lunes, octubre 17

IASADE -89-

El aroma almizcleño, caliente y peligroso de la Diablesa saltaba de una corriente a otra, dejándose transportar libremente por el aire, viajando traviesa y despreocupadamente. Cassia lo aspiró hasta llenarse de él, intentando adivinar las intenciones de Satzsa en aquel rastro que parecía haber dejado a propósito para anunciar su llegada. Aquel aviso tan obvio implicaba el deseo de un reencuentro, por lo menos cordial, con miras de diálogo… pero la Nocturna no sabía si confiar en las apariencias. La Diablesa sabía que algo había cambiado en ella, pero Cassia dudaba que llegara a imaginar el alcance de ese cambio. Era muy posible que Satzsa pensara que con una conversación amistosa y recuerdos nostálgicos conseguiría atraerla a su lado de nuevo. O tal vez se tratara de una trampa.

El sol apareció repentinamente entre las nubes, dibujando un arco de colores al atravesar con sus rayos de luz las gotas de agua. Como un gato, Cassia alzó la cabeza y olisqueó el aire en busca de la pista de Amiss, caracterizada por un olor dulce similar al del bizcocho recién hecho, esa fragancia que tenía a Mikäh encandilado y que a ella le provocaba náuseas. Antes de dirigirse hacia la luciérnaga, la Nocturna se preguntó si sería capaz de mantener el juramento que había prometido hacerle al alma blanca, sin estar muy segura de ello.

Amiss saltaba entre las rocas picudas a la orilla del mar, trastabillándose en tres de cada cinco saltos, con las manos guardadas en los bolsillos, mientras el viento le ondulaba el vestido verde a voluntad. Se sentó sobre una de ellas, tan cerca del agua que la espuma de las olas le salpicaba en la cara y en la planta de los pies, sacó de un bolsillo un puñado de piedras pequeñas, planas y de diferentes colores y lo colocó sobre su regazo. Escogió una de ellas al azar y tras observarla detenidamente, la lanzó al agua. Al hundirse, la luciérnaga chasqueó la lengua, cogió otra piedra y repitió el movimiento obteniendo nuevamente el mismo resultado. A la quinta piedra zambullida, Amiss apoyó los brazos sobre las rodillas encogidas y enterró en ellos la cara, de la que se había adueñado una honda tristeza. Por un segundo, Cassia sintió que ambas conectaban involuntariamente y pudo rozar ligeramente el sufrimiento que embargaba al alma blanca, el poderoso sentimiento de incertidumbre que la acosaba sin descanso, el aplastante miedo que la perseguía día y noche. Y sin quererlo, empatizó con todas aquellas emociones sintiéndolas como suyas, llegando a apiadarse de ella al recordar que la luciérnaga, desafortunadamente, no contaba con el privilegio de poder dormir y desconectar de la realidad unas pocas horas: la pena, las dudas y el terror no le daban tregua ni un instante.

Apretó los dientes y hundió los dedos en la roca, conteniendo el llanto una vez más. Amiss tampoco podía llorar, y Cassia se preguntaba cómo podía fingir que nada sucedía sin disponer de ninguna vía de escape para drenar aquellas emociones que la envenenaban lentamente. Una ráfaga de aire le azotó la cara con el perfume metálico de la Diablesa, que se le quedó enredado en el pelo. La Nocturna escrutó el cielo de un extremo a otro con desconfianza, mientras su cuerpo se tensaba preparándose para huir. Las nubes rosadas por el sol no parecían esconder ningún peligro y las gaviotas sobrevolaban la playa chillando quejumbrosamente sin sentirse amenazadas, pero Cassia sabía reconocer perfectamente el estado de calma que siempre precede a la tempestad. Era el momento de alejarse de allí y desviar la atención de la luciérnaga, que permanecía sentada sobre las rocas observando el horizonte, completamente muda.

1 comentario:

Anaid Sobel dijo...

Dios, Cassia y Amiss han empatizado, buff!!
¿Qué pasará cuando llege Satzsa? Llámame sádico, pero espero algo digno del los entresijos del infierno.

Buff!