jueves, agosto 26

IASADE -41-

Belmopán era muy variopinta y ofrecía todo tipo de escenarios e imágenes. En las zonas dedicadas al turismo la ciudad era exótica, lujosa y muy llamativa: enormes hoteles de alta categoría, piscinas gigantescas, tiendas de caros recuerdos, escuelas de submarinismo, flamantes yates y barcos de vela en el puerto... En otras áreas era, en cambio, de lo más humilde. Había barrios residenciales pudientes con preciosas casas de dos y tres plantas con anchas y limpias avenidas, pero también pisos pequeños y callejuelas estrechas, aceras plagadas de comercios que exponían sus productos en el exterior, puestos de comida, plazas con mercados y caravanas de vendedores ambulantes que llamaban a gritos a los posibles clientes. La gente solía utilizar la bicicleta como medio de transporte común y no era extraño el hecho de escuchar música mientras se caminaba por las zonas no tan adineradas de la ciudad. Los habitantes de Belmopán eran abiertos y afables, de trato amistoso y alegre. A Amiss le gustaba todavía más aquella ciudad, cuna de buenos espíritus y almas bondadosas.

Recorrió la capital al completo, sobrevolándola y estudiándola con atención. Pronto huyó del núcleo turístico, lleno de seres humanos con Aspiraciones demasiado altas, Sueños demasiado caprichosos y Ambiciones demasiado arrogantes, para dirigirse al casco viejo y a las afueras de la ciudad, donde la gente era mucho más sencilla. Dejándose llevar, sin un rumbo predeterminado, acabó por tocar suelo en un gran parque de altos árboles y diseño laberíntico, con grandes setos que impedían una visión panorámica del conjunto. Había varios espacios abiertos, con bancos y fuentes, llenos de gente que descansaba y que conversaba entre sí. Amiss se acercó a ellos, sintiendo que la hierba le hacía cosquillas en la planta de los pies.

Un grupo de ancianos había tomado posesión de los bancos de madera y allí sentados hablaban, reían, contándose batallitas unos a otros, disfrutando del aire limpio y del sol que todavía lucía con fuerza en el cielo. La mayoría de ellos tenían gorros de paja sobre sus cabezas para protegerse del sol y aferraban bastones, gesticulando exageradamente con sus manos morenas y de piel apergaminada. Abundaban las sonrisas desdentadas y las carcajadas ásperas o roncas. Conforme Amiss se acercó a ellos, un hombre de unos setenta y ocho años se puso en pie y empezó a bailar precariamente mientras el resto le acompañaba con palmas y medios silbidos.

- ¡Mixtle!- exclamó entonces una voz, alterada.

Una mujer de mediana edad, con el pelo castaño y ligeramente entrecano, apareció corriendo de entre los árboles. Llevaba un vestido celeste ceñido a la cintura por una tira ancha de cuero pintada y zapatillas cómodas de tela, y corría hacia el grupo de ancianos con una mueca severa y las cejas fruncidas.

- ¡Mixtle!- repitió, enfadada.- ¿Se puede saber que estás haciendo, Mixtle?
- Bailo, señora Gwen.- explicó el hombre, parándose en seco.
- No estás para bailes.- le reprendió, agitando un dedo de forma amenzadora.- Tal vez tu ánimo sí, pero desde luego tus huesos seguro que están de acuerdo conmigo. Haz el favor de sentarte.

Mixtle agachó la cabeza y se sentó obedientemente entre sus compañeros, que habían dejado de aplaudir. La señora Gwen los observó atentamente y tras unos segundos acabó por sonreírles de forma afectuosa.

- Os quedan cinco minutos, luego nos volvemos a la residencia.

Los ancianos asintieron, conformes, y retomaron su charla. La mujer por su parte se aproximó a un hombre mayor que estaba algo apartado de los demás, sentado en una silla de ruedas. Tenía un álbum de fotos sobre las rodillas y en aquel instante leía con expresión nostálgica una hoja de papel amarillenta que sostenía entre sus dedos temblorosos.

- Olli.- lo llamó la mujer, y el hombre alzó la cabeza. Tenía unos enormes y brillantes ojos ambarinos.- Ya es la hora. Te enviaré a Nicté para que venga a por ti.
- Gracias, Gwen.

Y dicho aquello volvió a bajar la mirada. Picada por la curiosidad, Amiss se acercó a Olli y se quedó a su espalda, espiando por encima del hombro las letras que había escritas en el papel.
"Queridísimo Olli, te echo tanto, tanto de menos..."

miércoles, agosto 25

IASADE -40-

Amiss tenía libertad para escoger qué tipo de tarea quería llevar acabo en aquella ocasión; podía elegir entre Aspiraciones, Sueños, Ambiciones y Esperanzas. Las Esperanzas, catalogadas como las de mayor nivel, no entraban dentro de sus planes inmediatos, pero con respecto a los otros tres tampoco tenía nada claro.

Las Aspiraciones eran demasiado frágiles y efímeras, y aunque estaban consideradas elementos de baja dificultad, Amiss no estaba en absoluto de acuerdo. Ael le había explicado que cuánto más avanzada era la edad de un usuario, más fácil de cumplir era una Aspiración. Los infantes aspiran a cosas grandiosas e imposibles, cosas en la mayoría de las casos, descabelladas: ser astronauta, recibir por fiestas infinitos cargamentos de regalos, atiborrarse a chucherías en una tienda de dulces... Los adolescentes son algo más realistas, pero aún así sus Aspiraciones están muy lejos de ser fácilmente satisfechas: ser médico o periodista, actor de cine o cantante famoso, ser el ganador de la lotería, casarse a una edad temprana y tener una vida fabulosa... Los adultos son, por regla general, más prácticos. Aspiran a terminar de pagar la hipoteca de la casa, a ser ascendidos pronto o a que sus hijos acaben unos buenos estudios. Las personas mayores, sin embargo, ya tienen pocas cosas a las que aspirar y lo que desean es terminar sus días de forma apacible y tranquila, de verse rodeados de nietos y de no sufrir con demasiada fuerza los achaques de la edad.

Los Sueños eran demasiado fantasiosos. Un Sueño podía ser perfectamente factible o radicalmente imposible, y muchas veces era muy fácil de confundir para los propios usuarios con Ilusiones, Aspiraciones, Ambiciones, Deseos o Esperanzas. Pero para los Mediadores la diferencia estaba muy clara: los Sueños siempre nacían de la abstracción, de la reflexión y de la ensoñación. Eran tan breves que apenas si existían, pues si el usuario pensaba demasiado sobre él, éste acababa transformándose en una Ilusión, en una Aspiración, en una Ambición, en un Deseo o en una Esperanza. El cumplimiento de un Sueño requería grandes dotes de observación, habilidad y agilidad.

Y las Ambiciones, por otro lado, eran sólidas. Sólidas y bastante inamovibles, lo cual dificultaba bastante su labor, ya que normalmente involucraban un reto que generalmente dependía casi exclusivamente del usuario y no del Mediador. Eso limitaba mucho los movimientos del alma blanca, que tenía que ser muy paciente y constante.

Ninguna de las tres le parecía a Amiss al alcance de su mano. Dio una patada a la arena, levantando una nube de polvo haciendo un hoyo en el suelo de la playa, enfadada. Se aproximó a la orilla y dejó que el mar le cubriera los pies, sintiendo el roce líquido y helado del océano. Las altas palmeras se mecían suavemente con el aire y la superficie del agua transparente se rizaba en pequeñas y graciosas olas que desaparecían antes de llegar a la orilla. Suspiró y levantó la vista al cielo. El viento arrastraba hacia Belmopán un banco de nubes grises de aspecto tormentoso y se podía oler el aviso de lluvia en el ambiente.

Sopesó con ambas manos el peso del arma que le había dado Ael, estudiándola con atención. Era muy liviana y fácil de manejar, o al menos... eso le parecía en su forma etérea. La vaina tenía incrustaciones plateadas que resplandecían con intensidad, y la empuñadura de la espada tenía forjadas unas alas de ángel extendidas. Muy similares al colgante que Cassia le había regalado a Samy antes de matarla, en un insulto macabro y despectivo. La sacó cuidadosamente de la vaina y la admiró detenidamente. Era lisa y sin ningún elemento decorativo, pero irradiaba luz propia como si el metal hubiera sido martilleado con el mismo sol. La sujetó con decisión y rasgueó el aire haciéndolo silbar, enfrentándose a un enemigo invisible que llevaba puesto el nombre de Cassia. Hundió los hombros con resignación al darse cuenta de que, en condiciones normales, aquel movimiento la habría desestabilizado y hecho caer. Tendría que tener cuidado de no clavársela en un pie.

martes, agosto 24

IASADE -39-

Coruña le había parecido una ciudad dinámica y curiosa, llena de recovecos y con un encanto difícil de describir mientras que Nueva York había causado en ella una profunda impresión con sus enormes rascacielos y sus millones y millones de inquilinos. Belmopán, en cambio, le gustaba más que ambas. A orillas del Mar Caribe, de intenso turquesa y apariencia acristalada, la capital de Belice se extendía a lo largo de kilómetros y kilómetros de playa, llenando la isla con multitud de edificios pequeños, algunas excepciones de altas construcciones como complejos hoteleros y bloques de apartamentos, parques y unos pocos restos de la antigua selva salvaje, ya en las afueras de la ciudad. Eran, en su mayoría, de colores claros: blancos, amarillentos, celestes, anaranjados, grises y marrones. El verde abundaba en los árboles y los jardines, bajo un cielo normalmente despejado y azul.

- ¿Por qué este lugar?- preguntó Amiss, mientras Ael y ella descendían juntos hacia la inmensa ciudad.
- Órdenes, no sé más.

Amiss frunció el entrecejo, no muy segura de que aquello fuera del todo cierto. El Ángel sobrevoló el océano cristalino a ras del agua; la Mediadora extendió los dedos de las manos y acarició el mar provocando ondulaciones en su superficie. Y en aquel instante supo, sin atisbo alguno de duda, que le encantaba el mar. Es decir... que en su vida anterior le había encantado. Se llenó el pecho de aire salobre y esbozó una pequeña sonrisa que le duró poco más de dos segundos al preguntarse si Cassia la buscaría allí.

Ael la llevó a una playa pequeña, de arena color beige, uniforme hasta llegar a donde las olas lamían la orilla. Las cadenas que la sujetaban a las muñecas y a los tobillos del Ángel desaparecieron y Amiss pudo moverse con libertad. Se agachó y tocó la arena suavemente, cogió un puñado y la dejó caer con lentitud mientras observaba cómo se la llevaba el viento marino.

- No pierdas demasiado el tiempo.- le aconsejó Ael, mirándola con una ceja enarcada.
- Lo intentaré.
- Cassia no es como tú, Amiss. Ella no puede transformar su imagen, así que podrás reconocerla si aparece. A su Diablesa también la conoces ya.
- Hay una cosa que no entiendo, Ael.- dijo ella, incorporándose y limpiándose las manos en la falda del vestido.- Cassia sabía que yo era un alma blanca y además una Mediadora, pero yo sin embargo fui incapaz de darme cuenta de su naturaleza. No noté nada extraño en ella, y ni siquiera estas gafas que me diste me ayudaron a ver que mentía, cuando se hizo pasar por Nina Addams. ¿Por qué?
- Yo tampoco lo comprendo.- admitió el Ángel.- La Bondad es mucho mas evidente que la Malignidad, pero por regla general todas las almas blancas reconocen a los exiliados a la primera. No sé porqué tú... no lo hiciste. Indagaré, es posible que averigüe algo.
- Gracias.
- Si Cassia te encuentra... defiéndete con esto.

Ael le tendió una larga espada, fina y envainada en una funda blanca nacarada, con gesto serio. Amiss dudó un instante si aceptarla o no: sabía que con lo torpe que era, si intentaba defenderse con ella probablemente se autolesionaría facilitándole la tarea a su persecutora. Pero el recuerdo de la horrible maldad que anidaba en los ojos de la Nocturna la estremeció de pies a cabeza y la aferró con fuerza.

- Aunque ambos sabemos, - prosiguió el Ángel.- que si Cassia te encuentra lo mejor que puedes hacer es correr tanto como puedas y llamarme para que te saque de aquí.
- Sí, esa será sin duda mi primera opción.

sábado, agosto 21

IASADE -38-

Los Sabios permanecían en pie detrás del blanco estrado de mármol, amparados por la etérea luz que hendía el cristal de la claraboya. Justo igual que la vez anterior. En aquella estancia el tiempo parecía no existir y los mismos Sabios se asemejaban a estatuas sin vida, inmóviles y silenciosos. Amiss no pudo evitar preguntarse si alguna vez hacían otra cosa distinta a estar allí, de pie, pensando y decidiendo.

Se acercó a la mesa hasta quedar iluminada por la luz focal, sola. Ael la había acompañado, pero el Ángel se había tenido que quedar al margen, en las sombras, a la espera. Amiss se detuvo y clavó la mirada en el suelo, sintiéndose demasiado débil como para enfrentarse con aquellas cinco estatuas eternas. La emociones la acosaban; emociones humanas tales como la culpabilidad, la tristeza, la frustración y el miedo. Emociones que le recordaron de nuevo su sueño, haciéndola estremecer.

No entendía gran cosa, no comprendía por qué aquel juicio estaba teniendo lugar. Ael había sido muy claro respecto a las normas de los Mediadores y su doble cargo como Ángeles de la Guarda: si su usuario moría... ella volvía al Punto Cero. Se sintió tentada de sonreír con amargura al darse cuenta de que si aquello pasaba tampoco tenía mucho que perder en su historial, puesto que no tenía memorias de su vida anterior y tampoco méritos en su existencia como alma blanca. Visualizó el rostro de Samy en el instante exacto de su muerte... y a Nina Addams. No, Nina no... Cassia. Ael le había dicho su nombre. Una Nocturna, mortífera y despiadada, una exiliada, un vástago del Mal que la odiaba sin razón aparente y que deseaba matarla... otra vez y de forma definitiva. Tembló de pies a cabeza como una hoja de papel con sólo recordar sus crueles ojos verdes.

- Amiss.
- Yo respondo a ese nombre.- musitó ella, con la voz quebrada.
- No volverás al Punto Cero.

Las palabras, susurradas por las cinco voces como una sola, retumbaron en las paredes cóncavas de la sala en penumbra. Amiss parpadeó, incrédula.

- ¿Que no...? Pero... ¿De verdad...?
- Sí.
- Pero... no comprendo... Mi usuario mu...
- No tienes que comprender nada. Seguirás con tu tarea como Mediadora y Ael seguirá siendo tu guía. Puedes marcharte.
- G-gracias...

Amiss retrocedió con torpeza, chocándose con el Ángel junto a la puerta de salida. Ael, con sus enormes ojos añiles abiertos de par en par, parecía incluso más sorprendido que ella. Ambos abandonaron la sala por un largo pasillo abovedado, en el que cual se podía escuchar perfectamente la reconfortante melodía procedente de la Catedral de la Inocencia.

- ¿Por qué?- preguntó ella, mirando al Ángel.- ¿Me lo puedes explicar?
- No.- dijo él, sacudiendo la cabeza.
- ¿Acaso hay alguna excepción a la norma? Algo estilo... "Si un Nocturno psicópata asesina a tu usuario, te quedas sin penalización"? ¿Ha pasado alguna vez?
- No.- Ael se rascó una mejilla de su rostro imberbe.- Pero los Sabios tienen sus motivos para hacer lo que hacen.
- Siento bastante curiosidad por saber cuáles son.
- No te atañen.
- Venga ya, Ael. Tú también te mueres de ganas por saberlo, no me engañes.

El Ángel se limitó a bufar.

- Te han perdonado y debes sentirte agradecida. Ya sabes lo que tienes que hacer, así que de vuelta al trabajo. Cumpliste la Ilusión de tu usuario antes de que... muriera, así que ahora sólo te quedan una Ambición, un Sueño, una Aspiración y una Esperanza.
- Sólo, dices.
- Menos que antes.
- Ael...
- ¿Sí?

Amiss se detuvo y lo observó, vacilante. Se retorció las manos a la espalda, nerviosa.

- ¿Cassia... vendrá a por mí?

El Ángel se tomó unos segundos para responder.

- Casi con toda seguridad.

viernes, agosto 20

IASADE -37-

Las almas blancas no dormían, pero Amiss había soñado. Y no sólo una vez, sino dos. Las imágenes y voces la alcanzaron, imponiéndose a lo que veían sus ojos abiertos y a lo que oían sus oídos atentos, sumergiéndola a la fuerza en una escena en la que no era más que una simple espectadora.

Una chica de trece años sollozaba silenciosamente, sentada en una silla, en la esquina de una sala de espera. La habitación tenía las paredes pintadas de colores cálidos, el mobiliario era bonito, los asientos cómodos y la decoración agradable, pero aún así la chica temblaba y lloraba sin parar, atemorizada por los gritos que se oían detrás de la puerta. Gritos de un hombre y una mujer, chillándose palabras hirientes y reprochándose miles de cosas, dejando bien claro que no querían volver a tener nada que ver el uno con el otro nunca más.

La chica alzó la cara de ojos llorosos, mejillas y nariz coloradas, y se sorbió los mocos con muy poca delicadeza. No estaba sola. A su lado había un chico de su misma edad, apretándole la mano con cariño, observándola fijamente sin decir una sola palabra. Ella lo miró y se rió tristemente. Él sonrió y se inclinó para darle un suave beso en los labios. La chica se abrazó a él echándole los brazos al cuello, escondiendo la cabeza y volviendo a llorar otra vez. El chico le acarició el pelo con ternura y la dejó desahogarse. Su llanto y los gritos de sus padres rivalizaban en volumen.

Amiss observó la escena cuidadosamente. Se aproximó a la pareja de adolescentes y se colocó frente a ellos, en cuclillas. Los estudió con curiosidad, consciente de que ellos no podían verla ni oirla. Era un sueño, ¿verdad? Eran fruto de su propia imaginación. Pero las almas blancas no sueñan, porque no duermen. ¿Qué sentido tenía entonces todo aquello? Dubitativa, alargó una mano hasta tocar el hombro de la chica, que seguía llorando de forma desgarradora. Un huracán de intensos sentimientos la hizo tambalearse hacia atrás, con la cabeza dándole vueltas, apretando los dientes. Dolor, mucho dolor, ira, miedo, culpabilidad, amor, tristeza, desesperanza... Apartó la mano como si se hubiera quemado, justo en el momento en que el chico levantó levemente la cabeza y la miró. O fue como si la mirara. Sus ojos se encontraron momentáneamente y a pesar de saber que no la estaba viendo, Amiss sintió que algo se retorcía dentro de ella. Sabía que de haber tenido corazón éste habría saltado en su pecho, enviándole sangre a las mejillas, que se habrían ruborizado con fuerza de forma inevitable. Pero estaba muerta y su corazón ya no latía. La Mediadora cerró los ojos...

Y cuando los abrió el sueño ya había terminado. Tendida sobre el camastro de su cubículo, el techo de la habitación permanecía inmutable. Allí todo era inmutable.
Alguien llamó a la puerta y Amiss se levantó para abrir, moviéndose por pura inercia, sintiéndose extraña y ajena a sí misma, apenas sin voluntad. Ael la observó severamente.

- Vamos, Amiss. Los Sabios te están esperando para juzgarte.

miércoles, agosto 18

IASADE -36-

El señor y la señora Collins habían unido sus fondos para alquilar un local y contratar una banda que animara la fiesta de su hija Samy. Era un bajo bastante espacioso donde cupieron sin ninguna dificultad las treinta y dos personas invitadas, contando a tíos y primos, compañeros de clase y del voluntariado en el hospital, a sus padres y psicóloga. Sobre el suelo se había extendido una larga alfombra roja al estilo gala de estrellas de Hollywood, y las paredes habían sido decoradas con guirnaldas, globos de colores, papel brillante y algunas fotos de Samantha cuando era pequeña.

La cumpleañera estaba sentada en un trono bajo una pancarta gigantesca que gritaba "¡¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS SAMANTHA!!!" al final de la alfombra, con las mejillas arreboladas de felicidad y una sonrisa de oreja a oreja. Los invitados estallaron en aplausos haciendo explotar las bombas de confeti al mismo tiempo que la banda comenzaba a tocar. Samantha bajó torpemente del trono y corrió a abrazar a su madre, que la esperaba con los brazos abiertos. Su reducido grupo de amigas de clase, incluyendo a la sonriente Meryl, se abalanzaron sobre ella en un abrazo colectivo, besándola en las mejillas. Primos y familiares también coreaban el normativo "felicidades, Samantha" a diferentes tiempos. Fue Nina Addams la que en último lugar se acercó a la pequeña mortal para desearle lo mejor en aquel día tan especial.

- Feliz cumpleaños, Samantha.- le dijo, esgrimiendo su mejor sonrisa y tendiéndole un pequeño paquete envuelto en papel de regalo azul brillante.- Toma. Te he comprado una cosita.
- Oh, Nina... no tenías porqué...
- A callar.- la reprendió ella con suavidad.- Ábrelo.

La niña acató la orden obedientemente y abrió el paquete con cuidado, para sacar una cajita negra de la que extrajo un colgante plateado que tenía forma de alas de ángel. Samantha levantó la mirada, sonriendo encantada.

- Muchísimas gracias, ¡me gusta mucho!
- Me alegro.
- Mira lo que me ha regalado Nina, mamá...

La madre de Nina le dedicó un breve vistazo aprobatorio antes de volver a dirigir los ojos a su reloj de muñeca, frunciendo los labios. Sí, el señor Collins se retrasaba.

La fiesta continuó con normalidad. La banda tocaba, los invitados bailaban y comían tarta, pasándoselo bien y hablando entre ellos animadamente. Amiss sacó a una Samantha abochornada a bailar, tirando de ella mientras le sonreía para infundarle valor. La señora Collins recibió una llamada de la que Cassia no se perdió un solo detalle, y justamente cuando diez minutos después la puerta del bajo se abrió para dejar paso al padre de Samantha, la Nocturna se levantó de su asiento.

Samantha se liberó de las manos de Meryl y corrió a saludar a su padre con un grito de felicidad. La falsa Nina Addams se aproximó al alma blanca, que se había retirado discretamente a una esquina de la sala, hasta situarse a su lado. La sonrisa extasiada que exhibía se convirtió en una mueca nerviosa en cuanto sintió una presencia a su lado.

- Parece que al final el padre de Samantha se ha decidido a venir.
- S-sí... Me alegro por Samy, ella quería...
- Es una Ilusión, ¿verdad? Son las amarillas. Es que siempre las confundo con las Ambiciones...

La mirada de Amiss se tornó de repente sorprendida y confusa. La luciérnaga abrió y cerró la boca un par de veces hasta que fue capaz de articular palabra.

- ¿Quién eres? ¿Cómo sabes...? ¿Puedes verlas? ¿Eres una Mediadora también?

La sonrisa gélida que Cassia le dedicó hizo que el asombro de sus ojos pasara a transformarse en pura desconfianza. Amiss retrocedió un paso.

- Tu educación ha debido de ser penosa, Amiss.- siseó la Cassia.- ¿No te han enseñado el otro lado de la muerte? ¿No te han advertido acerca de los esbirros del Mal? ¿De... los Nocturnos?

Amiss sacudió la cabeza negativamente, asustada, dando otro paso que la alejó un poco más de Cassia, que se rió despectivamente. La Nocturna se llevó la mano a la espalda y desenvainó la cimitarra, que había permanecido invisible a ojos de todos, apuntando con ella a la temblorosa alma blanca.

- ¿Por qué...?- acertó a preguntar Amiss.- No sé quién eres.
- Eso no importa. Te odio.- Cassia aspiró el perfume del terror y se deleitó con él, saboreándolo.- Voy a disfrutar con esto, pero... antes quiero que veas algo.

Amiss, como en un acto reflejo, giró sus ojos hasta donde Samantha abría entusiasmada el regalo de su padre. Allí, salida de la nada, apareció súbitamente Satzsa. La Diablesa, con una sonrisa pérfida en los labios, se colocó fugazmente detrás de la niña y con un único y perfecto movimiento atravesó el pecho de la mortal con una fina espada negra.

En ese momento el tiempo pareció detenerse y varias cosas sucedieron al mismo tiempo. Satzsa hizo girar la espada dentro del cuerpo de Samantha, acompañando la explosión de sangre con la desagradable canción de huesos y músculos rotos, antes de sacarla para alzarla sobre la cabeza del señor Collins. La vida se apagó en los grandes ojos grises de Samy, muriendo en ellos también el dolor y la incredulidad. Cassia rió, y se oyeron varios gritos de pánico y asco dentro de la sala, incluido el desgarrador chillido de Amiss, que cayó de rodillas al suelo llevándose las manos al pecho. Un alarido de dolor y tristeza que hizo a la Nocturna suspirar de placer. Se apartó dos pasos y aferró bien la cimitarra en la mano dispuesta a atravesarla con ella, pero... algo blanco y radiante se interpuso entre ambas y repelió el ataque de su arma con una espada resplandeciente.

El Ángel rugió con fiereza, abrazó a la luciérnaga con sus alas inmaculadas y ambos desaparecieron de allí. Cassia aulló de ira, desesperación y frustración.

martes, agosto 17

IASADE -35-

Durante la semana siguiente las cosas no se desarrollaron exactamente como Cassia esperaba.
Samantha presentó batalla a sus padres y ganó. La Nocturna, pese a sus esfuerzos, no consiguió inspirar en la chica la desesperación suficiente para tener cierto control sobre sus actos. Al parecer, había subestimado la bondad y pureza de su alma. Una bondad y pureza que se intensificaba a medida que pasaba más tiempo junto a aquella maldita luciérnaga.
La fecha del cumpleaños de Samantha se acercaba y la posibilidad de que sus padres acudieran a la celebración era algo más probable que antes.

Cassia, además, se sentía confusa y perdida. Amiss no sentía el mismo odio, ni siquiera un leve malestar, respecto a ella. Y aquella injusticia la sumió en una extraña depresión que minaba su estado de humor. La Nocturna no recordaba haberse sentido triste nunca antes y no sabía cómo hacer frente a aquel amargo sentimiento que la acosaba sin cesar, haciéndola sentir vulnerable y asquerosamente humana. Se despreciaba a sí misma por demostrar tal debilidad y procuraba esconderla de Satzsa. Temía que la Diablesa no la considerara digna de seguir siendo una Nocturna y actuara en consecuencia, destituyéndola de su cargo.

Para intentar matar aquella preocupante emoción, se dedicó a satisfacer sus instintos de maldad de forma salvaje, indiscriminada y obsesiva durante tres días en los que desapareció del mundo humano completamente, y al regreso de sus cortas vacaciones se sintió algo mejor. Dejó de ver la indiferencia de Amiss como una amenaza y el único pensamiento que ocupaba su mente era el de vengarse. Y tenía en mente la jugada idónea para conseguirlo.

- ¿Señor Collins? Buenas tardes, soy Nina Addams. Sí, lo sé. Tuve que marcharme por problemas familiares urgentes. Gracias por su preocupación, todo está bien ahora. Verá... quería comentarle una cosa. Se trata del asunto de la fiesta de Samantha. Sí. He cambiado de idea. Creo que Samantha ha demostrado mucha madurez en los últimos días y parece completamente consciente del hecho de que usted y su mujer no volverán a reconciliarse. Sin embargo, una niña de su edad necesita el apoyo de una familia unida, aunque la suya esté separada. Opino que sería beneficioso para ella que ambos asistieran a la fiesta de cumpleaños. Sí, segura. Me alegro mucho, señor Collins. Lo veré a usted allí, Samantha tuvo la amabilidad de invitarme a que comiera un trozo de tarta. Sí, nos veremos dentro de dos días. Hasta entonces, señor Collins.

Satzsa ronroneó detrás de ella. La Diablesa se aproximó lentamente, la rodeó con sus brazos por la espalda y le mordió suavemente el cuello.

- Esta es mi pequeña.- dijo, con una sonrisa que se intuía en su tono de voz.- Tendrás que afilarla, Cassia. Se va a dar un festín.
- Sí...- murmuró la Nocturna, acariciando la vaina de su cimitarra.- Le daremos a probar un poco de esencia luminosa. Seguro que le gusta y se queda con ganas de más. Pero antes de eso... creo que es hora de que nos despidamos de la pobre Nina Addams.- añadió, con una carcajada cruel.

lunes, agosto 16

Addicted

Nunca me había sentido adicta.
A nada.
Y pensé que jamás llegaría a saber lo que es realmente la adicción.
No es que solamente que algo te guste mucho.
Que te encante.
Que te vuelva loco.
Tampoco es simplemente que no puedas vivir sin ese algo.
O que lo eches de menos.
Ni siquiera que lo eches muchísimo de menos.
No...
Se trata de saber que eres incapaz de abandonarlo a pesar de suponer un efecto negativo para ti.
¿Por qué?
Porque el subidón es demasiado poderoso.
Porque compensa la abstinencia.
Porque con tal de volver a experimentarlo merece la pena esperar y esperar.
Porque con tal de volver a sentirlo todo merece la pena.
Incluso el mal que se hace uno mismo.
Y ahora me pregunto qué demonios estoy haciendo.
Me pregunto dónde quedó mi sentido común y mi promesa de no hacerme daño.
Busco en otros el subidón que siento a tu lado.
Busco en otros las alas con las que me haces volar.
Y no estoy completamente segura.
No sé si lo hago por mí.
O si lo hago para encontrar un sustitutivo.
Y vuelvo a preguntarme qué es lo que me estoy haciendo.
Por qué no te digo adiós.
Por qué me resulta tan sumamente difícil.
Por qué lloro con tu canción.
Por qué me acurruco en el interior de tu camiseta.
Por qué el recuerdo de tu risa me hace sonreír como la más estúpida de las estúpidas.
Y me doy cuenta de que realmente lo soy.
Y cierro los ojos rogándole a mi cordura que regrese de las vacaciones que se ha tomado sin mi permiso.
No, nunca pensé que experimentaría la adicción en mi propia piel.
Hasta que apareciste tú.

sábado, agosto 14

IASADE -34-

El teléfono sonaba. Cassia se revolvió entre las sábanas con desgana, decidida a ignorarlo, cerrando los ojos con fuerza. Pero el móvil volvió a sonar molesta e insistentemente. La Nocturna, chasqueando la lengua, se incorporó a medias en la cama. Satzsa, a su lado, estaba todavía dormida, desnuda sobre las sábanas empapadas en sangre ya reseca. Cassia bostezó perezosamente antes de extender el brazo para alcanzar el teléfono sobre la mesilla de noche. No reconoció el número que la llamaba.

- ¿Sí? Ah, hola Meryl, ¿qué...? ¿Ah, sí? ¿Por qué? No tienes que preocuparte por Samantha, ella... Está bien. ¿Cuándo...? De acuerdo, allí estaré. Hasta luego.

Meryl colgó antes de poder hacerlo ella. No, Meryl no... Amiss. Amiss quería hablar con ella sobre Samantha. Cassia supuso que no estaría muy contenta con el nuevo acceso limitado que tenía a su usuario y quería hacer algo al respecto. Era un buen intento que tal vez hubiera funcionado si Nina Addams fuera la auténtica Nina Addams y no una Nocturna que se había adueñado de su identidad. Se puso de pie y admiró su propio cuerpo desnudo, perfecto, salpicado de sangre. Miró a su alrededor y se recreó con el caos reinante y con la visión de los cuerpos sin vida, mutilados y desmembrados, que había en el suelo. Satzsa bostezó en la cama.

- ¿Qué hora es?- le preguntó la Nocturna.
- Las cuatro y media.- respondió la Diablesa, con los ojos cerrados.- ¿Quién era?
- La luciérnaga. He quedado con ella. Espero que el Ángel no esté con...
- No estará. El Ángel es su guía, y de hecho está rompiendo las normas al visitarla mientras la Mediadora cumple con su trabajo. La visita cuando ella no se da cuenta. Pero pequeña... - Satzsa abrió los ojos, apoyando la cabeza sobre su mano.- ¿Vas a reunirte con el alma blanca? Eso es... bastante antinatural.
- Cada una representará su papel. Será una función de teatro bien desempeñada.
- Aún así.
- Voy a ducharme y me voy. Búscame más tarde.
- Vale, vale...

***

El lugar de encuentro estaba cerca del hogar de Meryl. La chica, vestida con el uniforme del instituto, cruzó con el semáforo en verde y llegó corriendo a la cafetería donde Cassia ya esperaba, un tanto impaciente. La Nocturna se esforzó por sonreír, pero le resultaba difícil. La falsa apariencia de Amiss saludó tímidamente a la falsa Nina Addams y tomó asiento frente a ella en la estilizada silla metálica. Un camarero se aproximó a la mesa para preguntarle si quería algo, a lo que obviamente la luciérnaga dijo que no. Cassia tomó un sorbo de su café y un pequeño mordisco de su gofre con caramelo.

- ¿Seguro que no quieres nada, Meryl?- preguntó, con toda intención.
- De verdad. No tengo dinero.
- Eso no es motivo. Yo puedo...
- No, gracias, pero es que tampoco tengo hambre.
- Bien, como veas.

La imagen falsa aparentaba unos quince años, pero sin embargo el verdadero aspecto de Amiss era bastante más maduro. Quizá de su misma edad, aproximadamente. Aquella vez le resultaba mucho más fácil controlar su odio. Sus instintos básicos estaban saciados: había curado su apetito sexual y satisfecho sus ansias de matar. Pero de todas formas, para asegurarse, no había llevado consigo la cimitarra. Eso la hacía sentirse extraña e incómoda, pues era la primera vez que viajaba sin ella.

- ¿De qué me querías hablar?- preguntó Cassia, tranquilamente.
- Últimamente sólo puedo ver a Samy en clase.- le contó Meryl.- Su padre no la deja quedar conmigo. Piensa que debido a mí, ella no tiene criterio propio. Y temo que su madre empiece a hacer lo mismo. Samy es muy importante para mí.

"Claro que es importante para ti, es parte de tu trabajo", pensó.

- Samantha debe aprender a discutir con sus padres. Si ella quiere verte, debe insistirles.
- Samy es... un poco cobarde. ¿No podría usted ayudarla, señorita Addams?
- No puedo interferir en ese tipo de cosas. Samantha debe hacer las cosas por sí misma, es parte de su terapia.

Amiss suspiró y asintió para sí. Luego sonrió.

- Trataré de animarla para que sea más fuerte.

Meryl se puso en pie, lista para marcharse.

- Gracias, señorita Addams. Ahora me voy.
- Meryl, espera...- la chica la miró de forma interrogante. ¿Debía preguntárselo? Necesitaba saber...- ¿Te sientes bien en mi presencia?

La luciérnaga parpadeó, asombrada por la pregunta.

- No me cae usted mal, pero tampoco la conozco, así que digamos que siento neutralidad.
- Ya veo.- sonrió fríamente.- Hasta luego, Meryl.
- ¡Adiós!

Y se alejó a la carrera, dejando a Cassia extrañamente triste y decepcionada.

viernes, agosto 13

Días de playa

Son muchos los buenos recuerdos que tengo de la playa cuando era pequeña. En su momento no me parecían gran cosa tales experiencias, pero ahora volviendo la vista atrás las recuerdo con mucho cariño y nostalgia, deseando poder repetir.

Siempre he veraneado en playas de piedras. Mucha gente se queja de ellas y prefiere las de arena fina y suave, donde puedes jugar a enterrarte y a hacer castillos de arena. Pero yo no. Odio que la arena se me quede pegada al cuerpo cuando salgo mojada del mar, que se me meta dentro del bañador, que me manche la toalla o que se me quede en las zapatillas incluso después de haberme lavado los pies antes de irme de allí. Las de piedras son más limpias y al contrario de lo que muchos piensan, también agradables y cómodas. Y si no quieres hacerte daño en los pies sólo tienes que ponerte las chanclas de camino a la orilla.

Nunca ha sido mi fuerte tomar el sol, me resulta tremendamente aburrido. Así que pocas veces se me verá bajo la sombrilla tirada sobre la toalla. Mi hábitat natural es el agua. De pequeña resultaba difícil sacarme de allí, y si consentía en salir, me quedaba en la orilla, pensando e imaginando cosas. Hablaba con el mar y le contaba mis secretos, me inventaba historias de sirenas exiliadas y reflexionaba. Hoy en día, esto último, lo sigo haciendo. Me quedo ensimismada dándole vueltas a grandes interrogantes no sólo sobre mi vida, sino sobre la existencia en general. Es un momento zen de paz y profundización interior.

Pero sin duda lo mejor de los días de playa, es el momento post-playa. Cuando te sientas, o te tumbas, y sigues sintiendo el vaivén de las olas a pesar de no estar en el mar. Cuando llegas a casa muerto de hambre y pillas la comida con unas ganas que te hacen disfrutarla más de lo normal. Cuando te dejas caer en la cama o en el sofá, reventado, y duermes una siestorra de dos o tres horas en la puñetera gloria.

[Foto: soy yo, hace cuatro años. Tengo la cara rara porque me estaba dando todo el solano y no podía abrir demasiado los ojos]

jueves, agosto 12

IASADE -33-

- No sé porqué, pero la imaginaba a usted mayor.

Cassia le rió el comentario al señor Collins, que había tomado asiento en el sofá de cuero marrón en el que se sentaba su hija durante las sesiones. Era un hombre no demasiado alto, pero atractivo y corpulento, de mentón fuerte y mirada acerada.

- Me suele pasar. Muchos de mis pacientes, y muchos padres de pacientes, se asombran de conocer a una psicóloga tan joven. Ya me he acostumbrado. ¿Le apetece un café, señor Collins? ¿O quizá una taza de té?
- No, gracias. No tengo intención de demorarme mucho. Sólo quería hacerle una pregunta.
- Pues pregúnteme.
- La semana que viene es el cumpleaños de Samantha. Cumple dieciséis, como ya sabrá. Le gustaría celebrar una gran fiesta, aunque no tiene muchos amigos. La cuestión es... que quiere que tanto yo, como su madre, acudamos a la fiesta.
- Sí, me lo ha comentado.
- ¿Y qué opina usted, señorita Addams?- le preguntó seriamente Matthew Collins.- ¿Cree que es buena idea? La madre de Samantha y yo no estamos en buenos términos. Es posible que acabemos discutiendo y no me gustaría estropear la fiesta de mi hija.

Cassia sonrió para sus adentros ante aquella oportunidad. Sabía que Samantha deseaba ver a sus padres juntos en su fiesta de cumpleaños y también sabía que aquella era una ilusión en potencia de la que la luciérnaga podía sacar tajada. Tenía que eliminarla.

- Hablando francamente, señor Collins... no. No creo que sea una buena idea. Pero no por las posibles discusiones que puedan tener su mujer y usted, sino porque Samantha aún no ha aceptado el hecho de que no están juntos. Lo sabe, pero sigue albergando esperanzas de que se reconcilien. El hecho de que ambos estén en su fiesta de cumpleaños no hará sino fortalecer dichas esperanzas. Y eso no le hace bien.
- Comprendo.- se puso en pie.- Muchas gracias, señorita Addams.
- No tiene que dármelas, señor Collins. Ah... ¿podría decirle algo más?
- Por supuesto.
- Esa chica, la nueva amiga de Samantha...
- ¿Meryl?
- Sí, ella. Creo que influye demasiado en su hija. Últimamente me suele decir a menudo "Meryl dice esto", o "Meryl piensa que..." Y no creo que sea bueno para ella. Samantha tiene que aprender a tener un pensamiento independiente, y Meryl coarta demasiado sus opiniones e ideas. Estaría bien que se mantuviera un poco separada de ella.
- Muy bien, haré lo que pueda al respecto. Gracias de nuevo. Samy se ve... mucho más feliz desde que empezó la terapia.
- Me alegro enormemente de que así sea. Hasta la próxima, señor Collins, y siéntase libre de llamarme si necesita cualquier cosa.
- Adiós.

Cassia le abrió la puerta del apartamento y despidió al señor Collins y a su hija, que aguardaba fuera, con una sonrisa y un gesto de la mano. Después cerró la puerta y apagó las luces.

- Eso último ha sido bastante hábil.- murmuró una voz aterciopelada en la oscuridad.
- Gracias, Satzsa.
- Tengo información para ti.
- Dispara.
- La luciérnaga se llama Amiss, y su Ángel, Ael. Como ya sabíamos, es una Mediadora. Este es su segundo encargo. No lo tengo confirmado, pero al parecer va persiguiendo una ilusión.
- Ya me lo había imaginado.
- Ten cuidado con esa paloma, pequeña. Es peligrosa. Que no te vuelva a pillar desprevenida.
- No lo volverá a hacer.
- Bien. Ah, te he conseguido un modelito irresistible para la juerga de esta noche. Y he reservado mesa para cenar. Cámbiate ya, tenemos que atracar a alguien de camino al restaurante.

miércoles, agosto 11

IASADE -32-

En lo alto del cielo amanecía, pero en Nueva York aún era de noche. La única pista que hacía saber a la humanidad que el sol despertaba era la leve opalescencia de las nubes, rodeadas por un suave halo de luz grisácea. El alba era un momento del día que había dejado de existir para los habitantes de aquella ciudad.

Cassia fue muy cuidadosa al aproximarse al hogar de Meryl, el escondite de la luciérnaga. Se trataba de un barrio residencial pequeño y de modesto estatus, construido en base a un plano cuadrado que rodeaba un parque con un estanque, columpios y árboles, muchos árboles. Sabía que las almas blancas no dormían y no quería cruzarse con ella por error.

No le resultó difícil rastrear sus pasos; su huella luminosa destacaba en mitad de la atmósfera sucia, tan llamativa o más que un cartel de neón de vivos colores en una noche cerrada. Cassia trepó sigilosamente a lo alto de un roble, camuflándose entre el denso follaje, para contemplar un sauce llorón que se inclinaba melancólicamente sobre el estanque de aguas quietas y oscuras. Ése era el lugar que la Mediadora había escogido. Y a su alrededor no sólo estaba el rastro del alma blanca, sino también el del Ángel, mucho más sutil y casi imperceptible. Al parecer, la paloma no se fiaba de dejar solo a su polluelo.

La vio. La Mediadora estaba sentada sobre una rama gruesa, en su forma etérea. Su vestido verde se ondulaba empujado por una brisa invisible, al igual que su cabello. Su expresión era distraída, ausente, como si escuchara algo que nadie más era capaz de oír. El odio comenzó a bullir dentro de ella y debido a ello, inevitablemente, sus dedos volaron a la empuñadura de su cimitarra para aflojarla dentro de la vaina. Aquella sonrisa pacífica en sus labios debería estar prohibida. "No se la merece", pensó con amargura.

Y ese pensamiento la sorprendió de tal forma que el odio menguó repentinamente. Todavía no sabía nada acerca de la Mediadora, ni siquiera el nombre por el que respondía. ¿Qué más le daba a ella si sonreía o no? ¿Y porqué no se lo iba a merecer? Era un alma pura, alguien que durante su vida había obrado bien y que se había ganado un sitio en la Ciudad de la Luz. Podía sonreír hasta morirse de asco, estaba en su derecho.

Un movimiento de hojas en el sauce llorón le hizo volver a concentrar sus pensamientos, agudizando sus sentidos. La Mediadora bajó grácilmente hasta el suelo, adoptó un disfraz humano y Meryl apareció junto al estanque. La chica se puso de puntillas para alcanzar con esfuerzo la mochila que colgaba de una de las ramas más bajas y se la puso sobre los hombros. Se agachó un instante en la orilla, rozó con ternura las aguas y se irguió para marcharse de allí atravesando el parque por la hierba húmeda. Cassia la observó alejarse, completamente inmóvil.

Pasaron unos cuantos minutos hasta que decidió moverse por fin, saltando del árbol. Ajustó bien la cimitarra en su funda y se la colgó a la espalda. Impulsada por la curiosidad, se aproximó al estanque y estudió su propio reflejo en el agua. Su pelo blanco, a la altura de las orejas, no se movía agitado por ningún viento fantasmal. Su ropa negra y roja, pegada a su cuerpo, la identificaba inmediatamente ante cualquier ser sobrenatural como una Nocturna. Sus ojos verdes, en aquel instante, estaban tan apagados como una vela sobre la que alguien acababa de soplar, extinguiendo su llama. El espejo líquido no la engañaba: era una maldita, una repudiada. Por unos actos y una vida que no recordaba. Excepto aquel fragmento, aquel primer sueño...

- No te muevas.- dijo una voz melodiosa detrás de ella.

Cassia cerró los ojos y apretó los dientes con ira, maldiciéndose a sí misma por semejante descuido. La frustración y la rabia se le quedaron atascadas en la garganta, ahogando sus palabras.

- ¿Puedo girarme, por lo menos?
- Muy lentamente. Y si haces algún movimiento sospechoso, despídete de tu existencia.

La Nocturna se giró para encararse con el Ángel de ojos añiles. En sus pálidas manos sostenía con habilidad una espada delgada y plateada que brillaba como si los rayos del sol cayeran directamente sobre ella.

- ¿Qué hay, jefe?- preguntó Cassia, fingiendo despreocupación.- Bonita mañana, ¿eh? Esto está muy limpio.
- ¿Qué haces aquí, maldita?
- No hay porqué faltar al respeto, ¿eh? Que yo me he mordido la lengua para no llamarte paloma.
- Contesta.
- Como he dicho, esto está muy limpio. Vine a husmear un poco. No me gusta la limpieza. A lo mejor tú puedes satisfacer mi curiosidad.
- Lárgate.
- Si no fuera porque en este momento no me conviene demasiado... me reiría de los Ángeles y su inútil y estúpida piedad. Pero como no creo que sea buena idea, tranquilo jefe. Me largo pitando ahora mismo.
- No vuelvas por aquí, Nocturna. Si vuelves, o presiento tu rastro, te seguiré, daré contigo y te destruiré.
- Puedes intentarlo, desde luego.- repuso Cassia, encogiéndose de hombros.- Pero no creas que te resultará tan fácil. No estaré sola.
- Contaba con ello. Los vástagos del Mal nunca están solos, ¿y sabes por qué?
- No, la verdad es que no me interesa lo más mínimo.
- Porque hay que cuidar del Mal para que siga siendo el Mal. Si os dejaran solos, quién sabe... lo mismo vuestra conciencia despertaría o vuestra alma, si es que os queda, se rebelaría. Y el Mal perdería adeptos. Ahora márchate.

Cassia siseó furiosa y por un segundo se sintió tentada de desenfundar su arma. Pero sabía que era un suicidio. La primera regla de Satzsa era "No te dejes ver", y la segunda "No te dejes matar". Así que escupió a los pies del Ángel y se alejó de allí tan rápido como pudo.

martes, agosto 10

IASADE -31-

El sabor de la sangre era uno de sus preferidos.
Metálico, caliente, intenso... Vida. Vida en su paladar. La vida que la había abandonado en algún punto de su anterior existencia, ahora estaba en sus manos, completamente a su merced. Cassia se relamió los dedos manchados de sangre, saboreándola despacio y disfrutando de los gemidos y lloriqueos de Nina Addams, que atada sobre la mesa no dejaba de rogar a un Dios que no la escuchaba. Eso la hizo sonreír.

Su teléfono móvil empezó a sonar. Cassia se terminó de lamer los dedos, dejándolos limpios, y se metió la mano en el bolsillo para alcanzar el aparato. Miró el número con atención y se levantó. Se acercó a Nina, cuyos ojos descoloridos estaban anegados en lágrimas, y la amordazó concienzudamente. Se llevó un dedo a los labios y le pidió silencio.

- ¿Sí, dígame? Soy yo. ¡Ah, hola! Encantada de poder hablar con usted al fin, señor Collins. ¿Qué quiere? ¿Sobre Samantha? Claro... sin problema. ¿Cuándo le viene bien? ¿Mañana, después de la consulta con su hija? Perfecto, no tengo ningún compromiso en ese momento. De acuerdo. Hasta mañana, señor Collins.

Cassia colgó y sonrió a la pobre Nina, que estaba pálida y ensangrentada. Los cortes de sus mejillas aún no habían parado de sangrar. Relamiéndose, Cassia se inclinó sobre la mujer y le dio un beso allí por donde corría el delicioso líquido carmesí.

- No se preocupe, señora Addams. Estoy cuidando muy bien de su consulta. Incluso le limpio el polvo todos los días antes de que venga mi paciente, y no he destrozado absolutamente nada. La música es demasiado calmada para mi gusto, pero es la adecuada para las sesiones. Sólo necesito tomar prestada su identidad un poquito más, y luego...- Cassia se llevó un dedo a los labios manchados de rojo, pensativa.- Luego ya veremos. Es posible que la deje vivir, quién sabe. En fin.- suspiró.- He de marcharme, tengo cosas que hacer. Volveré a visitarla pronto, no se preocupe. Satzsa la mantendrá con vida hasta entonces. Adiós, señora Addams.

Cassia cerró la puerta a su espalda y en la oscuridad reinante de la habitación vio los ojos brillantes de Satzsa, semejantes a dos faros ardientes.

- Quítale las ataduras y déjale comida para dos días.
- No me gusta hacer de niñera de nadie, pequeña.
- No te supondrá mucho esfuerzo.
- De acuerdo... pero con una condición.
- ¿Cuál?- preguntó Cassia, frunciendo ligeramente el ceño.
- Esta noche nos iremos de fiesta y cacería tú y yo. Y no pienso aceptar un no por respuesta.
- Me parece buena idea.- dijo la Nocturna, sonriendo.- Hace mucho que no cazamos juntas.
- Me gusta que te guste. ¿A dónde vas ahora?
- He descubierto dónde se esconde la luciérnaga. Voy a echar un ojo.
- No te dejes ver.
- No temas, Satzsa. Me has enseñado bien.

lunes, agosto 9

IASADE -30-

El débil humo que salía de las alcantarillas mal atornilladas se mezclaba con el que dejaban escapar los cigarrillos al quemarse, creando una nebulosa de polución hedionda y contaminante que ahogaba el callejón en penumbra. Era medio día, y aunque las nubes no estuvieran ocultando el sol, el resplandor del astro rey tampoco hubiera sido capaz de abrirse paso entre los inmensos rascacielos para tocar tierra firme en aquel lugar dejado de la mano de Dios.

Cassia, sentada un contenedor de basura, daba brillo a su cimitarra mientras Satzsa, la Diablesa, la interrogaba con los ojos cerrados. Era algo que le gustaba hacer. Las palabras salían de su boca, pero Cassia estaba convencida de que detrás de sus párpados prestaba atención a algo muy diferente.

- ¿Qué has averiguado?
- Es una niña triste.- respondió la Nocturna.- Tiene quince años, está acomplejada y a veces se odia a sí misma. Sus padres se separaron hace un año y no lo lleva nada bien. La ignoran bastante y apenas si se interesan por su vida, que no es que le vaya de lujo. Siente que no le importa a nadie y probablemente sea verdad. Me habló de la luciérnaga, también. Se está haciendo su amiga y por lo que me contó, no le está costando mucho.
- ¿Qué pretendes hacer?
- Seguiré con la fachada de ser su psicóloga e intentaré ponerla de mi lado. Tiene un alto potencial autodestructivo que tal vez pueda utilizar a mi favor. Quiero saber... porqué la Mediadora ha elegido a esa chica.

La Diablesa abrió los ojos y clavó en ella su mirada roja y abrasadora.

- ¿Por qué tanto interés?
- No lo sé.- admitió Cassia, enfundando el arma y bajándose del contenedor.- Pero... deseo conocer sus motivaciones.
- Eso es algo que debería traerte sin cuidado.
- Lo sé.
- No me gusta.- murmuró, sacudiendo la cabeza.- No me gusta nada.
- No tienes porqué preocuparte. Sabes que la odio.
- Sí, pero sigue sin gustarme. Y te advierto una cosa, Cassia... si veo que tu interés por esa luciérnaga pone en peligro tu... esencia... Yo me ocuparé de ella y la eliminaré completamente. ¿Comprendes?

Cassia asintió con un gesto seco. Satzsa la imitó, reafirmando sus intenciones.

- Me largo. Debo estar en la consulta dentro de diez minutos.
- Está bien. Te localizaré más tarde. Creo que nuestra psicóloga de verdad te echa de menos.- añadió, con los ojos brillantes y una sonrisa cruel.

***

El timbre sonó y Cassia se apresuró a abrir la puerta a través del portero automático. Encendió las luces del apartamento y encendió el equipo de música. Una canción de piano, tranquila y apaciguadora, empezó a fluir a través de los altavoces, inundando la amplia habitación.

Llamaron a la puerta. Cassia giró el picaporte mientras componía su mejor sonrisa... una sonrisa que se heló por unos segundos cuando vio quién había tras la puerta. Samantha no había venido sola a la consulta. A su lado había una chica de su misma edad y ataviada con el mismo uniforme de instituto, que constaba de camisa blanca, falda a cuadros burdeos y grises y medias marrones. Tenía el pelo corto y castaño y unos amables ojos verdosos. Sin embargo, la imagen que la Nocturna vio no sólo se ajustaba aquellas características. Superpuesta a su falsa identidad humana, Cassia vio una melena larga color azabache y ojos de un intenso verde sobrenatural, del mismo color que su vestido. La luciérnaga sonreía ingenuamente.

Cassia tuvo que hacer gala de todo su autocontrol para no abalanzarse sobre ella y estrangularla allí mismo. A pesar del vivo e inexplicable interés que sentía por la Mediadora, el odio irracional que la poseía cuando la tenía delante le era igualmente desconcertante. No era la primera vez que se enfrentaba a un alma blanca. Había eliminado a unas cuantas y había hecho desgraciadas a muchas más, pero el único sentimiento que la había embargado entonces había sido el desprecio y también la venganza. Nunca antes el odio había hecho acto de presencia, y mucho menos con tal intensidad.

- Buenas tardes, Nina.- dijo Samantha, sonriente también.
- Me alegro de verte. ¿Quién es tu amiga?
- Es Meryl, te hablé de ella el otro día. Ha insistido en acompañarme hasta aquí.
- Oh, ya veo. Encantada de conocerte, Meryl.
- Lo mismo digo.

Al mirarla directamente a los ojos, Cassia se preguntó qué tipo de emoción estaría experimentado la luciérnaga. ¿La odiaría, igual que ella? ¿O por el contrario no sentiría nada especial? Esa posibilidad le pareció injusta. Pero por mucho que ansiara una respuesta, nada en la expresión de la Mediadora le dio ni siquiera una pista.

- Yo me marcho ya.- dijo Meryl.- Nos vemos mañana en clase, Samy. Adiós, señorita Addams.
- Hasta la próxima... Meryl.

viernes, agosto 6

Pesadilla

La melodía era exquisita. La espléndida y exacta secuencia de notas, que se seguían unas a otras en perfecto orden, rebotaba en cada centímetro cuadrado de la bóveda, de las paredes de la sala y del suelo de apariencia acuosa.
Cada uno de los músicos se dedicaba por completo a su propia partitura, poniendo el alma desnuda en cada movimiento de sus habilidosos dedos, tejiendo entre todos un glorioso tapiz de canciones, una sinfonía armónica de melodías acompasadas y sincronizadas que estremecía a cualquiera en lo más profundo de su ser.

Las partituras trazaban un mapa a seguir, pero cada músico tenía la libertad de alterarlo e improvisar a voluntad, por lo que las canciones siempre eran distintas a las que llevaban tocándose durante toda una eternidad por aquel ejército de liras, charangos, koras y kotos, violines, violas, laúdes, guitarras, balalaikas, bandurrias, arpas, cítaras, chelos y contrabajos, mandolinas, sitares, shamisen y demás instrumentos de cuerda. Sus propietarios los acariciaban con infinita ternura, aunque también con pasión y falso descuido, en arriesgadas piruetas y juegos de manos que no siempre parecían augurar un buen final.

Y mientras los artistas tocaban, las notas dibujaban obedientemente imágenes fabulosas en los espejos que adornaban la estancia. Historias de amor, aventuras fantásticas, intrigas peligrosas y misiones en las que uno podía llegar a ser el elegido sobre el que recaía la inmensa responsabilidad de salvar al mundo. Pinceladas de color daban vida a los personajes y los escenarios donde se desarrollaban los millones y millones de sueños de toda la humanidad.

Sin embargo, había una melodía que desentonaba. Una canción siniestra, tétrica, que creaba un remolino de oscuridad en su espejo correspondiente. El director de la orquesta se acercó al joven músico, de cabellos negros y ojos fríos, que rasgueaba las cuerdas del violín arrancándoles acordes lastimeros y quejumbrosos. La música era un grito torturado fruto de los movimientos retorcidos de los dedos, un llanto desgarrador.

- ¿Qué haces?- preguntó el director, observando horrorizado cómo el cuento que la música pintaba en el espejo cambiaba su rumbo para transformarse en un abismo de terror, sangre, persecución y muerte.

El joven sonrió sin levantar la mirada. Sus ojos de ónice estaban clavados en la espeluznante y macabra historia. Suspiró. Y fue un suspiro de placer.

- El miedo y la oscuridad también son necesarios, director.- contestó el muchacho, incrementando los lloriqueos de su violín y aumentando la angustia de las imágenes. Alzó la cabeza por un instante para mirar directamente al hombre que sostenía la batuta, y su sonrisa satisfecha se trocó triste.- No le pido que me entienda, sé que soy un artista imcomprendido.
- ¿Cómo te llamas?
- Pesadilla.- susurró, bajando la mirada hacia su instrumento.- Me llamo Pesadilla.

miércoles, agosto 4

IASADE -29-

La niña era más bien poca cosa. Tenía quince años y se llamaba Samantha. Samy, como le decían su mamaíta y su papaíto de forma cariñosa. Sentada en uno de los sofás de la sala de espera aguardaba con la cabeza gacha y las manos entrecruzadas sobre el regazo de su falda a cuadros, parte del uniforme del instituto. La larga melena color caoba, lisa, le caía en cascada sobre el hombro izquierdo a modo de escudo, ocultándole parte del rostro redondeado. Cassia frunció los labios en un gesto de desagrado antes de dejar de mirar por la ventana interior de la sala.

- Dan ganas de comérsela, ¿eh?- ronronéo Satzsa a su espalda, relamiéndose.- Tan carnosa, tan blanquita, tan indefensa y vulnerable...
- Ya te puedes largar.- le dijo la Nocturna a la Diablesa, girándose hacia ella.- Voy a hacerla pasar.
- Pequeña...
- No, Satzsa, ya lo hemos discutido. No pienso dejar que te acerques a la niña. Tal vez la luciérnaga no detecte tu aroma ni teniéndolo a menos de un palmo de su naricilla paliducha, pero el Ángel es otra cuestión. Lo reconocerá, y se preguntará qué tipo de interés tiene una Diablesa en una criaja por la que no se preocupan ni sus propios padres. Sería muy problemático.
- ¿No decías que querías un reto? ¿No te quejabas de que fastidiarle los planes al alma blanca iba a ser pan comido? Así podemos añadirle cierta dificultad a...
- ¡Que no, joder!

La Diablesa le sostuvo la mirada con sus intensos y ardientes ojos rojos de pupila rasgada, torciendo los labios.

- ¿No querías matarla? Pude sentir tu odio, Cassia. Fue... extasiante. Nunca había sentido algo parecido.
- Eso fue entonces. Quiero hacer las cosas así, ¿tan difícil te resulta de comprender?
- Sí.- asintió ella.- De hecho, no lo comprendo en absoluto. Pero tú sabrás lo que haces. Me voy.

Y dicho aquello, con un salto de gracilidad felina saltó por la ventana y desapareció tragada por el bullicioso ruido del tráfico neoyorquino. Cassia rechinó los dientes, furiosa con Satzsa y también consigo misma. La Diablesa tenía razón. ¿Por qué mierda estaba rebajándose a tal nivel? ¿Por qué no se limitaba a atravesar el alma pura de la luciérnaga con su cimitarra?

Sacudió la cabeza, se ajustó bien la blusa blanca y encendió las luces de la consulta, que con un suave parpadeo iluminaron todas a un mismo tiempo la habitación exquisitamente decorada. Compuso una sonrisa cálida y profesional y abrió la puerta que daba a la sala de espera. La niña levantó la cabeza tímidamente para observarla. Tenía los ojos grises y las mejillas sonrosadas.

- ¿Samantha?
- Sí.- dijo ella, poniéndose de pie y cogiendo la mochila que tenía a los pies.
- Hola, Samantha. Pasa.

La niña obedeció y entró en el interior de la consulta. Siguiendo las indicaciones de Cassia tomó asiento en un cómodo sofá de cuero marrón oscuro con cojines blancos y se descalzó. La Nocturna, por su parte, se sentó en una enorme y confortable butaca giratoria, armada de un cuaderno y una pluma que sostenía en su mano derecha. La sonrisa no abandonó su boca ni por un instante.

- Bueno, Samantha. Ya sabemos porqué estás aquí, pero sin embargo no quiero que me hables de ello por ahora. Cuéntame cosas de ti. Cuántos años tienes, a qué colegio vas, cómo son tus amigos, cuáles son tus asignaturas favoritas y cuáles las que detestas... No quiero ser únicamente tu psicóloga, sino también tu amiga. Puedes llamarme Nina.

Samy sonrió levemente y empezó a hablar.

martes, agosto 3

IASADE -28-

La luciérnaga había abandonado los barrios residenciales, no encontrando nada de su agrado... al parecer, y se había dirigido de nuevo al núcleo urbano de la ciudad, todavía buscando. Su luz corrompía la contaminación y la oscuridad natural en la que se sumía Nueva York.

Paseaba cerca de los colegios e institutos, observando a niños y adolescentes, asomándose a las ventanas de las aulas y espiando sin disimulo ninguno en los recreos, mezclándose entre los vivos sin ser vista ni oída. Invisible para todos... excepto para Cassia. La Nocturna estudiaba cada movimiento suyo, cada rasgo, memorizando y archivando toda clase de información que pudiera recopilar. Era menuda y de baja estatura. Llevaba un vestido corto tan verde como sus ojos y su cabello largo y oscuro ondeaba suavemente, como si fuera de seda. Y sonreía a menudo.

Ya la había visto en acción, en España. Era torpe, patosa, demasiado ingenua y muchas veces actuaba sin pensar lo suficiente en su siguiente movimiento. De no ser por la ayuda del Ángel que la había acompañado probablemente no habría conseguido ayudar a aquella pequeña mortal. O tal vez le habría costado años y años. Satzsa tenía razón: no entendía porqué los altos cargos del Cielo habían investido Mediadora a una criatura tan penosa como aquella. Pero así era y allí estaba, en su ciudad, amenazando con imponer orden en el caos que con tanto esmero se había esforzado en causar.

La luciérnaga se sentó en el lomo de un Pegaso alado de hierro que subido a un pedestal se encabritaba con las alas extendidas y listo para levantar el vuelo. Apoyó la cabeza sobre las crines forjadas del animal mitológico y cerró los ojos. El sol, que se dejaba ver con poca frecuencia en Nueva York debido a la masa de nubes y polución casi perenne que amurallaba el cielo de la ciudad, se abrió paso y dejó caer algunos de sus rayos dorados sobre la multitud de viandantes que atestaban las calles. Uno de ellos tocó delicadamente la cabeza de la chica blancucha, depositando un beso cálido en su cabello negro. Ella, todavía con los ojos cerrados, volvió a sonreír.

De haber tenido sangre en las venas Cassia sabía que habría bullido con rabia ardiente e intensa. Cegada por un odio irracional que no recordaba haber sentido nunca antes, desenvainó la cimitarra y se aproximó a ella silenciosa y veloz como una sombra. Pero unos segundos antes de que pudiera alcanzarla, la luciérnaga pronunció un nombre en voz baja y aquella paloma apareció a su lado con las alas extendidas, a imagen y semejanza del propio Pegaso. El Ángel la envolvió en un abrazo y ambos desaparecieron, dejando a Cassia jadeante de dolor y de furia, rodeada de un montón de humanos miserables.