lunes, febrero 7

IASADE -62-

- Se marchó por allí.- dijo Satzsa, señalando al noreste con el dedo índice.
- Gracias, no sé que haría sin ti.
- Lo sé, me adoras. ¿Lo espantaste?
- Ha estado a punto de enfrentarse a mí, pero... nos interrumpieron y huyó.
- Es una pena. ¿Tienes alguna pista? Te vendría bien algo más aparte de la dirección de su rastro.
- Tal vez.- Cassia volvió a sentarse en el banco y encendió el cigarrillo que la Diablesa le tendía.- Al seguirlo he llegado hasta Maternidad y... más concretamente a una paciente específica, de nombre Claudia. Es posible que se trate de la nueva usuaria de la luciérnaga.
- Muy bien. Pues ya sabes lo que debes hacer.
- ¿Ah, sí?

Satzsa se levantó con un salto ágil y se desperezó con un gemido ahogado, sonriendo maliciosamente.

- Quédate aquí y vigila a esa Claudia. Sería útil que la siguieras, puede que el Ángel vuelva a localizarla. Mientras, yo buscaré algo suculento que nos sirva de cena, ¿qué te parece?
- Tráeme a una presa inquieta. Cuando vuelva, además de hambre, tendré ganas de pelea.
- Marchando, pequeña. Que te sea leve, y ten cuidado.

Dicho aquello la Diablesa, con el rostro semi oculto por la espesa y rebelde melena llameante, rió y desapareció envuelta en una nube oscura que se disipó rápidamente en cuanto la Nocturna expulsó sobre ella el humo del tabaco.

***

El día había amanecido nublado, como era habitual en aquella parte de España. Se avecinaba tormenta; Cassia, encaramada al tejado más alto del hospital, podía olerlo en el aire. Los pies le colgaban del muro, mientras se entretenía tarareando entre dientes y encendiendo y apagando el mechero de forma intermitente. La canción que le salía a trompicones entre los dientes era una melodía conocida y desconocida al mismo tiempo: desde su despertar como Nocturna, aquellas notas musicales habían estado impresas en su mente, existiendo como el único resto fósil del código genético perteneciente a la humana que había sido en vida. Sabía que tenía letra, pero no la recordaba. Y también era consciente de que era mejor así.

Su objetivo salió del hospital en dirección al aparcamiento gratuito que había la izquierda, junto al parque. Claudia vestía un abrigo rojo carmín, era de estatura media y complexión delgada, con una melena dispareja de un color miel que resplandecía incluso a pesar de no haber sol. Era atractiva: sus rasgos armoniosos tenían un matiz delicado y frágil, semejantes a los de un ángel, de piel pálida. Quizás demasiado pálida, y con unas ojeras en un tono lavanda suave bajo los ojos oscuros. Cassia detectó en ella el típico olor dulzón a bondad y sacrificio, pero también advirtió una nebulosa oscura que pugnaba por salir de su interior, mezcla de enfermedad, tristeza, miedo... terror, frustración, resentimiento... Emociones negativas de gran potencial que una Nocturna podría aprovechar fácilmente para ganar un alma condenada más a la causa. 

Sin embargo, no era ese su objetivo esa vez; en esta ocasión su víctima no era un humano de existencia miserable, sino un Ángel. Su Ángel, concretamente. O al menos, era la misión oficial. Porque... de espaldas al conocimiento de los Poderosos y de Satzsa... su verdadera presa era Amiss. Cassia sabía que no descansaría hasta eliminarla personalmente. Claudia cruzó el aparcamiento hasta llegar a su vehículo, un smart del mismo color que su abrigo, y arrancó. En el instante en que el motor se encendió con un perezoso rugido, Cassia subió sin hacer ruido a lo alto del coche. Y se relamió, hambrienta.

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