jueves, enero 14

David y Goliat

[Imagen por kheleksul]

No hubiera sido necesario que Goliat fuera un gigante. No tenía tampoco que ser un monstruo, y ni siquiera hubiera debido ser más fuerte que David.
Bastaba con que perteneciera a una clase social superior para que todos sus esfuerzos quedaran desprovistos de todo valor.

Las calles desiertas no le inspiraban miedo, pues había crecido en ellas. Al contrario de lo que la gente solía pensar, en los barrios solitarios era mucho más segura una calle vacía que una concurrida. Por eso, cuando escuchó unos pasos haciendo eco a los suyos se detuvo en seco y se dio la vuelta.

Un muchacho de su edad se aproximaba a él, caminando con aire despreocupado y tranquilo. Silbaba. Era rubio, y llevaba un traje blanco con una corbata púrpura de aspecto caro. La luz anaranjada de las farolas se reflejaba en sus brillantes zapatos negros. Connor lo estudió brevemente y después apartó la vista: nunca mires a nadie demasiado tiempo a los ojos. Era una regla. Se giró, con la intención de seguir andando, cuando los silbidos se interrumpieron y el individuo llamó su atención en voz alta.

- ¡Eh, hola!

Dudó si mirar o apretar el paso. Su tono de voz había sido amistoso y desenfadado. Intuyó el peligro... pero no hizo caso a su instinto y se paró para observar al joven, que sonreía.

- ¿Qué estabas mirando antes, eh?- preguntó, burlonamente.- ¿Te ha gustado mi ropa? ¿Me la quieres robar? ¿O prefieres echarle mano a mi cartera?

Su instinto le dio un segundo aviso para que se alejara de allí rápidamente, pero volvió a desoírlo. Quería intentar arreglar aquel malentendido.

- Creo que te equivocas. Yo no soy de esa clase de gente, no voy por ahí robando a la gente. Pero sí que hay personas por esta zona que no dudarían en hacerlo, así que te recomiendo que te marches de aquí cuanto antes. Hasta luego.

El chico lo había alcanzado ya. La sonrisa seguía siendo dueña de sus labios y de sus ojos claros.

- ¿Te crees un tipo duro, gilipollas?- preguntó.- ¿Te crees que porque yo voy vestido mejor de lo que tú jamás podrás tienes derecho a decirme por dónde puedo o no puedo ir? ¿Quién te dice que no soy capaz de darle una paliza a nadie?
- Tranquilízate, ¿vale? Yo no...

El muchacho levantó los brazos y le agarró el cuello de la camisa con los puños, con tanta fuerza que los nudillos se le quedaron blancos. La pupila, dilatada y desenfocada, se clavó en la suya. Se le acercó tanto que sus frentes chocaron, y Connor sintió el cálido aliento del extraño sobre su nariz.

- Pues si tú no vas a robarme nada, creo que nos cambiaremos los papeles, ¿te parece?

Connor vio un resplandor metálico y descubrió que el joven tenía una navaja, pequeña y afilada, en la mano. Le apuntaba con ella.

- Dame lo que tengas.
- No tengo nada.
- ¡Que me lo des!

Connor, intentando controlar el temblor que se había apoderado de su cuerpo, se volvió los bolsillos vacíos hacia fuera para que pudiera comprobarlo. También se descalzó y abrió las manos.

- ¿Es necesario que me quite la ropa para convencerte?

El chico rubio apretó los dientes y ahogó un siseo frustrado. Miró a Connor, ahora con la mirada cegada por la ira y la impotencia.

- ¡Pobre de mierda!

Sus brazos se movieron en direcciones diferentes, como respondiendo a órdenes distintas. El izquierdo le dio un fuerte empujón, haciéndolo tropezar y caer hacia atrás, mientras que el derecho, cuya mano sujetaba el arma, se abalanzó sobre él torpemente. Connor sintió cómo el metal, frío, atravesaba su piel y sus músculos. El dolor, lacerante y agudo, rompió el tejido y liberó la sangre, que empezó a fluir a borbotones, ardiente, a través de la herida abierta. Otro latigazo de dolor insoportable le arrebató el aire cuando la navaja salió de su cuerpo otra vez. Jadeó, sintió que su visión se difuminaba por un momento en el que todo pareció dar vueltas vertiginosamente a su alrededor.
La voz del muchacho le llegó muy distante, a pesar de que se encontraba a su lado.

- ¡Te voy a matar, pobre asqueroso!

Connor se miró las manos, junto a su abdomen, manchadas de sangre. Vio que el chico se lanzaba de nuevo sobre él con un grito salvaje y el arma en mano. Retrocedió un paso. Pisó su propia sangre y resbaló. Su atacante, que lo había vuelto a agarrar por el cuello de la camisa, perdió el equilibrio también y la puñalada que iba dirigida a su pecho erró y le hirió los ojos. Gritó y se cayó al suelo de espaldas, golpeándose la cabeza con las baldosas desiguales del suelo.

El ardiente dolor que había cegado sus ojos anulaba cualquier otra percepción. Cuando puso las manos en el suelo para impulsarse hacia atrás sus dedos crispados se toparon con el mango mojado de la navaja y lo agarraron con fuerza. Delante de él oyó un grito desesperado y rabioso, y en un acto reflejo extendió los brazos hacia delante empuñando el arma.

Sintió un líquido caliente deslizándose entre sus dedos y olió el intenso aroma a perfume de hombre. El peso del cuerpo inerte del chico rubio cayó sobre sus hombros y los labios de su atacante pronunciaron unos últimos jadeos roncos e ininteligibles. Connor, que apenas podía respirar, lo apartó como pudo y se dejó caer sobre el suelo, boqueando para recuperar el oxígeno que el dolor le había robado. Muerto de frío, tirado en la calle, rompió a llorar.

1 comentario:

Xit dijo...

Pobrecito, yo se lo que es caer al suelo y sufrir muuucho dolor!!!

:(