mi alma, y ahora ya no estoy muy seguro de cuánto me queda de ella y en qué estado se encuentra.
Soñaba con crear una música diferente, que fuera infinita, que estremeciera al mundo y que conmoviera en el interior. O al menos, que me conmoviera a mí mismo. Ponía todo mi ser en cada nota que tocaban mis dedos y cantaba como si aquellas fueran las últimas palabras que mis labios pudieran pronunciar. ¿Qué pasó con todas aquellas intenciones? ¿En qué punto del camino se derrumbaron sus cimientos?
El público no me correspondía. Consideraban que mi música era extraña... demasiado rara para resultar atractiva. Primero concedí ciertos privilegios a mi mánager y más tarde estuve dispuesto a hacer algunos cambios en mi ideología musical. Aquello me aportó adeptos y por consiguiente, más dinero y reconocimiento. Y... me dejé seducir.
Podía conseguir cualquier cosa que desease. Ropa, casas, cualquier tipo de compañía, cualquier destino en el mundo estaba a mi alcance y podía permitirme cualquier capricho por muy caro y descabellado que fuese. Pero el dinero no es infinito, y siempre me veía en la obligación de ceder a las demandas del mercado musical para ganar más. Y así, poco a poco, mi objetivo perdió su forma original y se convirtió en una sucia quimera que no me pertenecía.
Ahora, cuando me miro al espejo, no me reconozco.

Encendí un cigarillo, guardé el mechero en el bolsillo y eché a andar calle abajo. El sol se ponía detrás de los altos rascacielos de Madrid, manchando el cielo y las nubes de un intenso color carmesí. Había elegido un barrio poco transitado de la capital español como escenario para mi solitario paseo nocturno antes del concierto. Incluso allí, en las paredes y en las torretas para la publicidad, había pósters y anuncios de mi actuación, prevista aquella noche a las diez. Mi propia imagen, junto con los compañeros de mi grupo, me devolvía la mirada desde las cuerdas de mi bajo. Aprecié que no salía demasiado favorecido en aquella imagen. El sudor cayéndome por la frente, la piel pálida y las ojeras bajo los ojos me daban el aspecto de un espectro.
Pensándolo bien... ¿no era cierto? Desde luego me sentía más como un fantasma que como un individuo vivo.
Doblé una esquina y me encontré de frente con un mendigo tirado en el suelo. Estaba sentado sobre un montón de periódicos viejos y rotos. Tenía una botella de vino barato, vacía, al lado y una manta áspera sobre su cuerpo casi esquelético. El pelo, enmarañado y sucio, le caía a mechones sobre la frente tapándole los ojos. Tenía una guitarra española en mano y con sus dedos escuálidos le arrancaba a sus cuerdas una melodía extraña y delicada.
Me quedé paralizado al escucharlo tocar. No era ningún portento y tampoco tenía especial talento para la música, pero... su canción tenía algo insólito. Una especie de pureza límpida y deshinbida que me hizo sentir una inmediata punzada de envidia. Aquel vagabundo tocaba únicamente para sí mismo sin importarle lo que la gente pensara de él y eso hacía que su música fuera completamente única.
El mendigo levantó la cabeza entonces y me miró. Sus ojos, sucios y legañosos, me observaron con indiferencia y resignación. Reflejaban una pena infinita imposible de describir con palabras. Dejó de tocar y extendió hacia mí una gorra gris y raída, con ademán suplicante.

- Por favor... una limosna, por favor...- rogó.

No lo entendí, así que balbuceé una torpe disculpa antes de girarme y darle la espalda.

- Sorry, I don't understand you and I can't help you.

Hubo silencio por unos segundos mientras me alejaba de aquel lugar, pero al poco tiempo la canción se reanudó de nuevo.
¿Cuándo había perdido yo mi pureza? ¿Cómo podía recuperar el alma que le había vendido al diablo?

jueves, diciembre 3

Nueva Nadia: Capítulo 3, parte 3

La posada era un edificio de dos plantas, construido en bloques de piedra gris, a la que se accedía por un alto portón de hierro que daba a un patio cuadrado donde dos jóvenes ataviados con capas marrones se afanaban para quitar la nieve del suelo. La puerta principal tintineó alegremente cuando Mielle la empujó para entrar en la sala común, una estancia muy espaciosa. Tenía las paredes revestidas con paneles de madera y decoradas por una colección de sencillos y hermosos tapices en tonos cálidos. Una chimenea donde ardía un agradable fuego y los braseros prendidos en las esquinas convertían la habitación en un lugar caliente y seco. Había unas cuantas mesas dispersas a lo largo de la sala, pero todas estaban vacías. El aspecto acogedor y familiar sorprendió a Nadia, quién no esperaba aquel contraste en comparación con la apariencia triste del exterior del edificio.

La muchacha se quedó muy cerca de la puerta mientras Mielle se acercaba al mostrador, donde una mujer rolliza de mejillas sonrosadas y pelo recogido las observaba con afabilidad. De repente se sintió exahusta; sólo quería quitarse aquella ropa mojada y meterse en una cama para dormir. Antes de que se diera cuenta, Mielle le había cogido la mano y tiraba de ellas escaleras arriba.

La habitación era amplia y tenía tres camas, cubiertas con mantas a cuadros, dispuestas en fila. Al lado de la ventana, por la cual se veían los tejados nevados de la ciudad, había una mesa redonda y pequeña con dos sillas, un armario y varias estanterías. Mielle, tras observar la estancia con una mirada aprobatoria, se acercó a la chimenea y la encendió. Después ordenó a Nadia que se metiera en la cama; la joven estaba tan cansada que ni siquiera rechistó y obedeció con prontitud. Dobló la almohada, apoyó la espalda en ella y cerró los ojos durante unos minutos. Mielle se quitó la capa, la colgó de un perchero que había tras la puerta y salió un momento al pasillo. Tras una breve conversación regresó y se sentó a los pies de la cama de Nadia, quien abrió los ojos y miró a su amiga con fijeza. Se sintió como una niña pequeña a la que iban a contar un cuento antes de dormir.

- ¿Con quién has hablado?
- Le he pedido a la doncella que nos traiga algo de cena y agua caliente. Quiero preparte una infusión de hierbas .
- Gracias, Mielle.- dijo con una sonrisa. Se cruzó de brazos y se inclinó ligeramente hacia delante.- Y ahora háblame de los vaheri.
- Está bien.- accedió ella, echándose el cabello rizado detrás de las orejas.- Pero primero tengo que contarte algunas cosas sobre Nerume, para que entiendas la situación. Nuestro mundo está compuesto por diez tronos, que en la lengua antigua significa "tierras bajo mando". Hay más aparte de lo que hoy por hoy conocemos, pero son tierras lejanas a las que nadie ha viajado jamás. Se dicen que son territorios sagrados, pertenecientes a los dioses, y nadie se ha atrevido a explorarlas. Los diez tronos son Ebaím, Ihaus, Ulime, Iralia, Banule, Ohaizi, Nedera, Turmín, Eneme y Gimile. Cada trono está consagrado a un dios del panteón. Nosotros, los ebaímenos, rendimos culto al dios Írtaco.
- ¿Adorar a distintos dioses no es problemático?- preguntó Nadia, con el ceño fruncido.
- No, porque se trata de una misma religión.
- Ah, vale.
- También existen los Gobiernos Isleños, que son independientes y se dedican casi exclusivamente al comercio. Son Bríada, Vass, el Archipiélago de Derian y el de Nissbet. Su población es una mezcolanza muy heterogénea.

Nadia asintió, para hacerle ver que seguía sin problemas sus explicaciones.

- Generalmente, los tronos conviven en paz. Existen problemas, disputas, y guerras, pero siempre debido a asuntos humanos y no divinos. Hay un Organismo muy poderoso llamado el Consejo de los Diez, gracias al cual se resuelven la mayoría de los conflictos. Durante mucho tiempo... las cosas fueron así. Pero ocurrió algo que mucha gente creía impensable hasta aquel momento: un grupo de gente se sublevó en contra de la religión del Panteón y proclamó una nueva a la que llamaron Dualidad. La Dualidad rechazaba la existencia de los dioses y anunciaban la de dos nuevos: Vaahr y Rhava. Estas personas se nombraron a sí mismos "vaheri". Se celebró Consejo y se intentó sofocar la herejía, pero sin éxito. Los vaheri huyeron y durante un tiempo no se supo nada de ellos. Se pensó que se habrían cansado, que habrían muerto o entrado en razón, pero no fue así y los vaheri regresaron... siendo muchos más y estando mucho mejor preparados para luchar. La mayoría de los proscritos de cada trono se había unido a ellos y los había nutrido de individuos... por lo que se convirtieron en un pueblo independiente que declaró la guerra a la religión del Panteón y a los tronos. Los vaheri, por tanto, son nuestros enemigos.
- ¿En qué más se basa la Dualidad?
- Los vaheri piensan que Vaahr representa la feminidad, el poder de la creación y el lado bondadoso de la naturaleza, mientras que Rhava representa lo opuesto: lo masculino, la destrucción y lo maligno. Consideran que al igual que es natural que existan cosas buenas, también ven con buenos ojos los malos actos. No creen en la moral y no hacen distinción ninguna entre el bien y el mal. Eso los hace peligrosos.
- Entonces... ¿estáis en guerra?
- Exactamente. Desde hace mucho tiempo ya.
- Pero... ¿los vaheri son muchos? ¿Tienen... algún trono o... ciudad?
- No lo sabemos.- dijo Mielle, agachando un poco la cabeza.- Desconocemos muchas cosas sobre ellos.
- En mi mundo también hay guerras ocasionadas por la religión.- dijo Nadia con amargura.
- ¿Cuál es tu religión?- preguntó Mielle con curiosidad.
- Se llama cristianismo, y es una religión bastante popular. Mucha gente pertenece a ella. Se basa en la creencia de un Dios Todopoderoso que lo ve y lo sabe todo. Se supone que él creó el mundo, a los hombres, los animales, es él que da y quita la vida, está en todos sitios y ama a sus hijos, pero en cambio la Iglesia comete grandes injusticias en nombre de Dios.
- Por la forma en la que hablas no parece que le tengas mucha simpatía a tu dios.- opinó Mielle con suavidad.
- No creo en él.- respondió Nadia, casi desafiante.

Llegado a ese punto, Mielle creyó prudente abandonar aquel tema de conversación.

Unos minutos después, una joven con un vestido gris y la cabeza cubierta por un pañuelo blanco entró en la habitación y depositó sobre la mesa platos humeantes y una olla de hierro que dejó sobre el fuego. Mientras Mielle se levantaba para vigilar el agua, Nadia volvió a cerrar los ojos. No se sentía con ánimos de preguntar nada más. ¿Una guerra? No sólo estaba en un mundo peligroso y desconocido para ella, sino también implicada en una guerra. Se estremeció. De repente, el recuerdo de Aldren asaltó su mente y volvió a experimentar aquella sensación de ansiedad. Se revolvió entre las mantas y abrió los ojos para observar a Mielle. La muchacha había retirado la olla del fuego tras echar un poco de su contenido en un vaso de madera y ahora terminaba de machacar unas hojas de olor penetrante que también vertió en el vaso, junto con el contenido de un sobre marrón que espolvoreó por encima. Lo cogió con ambas manos y se lo ofreció a Nadia, quien lo olisqueó con reticencia antes de probarlo. Después del primer sorbo sintió un escalofrío que le hizo fruncir el entrecejo.

- ¡Está malísimo! ¿Por qué tiene que tener un sabor tan asqueroso?
- No es culpa mía que las medicinas sepan así.- se defendió ella.- Bébetelo rápido y no protestes.

Nadia se tapó la nariz y se lo bebió todo sin una sola pausa. Al terminar sacó la lengua con expresión de repulsión y Mielle disimuló una sonrisa.

- Ahora intenta dormir.- le recomendó, mientras la arropaba cuidadosamente.

Nadia suspiró y se hizo un ovillo bajo las mantas, sintiéndose una extraña en aquella cama que no era la suya. Súbitamente, un poderoso sentimiento de soledad hizo que se estremeciera de miedo. Allí, en aquella cama, en otro mundo, en medio de una guerra... sin nadie a quien recurrir... estaba sola. ¿Y... si no sobrevivía? Angustiada, quiso abrir los ojos, pero algo más fuerte que sus temores se lo impedía. El sueño la atrapaba entre sus garras sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

Justo antes de quedarse dormida, Nadia pensó que tenía ganas de llorar.

Nueva Nadia: Capítulo 3, parte 2

Conforme el día transcurría las nubes del cielo se espesaron todavía más hasta cubrir por completo cualquier hueco azul, adquiriendo un color oscuro. La luz existente tenía una tonalidad gris y mortecina, y el viento arreció, tornándose más frío e insoportable. Bajo aquel panorama, la ciudad de Taltha ofrecía un aspecto sombrío y desamparado. Era tan pequeña que a Nadia le resultó difícil identificarla con su propio concepto de ciudad: estaba rodeada por una sólida muralla de piedra no demasiado alta y en sus almenas brillaban unas débiles luces titilantes. Detrás de los muros se podían apreciar los tejados de algunos de los edificios más altos y las columnas de humo que escapaban de las chimeneas y se mezclaban con el gris del cielo encapotado. Taltha parecía un lugar bastante tétrico y casi desierto.

La nieve había sido parcialmente retirada de la puerta principal que daba acceso a la ciudad. Junto a la entrada había una caseta de piedra a través de cuyas ventanas se veía un resplandor ambarino. Alguien, en el exterior, montaba guardia silenciosamente. Llevaba un casco metálico, una cota de malla y aferraba una lanza en el puño con los nudillos blancos. Su respiración se convertía en una nube de vaho alrededor de su nariz y boca. Cuando las vio acercarse alzó el arma y las hizo detenerse.

- ¡Alto!- exclamó.- ¿Quiénes sois y a qué venís?

Nadia entrecerró los ojos para ver mejor. Se trataba de un hombre joven, de piel pálida y barba oscura cubriendo su pronunciado mentón.

- Sorwel, soy yo... Mielle.
- ¡Dioses benditos, Mielle!- sonrió él, con entusiasmo.- ¡Hace mucho que no te veíamos por aquí? Has crecido mucho. ¿Cómo está...?
- Tengo noticias importantes y urgentes.- le interrumpió ella, bruscamente.- El fuerte del señor Irio ha sido atacado por los vaheri. Su aprendiz se quedó defendiéndolo y nosotras pudimos escapar, pero no sabemos qué habrá pasado...
- ¿Los vaheri, dices?- repitió el llamado Sorwel con gravedad.- Avisaré de inmediato al hacásar para que reúna al ejército y organice las defensas.
- Mil gracias, Sorwel.

Sorwel asintió con un gruñido e hizo un gesto a sus hombres para que abrieran las puertas. Mielle tiró de las riendas del caballo y lo condujo a al interior de la ciudad siguiendo un camino adoquinado y cubierto de nieve sucia.

Al doblar la primera esquina avistaron a Iluna, de pie y con la espalda apoyada sobre una pared de piedra, aguardándolas mientras se observaba las uñas con expresión aburrida. Alzó la cabeza y bostezó perezosamente. A pesar de su aspecto despreocupado Nadia advirtió que sus ojos permanecían alertas. La rastreadora sacó de un bolsillo una bolsita de cuero que tintineaba alegremente y la sopesó varias veces en sus manos con aire jugetón antes de lanzársela a Mielle, que la atrapó al vuelo.

- Al final de esta calle hay una posada bastante decente. Nos alojaremos allí.
- La conozco.- dijo Mielle.
- Mejor que mejor.
- Iluna... - murmuró Nadia. La mujer la miró.- ¿Puedo pedirte algo?
- ¿Qué?- inquirió la rastreadora, con cautela.
- Me gustaría que fueras al fuerte... a investigar lo que ha pasado. A... ayudar a Aldren, porque seguramente necesitará ayuda.

Mielle asintió efusivamente. Pero Iluna negó con vehemencia.

- Lo siento, no puedo hacerlo.
- ¿Por qué no?- preguntó Nadia, desilusionada.
- Mi misión es protegerte.- dijo.- No voy a abandonarte. Lamento mucho lo de Aldren... pero tú eres mi prioridad.
- ¡Por favor!- suplicó Nadia, con los dientes apretados.- Puedes transformarte en pájaro e ir y volver rápidamente. No tardarías nada.
- He dicho que no y lo mantengo, así que deja de insistir.- replicó la mujer con un tono que no dejaba lugar a más protestas.

Nadia se sintió furiosa. Apretó los nudillos con rabia. Se sentía impotente... y culpable por lo que había sucedido en el fuerte del Hechicero Irio y no podía hacer nada al respecto excepto sentarse a esperar la llegada de las malas noticias.

- Id a la posada.- repitió.- Mielle, Nadia sigue enferma, así que dejo en tus manos su reposo. Yo iré a dar una vuelta de reconocimiento, así que no me esperéis despiertas. Cenad y dormid; ambas lo necesitáis.

Y sin más preámbulos echó a andar calle abajo hasta perderse entre las sombras. Nadia, con las mejillas sonrojadas debido al enfado, se volvió a Mielle a tiempo para verla disimular la expresión triste de sus ojos dorados.

- Iluna tiene razón, Nadia.- dijo, intentando sonar de forma positiva.- El hacásar mandará a sus guerreros, no hay necesidad de que ella nos abandone a nosotras. Aldren se sacrificó para que pudiéramos huir... y eso no habrá servido de nada si nos exponemos a peligros innesarios, ¿verdad? Además, no estás curada del todo y tienes que reponer fuerzas. Comer algo caliente y descansar.
- Es sólo que me siento... mal. Como si todo fuera culpa mía.- Mielle se mordió un labio.- Y no entiendo nada.- insistió.- No sé porqué estoy aquí, ni quienes son esos vaheri...
- Bueno...- dijo Mielle, vacilante.- Lo de los vaheri sí puedo explicártelo.
- ¿En serio?
- Sí.- respondió con una sonrisa.- Pero tienes que prometerme que vas a descansar.
- Ya decía yo que la información no me iba a salir gratis...

miércoles, diciembre 2

Nueva Nadia: Capítulo 3, parte 1

Nadia sintió que alguien la zarandeaba suavemente, despertándola. Se aovilló más aún sobre sí misma y escondió la nariz debajo de la manta; estaba cansada y quería seguir durmiendo.

- Buenos días.

La voz de Mielle llegó acompañada de otro apretón de hombros, un tanto más insistente. Nadia gruñó y entreabrió los ojos. Miró por encima de la manta y vio los restos de la fogata de la noche anterior y el campamento recogido. Mielle estaba a su lado, observándola desde arriba. Su respiración se convertía en vaho al salir de su nariz y boca.

- Venga, tenemos que irnos.- la urgió.

A regañadientes, se puso en pie. Se abrazó a sí misma para intentar calentarse un poco, pero fue inútil. No sólo estaba helada de pies a cabeza sino que además le dolía cada músculo de su cuerpo. Y nunca habría dicho que tenía tantos. Los dientes empezaron a castañearle.

- Toma.- dijo Mielle, dándole otra manta y ayudándola a ponérsela por encima. Luego miró al caballo de forma calculadora.- ¿Quieres montar delante tú hoy?
- De acuerdo.- contestó ella, con la esperanza de que el asiento delantero fuera algo más cómodo que el de atrás.

Mielle la ayudó a subir y con algo menos de dificultad que la vez anterior, montó sobre el animal. Éste echó hacia atrás las orejas y relinchó suavemente, pero no se movió. La joven subió tras ella y tomó las riendas para dirigir al animal lejos del bosquecillo.

Las nubes que habían cubierto el cielo el día anterior estaban algo más dispersas aquella mañana y a través de ellas se podía entrever el pálido cielo del amanecer. A pesar de que el sol no era visible, una extraña luz cuya procedencia Nadia fue incapaz de localizar iluminaba el radiante manto de nieve inmaculada que se extendía delante de ellas.

- ¿Dónde está Iluna?- preguntó con voz ronca.
- Ahí arriba.- respondió Mielle, señalando al cielo.

Sobre sus cabezas, un ave oscura de grandes alas volaba en círculos. Nadia sonrió.

- La prefiero en forma de gata, pero así también está guay.
- ¿Guay?- repitió Mielle.
- Chulo.
- ¿Chulo?
- Hmm... genial. Cuando algo te gusta y piensas "¡vaya, es genial!", eso significa guay.
- Y chulo.- dedujo Mielle.
- Eso, y chulo también.
- Qué complicado.

Hacía mucho frío, el aire era cortante como un cuchillo y era difícil de respirar. Nadia se estremeció, aún llevando dos mantas de lana y una capa forrada de piel. Los pies le dolían, tenía las botas encharcadas.

- ¿Cuánto falta para llegar? Necesito llegar a un lugar caliente cuanto antes... a este paso no tardaré mucho en congelarme del todo.
- Aún quedan un par de horas.
- ¿Un par de horas?- se quejó Nadia.
- No es mucho.
- ¿Qué no es mucho, dices?- gimió.- Tengo mucha hambre.- añadió con un lloriqueo.
- Pues tendrás que esperar.

Ambas guardaron silencio. Iluna seguía volando encima de ellas, siguiéndolas de cerca. El amodorramiento de Nadia había desaparecido por completo y se sentía despierta, aunque no por ellos menos dolorida. Las imágenes de la noche anterior volvieron a su mente, atormentándola con su violencia. Tembló al recordar a Aldren y sintió que el corazón le latía en la garganta. Alzó los ojos al cielo en una muda súplica, rogando que estuviera bien. Una poderosa ansiedad se apoderó de ella y se removió inquieta en el caballo. Tenía ganas de salir corriendo.

- ¿Tú conoces Taltha?- preguntó Nadia, más por hablar y distraerse que por verdadero interés.
- Muy bien. Nací allí.
- ¿Ah, sí?
- Mi padre era comerciante, y vivíamos en una casa pequeña y modesta en la ciudad. Sin embargo... llegaron malos tiempos para el negocio y entre unas cosas y otras mi padre se vio obligado a abandonar su profesión. Nos marchamos de Taltha y fuimos al bosque, donde mi padre empezó a ganarse la vida como leñador. El hechicero Irio nos compraba leña y substíamos gracias a ello. Un invierno muy frío... hizo que mis padres enfermaran y murieran a los pocos meses. Yo tenía diez años entonces. El señor Irio me acogió en el fuerte y me dio trabajo.

Mielle había contado su triste historia con voz calma. Y el hecho de que aceptara como normales las tragedias que le había tocado vivir sólo hizo que Nadia se sintiera más apenada todavía.

- Lo siento mucho, Mielle.- dijo con voz ahogada.
- No importa.- dijo ella con una sonrisa.- Son cosas que suceden, la vida es dura. El señor Irio siempre ha cuidado muy bien de mí y nunca he tenido nada de qué quejarme.- hizo una breve pausa y luego preguntó con timidez.- ¿Cómo se llama la ciudad en la que vives?
- Granada.- contestó ella.- Es una ciudad pequeña, pero a mí me gusta mucho.- afirmó con orgullo.- Tiene cosas bonitas, y nunca he sentido la necesidad de vivir en otro lugar.
- ¿Vivías con tu familia?
- Sí, con mis padres y mi hermano mayor. Aunque suelo quedarme sola bastante a menudo. A mis padres ahora les ha dado por viajar... y mi hermano a veces está un mes sin aparecer por casa.

Mientras continuaban la cabalgata hasta Taltha, las dos muchachas se confiaron sus vivencias mutuamente. Nadia le explicaba cosas de su mundo a la asombrada de Mielle, que no podía dar crédito a las palabras de su nueva amiga, mientras que la doncella le revelaba los secretos de aquel mundo desconocido llamado Nerume. De esa forma Nadia consiguió librarse de sus preocupaciones y las dos horas que Mielle había predicho se le hicieron sorprendentemente cortas.