miércoles, marzo 30

IASADE -69-

Pánico... sentía puro y simple pánico, otra emoción humana que había olvidado por completo. Sin su arma, un Nocturno estaba incompleto. Un alma negra podía fracasar, podía incluso permitirse el lujo de ser eliminado, pero jamás podía perder su arma, y esa era una de las primeras normas que le enseñó Satsza tras su despertar. Satzsa... se estaba acercando rápidamente, la estaba buscando y Cassia podía presentar su ira. Por unos segundos se vio tentada de huir y esconderse.

La Diablesa descendió sin hacer ningún ruido, justo detrás de ella, y habló con una voz controlada que pretendió sonar suave y tranquilizadora.

- Te estaba buscando, pequeña.
- Pues aquí me tienes.- dijo Cassia, girándose hacia ella. Sus ojos anaranjados eran verdaderamente temibles, y la sonrisa de sus labios tensa y rígida. De repente le parecía más grande, y sumamente amenazadora. Por primera vez, Satzsa le dio miedo.
- ¿Qué ha pasado aquí? Hueles... de forma muy extraña.
- He tenido un encontronazo.

Cassia quiso morderse la lengua para no hablar. No quería delatar a Mikäh, y no entendía porqué: era una simple luciérnaga, y además una luciérnaga ladrona que se había marchado con su cimitarra.

- ¿Con quién?- susurró ella, peligrosamente.

Advirtió que, de forma inconsciente, había retrocedido un paso atrás.

- Con Ael.
- No me mientas, Cassia. ¿Me tomas por imbécil? No hueles a Ángel, no hay ni rastro del palomo por aquí. ¿Quién?

Cassia sólo pudo negar con la cabeza. Estaba en un callejón sin salida.
Satzsa siseó, rabiosa, y corrió hacia ella tan rápido que Cassia no tuvo tiempo de escapar. La Diablesa la agarró por el cuello, clavándole las uñas en la piel, ondeando furiosamente la cola de un lado a otro. El odio le fulguraba en los ojos como una llama ávida.

- Vaya, vaya... veo que has perdido tu preciosa cimitarra. Muy mal, pequeña, muy mal. ¡¿Es que no recuerdas mis lecciones?!

Su grito, torturado por la ira, hizo eco en el propio aire.

- Me la han robado.
- ¿Quién, Cassia?
- ¡No quiero decírtelo!
- ¿Y por qué no? ¡¿A quién proteges?! ¿Es que acaso te has hecho amiguita de tu enemiga la luciérnaga?
- ¡No!
- ¿No?- Satzsa parpadeó, un tanto confundida.- Así que no se trata de ella... ¿de quién entonces, eh?- la Diablesa le tiró del pelo hacia atrás y le olió el cuello con la boca entreabierta, casi jadeante.- Apestas a miedo... e incluso a amor... Estás perdida... ¡¿Cómo has podido permitirlo?!

Y la tiró al suelo de un rodillazo en el estómago. Cassia se revolvió velozmente, alejándose de ella. Satzsa estaba fuera de sí.

- ¡Así no me sirves para nada! Tendré que encerrarte de nuevo... y esta vez mucho tiempo, mucho más tiempo.
- No. ¡No dejaré que me encierres!
- Es por tu bien, Cassia. Te estás perdiendo, te estás debilitando. Si vienes conmigo por las buenas no tendré que hacerte daño. No quiero hacerte daño, pequeña...
- Eres una mentirosa. ¡Mentirosa!- Cassia subió de un salto al muro de ladrillo que delimitaba los jardines.- No me vas a encerrar, ni vas a volver a utilizarme.
- Piensa lo que estás diciendo, Cassia...
- ¡No! ¡Me largo!
- ¡Estúpida!- explotó la Diablesa.- No puedes huir de mí, ¡me perteneces! ¡Eres mía, yo te convertí en lo que eres ahora!

Cassia se dio la vuelta y, tan rápido como le era posible, escapó de allí. Sin dirección, sin objetivos, sólo para poner la máxima distancia entre Satzsa y ella.

- ¡Te encontraré allá donde vayas! ¡¡Me perteneces, Cassia!!

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