sábado, junio 22

IASADE -115-

Otra rutina que se había impuesto a sí misma era la de fingir los tiempos mortales para guardar mejor las apariencias, y por eso cuando llegaba al apartamento de Ángela después de las clases se ponía a pintar durante lo que, aproximadamente, Amiss pensaba que podría tardar en almorzar y hacer un poco de la habituada sobremesa humana. No le preocupaba el hecho de no tener vigilado a Isaac durante ese tiempo, porque después de comer su usuario dedicaba ritualmente una hora a conectarse al ordenador para hablar con sus familiares y amigos, y tras los primeros días de observación decidió que aquella información no le resultaba esencial para su tarea. También se había acostumbrado a poner música de fondo para romper aquel silencio opresor que invadía el piso y para evitar las sospechas que sus vecinos pudieran tener sobre ella, ya que nunca hablaba por teléfono, no veía la tele ni recibía visitas. Aquel viernes no fue distinto, y lo primero que la Mediadora hizo tras entrar en el apartamento fue encender la radio y subirle el volumen. Se quitó la ropa humana y la dejó sobre el brazo del sofá, abrió la mochila y sacó de nuevo la caja de carboncillos y sanguinas junto con la paleta y los acrílicos. Mikäh se tumbó a su lado, cómodamente atrincherado entre varios cojines, tarareando entre dientes la canción que sonaba y cuya letra se sabía ya de memoria. Amiss se enfrentó al caballete, que sostenía uno de los pocos tablones que le quedaban del cargamento que había traído Mikäh la semana anterior, con las manos de nuevo ennegrecidas por el carboncillo que había elegido para continuar el boceto, y se dejó llevar. Al contrario que dentro del aula, en el apartamento no se veía acosada por la preocupación de que alguien estuviera supervisando sus dibujos por encima del hombro juzgando sus habilidades, y podía limitarse sin más a dejarse guiar por sus propios instintos, sin distracciones. Aquel era el segundo dibujo que hacía con aquellos materiales, y cada vez le gustaban más. Eran herramientas débiles, que se desgastaban con facilidad y se partían más fácilmente aún, pero versátiles a la hora de trazar líneas y manchas. Su modelo, a falta de otra cosa, era Mikäh. El falso ángel, recostado lánguidamente sobre el sofá, fingía un bostezo de vez en cuando para irritarla y arrancarle una mirada asesina. Amiss contempló la escena analizando la luz y giró el carboncillo para usar su lado más plano y dar una sombra más extensa. Fue entonces cuando llamaron a la puerta. El brazo se le quedó paralizado sobre el tablón, pero Mikäh sólo se encogió de hombros ante su expresión de pánico absoluto.

- Recuerda que tienes música.- le dijo.- Y el objetivo de ponerla era concienciar indirectamente a tus vecinos de que no eres un personaje ficticio, sino una humana real que respira, se alimenta y todas esas cosas. La buena noticia es que está funcionando.

Amiss no respondió. Dejó la caja de carboncillos en la batea del atril y se retorció las manos con nerviosismo.

- ¿No vas a abrir?- preguntó el alma blanca.
- Puedo fingir que con la música no he oído el timbre…
- No seas cobarde.

La Mediadora le hizo un gesto obsceno antes de acercarse a la puerta despacio y de puntillas, sin querer hacer ruido, para asomarse ligeramente a la mirilla. Al otro lado, y distorsionada por la curvatura del cristal, había una figura con pelo largo y algo en las manos que volvió a llamar al timbre haciéndola retroceder debido al sobresalto.

- Parece una chica.- susurró.- ¿Le abro?
- Desde luego… pero antes te sugeriría que te vistieras.

Amiss maldijo entre dientes y volvió sobre sus pasos para ponerse la ropa con prisas. Tan apresuradamente que la torpeza se le enredó en las piernas al intentar ponerse el pantalón y se cayó de culo en el suelo, propiciando las carcajadas de Mikäh. Furiosa y avergonzada, la Mediadora le dio la espalda y acudió nuevamente a la puerta. Cerró los ojos, tomó aire para empezar a fingir la respiración, y abrió a su desconocido visitante. Una chica, más bajita que ella, la esperaba al otro lado. Tenía el pelo castaño y ensortijado, recogido en una coleta a un lado que le caía sobre el hombro derecho, una sonrisa temblorosa y unos ojos grandes y expresivos que le recordaron a Samy, y que por un segundo la confundieron. La muchacha sostenía en las manos una bandeja de magdalenas que olían muy bien.

- Hola… ¿interrumpo algo, o vengo en mal momento?

Amiss se tragó el “sí” que le hubiera encantado decirle, y con una sonrisa forzada sacudió la cabeza en una negación.

- Claro que no.
- Menos mal. Me llamo Mila… soy tu vecina de al lado. Verás… ya te he visto alguna que otra vez pasar por el portal, y bueno… pensé que sería buena idea venir a presentarme. De paso, te he traído estas magdalenas. Me he puesto a hacer dulces y sin querer he hecho más de los que pretendía… Espero que te gusten.

Amiss cogió la bandeja que le ofrecía sin saber muy bien qué decir ni qué cara poner.

- Lo suyo sería que la invitaras a pasar.- comentó Mikäh.

Asintiendo a sus palabras sin darse cuenta, abrió la puerta un poco más.

- Yo me llamo Ángela. ¿Quieres entrar?
- Oh… ¡claro, gracias!

No hay comentarios: