jueves, octubre 13

IASADE -87-

Había pasado una semana y Cassia se encontraba muy cerca de su límite.
Los días se sucedían uno a otro con dolorosa lentitud, castigándola con horas muertas en las que no podía hacer otra cosa que pensar y desesperarse, comiéndose las uñas, subiéndose por las paredes. No tenía ningún lugar al que llamar remotamente hogar ni al que regresar por las noches; A Coruña era su prisión, y sus calles, sus aguas, su cielo se le quedaba pequeño, haciéndola sentir enjaulada. No había ni rastro de Satzsa, ni en el suelo, ni en el mar ni en el viento. La Nocturna se sentía el objetivo de una broma cruel que no conseguía entender, llegando a pensar que quizá la Diablesa había perdido en ella ya todo interés. ¿Y si se había olvidado de ella? ¿O se había rendido? ¿Y si realmente nunca fue tan importante...?

Se maldecía a sí misma por haber renunciado a su oscura naturaleza, por haber acabado en aquella situación: a merced de los tocados por la Luz planeando la eliminación de aquella que, desde su nacimiento en la existencia del Infierno, había sido su guía y compañera. Asqueada por aquello en lo que se había convertido, intentó forzar su labor como Nocturna e incluso alimentar unas ansias de maldad que ya no sentía. Pero su cuerpo no le obedecía y Corazón no respondía en sus manos: Corazón latía como si fuera un órgano vivo, impulsado por la fuerza del amor que sentía por Mikäh. Un amor antinatural, un sentimiento para ella repulsivo pero que era incapaz de negar, no correspondido y destinado a morir que sin embargo era su única motivación, el único aliento que la empujaba a continuar.

***

A Amiss le colgaban los pies descalzos por el borde de la azotea, balanceándose despacio. El alma blanca se entretenía en hacerse una trenza de cabello negro que ya se le había deshecho en más de una ocasión debido a sus dedos torpes. Su gesto concentrado, con los labios apretados y las cejas fruncidas, dibujaba una sonrisa en el rostro de Mikäh, que la observaba embelesado con los ojos rebosantes de amor. A su espalda, el sol nacía presuroso tiñendo el cielo de rojo y dorado, borrando las estrellas. La ciudad despertaba a regañadientes y el aire empezaba a llenarse de polución matutina. Ninguno de los dos dedicó una sola mirada al bello paisaje que se desplegaba ante ellos. Cassia tampoco. La Nocturna apretaba con fuerza la empuñadura de Corazón mientras contemplaba la escena desde lejos, rechinando los dientes.

La luciérnaga volvió a equivocarse y los mechones de pelo se le escaparon de la mano, como peces huidizos. Mikäh rió y extendió un brazo hacia ella.

- Anda, torpe, déjame a mí.
- Puedo hacerlo.
- Seguro que sí, pero ya llevas un rato poniéndome nervioso. Dame.

El falso ángel se sentó detrás de ella, rodeándola con sus piernas. Cogió la melena con una mano y la separó hábilmente en tres mechones que comenzó a entrelazar con soltura. En un momento acercó la nariz al cabello y aspiró, extasiado.

- Hueles de maravilla, ¿te lo he dicho alguna vez?
- Sí, y la verdad es que pareces un sádico obseso cuando lo dices.

Él sonrió y siguió haciéndole la trenza, mirándola con arrobación cuando ella no se daba cuenta. La escena le arrancó unas lágrimas a Cassia, que le desbordaron los ojos y le quemaron las mejillas en su caída hasta el suelo. La Nocturna se llevó una mano a la boca para reprimir el grito que le acudió a la boca y que se le quedó enganchado detrás de los dientes. Con la otra muñeca, se limpió el llanto.

En ese momento Mikäh apartó los ojos de Amiss y los dirigió a su escondite, directos a encontrarse con los suyos, vacíos de cualquier sentimiento cálido y portadores de una hostilidad que volvió a hacerla llorar. Furiosa y triste se escondió en las sombras y huyó de allí como un animal herido.

En un callejón sucio y oscuro, un vagabundo se desperezaba. El hombre, escuálido y tiritando, tiró con el pie una botella de cerveza vacía que rodó sobre las piedras de la calle con un tintineo de cristal. Se puso en pie apoyándose en la pared para levantarse y se pasó las manos por la cara manchada, restregándose los ojos todavía somnolientos, antes de doblar con esmero los periódicos y los cartones que le habían servido de cama durante la noche. El pobre desafortunado miró a Cassia al verla pasar a su lado, extendió una mano hacia ella y le pidió algo de dinero para poder comprarse algo de comer.

La Nocturna no se lo pensó dos veces: dejó fluir toda la ira y el dolor que contenía en su interior a través de sus manos, que actuaron por voluntad propia en un movimiento que había realizado millones de veces con anterioridad. Agarró a Corazón por la empuñadura desnuda del arma y sesgó con su filo el cuello del mendigo, que abrió los ojos con incredulidad en cuanto la sangre le manó a borbotones de la herida, inundándole la garganta y ahogándolo hasta la muerte. Las rodillas le fallaron y el anciano cayó muerto sobre el empedrado.

Cassia lo contempló en silencio, paralizada, incapaz de sentir nada por unos segundos. Cuando estos pasaron, el asco, la vergüenza y la repulsión se adueñaron de ella, tirándola al suelo junto a su víctima, manchándola con la sangre del vagabundo. Las lágrimas regresaron acompañadas de arcadas que le hicieron vomitar a un lado. Temblando incontroladamente, se aovilló abrazada a Corazón, que también lloraba con sus latidos.

1 comentario:

Anaid Sobel dijo...

Dios, mi Cassia, mi dulcemente oscura Cassia... se humaniza por momentos, aiss

Quiero más !
¿Como narices me tienes tan enganchada?