sábado, febrero 4

IASADE -97-

AMISS


Se encontraba en mitad de una multitud aglomerada, que inundaba la calle en un cauce continuo hacia arriba y abajo. A su lado había una muchacha que ya era tan familiar para ella como su propio reflejo, y frente a ambas había un escaparate. Detrás del cristal, la ropa de bebé permanecía expuesta como un arco iris de colores, como una hilera de golosinas: pequeñas y apetecibles. Botitas, gorros de lana, abrigos y jerseys de aspecto achuchable. La chica se giró al sentir que le apretaban la mano, para observar al joven que la miraba entre curioso y sonriente.


- ¿Sientes la llamada de la maternidad?
- No te rías de mí.
- No me río.
- Ya sabes que siempre he soñado con ser madre... Aparte de ser precioso, siento bastante curiosidad acerca de cómo sería una mezcla entre tú y yo.- dijo, dándole un codazo. Tras un momento de duda, preguntó.- ¿A ti no te hace ilusión?
- ¿Qué pregunta absurda es esa? Sabes de sobra que sí.
- Ya... pero me refiero a un futuro próximo. Muy próximo.


Amiss, al lado de la muchacha, contuvo la respiración mientras él se pensaba la respuesta, mirándola con seriedad.


- Venga, quítate la ropa ahora mismo y empecemos.
- ¡Idiota!- rió ella, pegándole en el brazo. Le dio un beso en el cuello y ambos siguieron caminando a través de la multitud.- Supongo que eso significa que estás de acuerdo conmigo.
- ¿Y ahora quién es la idiota? ¡Claro que sí!


La Mediadora sonrió de oreja a oreja, sincronizada con la chica y contagiada de su euforia.



La sonrisa se le quedó congelada en los labios después de abrir los ojos, tumbada encima de la cama.
Amiss suspiró, emergiendo con cierta dificultad de aquel extraño trance en el que se sumía cuando llegaban aquellas visiones. Observó muda el techo azul y se tapó la cara con las manos, llorando por dentro. Su alma se estremecía con el fantasma de las lágrimas humanas, vetadas para ella como otras muchas cosas. Se repetía a sí misma que se había acostumbrado, que lo había asumido de una vez... Pero no era del todo cierto y no merecía la pena seguir malgastando el tiempo el convencerse de ello.

Aquellas imágenes, que al principio por desconocimiento e ingenuidad había creído sueños no eran tales sino recuerdos. Recuerdos de su existencia pasada, de la vida de Cassidy, y de eso estaba más que segura. La amarga incertidumbre surgía de otras cuestiones, como el por qué para ella el proceso transcurría a la inversa o qué pecado había cometido para merecer penitencia así. La duda de si lograría renacer o no la acosaba en todo momento, enturbiándole el humor e interfiriendo en su labor como Mediadora. Y tenía miedo, un miedo atroz a recordarlo todo, a descubrir el final de su historia, a no renacer y a seguir existiendo con todo el peso de esas experiencias sobre ella. Ese miedo crecía y se intensificada cada vez más, porque los sueños aumentaban y Amiss presentía que el final no quedaba demasiado lejos.

Se ahogaba, y a pesar de haber encontrado refugio en la Capital para sus inquietudes veces atrás, en aquella ocasión no sentía paz alguna; no se sentía parte de un todo universal y equilibrado, sino prisionera y esclava de una verdad que se le escapaba por completo.

Para terminar su tarea como Mediadora ya le quedaba muy poco. Había cumplido el Sueño de Claudia y sólo le quedaban las Ambiciones y las Esperanzas. Y eso ya no la entusiasmaba tanto como antes, sino todo lo contrario. Se incorporó y permaneció de pie, inmóvil, antes de decidirse a salir de la celda.
Recordó el parto de Claudia. Nunca antes había presenciando algo más sorprendente, más mágico e increíble que aquello; el cómo una vida surge de otra, de las propias entrañas, de la propia materia física. Había sido niño, y se había llamado Pedro. No pudo evitar preguntarse qué alma había encarnado aquel bebé, nacido otra vez en el mundo corpóreo como un alma totalmente nueva. Como una hoja de papel en blanco sin una sola mácula de tinta. Al verlo, colorado, manchado y llorando mientras agitaba los brazos, Amiss le envidió.

Volvió a suspirar y abrió la puerta.

1 comentario:

Anaid Sobel dijo...

Dios, que entrañable, en serio
*_*
Me tienes embelesada con esta historia