sábado, junio 19

IASADE -18-

Ya habían pasado dos semanas y era el momento de regresar. Amiss no quería abandonar a Sara ahora que la niña era más frágil y vulnerable, pero no le quedaba alternativa. Era una de las normas indiscutibles de los Mediadores y no había vuelta de hoja.
Ael le había dicho que no era necesario que postergarse demasiado su vuelta al mundo de los vivos, pero que una vez de nuevo arriba aprovechara para reunir información, descansar y trazar un plan, y era justo lo que Amiss pensaba hacer. El Ángel además le había advertido que no regresaría con ella. Ya había cumplido su función como guía y consideraba que tampoco podía enseñarle mucho más.

- Si te encuentras en un problema que no sepas cómo resolver, llámame y punto.- le había dicho.

A pesar de su reticencia a marcharse, le supuso un alivio volver de nuevo a la Capital de las almas. El tiempo dejó de acosarla con el paso de segundo tras segundo y regresó de nuevo a los lugares que le eran familiares. Nunca había considerado un hogar aquel sitio hasta ese momento, al experimentar algo muy parecido a la alegría cuando sus pies descalzos tocaron de nuevo el suelo de cristal, en lo más alto de lo más alto. Allí no debía estar pendiente de nadie más que de ella, y resultó enormemente agradable poder detenerse y dedicarse a la simple contemplación. Su cubículo seguía tal cual: pequeño, seguro. Su propio refugio donde nadie ni nada existía salvo ella misma y su propia consciencia. Sus pensamientos reverberaban en las azuladas paredes, convirtiéndose en tonos armónicos de una melodía suprema y fundamental. Era parte del todo, por muy patosa y torpe que fuera. Era esencial.

No se dio cuenta de lo realmente agotada que estaba hasta que se paró. Y comprendió entonces perfectamente porque dicho descanso cada dos semanas era obligatorio. Tenía la mente saturada y sujeta por completo a la subjetividad. Necesitaba un reset.
Sin embargo no dejó que la paz y la serenidad que invadieron su alma le hicieran olvidar su tarea. Tenía alguien a quien encontrar.

Sabía que Sara estaba equivocada: su hermano no había acudido a su llamada. En su forma etérea Amiss era capaz de ver a los fantasmas, a las almas perdidas que habían quedado atrapadas en el mundo de los vivos sin posibilidad de acceder a la Capital. Eran bastantes y solían vagar sin rumbo de un lado a otro, abundando cerca de los templos religiosos y en los cementerios. Ellos nunca advertían su presencia, sino que se limitaban a pasar de largo, consumidos por la tristeza que los torturaba sin descanso. Y junto a Sara jamás había visto a ninguno, ni tampoco merodeando cerca del apartamento o el parque.

Reflexionando sobre ello pensó en buscar a Pablo. Si había muerto y no era ningún fantasma, debía estar en la Capital. Sin embargo, al compartir su idea con Ael, el Ángel frunció el entrecejo.

- No es tan sencillo.
- ¿Por qué no? Sé que las almas pueden aparecerse en el mundo de los vivos.
- Me refiero a localizarlo. Puede estar en cualquier lugar…
- Ya me las ingeniaré.
- Además, Amiss… quizá sea como tú, y no recuerde su vida pasada. O tal vez no le interese.
- Tengo que intentarlo de todas formas.
- No te digo que no lo hagas. Pero no albergues muchas esperanzas al respecto, porque seguramente no salga bien.

Pero incluso a pesar de la sombría perspectiva de Ael, Amiss se sentía positiva.
Un positivismo que se esfumó enseguida cuando al comenzar a idear una búsqueda se dio cuenta de que no tenía la más remota idea de cómo hacerlo. Las almas, generalmente, no se relacionaban entre sí. El poder supremo regía la Capital a través de los Sabios, quienes a su vez organizaban y gobernaban con la ayuda de los Ángeles. Todos los demás cumplían una función específica a la que se dedicaban por completo, y aunque tenían trato entre sí, muy pocas veces compartían algo más que una leve amistad.

Y dado su carácter, Amiss ni siquiera tenía “leves amigos” a los que preguntar. Y menos por un alma en concreto. Se dio cuenta, resignada, de que al único que podía acudir era Ael. Se imaginó el hermoso rostro del Ángel, mirándola primero con enfado y enarcando las cejas después en un ademán de exasperante superioridad. Suspiró.

No hay comentarios: