martes, febrero 28

Escudos

La niña espiaba a través de la estrecha rendija, conteniendo la respiración y completamente inmóvil. No veía mucho, en realidad. Más bien casi nada. El resplandor cálido del sol se dejaba caer por el tragaluz del techo, iluminando la habitación y al paciente, que estaba oculto a sus ojos por un vestidor de tela blanca y estructura de madera. Sólo sus pies, descalzos, y la mitad del cuerpo de su madre sentada en la silla e inclinada hacia delante eran los datos visuales que podía captar desde su posición.
Resopló ligeramente, para no hacer ruido, y miró a su alrededor buscando algo que pudiera servir a su fin. No podía entrar, porque tenía prohibido interrumpir las sesiones de su madre mientras trabajaba, pero se moría de curiosidad. Para ella, aquel trabajo era una ciencia tan maravillosa como misteriosa, desconocida y completamente incomprensible. Le había preguntado a su madre al respecto muchas veces, por supuesto. Hasta la saciedad. Ella la cogía entre sus brazos, le peinaba el cabello con las manos y se lo explicaba lo mejor que sabía.
Todas las personas tenemos una barrera, cariño. Todas las barreras son diferentes... cambian en grosor, tamaño, fragilidad... pero tienen en común el mismo objetivo: protegernos. Preservar nuestro mundo dentro de nosotros mismos, conservar nuestra identidad cuando nos relacionamos con otras personas. Si vas a oscuras por una habitación llena de gente, puedes detectar la cercanía de otros sin ver y sin llegar a tocar a nadie. ¿Por qué? Porque rozan nuestra barrera y los sentimos. Es... parecido a un escudo, aunque hay quienes la usan para apartar a los demás o para no dejar que los sentimientos ni las emociones las traspasen. No hay que encerrarse en la barrera, pero algunos acaban atrapados en ella. Hay veces que esas barreras se rompen, mucho, poco o del todo, y es entonces cuando la gente acude a mí. Soy médico de barreras. Las arreglo cuando se estropean, las coso cuando se rajan, les pongo parches si es necesario. Pero no puedo aliviar su dolor cuando duelen ni cambiar su naturaleza, y hay roturas que no tienen solución...
Un breve maullido a su espalda la hizo girarse. Pirata, su gato, se había subido a la estantería y jugaba mordisqueando las virutas de hilo que adornaban las cuatro esquinas de uno de los tapetes favoritos de su madre, de color púrpura aterciopelado. La niña se levantó, se frotó las doloridas rodillas con las manos y se acercó a la estantería, mirando desde abajo al gato que le devolvió la mirada con descaro y continuó masticando.
- Pirata, bájate de ahí. A mamá no le gusta que hagas eso.
La niña estiró la mano para tocarlo y el animal, juguetón y travieso, intentó arañar y mordisquear también los dedos de su mano.
- No.- le dijo, con autoridad.- Baja.
Pero Pirata, creyéndose parte de otro juego más entretenido, se revolcó sobre el tapete moviendo la cola exageradamente de un lado a otro sin hacer caso de las indicaciones de su ama. Con la cola, sin querer, rozó una copa de cerámica pintada que había en la esquina de la estantería. Y la copa, sin quererlo tampoco, se balanceó peligrosamente hasta caerse de la batea.
La niña intentó alcanzarla, pero no fue lo suficientemente rápida, y la copa se estrelló en el suelo haciéndose añicos. El ruido, agudo y tintineante, asustó a Pirata, que bufó sorprendido y saltó de la estantería al suelo para escaparse como un rayo de cola erizada a través de la rendija de la puerta del despacho de su madre.
En un alarde de inspiración, así como de preocupación por dar las explicaciones pertinentes a su madre, la niña corrió detrás del gato. No inconscientemente, como más tarde alegaría, sino con toda la intención. Empujó la puerta y entró en el despacho sin querer pensar en las consecuencias.
La silla de su madre protestó contra el suelo cuando ésta se levantó de golpe. Dentro del vestidor, que era amplio, había una camilla de aspecto confortable, y sobre ella una muchacha que se apresuró a tapar su desnudez. Aún así, la niña alcanzó a ver la palidez de su piel, casi desvaída y transparente, el color rosáceo de sus pechos y el ángulo oscuro entre sus piernas. Y aquello encendió un intenso rubor en sus mejillas. La chica parecía desolada, triste y sola. No porque diera la impresión de tener un carácter solitario, sino porque a la niña le pareció la persona más sola que había visto nunca, como si no tuviera amigos ni familia. Como si su madre y ella fueran las primeras personas que había visto en toda su vida. Bajo el foco de luz solar, parecía a punto de desvanecerse, de fundirse con la propia luz y desparecer.
Le entraron ganas de llorar, y al parpadear para espantar las lágrimas acumuladas reparó en su madre. La desolación que mostraba la paciente había eclipsado toda su atención.
- Fuera de aquí ahora mismo.- sus ojos ardían, con una mezcla de emociones que la niña no supo identificar.
- Pero Pirata...
- Olvida a Pirata y vete ya.
La niña cabeceó y retrocedió torpemente hasta salir de la habitación y cerrarla. Apoyó la espalda en la puerta y se tapó la boca con las manos para ahogar el llanto desenfrenado que la embargaba.
Nunca había llorado con tanta fuerza, nunca había se había sentido tan triste. Hasta aquel momento no conocía el verdadero significado de soledad, vulnerabilidad, tristeza y miedo.

[Imagen por Mefitica]

3 comentarios:

InfusiónDeLotoNegro dijo...

Precioso…
(Te juro que he pido ver el rostro y el cuerpo de esa chica triste)
Es curioso, porque tal nivel de inmersión en la lectura no me suele pasar- “salvo en contadas ocasiones”- ni con escritores de fama y talento reconocidos.

InfusiónDeLotoNegro dijo...

podido *
xD

Anaid Sobel dijo...

Dios, pero mira que eres buena, tía... me has transportado allí, a esa rendija, a ese despacho, a esa chica vacía y sola...
Sublime