martes, agosto 3

IASADE -28-

La luciérnaga había abandonado los barrios residenciales, no encontrando nada de su agrado... al parecer, y se había dirigido de nuevo al núcleo urbano de la ciudad, todavía buscando. Su luz corrompía la contaminación y la oscuridad natural en la que se sumía Nueva York.

Paseaba cerca de los colegios e institutos, observando a niños y adolescentes, asomándose a las ventanas de las aulas y espiando sin disimulo ninguno en los recreos, mezclándose entre los vivos sin ser vista ni oída. Invisible para todos... excepto para Cassia. La Nocturna estudiaba cada movimiento suyo, cada rasgo, memorizando y archivando toda clase de información que pudiera recopilar. Era menuda y de baja estatura. Llevaba un vestido corto tan verde como sus ojos y su cabello largo y oscuro ondeaba suavemente, como si fuera de seda. Y sonreía a menudo.

Ya la había visto en acción, en España. Era torpe, patosa, demasiado ingenua y muchas veces actuaba sin pensar lo suficiente en su siguiente movimiento. De no ser por la ayuda del Ángel que la había acompañado probablemente no habría conseguido ayudar a aquella pequeña mortal. O tal vez le habría costado años y años. Satzsa tenía razón: no entendía porqué los altos cargos del Cielo habían investido Mediadora a una criatura tan penosa como aquella. Pero así era y allí estaba, en su ciudad, amenazando con imponer orden en el caos que con tanto esmero se había esforzado en causar.

La luciérnaga se sentó en el lomo de un Pegaso alado de hierro que subido a un pedestal se encabritaba con las alas extendidas y listo para levantar el vuelo. Apoyó la cabeza sobre las crines forjadas del animal mitológico y cerró los ojos. El sol, que se dejaba ver con poca frecuencia en Nueva York debido a la masa de nubes y polución casi perenne que amurallaba el cielo de la ciudad, se abrió paso y dejó caer algunos de sus rayos dorados sobre la multitud de viandantes que atestaban las calles. Uno de ellos tocó delicadamente la cabeza de la chica blancucha, depositando un beso cálido en su cabello negro. Ella, todavía con los ojos cerrados, volvió a sonreír.

De haber tenido sangre en las venas Cassia sabía que habría bullido con rabia ardiente e intensa. Cegada por un odio irracional que no recordaba haber sentido nunca antes, desenvainó la cimitarra y se aproximó a ella silenciosa y veloz como una sombra. Pero unos segundos antes de que pudiera alcanzarla, la luciérnaga pronunció un nombre en voz baja y aquella paloma apareció a su lado con las alas extendidas, a imagen y semejanza del propio Pegaso. El Ángel la envolvió en un abrazo y ambos desaparecieron, dejando a Cassia jadeante de dolor y de furia, rodeada de un montón de humanos miserables.

1 comentario:

Anaid Sobel dijo...

Logras, poco a poco y con sutileza, acelerar mi corazón y ponerme de los nervios.
Fascinante^^


Te echaba de menos, amiga mía.