lunes, febrero 7

Soñadores incurables

- Una vez me dijeron que tengo un brillo vivo e inquieto en la mirada, ¿tú qué piensas?

El joven, pasmado, levantó los ojos atónitos del periódico que temblaba con el bamboleo del autobús para observarla de hito en hito, con la boca entreabierta y expresión estúpida desde unas cejas perfectas a un mentón de barba descuidada. Tenía cara de no haber entendido una sola palabra, lo cual a ella le hizo sonreír.

- ¿También lo crees?- insistió.
- ¿Perdona? Me parece que no he entendido tu pregunta.- no pudo más que contestar él, aturullado.
- Mi mirada.- repitió la muchacha, seriamente.- Hace años, en un bar... siendo yo más pequeña y no debiendo estar allí, en realidad... Un señor, que siempre fumaba una pipa tan llena de arañazos que parecía la pipa de un gato viejo, me agarró por la muñeca, me miró fijamente a los ojos y me dijo con voz retumbante... "¡Tienes un brillo inquieto y vivo en los ojos, niña! Parece que haya anidado en ellos una hada traviesa, probablemente una que es pintora." Ya te puedes imaginar cómo me quedé yo, dando botes de alegría. Sólo pude hacerle la pregunta más evidente: "¿Y cómo sabe usted que se trata de una hada pintora?" El señor de la pipa de gato me respondió lo siguiente: "Las hadas saben mucho y reconocen un alma aventurera a kilómetros de distancia. Esa pequeña pícara sabe que tú eres una intrépida, y se ha quedado en tu mirada para aprovechar la oportunidad de pintar todo aquello que verás a lo largo de tu vida." Ahora... mi pregunta es bien sencilla. ¿Estás de acuerdo con aquel señor?

El pobre chico había pasado de tener la boca entreabierta a tenerla abierta de par en par sin ni siquiera darse cuenta. Miró el periódico, perplejo, como si pudiera encontrar en él la respuesta a aquella pregunta, y ya de paso una explicación razonable para la increíble y extravagante historia que aquella joven le acababa de contar.

- No creo que así puedas contestarme.- comentó la chica.
- ¿Y cómo?- preguntó él, empezando a enfadarse, girándose a ella de nuevo.- ¿De qué va esto? ¿Se trata de alguna encuesta o de alguna táctica nueva de publicidad invasiva?
- No, es simplemente una pregunta muy simple que podrías responder con facilidad si me miraras a los ojos. Así.

La muchacha acercó su rostro al suyo de repente, de forma rápida, hasta que sus narices se tocaron durante una milésima de segundo antes de separarse poco más de un milímetro. La intención de alejarse y escapar murió irremediablemente en el momento en que sus pupilas se encontraron y los irises grises con periferia verdosa de ella lo atraparon mágicamente. Eran unos ojos soberanamente hermosos, cautivadores... habitantes de un rostro bello también. Tenía un mapa de pecas que se extendía a través de la nariz chata y sobre sus mejillas sonrojadas, unos labios carnosos que parecían de fruta y un gracioso flequillo castaño rojizo parte de una melena ondulada que le serpenteaba encima de los hombros.

- ¿Lo ves?

Y sí, allí danzando en su mirada, había un brillo intenso que podía servir como espejo a quien lo observara, revoloteando inquieto por los ojos de los que se había adueñado. Casi pudo oír la risa contagiosa de aquella hada traviesa y pintora. Por un momento, tuvo el irresistible impulso de besarla.

- ¡Alejandra! ¿Se puede saber qué haces?

Una mujer trajeada de negro con una pamela de color lila claro se acercó al asiento doble del autobús donde ambos estaban sentados, montada sobre unos tacones de vértigo, lilas como el sombrero. La chica se apartó bruscamente del muchacho y sonrió a la mujer con inocencia.

- Estaba conversando, nada más. Le estaba haciendo una pregunta, de hecho.
- Una pregunta, ya. ¿Telepáticamente, y casi comiéndote a este pobre chaval? Ya sabes que debes comportarte cuando salimos a la calle.- dijo severamente, antes de dirigir una sonrisa encantadora hacia el confuso muchacho.- ¿Alejandra te estaba molestando? Lo lamento muchísimo, no se lo tengas en cuenta.
- No me molestaba...
- Oh, qué chico más educado, eres un cielo. Discúlpala, estos niños se descontrolan en cuanto salen del centro. Se les va la cabeza y no dicen más que disparates y tonterías temerarias, pero no tienes que hacer ningún caso de nada de lo que te haya dicho.
- ¿El centro...?- Alejandra mantenía la cabeza gacha, mirándose los pies en silencio.- ¿Qué centro?
- Es un centro para individuos internos, un reformatorio donde les ayudamos a superar su enfermedad... en la medida de lo posible.
- ¿Qué enfermedad?

La mujer volvió a sonreír, pero sin atisbo alguno de alegría en la expresión. Se trataba de una mueca fría y automática, mecánica, que le puso los pelos de punta.

- Son soñadores incurables. Y ya sabes que la sociedad no los tolera ni los acepta, son un peligro potencial, porque fantasear no sirve de nada ni hace bien a nadie. Toma.- se metió la mano en el bolso gris que le colgaba del brazo y le entregó una tarjeta con el nombre del centro y el número de teléfono.- Si conoces a algún individuo de tales características, haz el favor de avisarnos. Nosotros lo ayudaremos en cuanto podamos. Hasta luego. Alejandra, vamos, es nuestra parada.

Con una mueca triste, Alejandra se puso de pie agarrándose a la barra. Y entonces, como inspirada por una voz inaudible para todos los demás, se inclinó sobre el joven hasta rozar su oreja derecha con sus labios afrutados y le susurró:

- Me gustan tus ojos, tienen un brillo curioso. Estoy convencida de que en tu mirada vive un hada de la sabiduría, que aprovecha tu curiosidad para aprender un montón de cosas interesantes.
- ¡Alejandra, compórtate o tendré que castigarte cuando volvamos!- gritó la mujer, cortante.

Ella le guiñó un ojo, se levantó y salió del asiento doble. Llevaba un peto vaquero que le quedaba grande, y una camiseta de manga corta a rayas moradas, en un tono más oscuro y otro más claro, alternas. Se colocó junto a la señora del traje, que se alisó las arrugas de la chaqueta y se ajustó el sombrero con elegancia antes de coger a la chica con fuerza del brazo y arrastrarla sin miramientos hacia las puertas abiertas del autobús. Él sólo alcanzó a vislumbrar un destello de su brillo inquieto e intenso, que le decía adiós desde aquellos preciosos ojos. El vehículo volvió a ponerse en marcha, y el muchacho contempló la tarjeta aún sujeta entre sus dedos. La rompió y tiró los trozos de papel por la ventanilla abierta.

1 comentario:

Anaid Sobel dijo...

O
DIOS
MIO

Ha sido apoteósico, de esos que te cierran la boca del estómago y te aceleran el corazón.

Sensacional!