lunes, mayo 13

IASADE -113-

El anochecer estaba cerca cuando Amiss regresó por fin a su apartamento. Se había pasado la tarde entera refugiada en la sombra de Isaac, siguiéndolo incansable en el horrible laberinto burocrático que había resultado ser el sistema administrativo de la Universidad de Cagliari. Dispuesto a empezar pisando fuerte en el mundillo, su usuario había ido a la Universidad con el objetivo de reunir información sobre las iniciativas educativas y profesionales que ofertaba la Universidad a los estudiantes, sobre talleres y actividades, posibles empleos y formas de conseguir exponer a lo largo del curso. Pero sus pesquisas habían resultado ser mayoritariamente infructuosas y el joven se había visto obligado a ir mendigando una respuesta de puerta en puerta, sin éxito. En Secretaría le habían dicho que aquello era competencia del Decanato de la Facultad y allí, que todo aquello no era responsabilidad de Bellas Artes sino del Consejo de Estudiantes, cuya sede estaba en el complejo administrativo en el centro de la ciudad. Isaac había llamado por teléfono, y un operador con bastantes malas pulgas le había pedido su e-mail para enviarle la información cuando pudiera, después de decirle que sobre el tema de exposiciones ellos no tenían nada que ver y que para eso debería llamar a las galerías de Cagliari. Por eso, cuando el reloj de la Facultad estaba a punto de dar las ocho, el ánimo del muchacho estaba más negro aún que la tormenta, todavía lejana, que se aproximaba por el oeste.

Para entrar en su piso, la Mediadora se deslizó por la ventana de su habitación, que llevaba abierta todo el día. En el dormitorio, cerrado al pasillo, olía a polvo y a sol tardío, y las sombras se alargaban lentamente comiéndose la luz crepuscular. Amiss observó la estancia, desnuda en comparación con la de Isaac, sin fotografías ni memorias que dieran pista alguna sobre su vida. Todos los recuerdos estaban encerrados en su interior, y cada vez eran más, creciendo sin detenerse. ¿Cuánto tardarían en desbordarla…?
Abandonó, con el mismo pesar de siempre, su forma etérea, y avanzó con los pies descalzos hasta el comedor. También allí el ocaso se entretenía oscureciendo los muebles, pintándolos de los minutos previos a la desaparición del sol, sin que nadie se preocupase por encender una luz. El silencio también escalaba la madera, y la soledad se dejaba caer lánguida sobre los ya no tan vistosos cojines del sofá. Pero aquellos fueron los únicos recibimientos obtenidos. Un pánico asfixiante se le anudó alrededor de la garganta al no ver a Mikäh por ninguna parte, y como alma que lleva el Diablo salió a la terraza y se aferró a la barandilla, buscando un batir de alas en el cielo, a franjas de un color rojo incandescente y negro tormentoso. Desde el balcón, las luces empezaban a prenderse detrás de los cristales contiguos.

- ¡Eh, tú! Quita de ahí.

Amiss levantó la mirada para descubrir al falso ángel descendiendo desde el tejado con varios tablones de madera y cartones cargados a su espalda. Su preocupación se esfumó al instante, remplazada por un enfado repentino.

- ¿Estás mal de la cabeza? ¡Alguien puede verte!
- Y a ti escucharte. ¿Te quieres apartar de una vez?

Resoplando entre dientes Amiss se apartó y ayudó a Mikäh a bajar su cargamento e introducirlo dentro rápidamente antes de que a algún vecino le diera por asomar la cabeza o salir a la terraza.

- Espero de verdad que nadie te haya visto, porque unos cuantos chismes voladores llaman bastante la atención…
- Me ofendes.- replicó él, molesto.- Me he esperado expresamente a que oscureciera para venir, y me he asegurado de que no me viera ni un alma.
- Más nos vale.- Amiss se cruzó de brazos y miró los tablones y el montón de cartón con una mueca.- ¿Para qué se supone que es todo esto?
- Es un regalo.- contestó Mikäh, sonriendo de oreja a oreja.

Su mueca se convirtió en un gesto de sorpresa.

- Pues no le encuentro finalidad.
- Tienes más problemas de lo que yo pensaba.- meneó la cabeza.- Son maderas y cartones para que puedas practicar los ejercicios de clase en casa. Es decir… pinta tú por tu cuenta, experimenta, y así a lo mejor consigues ganar un poco más de confianza para estar más tranquila en la Facultad.

Al volverlos a mirar, ya no eran desperdicios ni basura rescatada, sino paletas y lienzos a su disposición que no iban a musitar una sola queja si acababa transformándolos en la antítesis de una obra de arte. Una tímida sonrisa comenzó a bailar por fin en sus labios.

- Gracias. La verdad es que… - titubeó, insegura. Quería hacerle saber que se había preocupado mucho por él, pero le daba vergüenza y las palabras terminaron por no acudir a su llamada.- te lo agradezco mucho.
- De nada. Mikäh se sentó en el borde del sofá, con las alas plegadas al cuerpo. Se desperezó largamente a pesar de no tener ninguna necesidad.
- ¿Y tú qué? ¿Has sacado algo de provecho?
- Más o menos.
- Cuéntame.
- Vale, pero espera un segundo.- Amiss se frotó las manos, impaciente. Los ojos le brillaban.- Antes quiero empezar con esto… para ir probando. Voy a por los materiales, no tardo nada.

2 comentarios:

Anaid Sobel dijo...

Si al final le va a gustar todo el mundillo del arte ya lo veras.
Dios, que enamorada estoy de esta historia. Pero eso tú ya lo sabes más que de sobra

Shadow dijo...

¡I-A-S-A-D-E!
No te haces una idea de cuánto echaba de menos esto. Entre Patrick Rothfuss y tú vais a conseguir matarme, ya lo verás.

Después de tanto tiempo, (casi) se me había olvidado lo mucho que me gusta Mikäh. Siempre tan considerado y encantador... ¡Quién tuviera un ángel guardián así!
Ahora a ver qué tal se le dan a Amiss las artes porque, como todo en esta historia parece encajar de algún modo con su pasado, a lo mejor fue una artista famosa estando viva, no sé. Yo aquí ya no intento hacer predicciones, porque siempre me pillas desprevenido xD

Espero que este regreso sea, por lo menos, un poco más definitivo que el anterior. No vale marcharse tanto rato seguido, que luego se te echa de menos ¬¬

Un beso enorme :)