domingo, abril 3

IASADE -70-

La confusión desorientaba sus sentidos, hacía que todos los valores que siempre hacía considerado inamovibles oscilaran peligrosamente en las posiciones que ocupaban dentro de su lista de prioridades, llenándole de angustia un alma que no poseía. Se encontraba dividida entre la imperiosa necesidad de exterminar a Amiss de una vez por todas y el deseo de volver a ver a Mikäh... y no precisamente para enfrentarse a él. ¿Qué era aquella emoción? Parecía algo similar al hambre, a la avidez... pero con un cariz mucho más íntimo y turbador. Sin embargo, nada de eso importaba, ya que su dilema estaba resuelto por una causa de fuerza mayor ajena a sus intereses y que respondía al nombre de Satzsa: la Diablesa la perseguía, y la única forma posible de escapar de ella era marchándose de España, abandonando a las luciérnagas y a la usuaria de la Mediadora.

A pesar de que detestaba reconocerlo, era consciente de que era lo mejor; sin darse cuenta había terminado implicada, y Satzsa estaba en lo cierto al decir que estaba empezando a perderse, a recuperar sentimientos humanos que la apartaban de su camino. Una temporada lejos le ayudaría a reencontrarse y a poner distancia de por medio entre la Diablesa y ella... y también a proteger su propia existencia. Ahora que no tenía arma era extremadamente vulnerable, y no eran pocos los adversarios que le seguían la pista. Necesitaba urgentemente conseguir una nueva... y sabía donde conseguirla.

A Coruña era una ciudad que le desagradaba, que le hacía sentir un constante nudo en la garganta. Sin embargo, al observarla desde lejos, notó por primera vez una conexión con aquel lugar, un lazo que las unía, una familiaridad que la hizo sentir como en casa. ¿Habría destruido Mikäh su cimitarra? ¿O aquella atadura emocional era señal de que todavía estaba intacta... a la espera de que la recuperara?

***

Habían pasado ya nueve años desde el terrible terremoto y los tsunamis que habían asolado Japón y el país isleño todavía no se había recuperado de la catástrofe. Muchos de los lugares que desaparecieron bajo las aguas no volvieron a edificarse, surgiendo así nuevos núcleos urbanos y aumentando su población otras ciudades debido a las evacuaciones y traslados. El porcentaje de pobreza y miseria creció considerablemente: mucha gente perdió sus hogares y empleos, a sus familiares y amigos, viéndose obligados a empezar de cero... y en bastantes ocasiones, en completa soledad. Las ayudas humanitarias, las subvenciones de otros países y el esfuerzo del Gobierno no fue suficiente para re-ubicar a todos aquellos que habían padecido los estragos de la naturaleza. Debido a todo ello, y a los interminables problemas relacionados con la radiación y la central nuclear, el índice de infelicidad, y también de delincuencia, se había elevado como obvia consecuencia. Era un buen sitio donde comenzar su rehabilitación, lo suficientemente lejos de Satzsa como para no tener que preocuparse por ella en al menos dos semanas.

No era la primera vez que visitaba Japón; ya había estado en la isla un par de veces con anterioridad, acompañada de Satzsa, que siempre le había insistido en que conocer mundo era mejor que anclarse en una sola parte. El país nipón era un amplio y rico coto de caza, repleto de víctimas de la desesperación, miedo, pena y odio. Había alimento y diversiones de sobra, pero en opinión de Cassia se trataba de presas demasiado fáciles de conseguir y eso le quitaba emoción al juego.

Anakage era una ciudad nueva, fundada por dos poderosas familias yakuza, cuyos cimientos se habían levantado con dinero negro. Protegida por una fachada de aparente legalidad, era en realidad un hervidero de tráfico de armas, comercio de personas y medicamentos de dudosos efectos, también cuna de estafadores, asesinos, sicarios y proxenetas. La creme de la creme del crimen organizado japonés, y el hogar de un renombrado fabricante de katanas llamado Isagi Mio... la razón que le había hecho elegir Anakage como destino. Allí la ley sólo era mera espectadora de delitos encubiertos que jamás se denunciaban.

La ciudad, contrariamente a lo que se había convertido en la tendencia arquitectónica de los últimos años, basada en estructuras modernas, sobrias y sólidas rozando el minimalismo a gran escala, se había construido al estilo tradicional. Las casas de aspecto frágil parecían alzarse desafiando a la débil tierra, susceptible a terribles seísmos, enmascaradas por una belleza de formas y decoración que daba cobijo a personas de corazón cruel y a gente desposeída de cualquier tipo de suerte. Las sombras se agazapaban en esquinas y callejones, huyendo de las tenues luces de bares y prostíbulos, confraternizando con las perversas sonrisas de quienes eran dueños no sólo de sus propias vidas, sino de las de muchos infelices más que estaban a su merced.

Cassia unió su sonrisa a aquellas, mientras saltaba silenciosamente de tejado en tejado, adentrándose en la ciudad sin ser vista ni oída.

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