lunes, agosto 29

Virginidad destronada

A pesar de tu piel tersa y suave, de tu cabello largo y brillante, de tu figura esbelta y flexible y de tus ojos misteriosos e insondables, me resultas un ser lastimoso.
Eres como una muñeca rota, como una niña en un cuerpo de mujer que le queda grande, a la que le sobra el espacio vacío en el interior; un vacío... dónde el eco pierde su propia repetición. Parece que, desde el día en que rompiste a llorar cuando naciste en este mundo, el llanto nunca ha abandonado tus mejillas, teñidas por un permanente rubor de aspecto artificial.

Me da la sensación de que te quedaste anclada en los romances de Disney, enamorada de la pureza y castidad de todas aquellas princesas de cuento que alcanzaban la felicidad absoluta con el primer beso de su gran amor, y desde tu más tierna infancia soñaste con convertirte en una de ellas. No te imagino cortándole el pelo, ni tiñéndoselo de verde estridente o púrpura eléctrico, a las Barbies que te regalaban tus padres todos los años por Navidad, sino confeccionando con mimo y dedicación el ajuar, a base de pequeños paños de punto de cruz a modo de manteles y monedas diminutas como ahorros para un futuro mejor, del que dispondría cada una de ellas a la hora de casarse en perfecto matrimonio con el príncipe Ken. Fajos de billetes de colores, marca Monopoly, formaban la rica herencia de mamá y papá, que le garantizaría a ambos el más brillante porvenir.

Y de ahí, no pudiste, o no quisiste, salir. Preservaste tu apariencia inocente y candorosa a toda costa, siempre alerta para engatusar al hombre de tus sueños, en una vaporosa e idealizada imagen de gasas, encajes y dibujos infantiles. Estoy convencida de que, al observar a las demás niñas de tu alrededor, lo hacías con desdén. Odiabas las gorras con la visera al lado, las zapatillas de deporte manchadas de barro, los pantalones anchos y rotos en las rodilleras, las sudaderas tan amplias en las que cabía otro cuerpo más, las mochilas firmadas, el mismo abrigo desvaído de un invierno a otro, las botas de agua de color liso y sin adornos. El desprecio hacia la plebe adolescente te hacía erguir la barbilla día sí y día también. Y aunque no lo admitas jamás, sé que a veces, por la noche ya en la cama y agotada de caminar por encima del mundo como si no tuvieras miedo a caer, te sentías tentada de descender a los bajos fondos en busca de un pequeño gesto de amistad, sincero y desinteresado.
Pero el orgullo te apartaba aquellos caprichos mundanos de la cabeza.

¿Cómo explicas que todas tus buenas intenciones y todas tus ilusiones terminasen así? Salvajemente asesinadas antes de poder liberar toda la euforia que esperaban desatar, despedazadas en trozos que el viento se llevó sin vacilar, enterradas sin una mención a lo que podrían haber llegado a ser. Violadas sin miramientos.

Las braguitas de volantes y el sujetador de HelloKitty están tirados a los pies de la cama de cualquier manera, como trapos contaminados que no serás capaz de volver a tocar. Intentas encontrarte dentro la magia y la satisfacción que anhelabas sentir, pero el eco no se oye en el vacío de tus entrañas, la luz se ha extinguido antes de empezar a brillar. Sientes todavía en la piel las huellas de las manos de aquel hombre, quemándote. De ese hombre que como un lobo disfrazado de cordero se había acercado a ti con pretensiones principescas, embaucándote con promesas de amor eterno por un polvo sin compromiso, por una ración de sexo con la que además, de propina, se ha llevado tu virginidad.
Lloras en silencio, porque eres una cobarde y te da miedo dar voz a esas lágrimas que ya se conocen tu anatomía. Ahora, sin embargo, incluso ellas están un poco perdidas porque no reconocen el terreno en aquellas partes de ti que has mutilado sin darte cuenta.
La persiana está echada y la habitación en penumbra, y tú eres tan ilusa como para creer que si no te mueves de allí, sino te levantas nunca, podrás impedir que el tiempo pase de largo.

[Imagen por Sam Wolfe Connelly]

3 comentarios:

InfusiónDeLotoNegro dijo...

La persiana está echada y la habitación en penumbra, y tú eres tan ilusa como para creer que si no te mueves de allí, sino te levantas nunca, podrás impedir que el tiempo pase de largo.

Me encanta ese final, porque evoca a la bella durmiente y porque leyendo la entrada entera es como un broche de oro (de ricitos de oro) para esta historia de cuentos de hadas de nunca acabar moderno.


Otra entrada que me haces decir, Oh! , y callarme infinidad mas.

Anaid Sobel dijo...

Los pelos de punta.
Me pones LOS PELOS DE PUNTA.

Los príncipes azules siempre, SIEMPRE, acaban destiñendo...

Anónimo dijo...

Me he quedado de piedra :o