lunes, noviembre 29

Disconnected

A través de la puerta entornada se escapaba un tenue olor a quemado que le hizo fruncir la nariz. La tostada fragancia pendía de los marcos de madera que colgaban de la pared sosteniendo fotos antiguas que casi nadie reconocía, tan claramente como si hubiera sido pintada en gris anaranjado sobre el blanco demacrado.
La chica maldijo en voz alta, olvidándose por completo de la bolsa de la compra que desaparecía lentamente tras la compuerta automática del ascensor que se dirigía a la planta de arriba llamado por otro inquilino, corriendo hasta la puerta que tenía las llaves colgando de la cerradura por dentro.
Sobre la mesa, en la esquina, había un pequeño montón de ceniza y un cenicero de cristal roto ya por las cuatro puntas. En el suelo, junto a la pata de la mesa, un cigarrillo que terminaba de consumirse solo quemaba involuntariamente el borde de la alfombra. Ella lo pisó furiosamente, matando sin piedad las últimas minúsculas brasas de nicotina.

- ¡Key! ¡Key, joder, que esta es la alfombra de mi abuela, capullo!

El muchacho tirado en el sofá, con los ojos cerrados, la boca abierta y las extremidades de cualquiera manera, no dio signos de haberla escuchado.

- ¡Key, despierta joder!

El sonoro bofetón enrojeció la mejilla sin afeitar segundos después de que hiciera eco a sus palabras, pero sin ningún resultado. La joven le pegó otra vez, rabiosa, antes de fijarse en la jeringuilla tirada en el suelo, recogerla y olfatearla con una mueca de asco. Se acercó a una de las ventanas y tras abrirla, la lanzó fuera con todas sus fuerzas.

Esperó impacientemente, caminando de un lado a otro alrededor del sofá como un animal hambriento, a que Key resucitara. Cuando diez minutos después el muchacho se incorporó bruscamente, aspirando el aire con ansiedad, roncamente, ella se estremeció de miedo al ver la expresión de dolor deformando sus rasgos. Aguardó inmóvil, casi sin respirar, a que aquel par de ojos castaños la enfocaran con dificultad. Y vio la familiar sonrisa fácil y despreocupada que se le dibujaba en los labios ligeramente agrietados al reconocerla.

- Eres preciosa, July.

Otro bofetada le coloreó la mejilla contraria, ladeándole la cara debido a la fuerza del impacto y robándole el aire por unos segundos en los que sólo la incomprensión y la perplejidad se reflejaron en su rostro.

- ¡Y tú eres un maldito gilipollas! ¡Te has vuelto a suicidar! ¡Me dijiste que no volverías a hacerlo! ¡Y para colmo te dejas la puerta abierta y el cigarro encendido! Podrías haber incendiado el piso, Key. ¿Y entonces qué? De haberte quemado vivo, no habrías podido despertar de nuevo. Te hubieras muerto. Para siempre.
- No... no sé qué decirte, July. Te he mentido... ya lo sé. Es que... la muerte es... demasiado adictiva. No sé qué decir...
- ¡Podrías explicármelo!- gritó ella, ahora llorando.- ¡Por que no lo entiendo! Cada vez que te inyectas esa mierda, sufres. Y cada vez que tu corazón vuelve a latir, sufres. No comprendo...
- Es una sensación de poder increíble. El hecho de poder controlar la muerte, el tiempo que tu cuerpo deja de funcionar... te hace sentir poderoso. Pero no sólo eso. La primera bocanada de aire que tomo al resucitar... a pesar de ser dolorosa, es maravillosa. Sabe a vida, vida pura e intensa... es... como volver a nacer. Vuelves a vivir sin preocupaciones, ni miedos, ni arrepentimientos: todo es nuevo, bueno y hermoso. Morir, además, es muy fácil y cómodo. No piensas en nada, no sientes nada... ni siquiera sueñas. Simplemente... dejas de existir, y eso de vez en cuando es muy agradable. Porque vivir es muy complicado.

1 comentario:

bixitoluminoso dijo...

pobre key...

le cuesta vivir. Ojala que no lo vuelva a repetir otra vez