viernes, agosto 20

IASADE -37-

Las almas blancas no dormían, pero Amiss había soñado. Y no sólo una vez, sino dos. Las imágenes y voces la alcanzaron, imponiéndose a lo que veían sus ojos abiertos y a lo que oían sus oídos atentos, sumergiéndola a la fuerza en una escena en la que no era más que una simple espectadora.

Una chica de trece años sollozaba silenciosamente, sentada en una silla, en la esquina de una sala de espera. La habitación tenía las paredes pintadas de colores cálidos, el mobiliario era bonito, los asientos cómodos y la decoración agradable, pero aún así la chica temblaba y lloraba sin parar, atemorizada por los gritos que se oían detrás de la puerta. Gritos de un hombre y una mujer, chillándose palabras hirientes y reprochándose miles de cosas, dejando bien claro que no querían volver a tener nada que ver el uno con el otro nunca más.

La chica alzó la cara de ojos llorosos, mejillas y nariz coloradas, y se sorbió los mocos con muy poca delicadeza. No estaba sola. A su lado había un chico de su misma edad, apretándole la mano con cariño, observándola fijamente sin decir una sola palabra. Ella lo miró y se rió tristemente. Él sonrió y se inclinó para darle un suave beso en los labios. La chica se abrazó a él echándole los brazos al cuello, escondiendo la cabeza y volviendo a llorar otra vez. El chico le acarició el pelo con ternura y la dejó desahogarse. Su llanto y los gritos de sus padres rivalizaban en volumen.

Amiss observó la escena cuidadosamente. Se aproximó a la pareja de adolescentes y se colocó frente a ellos, en cuclillas. Los estudió con curiosidad, consciente de que ellos no podían verla ni oirla. Era un sueño, ¿verdad? Eran fruto de su propia imaginación. Pero las almas blancas no sueñan, porque no duermen. ¿Qué sentido tenía entonces todo aquello? Dubitativa, alargó una mano hasta tocar el hombro de la chica, que seguía llorando de forma desgarradora. Un huracán de intensos sentimientos la hizo tambalearse hacia atrás, con la cabeza dándole vueltas, apretando los dientes. Dolor, mucho dolor, ira, miedo, culpabilidad, amor, tristeza, desesperanza... Apartó la mano como si se hubiera quemado, justo en el momento en que el chico levantó levemente la cabeza y la miró. O fue como si la mirara. Sus ojos se encontraron momentáneamente y a pesar de saber que no la estaba viendo, Amiss sintió que algo se retorcía dentro de ella. Sabía que de haber tenido corazón éste habría saltado en su pecho, enviándole sangre a las mejillas, que se habrían ruborizado con fuerza de forma inevitable. Pero estaba muerta y su corazón ya no latía. La Mediadora cerró los ojos...

Y cuando los abrió el sueño ya había terminado. Tendida sobre el camastro de su cubículo, el techo de la habitación permanecía inmutable. Allí todo era inmutable.
Alguien llamó a la puerta y Amiss se levantó para abrir, moviéndose por pura inercia, sintiéndose extraña y ajena a sí misma, apenas sin voluntad. Ael la observó severamente.

- Vamos, Amiss. Los Sabios te están esperando para juzgarte.

1 comentario:

Anaid Sobel dijo...

Pero que triste me ha parecido este capítulo, jolin.
Triste y corto, ha decir verdad.
Aunque yo no debería hablar de capítulos cortos, lo se
:D

Un beso, amiga mía, o doscientos, mejor.
P.D: Sigue, Sigue, SIGUE