sábado, abril 30

Cara o cruz

Me siento como si estuviera permanentemente anclada en un andén, a la espera de un tren que nunca llega. En el banco de enfrente, una anciana me mira fijamente desde unos ojos sabios y viejos que presiden un rostro moreno y surcado de arrugas. Le devuelvo la mirada y me sonríe.
Me enseña las palmas de sus manos, que sin un mínimo temblor sostienen firmemente dos monedas que muestran una imagen distinta: cara y cruz. Y a pesar de los metros que nos separan, cuando habla la escucho como si la tuviera justo a mi lado.
- La cara está en la mano derecha, y la cruz en la izquierda. ¿Cuál eliges?
- ¿Qué sentido tiene saber dónde está cada una?
- Tu elección no debe ser fruto del azar. ¿Has escogido ya?
- No.
- Pues ya es hora de que lo hagas. Llevas mucho tiempo pensándolo.
- No lo sé. No sé cual quiero.
- Eres una mentirosa, y de las peores, porque te estás mintiendo a ti misma inútilmente. Sabes perfectamente cual quieres que sea tu elección, pero no tienes el valor suficiente para reconocerlo. Cobarde, además de mentirosa. El tren que esperas no vendrá hasta que no te hayas decidido.
Sus palabras, crudas y reales, se clavaron en esa herida que llevaba tanto tiempo intentando ocultar. Cerré los ojos y apreté los dientes.
¿Para qué negarlo? Era cierto. Sabía qué moneda coger, pero tenía miedo a arriesgarme.
Me puse en pie de un salto al mismo tiempo que abría los ojos.
La anciana había desaparecido, pero en el suelo delante de mí quedaban las dos monedas. Cara a la derecha, cruz a la izquierda.
Al agacharme, la campana que avisaba de la inminente llegada de un tren a las vías hizo resonar tu tañido claramente en mis oídos, y me pareció uno de los sonidos más hermosos que había escuchado jamás.

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