lunes, noviembre 9

Nueva Nadia: Prólogo

PRÓLOGO

Nadia soñaba.

Estaba sentada encima de un tronco caído y cubierto de musgo, bajo la luz verdosa que se filtraba a través de las ramas entrelazadas que creaban una cúpula arbórea sobre su cabeza. Los rayos de sol, que adquirían el color vegetal de las hojas translúcidas, se descomponían en las distintas tonalidades del arcoiris al toparse con alguna gota de rocío, reflejando su intenso brillo. La hierba, bajo sus pies descalzos, estaba húmeda y fresca, y era de un verde intenso. El aire olía a lluvia venidera y desde algún lugar se escuchaba lo que parecía ser la melodía de una flauta lejana.

Frente a ella había una laguna, a los pies de una pequeña cascada por la que el agua se despeñaba ruidosamente. Nadia se puso de pie y, sonriente, se acercó a la orilla hasta que sus pies quedaron sumergidos, dejando escapar un leve grito. El agua era tan cristalina que podía distinguir con todo detalle el color y la forma de cada piedra que había en el fondo de la laguna. Se agachó, y acarició con la punta de un dedo la superficie agitada por las ondas, ya casi extintas, que llegaban hasta la orilla. Cogió aire y corrió dando un salto para hundirse en el agua. Rió y nadó de un lado a otro, rápidamente, para entrar en calor. El vestido que llevaba, blanco y vaporoso, se le quedó pegado al cuerpo, resultando un auténtico engorro a la hora de moverse. Se le ocurrió quitárselo, por lo que miró a su alrededor para cerciorarse de que estaba sola.

Fue entonces cuando lo descubrió, detrás de los altos árboles que delimitaban el claro. Se trataba de un muchacho unos cuantos años mayor que ella, de cabello castaño claro y ojos verdes, que la espiaba sin demasiado disimulo. Vestía una camisa blanca de cuello acabado en pico y unos pantalones marrones. Cuando sus miradas se encontraron, el chico dio un respingo.

Nadia frunció el entrecejo. El rostro del joven le resultaba familiar a pesar de que era la primera vez que lo veía. A un mismo tiempo estaba segura de que aquella persona no era fruto de su imaginación. Así pues, ¿qué pintaba en su sueño?

- ¡Eh, tú!- lo llamó. Él la ignoró y siguió observándola sin decir palabra.- ¿Hola? Te estoy hablando a ti.

Su expresión era de total asombro y parecía incapaz de articular palabra. Se había quedado incluso pálido, como si estuviera contemplando un fantasma. Aquello la molestó, por lo que se cruzó de brazos y lo enfrentó con cara de pocos amigos.

- Podrías contestar, ¿sabes?- dijo enfadada.- No eres invisible, te estoy viendo. ¿Acaso eres mudo?

El joven giró la cabeza hacia atrás, sin prestarle la más mínima atención. Nadia bufó, indignada, y recogió la falda de su vestido para poder moverse con más facilidad y salir de la laguna.

Pero algo se le enredó en el tobillo, reteniéndola en el agua. Se giró con fastidio, mientras sacudía el pie tratando de liberarse, y entonces vio una mano negra que tiraba de ella hacia abajo. Apenas alcanzó a gritar pidiendo ayuda justo antes de hundirse en la laguna, luchando por desasirse y escapar. Pero la garra que la sujetaba no cedió un ápice ante el pataleo de Nadia, que pronto se quedó sin aire en los pulmones. Con las manos extendidas hacia la superficie, acabó por perder el conocimiento.

1 comentario:

Anaid Sobel dijo...

Eres feliz poniendo tensa a la gente y haciéndola sufrir, ¿no?
¡Dios! ¡Me encanta!

Ahora que mi ordenador ha revivido, espero no perderme ni pizca de la historia de Nadia, el chico de los Silencios y la Sombra de la laguna.


Mil besos*