martes, junio 1

IASADE -14-

Las carcajadas de Ael retumbaban sólo en sus oídos. Amiss había cerrado los ojos con fuerza al caer, y al abrirlos vio el enramado oscuro de hojas verdes sobre su cabeza, como una cúpula vegetal. El Ángel, acuclillado sobre una de las ramas más altas, se desternillaba de risa.

- ¿Estás bien?- preguntó Sara, arrodillándose a su lado. La preocupación había borrado de un plumazo la desconfianza de los ojos. Inclinada sobre ella, parecía bastante asustada.- ¿Te duele?

Amiss se incorporó despacio, analizando el dolor que sentía, si es que a aquello se le podía llamar dolor. Sólo una débil quemazón en la espalda, el trasero y las piernas. Sonrió un poco y se levantó, limpiándose la tierra de las rodillas.

- Sí, estoy bien. Me duele, pero solo un poco. No te preocupes.

Sara la miraba con los ojos de par en par sin saber qué decir y mucho menos qué hacer; su expresión era tan cómica que Amiss no pudo evitar reírse levemente.

- De verdad, estoy bien. ¿Ves? No me duele nada.
- ¿Qué hacías allí arriba?- preguntó entonces, cruzándose de brazos y volviendo a adoptar una posición defensiva.
- Pues...- se estrujó el cerebro buscando una excusa creíble. Miró a Ael, suplicante, pero el Ángel ahora serio y en silencio no dijo ni mu.- Había un gato. Pero bajó antes de que consiguiera acercarme. Luego... me caí.

Sara asintió con un gesto aunque parecía no haberse creído ni una sola palabra. El silencio y la tensión ganaban solidez conforme los minutos pasaban y ninguna decía nada. Sara se miraba las zapatillas sucias y Amiss se maldecía a sí misma por haber permitido que la encontrara con la guardia baja. Ella era Lara Pena Rivas, tenía que pensar como tal y actuar como tal.

- ¿Y qué haces tú aquí?- preguntó, amistosamente.- ¿Vives por aquí cerca?
- Vivo en ese edificio.- respondió la niña, señalando el bloque de pisos.- Estaba sacando la basura. Tú... ¿también vives por aquí?
- Más lejos que tú, pero sí. Cerca del parque. Mis padres están en un bar y...
- Oye, perdona, pero tengo que volver a mi casa. Tengo que ayudar a mi padre. Adiós.
- Ah, vale... hasta mañana.

Sara hizo un gesto apresurado de despedida con la mano, le dio la espalda y salió corriendo, pisando la hierba con fuerza. Amiss la contempló marcharse aún con la mano levantada en el aire en un mudo adiós.

- Mira a tus pies.- dijo entonces Ael, repentinamente cercano.

Amiss obedeció y tras unos segundos, distinguió un pequeño brillo a la luz de las altas y esbeltas farolas del parque, que se acababan de encender. Se agachó y recogió una canica del suelo. Una canica que parecía tener una llama encerrada en el
interior.

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