domingo, mayo 9

IASADE -5-

Una bandada de palomas grises y blancas alzó el vuelo cuando Ael aterrizó, con las alas plegadas, sobre la estructura metálica de una grúa inmóvil. La cadena que los unía desapareció y Amiss aprovechó para estirarse perezosamente y mover las articulaciones de su cuerpo etéreo, mientras sus pies descalzos intentaban no echar a perder el precario equilibrio que la mantenía sobre la barra de frío metal.

Desde allí podía contemplar la ciudad entera, de edificios claros, altos y delgados que disminuían en altura conforme la urbe discurría hacia la costa, extendiéndose y ramificándose como las raíces de un árbol, entre las rías que desembocaban en el intenso mar azul, moteado por un centenar de barcos que se mecían apaciblemente junto a los muelles del puerto. Aún no había amanecido, pero al sol no le quedaba mucho para despuntar y en la franja de cielo más próxima al horizonte el gris del alba daba paso al brillo rosáceo y dorado de la mañana. El viento, fuerte, arrastraba desde el mar el olor a sal y a agua, a pescado y a alquitrán, a arena mojada y roca. Su sentido del olfato también detectó otros tantos aromas, como el de humo, pan recién hecho, gasolina, café, cerveza, perfumes y hedores tan embriagadores algunos como insoportables otros. Los sonidos eran demasiados como para poder prestarle atención a todos, y en sus oídos sonaba como una música de melodía incomprensible pero arrolladora: a sus pies, A Coruña se despertaba y se desperezaba con un bostezo a través de la boca de las miles de personas que la habitaban.

Admirando todo aquello, Amiss experimentó una sensación muy cercana al éxtasis. El aire no entraba en sus pulmones y el oxígeno no hacía fluir la sangre a través de su oxidado y muerto corazón, pero se sentía llena de vida. O al menos, estaba rodeada de vida, y aquello ya era un cambio significativo. Por un instante se olvidó de porqué estaba allí, de su mala suerte y de que era Mediadora, y se limitó a disfrutar del bello espectáculo que volvían a contemplar sus ojos. Se puso se puntillas y extendió los brazos mientras echaba la cabeza hacia atrás, con una sonrisa en los labios. Hubiera deseado lanzarse, zambullirse en la ciudad, impregnarse de su energía y movimiento. Notó que una mano le agarraba el brazo con fuerza, rompiendo la magia del momento.

- Ten cuidado.- la reprendió Ael, observándola con atención.- ¿Estás bien?
- Nunca he estado mejor.
- Hmmm...- los ojos añiles del Ángel estudiaron su sonrisa con minuciosidad, pensativo.- De acuerdo. Pero no olvides cuál es tu objetivo. Toma.

Amiss recibió en la palma de su mano un broche plateado, plano y circular, sin ningún tipo de adorno. Lo enganchó en su vestido verde.

- Cuando necesites volver arriba, pronuncia mi nombre y vendré a por ti.
- ¿No te quedas conmigo?
- Tienes que elegir a tu usuario, y eso es algo que debes hacer sola. Ya te lo dije.

Amiss contuvo una sonrisa. Explorar la ciudad sin Ael pegado a sus talones sería una experiencia mucho más satisfactoria. El Ángel desplegó nuevamente sus alas y se encogió, para tomar impulso y saltar.

- ¡Un momento, espera! ¿Cómo me bajo de aquí?
- Tienes la consistencia de una sombra.- respondió Ael, sonriendo.- Y las sombras pueden volar.

Y dicho aquello, él mismo emprendió el vuelo y, tras batir con fuerza sus alas unas cuantas veces, ascendió con rapidez hasta perderse tras la nube más cercana.

1 comentario:

RockmanX dijo...

:3 desde luego, aunque me faltara parte de la historia y me costara entenderla al inicio, no esta tan mal. me encanta el rico vocabulario que utilizas