sábado, agosto 21

IASADE -38-

Los Sabios permanecían en pie detrás del blanco estrado de mármol, amparados por la etérea luz que hendía el cristal de la claraboya. Justo igual que la vez anterior. En aquella estancia el tiempo parecía no existir y los mismos Sabios se asemejaban a estatuas sin vida, inmóviles y silenciosos. Amiss no pudo evitar preguntarse si alguna vez hacían otra cosa distinta a estar allí, de pie, pensando y decidiendo.

Se acercó a la mesa hasta quedar iluminada por la luz focal, sola. Ael la había acompañado, pero el Ángel se había tenido que quedar al margen, en las sombras, a la espera. Amiss se detuvo y clavó la mirada en el suelo, sintiéndose demasiado débil como para enfrentarse con aquellas cinco estatuas eternas. La emociones la acosaban; emociones humanas tales como la culpabilidad, la tristeza, la frustración y el miedo. Emociones que le recordaron de nuevo su sueño, haciéndola estremecer.

No entendía gran cosa, no comprendía por qué aquel juicio estaba teniendo lugar. Ael había sido muy claro respecto a las normas de los Mediadores y su doble cargo como Ángeles de la Guarda: si su usuario moría... ella volvía al Punto Cero. Se sintió tentada de sonreír con amargura al darse cuenta de que si aquello pasaba tampoco tenía mucho que perder en su historial, puesto que no tenía memorias de su vida anterior y tampoco méritos en su existencia como alma blanca. Visualizó el rostro de Samy en el instante exacto de su muerte... y a Nina Addams. No, Nina no... Cassia. Ael le había dicho su nombre. Una Nocturna, mortífera y despiadada, una exiliada, un vástago del Mal que la odiaba sin razón aparente y que deseaba matarla... otra vez y de forma definitiva. Tembló de pies a cabeza como una hoja de papel con sólo recordar sus crueles ojos verdes.

- Amiss.
- Yo respondo a ese nombre.- musitó ella, con la voz quebrada.
- No volverás al Punto Cero.

Las palabras, susurradas por las cinco voces como una sola, retumbaron en las paredes cóncavas de la sala en penumbra. Amiss parpadeó, incrédula.

- ¿Que no...? Pero... ¿De verdad...?
- Sí.
- Pero... no comprendo... Mi usuario mu...
- No tienes que comprender nada. Seguirás con tu tarea como Mediadora y Ael seguirá siendo tu guía. Puedes marcharte.
- G-gracias...

Amiss retrocedió con torpeza, chocándose con el Ángel junto a la puerta de salida. Ael, con sus enormes ojos añiles abiertos de par en par, parecía incluso más sorprendido que ella. Ambos abandonaron la sala por un largo pasillo abovedado, en el que cual se podía escuchar perfectamente la reconfortante melodía procedente de la Catedral de la Inocencia.

- ¿Por qué?- preguntó ella, mirando al Ángel.- ¿Me lo puedes explicar?
- No.- dijo él, sacudiendo la cabeza.
- ¿Acaso hay alguna excepción a la norma? Algo estilo... "Si un Nocturno psicópata asesina a tu usuario, te quedas sin penalización"? ¿Ha pasado alguna vez?
- No.- Ael se rascó una mejilla de su rostro imberbe.- Pero los Sabios tienen sus motivos para hacer lo que hacen.
- Siento bastante curiosidad por saber cuáles son.
- No te atañen.
- Venga ya, Ael. Tú también te mueres de ganas por saberlo, no me engañes.

El Ángel se limitó a bufar.

- Te han perdonado y debes sentirte agradecida. Ya sabes lo que tienes que hacer, así que de vuelta al trabajo. Cumpliste la Ilusión de tu usuario antes de que... muriera, así que ahora sólo te quedan una Ambición, un Sueño, una Aspiración y una Esperanza.
- Sólo, dices.
- Menos que antes.
- Ael...
- ¿Sí?

Amiss se detuvo y lo observó, vacilante. Se retorció las manos a la espalda, nerviosa.

- ¿Cassia... vendrá a por mí?

El Ángel se tomó unos segundos para responder.

- Casi con toda seguridad.

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