martes, julio 21

Hacia atrás en el tiempo (3)

El paso del tiempo no era tan evidente cuando miré a mi padre, sentado al volante.
Estaba ligeramente más delgado y las arrugas de la cara quizá estaban algo menos marcadas, pero aparte de eso seguía siendo el mismo que me había despedido de casa unas horas atrás (o unos años hacia delante, según se mirara.) Pisó el embrague y puso el coche en marcha.

- ¿Cómo estás?
- Mejor.- dije, realmente aliviada ahora que me alejaba de aquel lugar.
- ¿Cómo te lo has pasado?

Tuve que pararme un momento antes de contestar. ¿Qué decirle? Tal vez era mejor mentir, de momento.

- Bien.

Mi respuesta debió resultar convincente, porque mi padre dejó el tema correr y no me hizo más preguntas. Recliné la cabeza contra el asiento y cerré los ojos, cansada, con el corazón latiéndome rápidamente y mil dudas revoloteando dentro de mi cabeza.
No sabía qué hacer, no sabía si contarle a mis padres la verdad de lo que me estaba sucediendo. ¿Y si pensaban que había perdido la cabeza y que me había vuelto loca, y se les ocurría llevarme a un psquiatra? Quizá debería callarme de momento... y rezar porque todo aquello terminara pronto.

Llegamos rápido a casa, recorriendo las mismas calles, aunque cambiadas, de siempre. Las obras que invadían la ciudad obstruyendo el paso y ralentizando el tráfico no estaban, y era mucho más fácil circular y andar por cualquier sitio. Mi urbanización tampoco había cambiado, al menos a simple vista. Todo estaba oscuro, tenuemente iluminado por las farolas anaranjadas de la carretera, y silencioso. Algunas de las ventanas de los edificios estaban aún encendidas, pero tras la mayoría ya anidaba la negrura. Mi padre me acompañó al portal pasándome un brazo por encima de los hombros, pero sin decir palabra, lo cual agradecí. No tenía ganas de hablar, y tampoco sabía qué decir.
El regresar a casa fue muy extraño, pues nada estaba igual. Ni siquiera recordaba ya cómo había estado antes de vender los muebles del comedor y de haberlo metido todo en las cajas que después habían ocupado el pasillo, dándole a nuestro hogar un permanente aspecto desordenado. Ahora todo estaba en su sitio y perfectamente colocado. Las luces del pasillo se encendieron un momento al entrar y se apagaron cuando la puerta se cerró. La puerta de la habitación de mis padres estaba abierta y mi madre estaba junto a ella. Me abrazó cuando llegué a su lado.

- ¿Qué tal estás?
- Algo mejor.- contesté.- Pero estoy muy cansada.

Me puso la mano en la frente con gesto experto.

- No tienes fiebre.- dictaminó.- ¿Quieres tomarte algo?
- No, estoy bien. Me voy a ir a la cama.
- Vale, cariño. Buenas noches.

Tras despedirme también de mi padre, entré en mi habitación y cerré la puerta a mi espalda. Le hice frente sintiéndome una extraña en mi propio dormitorio. Las sábanas de verano habían sido sustituidas por mi antigo edredón de invierno, los pósters que cubrían mis paredes habían desaparecido y en su lugar volvían a estar los cuadros de punto de cruz que me habían hecho mi abuela y bisabuela. Mi padre aún no me había puesto el suelo de madera, por lo que era de mármol rojo como el resto de la casa. Mi portátil no descansaba sobre la mesa, sino que era mi antiguo ordenador el que me devolvía la mirada desde el escritorio. La distribución de los libros, libretas y apuntes, fotos de mesa y demás elementos decorativos era totalmente distinta; había muchas cosas que aún no tenía, que me faltaban, y otras cosas que creía perdidas desde hace mucho tiempo.
Suspiré y me dejé caer en la cama con los ojos cerrados. Aquello era completamente surrealista... no podía estar pasando. Era imposible... pero real. Indudablemente real. Sentí ganas de llorar y de gritar de pura frustración. Estaba atrapada atrás en el tiempo y estaba completamente sola, pues no me atrevía a contarle la verdad a nadie. De mí dependían importantes decisiones que tendrían inevitables repercusiones en mi vida, pero de las que no quería hacerme cargo en aquellos momentos. Echaba de menos a mis amigos... amigos a los que ni siquiera conocía todavía. Y a mi Daniel.

Empezó a dolerme la cabeza de verdad. Puse punto final a mis pensamientos, que sólo daban lugar a más preguntas y desesperación, y me metí en la cama sin acordarme de ponerme el pijama. Apagué la luz y me tapé con el edredón. Me quedé dormida rogando al cielo, a pesar de mi ateísmo, que todo aquello fuera tan sólo un mal sueño.

1 comentario:

Xit dijo...

Mala, mala y mala es un trozo muy corto yo quiero másssssssssssssssssss