miércoles, abril 3

Brujería moderna

El coche se detuvo y los faros, que iluminaban los árboles a su alrededor, se apagaron acompañados del ronroneo quejumbroso del motor. La luna, plena sobre el cielo, arrojaba su resplandor plateado sobre el claro que se abría por delante del vehículo, proyectando sombras líquidas y movedizas que jugaban encima de la tierra húmeda. Las dos puertas delanteras y una trasera se abrieron al mismo tiempo y tres chicas salieron del coche, con linternas en mano.
- Joder, está todo embarrado.
Se oyó una risa.
- ¿Y qué esperabas? Ha llovido durante toda la semana.
- Pues algo de humedad, pero no este fango asqueroso...
- Tu amor por la naturaleza es un poco cuestionable.
- Simplemente no me gusta mancharme, ¿tan difícil es de entender?
Una de ellas abrió el maletero y dejó la linterna encendida en su interior. La luz destacó la desnudez de su cuerpo una vez que se hubo quitado la ropa con rapidez, antes de soltarse el pelo moreno que llevaba recogido en una trenza que le llegaba a mitad de la espalda.
- Menos mal que ya empieza a remitir el frío.
Las otras dos se acercaron y la imitaron. Guardaron la ropa en el maletero y sacaron de allí una mochila y un par de bolsas de plástico que se repartieron entre las tres de camino al claro del bosque frente al que habían aparcado el automóvil.
- De verdad, qué ascazo.- murmuró entre dientes la más bajita, enseñándoles a las demás uno de sus pies lleno de barro y hojas mojadas.
- Para ya de quejarte.- le reprendió la que se había agachado en el suelo junto a la mochila, con el pelo rojo y corto.- Vamos a terminar rápido y nos marchamos, que luego he quedado y no quiero llegar tarde.
La morena silbó y sonrió.
- Vaya... ¿con quién has quedado? Espera, que te ayudo.
Entre ambas colocaron tres velas de cera blanca en disposición triangular, mientras que la última se afanaba en apilar troncos de leña seca que sacó de una bolsa de plástico en el centro. De repente, la morena soltó un chillido de sorpresa.
- ¿Qué es esto?
La pelirroja echó un vistazo de reojo.
- Pues parece un sonajero.
- ¡Sí! ¿Y qué haces tú con un sonajero?
- Ya sabes... esas veces en las que dices "eh, venga, vamos a hacer locuras" y te vas a una de esas orgías rituales mágicas a principios de la primavera, a follar con el primero que te dice que una vez vio un duende, pero luego no te baja la regla y al final, nueve meses después... Pues en fin...
- No, venga, ya en serio. ¿De dónde lo has sacado?
- Estoy sacándome un dinerillo extra cuidando a los críos de mi vecina. Me lo he debido traer sin querer.
- ¿Y qué tenéis en contra de las orgías rituales?- preguntó la bajita a la defensiva, mientras ponía papel de periódico sobre los troncos ya colocados.- A veces conoces a gente bastante agradable...
- ¿Es que acaso has estado alguna en una?- inquirió la pelirroja, acusadoramente.
- No, claro que no... una amiga me contó...
- ¡Sí que has estado!
- ¡Una borrachera mala la tiene cualquiera, ¿vale?!
- Sí, como la del último San Juan... ¿te acuerdas, Nuria?
- Olvidarse de aquello sería un pecado mortal.- rió la morena, a carcajada limpia.
La bajita, mohína, se irguió con gesto amenazador. Chasqueó los dedos y el papel encima de la madera comenzó a arder de inmediato. Cada una de las brujas cogió una vela, cerró los ojos y aguardó en silencio. En cuanto el fuego se avivó y las llamas alcanzaron altura, una por una se acercaron a la hoguera y encendieron sus velas antes de volver a dejarlas en la posición inicial.
- Esta vez será mejor que hagamos el ritual primero.- dijo la pelirroja, cogiendo un caldero metálico que puso encima del fuego.- Recordad lo que pasó la última vez.
- Si no recuerdo mal, Nuria, fuiste tú la que la lió parda el mes pasado.- repuso la bajita, señalando a la morena.- Te empeñaste en celebrar antes y al final hiciste todos los hechizos mal, borracha como una perra.
- Sí, es verdad.- admitió la chica.- Pero no me podéis negar que fue muy divertido.
Las tres se sonrieron con malicia.
La bajita sacó una bolsita de tela de la mochila, y una vez que el caldero estuvo lleno de agua fue echando algunas hierbas y flores.
- Te has saltado el polvo de cuarzo, Cecilia.- le dijo la pelirroja, observándola.
- ¿Qué? No, no me lo he saltado.
- Sí lo has hecho.
- No, mira... está de color azul, ¿ves?
- Eso es un azul un poco relativo...
- Que se lo he echado, coño.
- Lo que tú digas, cabezota. Pero si la semana que viene te das cuenta de que no ha servido de nada, no me eches a mí la culpa.
Cecilia la fulminó con la mirada antes de echar un polvo blanquecino sobre el caldero, solo por si acaso.
Cuando hubo terminado y devuelto la bolsa a la mochila, las tres se reunieron alrededor de la fogata con trozos de papel doblado en los puños de sus manos.
- Las bendiciones primero.- dijo Nuria.- Sara, empieza tú.
La pelirroja desdobló el papel y leyó en voz alta.
- Sobre el campo, las nubes se alejan. Brillará el sol. Para Adela.- y tiró un papel.- Te encontrará la infancia mañana, en el despertar. Para Ainara.- tiró otro.
- Oh, Madre. Cuida su camino.- dijeron las tres al unísono.
Nuria entonces se adelantó y leyó también.
- Miradas ciegas, en mitad de un bar, se encontrarán. Para Felipe.- el papel desapareció dentro del caldero.
 - ¿Y ya está?- preguntó Cecilia, tras un minuto de silencio.
- Sí, he tenido una semana ocupada y no he podido estar muy pendiente del vecindario. Te toca.
- Oh, Madre. Cuida su camino.- volvieron a entonar.
- Volverás a sentir el calor añorado. Solo persiste. Para Irene.- dijo después Cecilia.
- ¿Ya has terminado?- inquirió Sara.- ¿Podemos celebrar?
- No. También tengo una maldición...
Tanto la pelirroja como la morena alzaron las cejas. Ella se encogió de hombros.
- No soporto a vecina de abajo. Es una zorra sin corazón. Quiero que se vaya del bloque.
- También puedes alejarla dándole una bendición...
- No, lo siento. No se lo merece. Necesita un escarmiento.- sacó otro papel doblado y leyó.- Mala fortuna te perseguirá hasta que cambies tu ser. Para Claudia.
- Oh, Madre. Vigila su camino.
Y tras unos minutos más sin decir nada, Cecilia se inclinó junto al caldero y se acercó a la mochila para sacar tres copas de cristal del interior de una caja. Las tres las llenaron con el contenido del caldero y las alzaron hacia la luna.
- ¡Chin chin!
Brindaron, bebieron y sonrieron. Guardaron las copas y sacaron de las bolsas de plástico tres botellas de calimocho. Las levantaron en el aire y volvieron a brindar. Sara sacó de la mochila un mp4 y unos altavoces, que conectó y dejó encima de una piedra. La música inundó el claro y las brujas bailaron a su son, a la luz de la luna.
- ¿No puedo ir a por los calcetines, por favor?
- ¡¡No!!

[Imagen por Christine-Muraton]

Tormenta

Es difícil disipar las sombras. Han tomado posesión de nuestro mundo, han crecido fortificadas a nuestro alrededor sin que nos diéramos cuenta y ahora amenazan con robarnos la luz y el aire. Muchos son los que esconden la cabeza, y muchos también los que encuentran el miedo reflejado en ojos ajenos. ¿Qué podemos esperar? No somos los descendientes de los especímenes más fuertes de nuestra raza, sino de los cobardes que huyeron o de los malvados que jugaron sucio para sobrevivir. Somos los herederos de un legado decadente, de una moral decapitada, de la corrupción, de un corazón y espíritu débiles. Tememos que las sombras nos ahoguen y que se nos cuelen en la cama por las noches, de que nos hagan llorar sin saber el motivo. Sombras que, aunque muchos no lo saben, han sido alimentadas por nuestra propia inmundicia.
Yo me limito a aguardar a la tormenta. Ansío ver las nubes acercarse, a la espera de truenos, deseo ver el cielo arder por un segundo y anhelo limpiarme por fin de esta sensación de decepción permanente.
Quizás después de la tormenta, las nubes se lleven consigo las sombras y consiga cazar un fugaz rayo de sol.
A mí esa esperanza me mantiene a flote, pero sé que el resto del mundo necesita algo más para liberarse de la oscuridad que lo oprime.

[Imagen por One-For-Scarlet]