jueves, mayo 27

IASADE -13-

- ¿Ves? Te lo advertí. ¿No me escuchas cuando te hablo o es que tu memoria tiene muy poca retención?

Amiss lo observó con inquina desde lo alto del árbol, pero aquello sólo hizo que la sonrisa del Ángel se hiciera todavía más amplia.

- ¿Estás seguro de que eres un Ángel?- le preguntó con acritud.

Ael se miró las blancas alas extendidas fingiéndose pensativo. Las agitó, como si quisiera cerciorarse de que eran reales.

- Sí, creo que sí. Al menos lo parezco, ¿no crees?

Amiss gruñó como única respuesta. Los Sabios no sólo la habían castigado imponiéndole la tarea imposible de los Mediadores sino que además se habían reído de ella dándole como guía a un ángel malicioso y burlón. Ael, que la contemplaba desde el aire, dejó escapar una carcajada al sentir su indignación.

Sí, la transformación al estado de alma etérea le otorgaba un maravilloso equilibrio, el don de la invisibilidad y el sigilo e incluso la dotaba de habilidades tales como la rapidez, la fluidez y sinuosidad..., pero eso no la curaba del todo de su torpeza ni tampoco suprimía sus despistes. Era cierto que Ael le había advertido que debía de controlar el tiempo que le quedaba de transformación y tenerlo presente en todo momento, pero... se le había olvidado completamente. El misterio acerca de la posible identidad de la persona a quien Sara dedicaba sus oraciones la había hecho pensar y reflexionar. Tan profundamente que, ensimismada en sus cavilaciones, no se había acordado para nada del reloj.

Había trepado al árbol que crecía frente a la ventana de Sara sin ningún tipo de dificultad. Agarrándose a una rama, luego a otra, y así sucesivamente, apoyando los pies en el tronco áspero de olor a resina, entre el follaje verde. Se había acomodado entre dos gruesas ramas con forma de tirachinas y se había dejado acariciar por las hojas que se agitaban juguetonas por el aire. Y así había perdido la cuenta de los minutos. Ahora se sentía pesada y torpe. Si le había resultado fácil subir, tal vez no fuera tan difícil bajar... Con demasiada confianza en sí misma, Amiss había repetido el proceso de ascenso a la inversa, olvidándose de que ya no era un alma etérea y ligera.

Un crujido, una rama partida y un traspié que la hizo caer le volvieron a recordar que aquel tipo de peripecias nunca se le habían dado bien. Había gritado sin poder evitarlo y se había aferrado al tronco del árbol muerta de miedo y sintiendo que las manos le ardían. Ael, obviamente, no había acudido en su ayuda. Entre risas y bromas se limitaba a volar a su alrededor señalando uno a uno sus defectos y escatimando en consejos.

Estaba atardeciendo y el pequeño parque que había detrás del edificio de Sara empezaba a llenarse de gente. Personas que sacaban de paseo a sus perros, parejas abrazadas que reían, niños que correteaban con su pandilla de amigos ideando travesuras... Pronto alguien se acercaría al árbol del que colgaba y la vería. Puso un pie en el tronco e hizo fuerza para sujetarse, pero se resbaló y la rama de la que pendía crujió y se dobló amenazadoramente bajo su peso.

- Yo que tú me dejaría caer. No estás tan lejos del suelo y además, al final quieras o no, te vas a terminar cayendo.
- Gracias por los ánimos.- masculló Amiss.

Comenzó a balancearse levemente, con la intención de saltar y aferrarse al tronco para dejarse caer lentamente. Sabía que no sentiría daño, o al menos no un daño real: sólo una sombra de dolor, apenas una caricia ardiente. Pero aún así... Calculó la distancia y se terminó de dar impulso. Se meció una última vez, se soltó, y...

- ¿Lara?- la llamó desde abajo una voz conocida, extrañada.

miércoles, mayo 26

IASADE -12-

Lara Pena Rivas.

Los apellidos los había sacado del periódico que un señor mayor, fumando en pipa, leía en la pequeña terraza de una cafetería mientras bebía con parsimonia un té verde de olor penetrante, enfundado en un caro traje de color café claro. Después de demorarse unos segundos observándolo con atención, voló por encima de los edificios saltando de chimenea en chimenea con la envidiable agilidad que le concedía aquel privilegiado estado etéreo e ingrávido.

Ael la retó a una carrera de regreso al colegio de Sara y Amiss aceptó, deseosa de poner sus recién adquiridas habilidades a prueba. El Ángel era sublime; con las alas recogidas para incrementar el dinamismo de sus movimientos, parecía un leve rayo de luz blanca deslizándose con elegancia y sigilo, apenas un rumor de plumas al cortar el aire como una daga afilada. Amiss estuvo a punto de igualarlo en una recta en la que ambos forzaron su velocidad al máximo, mientras que el mundo no era más que una mancha sin color ni forma definida a ambos lados de su visión. Pero Ael era demasiado escurridizo y ella perdía cualquier clase de ventaja que pudiera tener cuando viraba, saltaba o descendía en una hermosa y arriesgada pirueta.

El reloj de la farmacia vecina marcaba las dos y treinta y un minuto cuando la sirena tocó por última vez para anunciar la finalización de las clases. A la puerta del colegio aguardaban padres, hermanos mayores, abuelos y tíos, y en la carretera los coches se pitaban unos a otros, peleándose a toque de bocina por un hueco más próximo a la entrada. El portón se abrió y niños y niñas salieron entre gritos jubilosos, atropellándose y adelantándose para ser de los primeros en escapar del edificio. Amiss, de pie sobre el punto más alto de la puerta, vigilaba atentamente a la espera de localizar a Sara.

La niña fue de las últimas en salir, arrastrando los pies y con su desteñida mochila, más gris que azul, colgando de sus hombros por sólo una asa. Amiss la observó bajar las escaleras de la puerta principal y dirigirse al paso de peatones de la calle a la izquierda, sola, con ambas manos escondidas en los anchos bolsillos del pantalón. Cruzó cuando el semáforo se hubo puesto en verde y siguió caminando, a la sombra de los edificios, hasta llegar a una esquina donde giró a la derecha. Se paró en el portal de un bloque de apartamentos de color ocre pálido y sucio, abrió la mochila y sacó un llavero. Abrió la puerta, que chirrió un poco, y entró. Amiss se coló dentro a través de la pequeña rendija existente antes de que la puerta se cerrara, como una nube de humo. La siguió escaleras arriba hasta llegar a la segunda planta y entró con ella en el piso.

- Ten cuidado.- dijo entonces Ael, detrás de su oreja.- Tienes que vigilar cuánto tiempo te queda en estado de alma. Si no lo controlas puedes verte metida en un buen lío. Di tú que te queden dos minutos... y cuando vuelvas de nuevo al estado de apariencia humana te encuentras en la habitación de tu usuario justo en frente de él.
- Vale.- asintió ella, tras comprobar el tiempo que le quedaba.

Sara había gritado un hola al entrar en la casa que nadie le contestó. La niña dejó la mochila arrumbada en el sofá del comedor y atravesó el pasillo directa al cuarto de baño. Se lavó las manos bajo el grifo, convirtiendo el agua limpia en líquido de color marrón al limpiarse la suciedad. Después de secárselas se dirigió a la cocina. Era una habitación estrecha y llena de humo, en la que un hombre bajito y ligeramente encorvado freía unos filetes de lomo en una sartén. Sara se acercó al hombre y le dio un beso en la mejilla. Éste sonrió al verla.

- Avísame cuando esté lista la comida, ¿vale, papá?- le dijo ella, casi a gritos.

El hombre asintió mansamente y le dio la espalda para proseguir con su tarea. Sara lo dejó a solas y se metió en su cuarto, una habitación pequeña y cuadrada con las paredes escondidas tras estanterías llenas de libros. Había una cama muy cerca de la ventana y un escritorio donde se amontonaban las libretas y los papeles. Justo bajo la ventana había una urna de cerámica verde, sobre un altar de madera desvencijada que tenía una vela blanca.

La niña sacó una bolsita de canicas del bolsillo del pantalón y la colocó junto a la urna. Cogió una caja de cerillas y encendió una con la que prendió la mecha de la vela, tras lo que se sentó en la silla frente al altar y apoyó los codos sobre la mesa con las manos juntas en posición de oración.

- Ya te las he traído de vuelta.- susurró.

domingo, mayo 23

IASADE -11-

Cuando la sirena que indicaba el final del recreo tocó, Sara se levantó del suelo y se sacudió el trasero del pantalón con torpeza. Hizo una pelota con la bolsa de plástico, ya vacía sin las magdalenas, y la lanzó hábilmente a una papelera un tanto alejada, colándola dentro. Miró a Amiss una vez más con aquellos ojos de animal receloso que no le había quitado de encima en ningún momento.

- Bueno... pues adiós.
- Hasta mañana.- le dijo ella, sonriéndole y despidiéndola también con un gesto de la mano.

Sara le dio la espalda y se mezcló con los demás niños que, como un torrente desordenado, entraron de nuevo en el colegio para proseguir las clases. Amiss los observó sin saber si debía unirse a ellos o no, pero finalmente y con un paso vacilante se adelantó cuando uno de los profesores, que llevaba un silbato entorno al cuello, la señaló y le hizo un gesto con la mano. Fue entonces cuando Ael la cogió de la mano y la abrazó repentinamente, envolviéndola con sus alas blancas. Demasiado sorprendida como para reaccionar, cuando se apartó del ángel apenas si se dio cuenta de que ya no estaba dentro del patio del colegio, sino en una callejuela lateral, desierta.

- Tengo que explicarte otra cosa.- dijo Ael.- El distintivo que te di y que sirve para comunicarte conmigo y para advertir a otros Mediadores de quién eres, tiene otro tipo de utilidad. Puede transformarte de nuevo en un alma invisible a ojos de los vivos.
- ¿Cómo la primera vez que estuve aquí?
- Sí. Pero atención... no es algo de lo que se deba abusar. Las transiciones duran dos horas y son limitadas. Dispones únicamente de cuatro al día, así que elige bien cuando te conviene hacer uso de ellas y cuando no. Por ejemplo, yo te recomendaría transformarte cuando tu usuario abandone el colegio y se dirija a su casa, para averiguar donde vive sin ser vista.
- Entiendo.- asintió Amiss, acariciando el borde frío del broche con los dedos.
- No lo has hecho del todo mal, para ser tu primer contacto con un ser humano.- observó el Ángel.- Pero no te confíes. Tienes que construir una historia sólida sobre la identidad que te has forjado, y seguirla tanto como te sea posible sin levantar sospechas.

Amiss volvió a asentir. Recostó la espalda en la pared del edificio que tenía detrás y se llevó las manos al estómago. Le estaba empezando a doler y se sentía desagradablemente extraña. Ael sonrió de forma perversa y Amiss se preguntó si realmente sería cierto aquello de que sólo las almas más puras y libres de maldad podían convertirse en Ángeles.

- Te advertí. Aunque tu aspecto para ellos sea el de un ser vivo, no lo eres. Eres un alma. No necesitas alimentarte ni descansar. Si ingieres algún tipo de comida... tu sistema lo rechazará. Y eso te hará sentir mal.
- Me podrías haber advertido antes de no tener más remedio que comerme aquella cosa.- le espetó ella, con reproche.- ¿Cuánto tarda en desaparecer?
- Una hora aproximadamente.
- Genial.

El Ángel rió y le dio la mano. Eso, en cierto modo, la hizo sentir un poco mejor sin saber muy bien porqué.

- Mientras, ¿qué tal si me vas contando quién es Lara? Necesitas un apellido también. ¿Se te ocurre alguna cosa?

viernes, mayo 21

Nueva Nadia: Capítulo 12, parte 5

El sueño parecía no querer dejarla escapar de sus garras, pues se aferraba a ella con uñas y dientes, hundiéndola en las tinieblas. Le resultó tremendamente difícil despegar los párpados y al lograrlo, por unos minutos se sintió completamente en blanco, sin saber quién era ni dónde se encontraba.

Estaba sola en la amplia cama que había compartido con Mielle, cuyas sábanas estaban aún calientes. Un rayo de luz solar atravesaba la alta ventana, iluminando las volátiles motas de polvo que inundaban la desvencijada habitación y encendiéndolas con una llamarada de luz. El polvo danzaba, se movía, desapareciendo en las sombras. Se sentía inquieta, emocionada, a la espera de que algo importante sucediera y al mismo tiempo, también un tanto triste sin saber exactamente el motivo. Un crujido hizo que levantara la cabeza y a través de la rendija entreabierta de la puerta distinguió unos inconfundibles ojos dorados.

- Te he visto.- dijo en voz alta, sentándose en la cama.

Mielle entró en la habitación con una sonrisita culpable y cerró la puerta a sus espaldas. Llevaba un vestido de color crema, llevaba el cabello suelto sobre los hombros y parecía de un inmejorable buen humor.

- Buenos días. ¿Qué tal has dormido?
- Bien, ¿pero a ti qué te pasa? ¿Por qué estás tan contenta?- preguntó, recelosa.
- Hoy es el Día del Descendimiento, el Paso del Año. Se celebra el primer día de anel y es la festividad más importante del año.
- ¿El primer día de anel?
- Sí, es el primer mes de la primavera. Toma, éste es mi regalo para ti. Lo he hecho yo misma.

Mielle le entregó una tabla circular de madera pintada a mano. Se asemejaba a una diana, pues tenía un círculo concéntrico del que partían trece líneas que la dividían en trece triángulos idénticos. En cada uno de ellos había un nombre escrito en tinta negra sobre un dibujo correspondiente a diferentes épocas del año. Eran bastante precisos, de collores vivos. Buscó anel, sobre la imagen de un árbol con brotes nuevos y observó con atención el resto de los meses del año. Empezando por la derecha, tras anel estaban prinea y miira, que completaban la primavera. El verano estaba compuesto por reho, fuime, aele, judhem e ivrit, el otoño por cabril, trereo y diral y el invierno por senibre e inure. Nadia levantó la cabeza para encontrarse con los expectantes ojos de su amiga.

- Muchas gracias, Mielle... me gusta mucho. Pero yo no tengo nada para ti... si me hubierais dicho que...
- No tienes que relagarme nada.- repuso ella, negando con un gesto.- Y si no te dijimos nada fue porque pretendíamos darte una sorpresa... Todos se han levantado temprano para prepararlo.
- ¿En serio?

Mielle asintió, satisfecha.

- Vístete y baja. No tardes.

Nada más abandonar Mielle la habitación, Nadia se puso en pie de un salto, repentinamente feliz. Se puso un vestido de lana suave y azul que le llegaba a las rodillas y se calzó las botas de piel, tras lo cual se miró en un espejo viejo y sucio arrinconado en una esquina para arreglarse el pelo con los dedos. Sin embargo se detuvo en seco al fijarse con atención en la imagen que el espejo agrietado le devolvía. Por un segundo apenas si se reconoció; aquella no era la misma Nadia atolondrada e irresponsable que había llegado a Nerume ya tiempo atrás, muerta de miedo. En sus ojos había anidado una seriedad y resolución que antes no estaban allí, y le pareció también que aparentaba un par de años más. Inevitablemente recordó a la familia y amigos que había dejado atrás, su hogar y su vida, y se sintió asaltada por una profunda tristeza que le provocó un nudo ardiente en la garganta. Apartó la vista con brusquedad y salió rápidamente de la estancia.

lunes, mayo 17

IASADE -10-

Se escondió a medias detrás del tronco del pino y esperó, vigilando atentamente a cada niño que salía del edificio.

Eran muchos, y se reunían en grupos antes de dispersarse por el patio para tomar posiciones junto a sus lugares preferidos, en actitud desafiante frente aquellos que pretendían invadir un territorio ya ocupado. Charlaban animadamente mientras empezaban a devorar sus aperitivos de media mañana o se dedicaban a jugar al pilla-pilla, al baloncesto o al fútbol, entre otras cosas. Sara fue de las últimas en hacer acto de presencia. La chiquilla iba sola, arrastrando los pies y con la cabeza gacha. Pese a que llevaba un vestido naranja, conservaba las zapatillas de deporte, que sin embargo ya no estaban manchadas de barro. Unas pequeñas vendas le tapaban las heridas de las rodillas. Se cobijó bajo la sombra de un pino, tan solitario como ella misma, y se sentó en el suelo con la espalda apoyada en el tronco, en una pose muy poco digna y femenina. De la bolsa que llevaba en la mano sacó una magdalena a la que pegó un mordisco antes de dirigir una mirada hosca a su alrededor. En ese instante Amiss se arrepintió de haberla elegido como usuario; la niña, sin duda, también parecía problemática. Ael sonrió con suficiencia.

Con el ceño fruncido y tras coger aire, Amiss abandonó su propio pino y se adentró en la caótica multitud de niños y niñas, más adolescentes revolucionados. Aunque nadie le prestó atención, tuvo ciertas dificultades para llegar hasta Sara: un chaval de unos quince años le pisó un pie y ni siquiera se disculpó, una pelota le pasó peligrosamente cerca de la cabeza raspándole una oreja y una bola de papel de aluminio, a cuyo lanzador no consiguió localizar, le golpeó en la nuca. Pero tras empujar sin miramientos a un chico un par de años mayor que ella (o mayor de la edad que aparentaba tener), logró abrirse paso y llegar hasta el árbol bajo el que Sara, cabizbaja, se terminaba su magdalena.

Ael no dejaba de sonreír a sus espaldas y eso la ponía nerviosa. Se giró para dedicarle una mirada de reproche, pero el Ángel se limitó a carraspear y a señalar hacia delante. Al volverse descubrió que Sara la estaba observando con la desconfianza claramente reflejada en sus ojos marrones. Amiss intentó que la voz no le temblara al hablar.

- Hola.- dijo, con un tono que pretendía ser amistoso.
- ¿Quién eres?- preguntó la niña, secamente.

La hostilidad de Sara no la descolocó, pues ya había contado con ello. Frunció el ceño.

- Me llamo Lara. Pero podrías ser un poco más simpática y decir hola tú también, ¿no? ¿Estás enfadada? Aunque lo estés no deberías pagarlo así con alguien que no te ha hecho nada.

Pero si esperaba hacerla sentir culpable, se equivocó completamente. Sara endureció los ojos y apretó los labios.

- A ti no te importa si estoy enfadada o no. ¿Qué quieres?
- Eres un poco borde, por lo que veo.- repuso Amiss, sentándose en el suelo frente a la niña.- No quiero nada. Te vi sola, y como yo lo estoy también, pensé que podíamos ser amigas. No me has dicho cómo te llamas tú.
- Me llamo Sara.
- Vaya.- Amiss intentó una sonrisa.- Nuestros nombres se parecen. Lara y Sara. Tal vez eso sea una señal de que podemos llevarnos bien.
- No me suelo llevar bien con los demás.- repuso ella, apartando la vista.
- Tal vez...
- ¿Has dicho que tú también estás sola?- la interrumpió Sara, sin mirarla.
- Sí.
- ¿Por qué?
- Soy nueva en el colegio y no conozco a nadie.

Entonces la niña la miró, y Amiss observó con satisfacción que parte del rechazo que anidaba en sus ojos se había suavizado un tanto.

- ¿En qué clase estás?

Amiss había hecho sus deberes y sabía que Sara estaba en quinto curso. Así que mintió.

- Estoy en sexto.
- Entonces eres un año mayor que yo.
- Eso parece.

Ambas se quedaron en silencio y durante ese tiempo, Amiss se sintió desnuda bajo el escrutinio visual que Sara le dedicó. Lo aguantó estoicamente y sin decir una sola palabra, mientras se retorcía las manos con disimulo. Necesitaba ganarse su aprobación si quería llegar hasta la niña y conocerla bien para poder cumplir alguna de sus Ilusiones. Tras unos minutos que se le hicieron eternos, Sara volvió a hablar.

- ¿No tienes merienda?
- No... me la dejé en casa.
- ¿Quieres una magdalena?
- ¿Me darías una?- se sorprendió.

Sin decir nada, Sara cogió una magdalena de la bolsa y se la tendió. Amiss la cogió, vacilante. No sabía si podía ingerir alimentos o no, o cuales serían las consecuencias. A su lado, Ael se carcajeó.

- Come. Quedarías muy mal si no lo hicieras. Aunque... luego es posible que te sientas un poco extraña. En futuras ocasiones, evita este tipo de situación. Te advierto que no será agradable.

viernes, mayo 14

Beyond the mirror

Welcome, come in.

Are you a lost wanderer? Or an eternal dreamer? Are you possessed by your own imagination? Do you believe in what there is beyond tangible things? Do you trust what your eyes cannot see? If the answer is yes, this is your place.

Please, sit down and let us share our fire with you. I see that you have stories in your lips and invisible ink stains in the palm of your hands. I can feel your beating spirit inside your soul, under that grey jacket. A fairy put that flower behind your ear. Yes, she's just over your shoulder. See? What a pretty little thing you have there. I'm sure her scent is as sweet as this blue rose.

What? Names are not so important here, but if you're asking me, I'm Mirror. We're not going to ask you any payment for accepting you among us... but we thank a good story just as anyone else. I'll give you a cup of hot wine and a slice of honey bread. Look at the stars... they glow stronger this night. I bet they're waiting your tale, too. And can you hear the crickets? They'll sing an appropriate song as accompaniment to your words.

Yeah. Good boy. I'm all ears, kid. Begin now.

***

Bienvenido, pasa.

¿Eres un vagabundo perdido? ¿Un soñador eterno? ¿Estás poseído por tu propia imaginación? ¿Crees en lo que hay más allá de las cosas tangibles? ¿Confías en aquello que tus ojos no pueden ver? Si la respuesta es sí, éste es tu lugar.

Por favor, siéntate y déjanos compartir nuestro fuego contigo. Veo que tienes historias en los labios y manchas de tinta invisible en la palma de tus manos. Puedo sentir el espíriu latiente dentro de tu alma, debajo de esa chaqueta gris. Un hada puso esa flor detrás de tu oreja. Sí, está justo encima de tu hombro. ¿Ves? Vaya cosita preciosa que tienes ahí. Seguro que su aroma es tan dulce como el de esta rosa azul.

¿Qué? Los nombres no son tan importantes aquí, pero si me preguntas, me llamo Espejo. No te vamos a pedir ningún pago por aceptarte entre nosotros... pero agradecemos una buena historia tanto como cualquiera. Te daré una taza de vino caliente y una rebanada de pan de miel. Mira las estrellas... esta noche brillan con más fuerza. Apuesto a que también están esperando tu cuento. ¿Y puedes oír a los grillos? Cantarán una canción apropiada que sirva de acompañamiento a tus palabras.

Sí, buen chico. Soy todo oídos. Empieza ya.

IASADE -9-

El nerviosismo le pesaba en las piernas, haciéndolas parecer de hierro, rígidas y torpes. A veces tenía que sacudir las manos, porque le daba la sensación de que los dedos se le estaban quedando dormidos, mientras miraba temerosa a su alrededor. Al contrario que la primera vez que había visitado el mundo de los vivos, no era invisible; la gente reparaba en ella, y aunque la mayoría de las personas no le dedicaba un segundo vistazo, más de uno se fijó en ella con atención. Amiss bajó la mirada y agachó a la cabeza, rogando que no le dirigieran la palabra. Ael sonreía, divertido y burlón, ante su miedo. Caminaba a su lado pero se mantenía en silencio, limitándose a observar.

Se detuvo frente al paso de peatones a la espera de que el semáforo se pusiera en verde para cruzar. Delante de ella los coches pasaban a gran velocidad como manchas de colores borrosos y la multitud se agolpaba junto al paso de cebra, empujándola sin querer y amenazando con pisarla. Amiss se encogió tanto como pudo y aguardó con impaciencia a que el rojo diese el alto a los vehículos. En la siguiente acera, un hombre sentado en un taburete de madera pintaba un cuadro sobre un lienzo del que apenas quedaba ya un trozo del blanco original. Con una mano sostenía una paleta llena de mezclas y con la otra movía delicadamente el pincel, superponiendo unos colores a otros. Era una acuarela del puerto de la ciudad, que mostraba un muelle y unos barcos pequeños meciéndose en el mar oscuro y tranquilo. La luz del dibujo era escasa y clara, lo que hacía pensar que la escena estaba situada en el amanecer. Una neblina difusa flotaba sobre el calmo océano, emborronando sutilmente el paisaje. Era una obra de gran precisión, teniendo en cuenta que el pintor no tenía delante aquello que estaba dibujando. Amiss se quedó embobada mirando cómo el trazado del pincel daba vida a aquella hermosa realidad paralela.

- Recuerda tu objetivo.- le dijo entonces Ael al oído.

A regañadientes, Amiss asintió y se apartó del hombre para seguir con su camino. En el reloj de una farmacia vio que eran ya las once y cinco, por lo que apretó el paso para darse prisa. Dobló una esquina y el colegio apareció ante ella, expuesto al sol temporal que brillaba únicamente cuando las nubes se lo permitían. Se paró y tomó aire sin quitarle los ojos de encima. El Ángel se recostó en el capó de un coche gris metalizado y le sonrió de forma deslumbrante. Amiss masculló algo entre dientes y cruzó a todo correr hacia el edificio.

La parte trasera del colegio era un amplio patio con suelo de hormigón cercado por una alta verja de hierro pintado de negro y rodeado de altos pinos verdes y delgados, a cuyos pies yacían algunas piñas con las escamas rotas. Amiss estudió la verja con resignación y agarró los barrotes con fuerza al mismo tiempo que dejaba escapar un largo suspiro. Imploró a Ael con la mirada, en una muda súplica, pero el Ángel negó con la cabeza.

- Apáñatelas tú sola.

Amiss bufó y le dio la espalda. Se giró en derredor para cerciorarse de que nadie se fijaba en ella y después, haciendo fuerza con los brazos, puso un pie en la pared y se impulsó hacia arriba. Pero las manos le resbalaron y cayó, atraída por la fuerza de la gravedad. Rechinó los dientes y lo volvió a intentar de nuevo, con el mismo resultado. Probó a poner las manos más arriba y más abajo, a separar más los pies, incluso a tomar carrerilla antes de intentar trepar por la verja, todo en vano. A la sexta repetición, frustrada, dio una patada rabiosa al muro, atrayendo la mirada sorprendida de una anciana que pasaba por allí. En ese momento sonó la sirena del colegio que indicaba el comienzo del recreo: los niños no tardarían mucho en invadir el patio.

Desesperada, Amiss volvió a aferrarse a los barrotes y una vez más, intentó subir por la verja usando sus brazos y piernas. Pero se cayó de culo sobre la acera y las gafas especiales se deslizaron hasta quedar en precario equilibrio sobre la punta de su nariz. Los primeros chiquillos atravesaron las puertas, en grupos y alborozados. Amiss se puso en pie de un salto, se agarró de nuevo a la verja y...

- Para ya de hacer el ridículo, por favor.- le dijo Ael, desdeñoso, poniéndose a su lado.- Extiende los brazos.
- Pero...
- ¡Obedece!

Amiss le hizo caso. El Ángel la cogió por las muñecas y sin ningún esfuerzo, la elevó en el aire y la depositó al otro lado de la verja, sobre el suelo de hormigón recalentado por el sol, al lado de un pino que proyectaba una pequeña sombra que amparó en cierto modo su repentina y extraordinaria aparición. Ael chasqueó la lengua, molesto.

- Eres mucho más problemática de lo que pensaba.

jueves, mayo 13

IASADE -8-

Estaban dentro de un cubo de cristal azulado, que capturaba los brillos y los fragmentaba en pedazos diminutos. En el aire flotaba el leve rumor del agua, pero Amiss no veía ninguna fuente ni río a la vista. La habitación acristalada parecía levitar en mitad de la nada, rodeada por una espesa niebla impenetrable, blanca, que los aislaba de cualquier otra cosa que pudiera existir más allá. A Amiss le resultaba un poco triste, vacío y lejano, pero Ael silbaba entre dientes para sí mientras rebuscaba en una caja azul sobre la mesa.

Sacó unas gafas de cristales azules también y se las tendió, junto con una cadena plateada para el cuello que Amiss se abrochó sin que él le dijera nada. En más de una ocasión había visto a un Mediador, y sabía que todos ellos llevaban una cadena semejante, de eslabones gruesos y resplandecientes. Las gafas, sin embargo, no sabía para qué servían.

- Con esas gafas podrás ver muchas cosas que te serán útiles.- le explicó el Ángel.- Un Mediador ha de ser empático y conocer bien a su usuario, pero los humanos tienen muy arraigada la mala costumbre de mentir o de disfrazar sus sentimientos. Con esas gafas podrás distinguir si el usuario está haciendo referencia a Ilusiones, Aspiraciones, Sueños, Ambiciones, Deseos o Esperanzas. Las Ilusiones son amarillas, las Aspiraciones verdes, los Sueños morados, las Ambiciones rojas, los Deseos naranjas y las Esperanzas blancas.
- ¿Se les pone la cara de ese color?
- No.- negó, con cierta aspereza.- Ya lo verás. También, gracias a ellas, sabrás cuando alguien te está mintiendo o no. Y además, cuando te veas reflejada en un espejo podrás verte del mismo modo que te ven los vivos.

Amiss se las puso, pero al mirar a Ael no vio nada especial. El Ángel torció el gesto.

- Obviamente aquí no sirven de nada. La cadena es meramente un símbolo de quién eres, para que te reconozcan otros Mediadores y no se interpongan en tu tarea.
- ¿No me echarán una mano si tengo un problema?
- No. Ya te dije que el trabajo de un Mediador es un trabajo solitario.- Amiss apretó los labios, pero no hizo ningún comentario al respecto.- Intenta comportarte de acuerdo con la edad que aparentas y... nunca utilices el nombre de tu vida pasada. Invéntate cualquier otro.
- ¿Por qué me dices todo esto ahora? ¿No me vas a acompañar?
- Sí. Pero es que no me fío del todo y quiero que lo tengas bien claro.
- Ya te dije que soy torpe, no estúpida.

Ael se limitó a sonreír.

- Muy bien, pues eso es todo. ¿Tienes alguna duda más, o quieres hacer alguna cosa antes de volver de nuevo al mundo de los vivos?
- Hmmm... no. Bueno, sí. Sí tengo una pregunta.
- Dime.
- ¿Tú sabes porqué los Sabios me han nombrado Mediadora?
- No.- respondió el Ángel, con gesto inexpresivo.- No me corresponde a mí cuestionar las órdenes ni los motivos de los Sabios, y a ti mucho menos. ¿Tienes alguna pregunta que hacerme respecto a tu tarea?
- No.
- Pues... adelante, por favor.- dijo, haciendo un gesto galante con la mano para dejarla pasar, mientras sonreía de forma burlona.
- Eres un Ángel muy raro.- comentó ella, observándolo con desconfianza.
- Tú eres una Mediadora más extraña aún.
- Muy agudo.

Antes de salir del cubo de cristal, Ael le dio una última orden.

- Coge el broche que te di y acércatelo a los labios. Ahora di tu nombre y el de tu usuario.- cuando lo hubo hecho, sonrió con aprobación.- Yo sí tengo algo que preguntarte a ti.
- ¿El qué?
- ¿Qué te llevó a escoger a ese usuario?
- Tenía una canica muy bonita.

miércoles, mayo 12

IASADE -7-

Todos los niños le parecían iguales: pequeños, ruidosos, de atención fácil de distraer, curiosos y desobedientes. Durante las clases garabateaban ociosamente en sus libretas o se escribían mensajes secretos que se pasaban con disimulo unos a otros. Alguno hacía aviones de papel y otro había abierto su merienda de media mañana y se comía migas de pan, escudándose de la mirada del profesor con el libro de texto.

Amiss paseaba entre los pupitres sin ser vista, parándose a menudo para observar a los usuarios con más detenimiento, en busca de algún rasgo que le pareciera significativo a la hora de decidirse a elegir. Una vez probó a soplarle a un chico, que hacía una bola de papel para tirársela a su compañero de delante, detrás de la oreja. Pero el niño no dio señales de haber notado nada y siguió enfrascado en la fabricación de su arma. Las clases, en general, eran tranquilas. Algunos niños incluso se quedaban dormidos sobre sus mesas, mientras las voces de sus maestros sonaban arrulladoras en sus oídos. Amiss las visitó todas y cada una y después de terminar su inspección, resignada, volvió a comenzar de nuevo por la primera.

Aburrida, se sentó en el filo de una ventana abierta y contempló cómo la lección tenía lugar. La profesora, una mujer menuda y con cara aniñada, de rostro redondo y los azules, leía en voz alta una lista de nombres que sostenía en las manos. Los alumnos guardaron silencio mientras ella pronunciaba sus nombres uno a uno. Se agarró con las manos al alféizar y dejó caer hacia atrás, columpiándose suavemente. Desde el aula contigua se escuchaba a los niños cantando una canción en inglés, amortiguada por el rugido de los coches en el exterior del edificio. Dentro de la clase, oyó el chirriar de una silla contra el suelo.

Se trataba de una niña a la que ya había estudiado antes. Era alta para sus diez años, desgarbada y delgada. Tenía una corta melena castaña, que llevaba despeinada y echada detrás de las orejas. Vestía una camiseta azul que le quedaba un tanto holgada y unos pantalones cortos que delataban unas rodillas desolladas. Clavó la mirada en la profesora mientras daba vueltas a algo diminuto entre los dedos. Movida por la curiosidad, Amiss dio un salto y se aproximó a ella, por encima de los pupitres. Se agachó y entrecerró los ojos, en un intento por agudizar su vista y averiguar de qué se trataba.

- ¿Qué te ha pasado en la rodilla, Sara?- preguntó la maestra, observándola con severidad.
- Me he caído.- contestó la niña, con cierto deje de desafío en la voz.
- ¿Y cómo te has caído?

La niña hizo un mohín con los labios, evidentemente reacia a hablar. Las manos le temblaron y algo redondo y brillante cayó al suelo con un repiqueteo de cristal. Roja como un tomate, Sara se acuclilló con torpeza para recogerlo junto a la pata de la mesa y volverlo a esconder en un puño cerrado, pero Amiss ya había conseguido descubrir de qué se trataba. Una canica transparente con un remolino de colores anaranjados, rojos y violetas, semejante a una llama de fuego, encerrado en el interior. Con las mejillas encendidas, la niña sacudió la cabeza para apartarse el rebelde y largo flequillo de los ojos grisáceos.

- Sonia me empujó.
- ¿De verdad? Eso no es lo que me ha contado a mí. Dice que intentó apartarte para que no le pegaras y que luego tú la tiraste al suelo. Se ha dado con el bordillo en la frente y se ha partido una ceja.
- ¡Me quitó todas mis canicas!- estalló la niña, rabiosa.- No tenía ningún derecho a cogerlas y lo hizo. Y cuando se las pedí no me las quiso devolver.
- Eso no es razón para empujar a nadie, Sara. Las cosas se solucionan hablando y no con una pelea, creo que eso ya te lo he dicho en más de una ocasión. Hablaré con tu madre cuando venga a recogerte. Siéntate, vamos a comenzar la clase.

Con los dientes apretados, Sara volvió a sentarse. Miró un momento la canica que tenía en la mano y después la posó con delicadeza sobre la mesa para coger el bolígrafo y apuntar en la libreta lo que la profesora escribía en la pizarra. Amiss se quedó a su lado, mirándola con fijeza. Era zurda. Tenía una pulsera de hilo de colores en la muñeca derecha, y los codos raspados. Las heridas de la rodilla no eran muy graves, pero se había manchado las zapatillas de deporte de barro. Se mordisqueaba el labio inferior con los dientes mientras escribía. Y la canica era preciosa.

Se deslizó con habilidad entre las mesas del aula, salió por la ventana, se encaramó a la pared del edificio y trepó por él hasta llegar a lo más alto del tejado. El viento salino empujaba a las nubes, instándolas a competir y a adelantarse unas a otras. Amiss cogió el broche que le había dado el Ángel y se lo llevó a los labios.

- Ael.- susurró.

lunes, mayo 10

IASADE -6-

Podía ir a donde quisiera.

A cualquier lugar que se le antojase, porque nada estaba fuera de su alcance. Ni muros ni distancias, en otro momento insalvables, eran obstáculo alguno para ella, porque Ael tenía razón: tenía la consistencia de una sombra. Es decir... ninguna. De hecho, su consistencia era más ventajosa que la de una sombra, porque Amiss no proyectaba ningún reflejo oscuro cuando la luz se proyectaba sobre ella. Por el contrario era más semejante a un fantasma, silencioso e invisible a los ojos y oídos mortales de cualquier ser vivo. Podía atravesar paredes, saltar, trepar y escalar con una agilidad increíble que no parecía sujeta a las restricciones de su naturaleza torpe y patosa, y tal como había dicho el Ángel... incluso era capaz de volar. Si se dejaba, hasta el más leve soplo de aire podía levantarla en volandas y transportarla de un sitio a otro.

Pero Amiss no se engañaba a sí misma. Sabía que aquella libertad sin fronteras ni limitaciones de ningún tipo era algo meramente temporal, que terminaría cuando eligiera a su usuario. Entonces regresaría su problemática tendencia a meter la pata, junto con todas las responsabilidades que acarreaba el hecho de ser una Mediadora y ya no se sentiría tan afortunada. Ael, sin embargo, no le había impuesto ningún plazo para escoger y por unos minutos, Amiss fantaseó con la idea de excederlo indefinidamente, de quedarse allí y ser un fantasma libre, un alma errante... hasta que acabó sacudiendo la cabeza en un gesto negativo. No, no podía hacer eso, y tampoco estaba segura de desearlo de verdad. Era consciente de las consecuencias que implicaba para un alma el hecho de permanecer en el mundo de los vivos durante demasiado tiempo, y no quería padecerlas y acabar convertida en una cáscara vacía encadenada a un lugar por la pena y el sufrimiento.

Pero dejando de lado su exultante felicidad, se sentía decepcionada. A Coruña... el nombre, pronunciado por los labios de Ael, había tenido algún sentido y por unos segundos había acariciado la remota posibilidad de recordar algo de su vida anterior. Había estudiado la ciudad desde las alturas, observándola con atención e intentando encontrar algún tipo de pista, un lugar conocido o una cara familiar, sin éxito. No había ningún rastro en su memoria que pudiera seguir, no quedaba huella alguna de su pasado en su alma. Rememoró las normas que Falc, su breve mentor, le había enumerado: "No intentarás jamás buscar ningún vínculo de tu identidad pasada y si lo encuentras por azar, tienes prohibido cualquier interacción con él." Bueno... por eso no tenía que preocuparse.

Vio a la gente salir de sus casas para ir a trabajar. Coger el coche, o correr tras el autobús que se les escapaba dejando tras de sí una estela de humo sucio y gris. Vio cómo las madres abrochaban los últimos botones de los abrigos de sus hijos pequeños, a los que instaban a darse prisa para no llegar tarde al colegio. Observó a los jóvenes adolescentes caminar con las manos en los bolsillos y los auriculares en los oídos, prestó atención a los ancianos que bajaban a las cafeterías para desayunar mientras leían el periódico de la mañana y a las ancianas que acudían a las peluquerías para peinarse mientras intercambiaban chismorreos. A los limpiadores barriendo del suelo los envoltorios vacíos de chicle y cáscaras de pipa. A los obreros ajustándose bien los cascos protectores antes de aproximarse a la maquinaria. A los niños saludando con gritos jubilosos a sus compañeros de juegos antes de entrar en las aulas. Niños... Ael le había recomendado que escogiera a un infante como usuario y a ella no se le había pasado por la cabeza en ningún momento el hacer caso omiso a su sugerencia.

Decidió seguir a un padre que llevaba a dos niños pequeños, en un coche de color rojo brillante. Los infantes, calculó, deberían tener unos ocho o nueve años y eran mellizos: reían y se quitaban el uno al otro las respectivas bufandas, mientras que su padre, un hombre con cazadora vaquera, les regañaba con irritación. Sin esfuerzo, Amiss se encaramó al techo del vehículo y se agarró a la baca con las manos, sonriente cuando el aire le echó el cabello detrás de las orejas después de que el automóvil se pusiera en marcha.

El coche se detuvo en una calle atestada de vehículos ya aparcados, con el intermitente encendido. El hombre se bajó y abrió la puerta del asiento trasero, pidiéndoles a sus hijos con insistencia que salieran. Los niños obedecieron, aunque sin ninguna prisa; el juego había dado paso a la discusión y ambos se insultaban sin parar.

- ¡Parad ya y daos prisa, llegáis tarde!- exclamó el padre.- No quiero peleas, ¿me oís? Daos la mano para cruzar.- los niños lo ignoraron, demasiado ocupados dándose empujones. El padre resopló desesperado y los separó a ambos con los brazos.- ¡Daos la mano! Venga, vamos. ¡Hasta luego, sed buenos!

Aunque por su tono de voz no parecía que albergara demasiadas esperanzas al respecto. Los niños, de mala gana, se apretaron las manos quizá con más fuerza de la necesaria y cruzaron la calle a la carrera, de camino a un edificio alargado de tres plantas, de aspecto regio y antiguo con ventanas altas de color verde, en cuya puerta de entrada se congregaba una multitud creciente de padres, madres, hijos y profesores que colapsaba las calles cercanas. Amiss entrecerró los ojos, analizando a los bulliciosos infantes que se atropellaban para entrar en el colegio. Era hora de empezar la caza.

domingo, mayo 9

IASADE -5-

Una bandada de palomas grises y blancas alzó el vuelo cuando Ael aterrizó, con las alas plegadas, sobre la estructura metálica de una grúa inmóvil. La cadena que los unía desapareció y Amiss aprovechó para estirarse perezosamente y mover las articulaciones de su cuerpo etéreo, mientras sus pies descalzos intentaban no echar a perder el precario equilibrio que la mantenía sobre la barra de frío metal.

Desde allí podía contemplar la ciudad entera, de edificios claros, altos y delgados que disminuían en altura conforme la urbe discurría hacia la costa, extendiéndose y ramificándose como las raíces de un árbol, entre las rías que desembocaban en el intenso mar azul, moteado por un centenar de barcos que se mecían apaciblemente junto a los muelles del puerto. Aún no había amanecido, pero al sol no le quedaba mucho para despuntar y en la franja de cielo más próxima al horizonte el gris del alba daba paso al brillo rosáceo y dorado de la mañana. El viento, fuerte, arrastraba desde el mar el olor a sal y a agua, a pescado y a alquitrán, a arena mojada y roca. Su sentido del olfato también detectó otros tantos aromas, como el de humo, pan recién hecho, gasolina, café, cerveza, perfumes y hedores tan embriagadores algunos como insoportables otros. Los sonidos eran demasiados como para poder prestarle atención a todos, y en sus oídos sonaba como una música de melodía incomprensible pero arrolladora: a sus pies, A Coruña se despertaba y se desperezaba con un bostezo a través de la boca de las miles de personas que la habitaban.

Admirando todo aquello, Amiss experimentó una sensación muy cercana al éxtasis. El aire no entraba en sus pulmones y el oxígeno no hacía fluir la sangre a través de su oxidado y muerto corazón, pero se sentía llena de vida. O al menos, estaba rodeada de vida, y aquello ya era un cambio significativo. Por un instante se olvidó de porqué estaba allí, de su mala suerte y de que era Mediadora, y se limitó a disfrutar del bello espectáculo que volvían a contemplar sus ojos. Se puso se puntillas y extendió los brazos mientras echaba la cabeza hacia atrás, con una sonrisa en los labios. Hubiera deseado lanzarse, zambullirse en la ciudad, impregnarse de su energía y movimiento. Notó que una mano le agarraba el brazo con fuerza, rompiendo la magia del momento.

- Ten cuidado.- la reprendió Ael, observándola con atención.- ¿Estás bien?
- Nunca he estado mejor.
- Hmmm...- los ojos añiles del Ángel estudiaron su sonrisa con minuciosidad, pensativo.- De acuerdo. Pero no olvides cuál es tu objetivo. Toma.

Amiss recibió en la palma de su mano un broche plateado, plano y circular, sin ningún tipo de adorno. Lo enganchó en su vestido verde.

- Cuando necesites volver arriba, pronuncia mi nombre y vendré a por ti.
- ¿No te quedas conmigo?
- Tienes que elegir a tu usuario, y eso es algo que debes hacer sola. Ya te lo dije.

Amiss contuvo una sonrisa. Explorar la ciudad sin Ael pegado a sus talones sería una experiencia mucho más satisfactoria. El Ángel desplegó nuevamente sus alas y se encogió, para tomar impulso y saltar.

- ¡Un momento, espera! ¿Cómo me bajo de aquí?
- Tienes la consistencia de una sombra.- respondió Ael, sonriendo.- Y las sombras pueden volar.

Y dicho aquello, él mismo emprendió el vuelo y, tras batir con fuerza sus alas unas cuantas veces, ascendió con rapidez hasta perderse tras la nube más cercana.

sábado, mayo 8

IASADE -4-

El aire le azotaba el rostro con fuerza, despeinándole el cabello oscuro y convirtiendo su vestido verde en algo similar a un paracaídas hinchado por el viento. Amiss sentía el borde del precipicio bajo los dedos de los pies y el vacío, a poco menos de un centímetro, en la boca del estómago. Estaban en el punto más alto y todo lo demás estaba a una caída en picado desde allí.

- Es muy probable que cuando lleguemos te sientas extraña: confusa, mareada, "saturada"...
- ¿"Saturada"?
- Por los colores, olores, sonidos, movimientos, emociones, sensaciones...
- Vale, vale. Me hago una idea.
- Ven aquí. ¿Te daban miedo las alturas?
- Creo que no, pero no podría asegurártelo.
- Extiende los brazos y separa un poco las piernas. No, un poco más. Así.

Ael se colocó detrás de ella, muy cerca. También extendió los brazos y separó las piernas a la misma distancia. Una cadena plateada unió sus muñecas a las suyas y ató de igual forma los tobillos de ambos. El Ángel avanzó un paso, obligándola a poner la mitad de la planta del pie sobre el inconsistente vacío.

- Puedes gritar, pero no demasiado o después me pitarán los oídos.
- Mentiroso. Pero si tú no...
- Ya, pero a ti sí que te dolerá la garganta. No tengas miedo.

Era muy fácil decirlo.

Ael volaba, probablemente, desde hacía siglos. Y seguramente, durante su primera experiencia ni siquiera había tenido miedo, puesto que era un ser perfecto. Cuando extendió las alas y saltó, sonrió. Amiss, sin embargo, no pudo evitar gritar. Se alegró de estar muerta porque pensó que, de haber estado viva, se habría muerto tan solo del susto. Agradeció no tener que alimentarse porque sabía que habría vomitado sin remedio. Y menos mal que su corazón ya no latía porque, incluso en el milagroso caso de que no se hubiera detenido en el acto, habría dado un vuelco tan brusco que le hubiera hecho daño en el pecho.

No tenía ningún control sobre sus movimientos. Ael era como un titiritero y ella su marioneta, a la que manejaba a voluntad. Durante unos metros, las alas del Ángel permanecieron plegadas a su espalda, convirtiéndolo en una bala que atravesaba el cielo. A tanta velocidad el viento era afilado y cortante, le hacía daño en la cara y se le clavaba en los ojos, que era incapaz de cerrar. En su estómago no había mariposas ni nada por el estilo; el miedo lo había barrido completamente todo. Ael se carcajeó al sentir el pánico que le atenazaba las entrañas y Amiss deseó con todas sus fuerzas propinarle un puñetazo en aquel rostro precioso y arrogante.

Cuando el Ángel abrió las alas, la vertiginosa celeridad de la caída disminuyó y Amiss consiguió relajarse un tanto y prestar algo de atención a lo que veían sus ojos. El azul y el blanco los envolvían por completo y el aire carecía de olor. Cruzaban bancos de nubes como una estela fugaz, como un meteorito cuyo rastro no era de llamas, sino de plumas blancas. Traspasaron cúmulos algodonosos, nubecillas vaporosas y grises que se deshacían con su contacto, láminas planas que dibujaban franjas en el cielo, y húmedas y hermosas tormentas en las que su cara se impregnaba del agua de la lluvia y donde podía contemplar cómo los relámpagos iluminaban rápidamente el relieve abultado de las nubes negras y hendían el aire como cegadoras espadas de pura energía atronadora.

- ¿Estás disfrutando del viaje?- le preguntó Ael, con sus labios rozándole la oreja.
- Ahora sí.- admitió.
- Vamos a mucha más velocidad de la que puedes imaginar. La única razón de que sigamos intactos es que tú eres un alma y yo soy un Ángel, porque incluso un objeto del material más resistente del mundo de los vivos se habría desintegrado ya.

Dicho mundo no tardó mucho en aparecer bajo ellos, formado a partir de manchas confusas y abstractas en distintos tonos de marrón, verde, azul y gris. Las nubes se agrisaron y Amiss captó el olor a polvo, a suciedad y contaminación. Empezó a distinguir el relieve de la tierra, los picos nevados de las montañas más altas, cordilleras, colinas, lagos, bosques espesos y frondosos y árboles dispersos, mares, golfos, y finalmente ciudades. Los aromas, incluso desde aquella altura, se mezclaron en un remolino de variadas fragancias que la sacudió como un huracán descontrolado, haciendo que su mente diera vueltas y vueltas.

- ¿A dónde me llevas?- consiguió preguntar, con esfuerzo.
- A una ciudad que se llama A Coruña. ¿Te resulta familiar?

Y la sensación de desequilibrio que experimentó en aquel instante no tuvo nada que ver con la caída, con la velocidad, ni con los olores y visiones que la atacaban. Sí, aquel nombre le resultaba familiar.

viernes, mayo 7

IASADE -3-

La luz parecía un ente con vida propia suspendido en el aire, iluminando las figuras de forma caprichosa con una tonalidad azul que parecía vibrar y agitar las brillantes partículas. Bajo aquella luz cambiante se movían muchas siluetas, ordenadamente, como si se tratara de una danza ensayada miles de veces. Mediadores, Mensajeros y Ángeles iban de un lado a otro en un sereno bullicio de colores pálidos y desvaídos entre los que abundaba el blanco. Amiss se miró las palmas de sus manos, que todavía conservaban el mismo tono broncíneo que había lucido su piel cuando estaba viva. Levantó la cabeza cuando oyó que alguien la llamaba.

Un Ángel se acercó hasta ella batiendo ligeramente sus amplias y hermosas alas de plumas níveas. Era alto, esbelto y completamente asexual. Era lo habitual entre los Ángeles, a pesar de que existían raras excepciones que mantenían el género de su última identidad. Una melena de rizos color arena le cubría las orejas y casi los ojos, que eran añiles. Iba desnudo y contemplaba a Amiss con una expresión nada amistosa.

- Así que eres tú.- dijo, casi a modo de acusación.

Su tono irritó a Amiss. ¿Acaso todos creían que ella había solicitado aquel puesto, que quería estar allí? Se habría conformado con llevar cartas de un sitio a otro. Sólo quería cumplir y marcharse, sin tan siquiera recordar algo de su vida pasada.

- Sí.
- Perdona si te hablo con demasiada franqueza, pero no deberías estar aquí.
- Estoy completamente de acuerdo contigo.- replicó, desafiante.- ¿Tienes alguna sugerencia acerca de cómo impedirlo? Estaría más que encantada de largarme.

La desconfianza sólo se reflejó en los ojos del Ángel durante menos de un segundo antes de dar paso a la estupefacción.

- Ya veo.
- Pues eso, ve.
- Mi nombre es Ael.
- Tú ya sabes el mío, así que no hay necesidad de que me presente. ¿Has venido para comprobar si fingía o quieres alguna otra cosa de mí?
- Eres tú quién va a querer algo de mí.-rectificó él, permitiéndose una breve sonrisa.- Soy tu guía.
- Ayer me visitó mi mentor, las normas ya me las sé.
- Aquel al que llamaban Falc ya ha renacido. Mi tarea es guiarte durante tu primera incursión al exterior para aleccionarte respecto a cómo debes comportarte. Ven, camina conmigo y escucha.

Ascendieron por una pasarela blanca desde cuya barandilla, unos metros por debajo, se divisaba el ajetreo reinante en el centro neurálgico del núcleo de los Mediadores. Ael andaba pausada y despreocupadamente, sin prestar la más mínima atención a su evidente impaciencia. Así eran los seres divinos: el tiempo no significaba nada para ellos, pues jamás cambiaban.

- Un Mediador es un individuo solitario, siempre trabaja sin compañía y centrado por completo en su objetivo. Sus tres rasgos clave son la empatía, el autocontrol y la astucia. Lo primero que debes hacer es elegir a tu usuario, y para ello deberás bajar sola y limitarte a observar. Eres una primeriza, por lo que te sugiero que comiences por el principio: una Ilusión. También te recomiendo que elijas a un infante como usuario, puesto que sus anhelos son más inocentes, menos exquisitos y mucho más fáciles de complacer. Hay Mediadores que desatienden este consejo y apuestan por el riesgo de un desafío mayor, pero... - la miró de soslayo.- No creo que sea tu caso.
- No.- negó ella, con aspereza.
- Mejor. Cuando hayas escogido a tu usuario, comienza la interacción. Yo te transportaré de aquí al exterior y viceversa. Tu apariencia no cambiará, pero tu usuario siempre te verá como un semejante. Es decir... si tu usuario es un infante, a sus ojos serás otro infante de la misma edad. ¿Comprendes?
- Soy torpe, no idiota. Pero tengo una pregunta. El usuario me verá como su semejante, pero... ¿y los demás?
- Te verán como un semejante a tu usuario. Todo el mundo te verá de la misma forma. A partir de ahí, todo lo demás es cosa tuya. Tendrás que pasar tiempo con tu usuario, conocerlo, ganarte su confianza y velar por él, ya que aparte de ser una Mediadora, en ese momento también recaerán sobre ti las responsabilidades de un "Ángel de la Guarda".
- Oh, genial.- musitó Amiss.
- Si no consigues que un anhelo se cumpla, no pasa nada. Vuelves a empezar. Pero si, por el contrario, un usuario muere o sufre un daño irreparable... regresarás al Punto Cero.

Amiss se estremeció y la ira que había sentido al presentarse ante los Sabios por segunda vez volvió a ella con energía renovada, sacudiéndola por dentro. Si hubiera podido llorar ya habrían caído unas lágrimas al suelo. Se sentía engañada, atrapada en una trampa cruel. ¿Acaso los Sabios querían asegurarse de que no renaciera jamás? ¿Tan malos y terribles habían sido los actos de su vida pasada como para merecer aquello?

jueves, mayo 6

IASADE -2-

Las cinco figuras encapuchadas seguían en torno a la mesa de mármol blanco, al amparo de la misma luz tenue y escasa, como si no se hubieran movido ni un milímetro desde el momento en que ella abandonó la estancia ya tiempo atrás. Amiss se soltó las manos, que segundos antes se retorcía nerviosa, para intentar aparentar una confianza que no poseía en absoluto. Había recibido, de primeras, con miedo la noticia de su ascenso. ¿Por qué querrían recompensarla si su trabajo había sido no solo pésimo sino el peor de su equipo? Se estrujó el cerebro intentando encontrarle sentido y tras unos minutos de cavilaciones, creyó alcanzar la respuesta.

Quizá ascendiéndola pretendieran quitarle responsabilidades de encima. Tal vez habían decidido darle más trabajo de mando y coordinación con la idea de alejarla de las tareas manuales y de manipulación, con el fin de evitar más pérdidas y daños. Debía ser eso. Sin embargo, cuando se acercó a la mesa blanca, su fe se evaporó inmediatamente. Era incapaz de ver los ojos de los Sabios, pero le dio la sensación de que la observaban divertidos, mofándose en silencio de sus vanas esperanzas. ¿Podía un alma tener realmente Esperanzas? ¿O eran únicamente recuerdos de sus días pasados en vida? Alzó la vista sintiéndose diminuta e insignificante.


- Amiss.- la voz reverberó en las paredes.
- Soy yo quien responde a ese nombre.
- Has sido ascendida a Mediadora.

Amiss fue incapaz de reprimir su asombro. Atónita, abrió tanto boca como ojos de par en par.

- Pero... yo... No es algo que vaya a hacer mejor de lo que ya estoy haciendo, y no es que mi trabajo sea impecable...
- Mediadora.- repitieron, con un leve deje amenazante.

Apretó los dientes, airada, pero asintió con un gesto.

- Así será.
- Tu mentor te recibirá para darte las instrucciones precisas.

"¡Mediadora!", pensó, cuando volvía de regreso a su celda. ¿Acaso los Sabios habían perdido el juicio finalmente, tras siglos y milenios en el poder? Sin duda lo parecía. Recordó sus imagénenes con resentimiento contenido y apretó los puños con tanta fuerza que de haber tenido pulso, la sangre habría huido de sus nudillos. Estaba cumpliendo una penitencia, no un castigo... ¿por qué la torturaban así? ¿Por qué se saboteaban a ellos mismos dejando en sus manos algo tan importante y tan fácil para ella de echar a perder?

Los Mediadores componían el estrato más alto dentro de Ilusiones, Aspiraciones, Sueños, Ambiciones, Deseos y Esperanzas, y para su tarea se escogían a las almas más cualificadas y preparadas. Su trabajo no se llevaba a cabo dentro de los laboratorios manipulando los elementos, ni dando órdenes a otros para que lo hacieran, ni entre el papeleo que tocaba rellenar sobre los orígenes y destinos de cada uno, ni siquiera con la investigación sobre los usuarios que después pasaba a ser una montaña de informes con características y datos precisos que no podían pasarse por alto. Los Mediadores salían al exterior e interactuaban con los propios usuarios, mientras que los demás se quedaban allí cuidando y velando por sus anhelos. Ellos eran los encargados de fomentar su crecimiento y cumplimiento directamente, a través de la comunicación, de la convivencia con especímenes vivos. Corazones latientes, los descendientes que ellos habían dejado en el mundo. Era... el trabajo de campo, y el más difícil de lograr de forma satisfactoria.

Su mentor no la hizo esperar. Amiss apenas tuvo tiempo de cerrar la puerta a su espalda cuando oyó que llamaban de forma impaciente. Suspiró lentamente en un intento por calmarse y abrió de nuevo, con el entrecejo fruncido. Era un alma sin sexo, lo que le hizo saber que era un individuo muy próximo a la pureza y a la reencarnación. Su silueta irradiaba una suave y difusa luz blanquecina que lo rodeaba por completo como un halo. Sus ojos, sin embargo, aún conservaban el color de su última identidad: castaño cálido y profundo.

- ¿Amiss?
- Sí.
- Aún me llaman por el nombre de Falc. Soy tu mentor.
- Lo imaginaba.
- Me han informado que no eres como los demás Mediadores recién ascendidos.
- Sí, se puede decir así.- dijo ella, molesta.- Puedo asegurarte que seré la peor Mediadora que haya existido jamás.
- Eso no es de mi incumbencia. Sólo vengo a explicarte las normas y después no volveremos a vernos.

Falc no esperó una respuesta por su parte antes de empezar a numerarlas.

- Nunca le dirás a nadie quién eres ni revelarás información alguna sobre el Cielo. Velarás por la integridad física, mental y anímica del usuario con el que trates. No intentarás jamás buscar ningún vínculo de tu identidad pasada y si lo encuentras por azar, tienes prohibido cualquier interacción con él. Volverás aquí cada dos semanas y presentarás un informe detallado de todas tus actividades que entregarás a algún Mensajero.
- ¿Algo más?- preguntó, después de que su mentor hiciera una pausa de unos pocos segundos.
- No. Esas son tus únicas restricciones. Pero debes saber una cosa más.
- Adelante.
- El trabajo de un Mediador no finaliza hasta que no consigas cumplir una Ilusión, una Aspiración, un Sueño, una Ambición, un Deseo y una Esperanza.- clavó en ella sus grandes y hermosos ojos marrones, con seriedad.- Y hasta que no termines tu tarea... no podrás redimirte de tus actos pasados. Acaba tu misión y podrás renacer. Buena suerte, Amiss.

martes, mayo 4

IASADE -1-

Incluso desde antes de que pronunciaran su nombre en voz alta, despertando un débil eco en las paredes curvas de la estancia, Amiss sabía que aquello era una equivocación. Un error, un fallo del sistema. Un desliz, una negligencia que podía acarrear graves consecuencias. Con un mal presentimiento haciéndole un nudo en el estómago, avanzó un paso y se adelantó hacia el estrado.

La luz grisácea que entraba a través de la pálida claraboya de cristal se derramaba de forma cenital sobre la alargada mesa de mármol blanco, un imán que atraía focalmente al resplandor e impedía que llegara a las cinco esquinas de la sala, donde las sombras, agazapadas y hambrientas, acechaban a la luminosidad de la estancia. En torno a la mesa, cinco individuos permanecían de pie. Las arrugas de sus largas capas color polvo se superponían unas sobre otras en una cascada de pliegues que tocaban el suelo, mientras que sus rostros misteriosos se mantenían aún en el enigma gracias al cobijo que les proporcionaba la oscuridad que anidaba en sus capuchas, apenas rozadas por la luz.

Amiss se detuvo frente a la mesa. Pensó que de haber estado vivo su corazón, el escandaloso sonido del bombear de la sangre le martillearía ahora las sienes de forma frenética, acumulando el rubor en sus mejillas y tiñéndolas de un rojo delatador de vergüenza y nerviosismo. Las cinco voces al unísono, entretejidas en una sola que parecía proceder desde lo alto de la claraboya, repitió su nombre una vez más.

- Amiss.
- Yo respondo a ese nombre.
- Tu lugar será Ilusiones, Aspiraciones, Sueños, Ambiciones, Deseos y Esperanzas.

Sabía que debía acatar la orden sin rechistar. Pero... también sabía que no era una buena elección. Ni siquiera entendía porqué la habían elegido para aquella tarea.

- No es mi intención ofenderos, en absoluto... Pero... No creo que sea la más indicada para ocupar ese puesto.- calló abruptamente, con una inspiración, a la espera de una reprimenda por sus osadas palabras que no llegó. El silencio la puso aún más nerviosa y se sintió obligada a continuar.- Soy... descuidada. Mucho. Y torpe... soy un desastre. Sé que los elementos que se manipulan son muy delicados y frágiles...
- Irás a Ilusiones, Aspiraciones, Sueños, Ambiciones, Deseos y Esperanzas.
- Muy bien.- aceptó, suspirando con resignación.- Así lo haré.

***

En sus primeros días de penitencia, Amiss demostró su inaptitud para el trabajo que se le había encomendado. Todos ellos eran mucho más frágiles de lo que se había temido. Algunos eran peligrosamente quebradizos, otros tan finos que eran casi transparentes y parecían a punto de deshilacharse en cualquier momento. Otros eran casi inaccesibles y otros resbaladizos, por lo que Amiss era prácticamente incapaz de retenerlos más de un segundo entre sus dedos. Los más débiles eran las Ilusiones; le daba la sensación de que si las miraba fijamente desaparecerían delante de sus propios ojos. Las seguían muy de cerca las Aspiraciones, justo por delante de los Sueños. Las Ambiciones eran más fuertes y estaban dotadas de cierta determinación y los Deseos eran todavía más persistentes. Pero las más acérrimas, las más decididas a no extinguirse eran las Esperanzas. Incluso aún cuando sus usuarios pretendían negarlas, ellas se aferraban con uñas y dientes para resistir la fuerte embestida de la cruel realidad.

Tras el primer ciclo, Amiss ya había rasgado varias Ilusiones, dejado caer varios Sueños, había dejado escapar un par de Ambiciones y Deseos y extraviado una Esperanza. Era capaz de sentir los ojos furiosos de sus compañeros clavados en la nuca, vigilándola en todo momento, prestos para acercarse a enmendar cualquier error y listos para intentar prevenir cualquier catástrofe. La inseguridad y el miedo a hacer algo mal hacían que sus manos temblaran aún más y entorpecía el movimiento de sus dedos, que se suponía que debía ser fluido, firme y eficaz. Ella nunca había sido fluida, firme ni eficaz... ni siquiera estando viva. Desconocía las razones que habían llevado a los Sabios a colocarla allí y sin duda, el resto de almas con las que trabajaba pensaba exactamente lo mismo. Deseó que expresaran sus quejas y dudas de alguna forma, pero sabía que era algo muy poco probable. Las órdenes de los Sabios eran incuestionables e invariables.

Aún así, era una tarea hermosa de desempeñar y Amiss la hubiera disfrutado enormemente de haber sido algo más habilidosa y sutil. A menudo no podía evitar quedarse absorta intentando desentrañar los misterios de un Deseo, admirando una Esperanza y esforzándose por comprender el porqué de la sólida confianza que los seres humanos depositaban en algo que nada ni nadie puede garantizar, o simplemente ensimismada en la contemplación de algún bonito Sueño o de una Aspiración, a punto de explotar como una pompa de jabón. Las posibilidades de que realmente sucedieran aquellas cosas que los usuarios anhelaban eran siempre, en algún momento de sus vidas, totalmente plenas. Pero esa plenitud era efímera y vulnerable, y tras brillar un instante con luz cegadora, se apagaba como una llama a merced de un soplido. Eran muy pocas las ocasiones en las que llegaban a hacerse realidad. ¿Por qué se le había asignado a alguien como ella el tratar con elementos tan valiosos como aquellos?

Durante su cuarto ciclo, mientras manipulaba y alimentaba, con toda la delicadeza que era capaz, una Ambición en fase de crecimiento, alguien carraspeó a su espalda para llamar su atención. Debido al sobresalto estuvo a punto de dejarla caer, pero en una milagrosa demostración de inesperada agilidad, logró impedirlo. Amiss se giró, curiosa. Normalmente nadie le dirigía la palabra excepto para pedirle algún instrumento o darle alguna orden, y por ello se sorprendió de ver a su superior observándola con desconfianza y en silencio.

- ¿Sí?- preguntó, preguntándose qué habría hecho mal aquella vez.
- Los Sabios quieren verte.
- ¿Me van a trasladar?- inquirió, esperanzada.
- No.- respondió él, frunciendo el ceño.- Te van a conceder un ascenso.