viernes, agosto 26

IASADE -81-

Tenían razón. Satzsa y Luxor… tenían razón. Estaba perdida sin remedio.
¿Cuándo había empezado todo aquello? Recordaba a la perfección el momento en que Amiss apareció en su existencia, estropeándolo todo de repente: su impecable labor como Nocturna, la estrecha relación con su Diablesa, la inmensa satisfacción que sentía al cometer y alentar maldades… Nunca se había preguntado por qué la luciérnaga había llamado su atención; había dado por sentado que se trataba de algo inevitable que no tenía más vuelta de hoja, pero… ¿realmente era así?

Perseguir a la luciérnaga sólo había complicado las cosas. Satzsa dejó de otorgarle su completa confianza, ella se obsesionó peligrosamente. Amiss se le escapaba de los dedos una y otra vez, aumentando su impotencia y frustración, su furia y odio. Su ciega impaciencia sólo había traído consigo descuidos, había propiciado situaciones arriesgadas para ambas. El Ángel había estado a punto de acabar con ellas. Y no sólo él...

De cuclillas en el suelo, Cassia escondió la cabeza entre los muslos. Se había perdido… A pesar de la influencia que Luxor había tenido sobre ella, no había conseguido entregarse de nuevo al placer del Mal. No tenía deseo de matar, no disfrutaba con ello. Y no sabía por qué. ¿Era cosa de Amiss? Antes creía exterminándola, sus preocupaciones terminarían. Ahora, sin embargo, ya no estaba segura de eso.
Había cometido un grave error subestimando a Luxor, y el Diablo la había engañado y traicionado. ¿Lo había subestimado… o quizá había confiado en él? ¿Aquel engaño era fruto de su ingenuidad, de la debilidad que la estaba corrompiendo? Satzsa estaba cada vez más cerca, pronto su olor se haría visible en el aire contaminado y entonces nada podría salvarla de ella. Tenía que escapar cuanto antes.

Mientras se dirigía al taller del fabricante de espadas no podía dejar de hacerse la misma pregunta una y otra vez: ¿quién era el culpable? La imagen de la Mediadora, con sus ojos verdes distraídos y su sonrisa inocente, cruzó su mente sin detenerse un segundo, para ser reemplazada por la de aquella luciérnaga de alas falsas que actuaba como ángel de la guarda. Irises pardos que ya empezaban a perder su color, expresión traviesa y curiosa, demasiado vivaz para pertenecer a un alma tan cercana a la reencarnación. Su rostro se le había quedado grabado en la retina, ardiente y contradictorio. Él había despertado aquellas emociones humanas en ella. Lo cual… presentaba un grave problema, porque Cassia sabía que era incapaz de acabar con él.

Al detenerse sobre el tejado comenzó a llover, y la Nocturna maldijo en voz baja. La lluvia ocultaba su rastro… pero también enmascaraba el olor de Satzsa, privándola de conocer la proximidad de la Diablesa. El cielo oscuro se iluminó fugazmente por un relámpago que dibujó el volumen de las nubes tormentosas, seguido por el estruendo de un trueno que hizo temblar el aire húmedo. Cassia se deslizó silenciosamente por la pendiente de la techumbre y entró en la casa a través de una ventana que Isagi Mio siempre dejaba abierta para ella.

En las entrañas de la casa, el corazón de la forja latía a ritmo de martillo. El ambiente sofocante le pegó el mojado cabello a la frente y las ropas al cuerpo al segundo, convirtiéndole el aliento en un jadeo caliente. El japonés, desnudo de cintura para arriba, golpeaba la katana incandescente sobre la mesa de piedra, y a pesar de parecer totalmente concentrado en su labor, levantó los ojos rápidamente para estudiarla conforme se acercaba.

- ¿Tormenta?
- Sí.- ella se situó a su lado y observó con lástima la espada.- Isagi, la necesito ya.
- No está terminada.
- Ya lo sé.

Mio dio un último martillazo al arma antes de dejar la herramienta sobre la mesa de trabajo. Se limpió las manos en el mandil de tela que le rodeaba los pantalones y se giró hacia la Nocturna con semblante inexpresivo.

- No está terminada.- repitió.
- No importa. No me queda tiempo.
- Tienes miedo.- dijo el hombre, tras observarla atentamente durante unos segundos.
- Sí, tengo que escapar.
- ¿Qué puede asustar a un ser como tú?
- Un ser mucho más poderoso y malvado que yo.
El artesano miró la espada sin decir nada y finalmente asintió con un gesto.
- Está inacabada, pero responderá a tus deseos. Su alma está incompleta.
- Aún así posee más alma que yo.

Cassia extendió las manos y la sujetó por la empuñadura lisa, sin decoración. El metal estaba al rojo vivo, pero ni quemó ni lastimó su piel. El calor que le transmitió la llenó por dentro, arrancándole un suspiro. La luz ondulaba sobre la superficie metálica de aspecto líquido, casi fantasmal, en una mezcla de colores que no había visto jamás. Puede que el arma no estuviera terminada… pero precisamente aquel estado inacabado era el que mejor sintonizaba con ella misma.

- No he podido fabricarle una vaina.
- No te preocupes, Isagi. Curiosamente, así… es perfecta para mí.- calló un momento.- Gracias.

Mio la miró e inclinó respetuosamente la cabeza ante ella.

- Tú también deberías huir.
- Jamás abandonaré este taller.
- Vendrán a por ti.- le advirtió ella.- Y no tendrán piedad contigo. Te torturarán de mil formas, formas tan horribles que ni siquiera podrías imaginar por mucho que lo intentaras. Desearás no haber nacido. No son humanos, su capacidad de hacer sufrir es infinitamente superior a la crueldad que hayas podido conocer.
- Entonces… acaba tú con mi vida.

Cassia parpadeó y suspiró de nuevo, esa vez con pesar. Matar a Isagi lo libraría de la ira que Satzsa desataría sobre él si se marchaba de allí dejándolo con vida, pero aun siendo consciente de ello la perspectiva de ser ella la ejecutora de su muerte le resultaba desagradable. ¿Tan perdida estaba realmente…?

- ¿Por qué confías en mí?
- He creado una espada para ti, un arma que se corresponde contigo. He podido observarte y conocerte mejor de lo que tú crees. No sé cómo eras antes de aparecer aquí… pero ya no eres hija de la Oscuridad que reina en el mundo del que procedes. Sé que no me has mentido.
- Te daré muerte, si eso es lo que quieres. Pero sería mejor que te marcharas de aquí. Si no te encuentran en este lugar… no te perseguirán. No eres su objetivo.
- No me iré del taller.- reafirmó con aspereza.
- Como quieras.
- Pero antes de usar tu espada, tienes que darle un nombre.

La katana resplandecía con intensidad, reflejando las llamas que alimentaban la forja. Cassia sintió una opresión en el pecho, el recuerdo de unos latidos de su vida pasada.

- Corazón. Ese será su nombre.
- Bien. Empuña a Corazón y atraviésame el mío propio.

Ella asintió, y sin demora ninguna (por temor a arrepentirse) hundió la katana en el pecho de Isagi sin apartar sus ojos de los castaños del japonés. La luz de la vida se apagó en ellos en el mismo instante en que el filo de Corazón cortó piel, músculos y huesos sin la menor dificultad, sin el menor sonido. Las rodillas del cuerpo inerte del hombre se flexionaron y Mio cayó al suelo muerto.

Cassia sintió que algo le subía desde el estómago a la boca, quedándosele atascado en la garganta, quemándosela. Las manos le temblaron al bajar la katana, y asombrada se limpió una lágrima que se le había escapado sin querer. Compasión…

¿En qué se había convertido…?

1 comentario:

Anaid Sobel dijo...

Oh Dios !!
Cassia se humaniza a pasos agigantados!
¿Donde quedó la Nocturna que había en ella? ¿Qué hará Satzsa cuando la pille?
Dios!!
Suavemente me matas, querida.
*_*