viernes, enero 20

IASADE -95-

Ael y Mikäh la guiaron hasta un almacén marítimo, situado en el puerto de la ciudad. Parecía llevar mucho tiempo en desuso; la madera del suelo, demasiado envenenada por la humedad salina y el descuido, estaba un tanto combada y apenas crujía. Las bombillas estaban fundidas y los maltrechos estantes vacíos y torcidos. No había nada aparte de un par de muebles viejos, una mesa y una jaula enorme de barrotes gruesos y muy juntos que llamó a la memoria de Cassia la cárcel donde Satzsa la había encerrado tiempo atrás. Y una vez que la Diablesa estuvo dentro, por primera vez en toda su existencia, sintió que se hacía justicia.
Satzsa agarró un barrote y chilló, retrocediendo rápidamente para acariciarse la mano herida con la contraria. Una sonrisa fantasma pareció dibujarse en los labios de Mikäh antes de desaparecer sin dejar rastro, como si jamás hubiera estado allí. Ael batió las alas, levantando el polvo que hasta aquel momento dormía silenciosamente.

- No podemos entretenernos mucho contigo, así que te recomiendo que hables por las buenas. Todo será más fácil e indoloro para ti.
- La piedad te ha podrido la inteligencia, palomo. No temo al dolor, no tenéis ninguna influencia sobre mí.
- Te vuelves a equivocar, Diablesa. Al igual que vosotros, en la Capital también experimentamos e investigamos vuestra sustancia vital. Hemos... intentado reconvertirla hacia nuestro bando. Sin éxito, desgraciadamente. Pero sí que hemos conseguido anularla.
- ¿Anularla?- repitió la Diablesa, con cierto tono de alarma e inseguridad.
- Eso es. Podemos convertirte en una condenada sin ningún tipo de privilegio, en un alma perdida. Nunca nos ha parecido un descubrimiento de gran utilidad, porque si atrapamos a uno de los tuyos es preferente la destrucción inmediata a llenar el Infierno con un infeliz más. Sin embargo... creo que es un buen método para convencerte de que es mejor que colabores sin crear problemas. Apuesto a que desaparecer te parece mejor idea que toda una existencia infinita de sufrimiento eterno en el submundo, ¿verdad?
- No te creo.- susurró Satzsa entre los dientes apretados.
- A mí eso me da igual. Te inyecto la sustancia y punto, ya lo comprobarás por ti misma. ¿Te arriesgas?

La Diablesa apretó los labios y los puños con fuerza, mientras agitaba la cola con furia de un lado a otro. Cassia observaba desde lejos, confiada: sabía que Satzsa aceptaría contestar.

- De acuerdo.- dijo con fiereza, sin atisbo de derrota en la voz.- Hablaré.
- Sabia decisión. Pero recuerda que sabré cuando mientes y cuando no.
- ¿Qué quieres saber?
- ¿Cassia? Haz los honores.

La mirada de Satzsa la atravesó cuando se acercó a ella, colocándose cara a cara, buscando en su interior alguna afinidad a la que apelar, una emoción a la que asirse, algún punto de influencia que ejercer. Todo en vano, porque Cassia ya estaba vacía de ella, liberada por completo de su poder. Estaba completamente vacía.

- ¿Desde cuándo me conoces?
- Desde que eras humana. Cultivé la semilla del mal que crecía interior hasta que caíste en mis garras. Yo te abrí las puertas a esta existencia... te di a luz a ella.
- ¿Por qué te convertirte en mi mentora?
- Pensaba que serías un arma infalible. Aunque es obvio que me equivoqué.
- ¿Infalible por qué?

Satzsa sonrió a medias, dirigiendo un fugaz vistazo a Ael antes de contestar.

- Tus circunstancias y características eran atípicas, únicas. Cuando un humano muere y su juicio acaba condenándole, su alma permanece sigue contaminada por algún resquicio de su antigua luz. La experiencia, y sus vivencias nunca se borran. Pero tú eras distinta... porque eras mal puro y no recordabas absolutamente nada de tu vida anterior.

Cassia se mordió el labio inferior, inquieta. Le quedaban sólo dos preguntas... pero aquella respuesta había generado más incógnitas, interrogantes con los que no había contado en su cálculo mental. No sabía qué era lo que prefería saber.

- ¿Por qué querías impedir que me acercara a Amiss?

Satzsa rió desdeñosamente.

- Temía que te perdieras... y ya ves que mi temor no era infundado.
- ¿Por qué?
- Porque ella es todo aquello de lo que tú careces.

Entonces Ael, espada en mano, bordeó la jaula con los ojos fijos en la Diablesa, como un animal acechando a su presa.

- Seguramente ahora agradezcas la piedad que siempre te ha parecido inútil. Despídete, Diablesa.

Y sin concederle ni un segundo para añadir algo más, introdujo hábilmente la espada a través de los barrotes y atravesó a Satzsa con ella. Cassia vio claramente, impasible, cómo los ojos naranjas de la Diablesa se apagaban en negro y su cuerpo, empujado por un viento invisible, se agrietaba, resquebraja y pulverizaba en cenizas.

1 comentario:

Anaid Sobel dijo...

Oh dios, la muerte de Satzsa!
Ha sido sublime cariño, como de costumbre *_*