miércoles, mayo 25

IASADE -73-

- ¿Qué órdenes tiene el personal de la tienda?

El hombre a sus pies era patético. Temblaba de forma incontrolada y jadeaba muerto de pánico, sin fuerzas, sustentándose irónicamente en la pistola que Cassia sostenía bajo su barbilla. Aquel parecía su único punto de apoyo, lo que impedía que se derrumbara en el suelo lloriqueando y suplicando clemencia. La Nocturna había matado a muchísimas personas desde su despertar, y la mayoría de ellas, por muy distintas que hubieran sido sus vidas, actuaba de la misma forma a la hora de morir. Había unos cuantos que se salvaban: soldados, individuos con experiencia en la muerte, curtidos por años y experiencia tras experiencia, forjados en la lucha y madurados por la necesidad de sobrevivir a toda costa.
Aquellos eran los únicos que demostraban calma y dignidad cuando les llegaba el final. El japonés que allí lamentaba su suerte había sido entrenado, probablemente, para situaciones como aquella. Y sin embargo, Cassia sabía que le quedaba muy poco para echarse a llorar.


- Si hay un ataque, piden refuerzos.- contestó a duras penas, después de parpadear con fuerza. Tenía la boca seca y le costaba pronunciar.
- Estupendo. Entonces no me equivoco al imaginar que hay un equipo de rescate en camino, ¿verdad? ¿Tienes modo de comunicarte con ellos?

Con la mano sana sacó un walky-talky y lo dejó en el suelo.

- Me viene de maravilla un escuadrón de esbirros mafiosos que me escolte hasta Kinzoku, pero no tengo muchas ganas de que me disparen. Utiliza eso y avisa a los de la tienda, diles que anulen el ataque.

El japonés la miró con odio, con un odio intenso que la atravesó y le hizo sentir un delicioso cosquilleo recorriéndole el cuerpo de la cabeza a los pies: aquella emoción era bastante más sabrosa que el terror. Se relamió los labios rápidamente, disfrutándolo.

- Hazlo, si no quieres que tus compañeros acaben tan muertos como éstos de aquí. Y para salvar tu propio pellejo: es bastante posible que te acierten en un tiroteo movidito.

Pasados unos segundos en los que el hombre ni siquiera respiró, cogió el walky-talky y dio las órdenes pertinentes al personal de la tienda.

Pocos minutos después, una furgoneta exactamente igual que la que había allí aparcó delante de ellos. La puerta trasera se abrió y cuatro hombres armados bajaron del vehículo, apuntando a Cassia sin la menor vacilación, mientras que del asiento delantero se apeaba un hombre trajeado de negro elegante con corbata carmín y cabello repeinado hacia atrás. Sus ojos rasgados eran de color oscuro y tenía un rostro afilado de expresión imperturbable. Se detuvo a seis pasos de la Nocturna, evaluándola con la mirada sin decir nada.

Cassia apartó por fin la pistola del cuello del japonés herido y dándole una patada desdeñosa, jugueteando con el arma en las manos, miró al recién llegado con una sonrisa.

- Usted tiene un aspecto mucho más diplomático que mis anteriores interlocutores, así que espero que podamos entendernos sin necesidad de que vuelva a mancharme el kimono de sangre. Respondo al nombre de Naita, y resido actualmente en la casa de Chai Koi. He venido aquí para ver a Isagi Mio.

El hombre de traje asintió en silencio antes de observar al único superviviente del ataque. Éste habló tan claramente como pudo.

- Afirmativo. Nos negamos, ella insistió. Intentamos reducirla, pero... está bien a la vista el resultado.
- ¿Lo ha mantenido en vida por algún motivo en particular?- preguntó entonces el japonés de la corbata, dirigiéndose a Cassia.
- No.- respondió ella, encogiéndose de hombros.- Me era más útil vivo que muerto.

Volvió a asentir acompañando el gesto de cabeza de un movimiento de su mano, y el primer hombre armado que había bajado de la furgoneta disparó al japonés herido justo en la frente, matándolo al instante. La Nocturna ensanchó la sonrisa pícaramente.

- Me llamo Aiso, y soy uno de los subordinados de Kinzoku.
- Encantada.

Aiso dio otra señal a sus hombres, quienes inmediatamente recogieron los cadáveres del suelo y los introdujeron en la parte trasera de la furgoneta. El japonés se acercó a Cassia y le estrechó la mano firmemente. Ésta enarcó una ceja; aquel individuo era un ser humano muy perspicaz.

- Veo que es un hombre muy inteligente. Estoy segura de que Kinzoku está más que satisfecho con sus servicios y gestiones.
- No suele quejarse. Pero ceñiéndonos al tema que nos concierne... dice que quiere ver a Isagi Mio. ¿Puedo preguntar por qué?
- Tengo un encargo que hacerle.
- Comprendo. Pero espero que entienda usted, que al estar el señor Mio bajo protección de la familia Kusari, sus encargos deben supervisados por el propio Kinzoku en persona.
- Entonces espero poder entrevistarme con Kinzoku en privado.

Aiso entrecerró imperceptiblemente los ojos y la observó atentamente, de nuevo sin decir una sola palabra. Cassia podía leer sin problemas lo que pasaba por la mente de aquel hombre.

- No tengo intención alguna de hacerle daño a la familia Kusari. No soy partícipe de los asuntos de esta ciudad, pero necesito urgentemente los servicios de Isagi Mio, por cuestiones puramente personales. Podemos hacerlo así, o puedo comenzar un exterminio ahora mismo y abrirme paso hasta Kinzoku dejando un rastro de muertos a mis espaldas. La única diferencia que supone para mí es el nivel de esfuerzo y la limpieza de mi ropa. No querría devolverle esto a mi anfitriona en malas condiciones. En sus manos queda la decisión. 
- Muy bien.- acabó por decir, haciendo un nuevo gesto a sus hombres, que dejaron de apuntarla.- Suba. 

El conductor de la furgoneta ni siquiera le dedicó un vistazo cuando ocupó el asiento del copiloto que Aiso le cedió cortésmente antes de poner el automóvil en marcha y alejarse de allí. Cassia pensó que, al menos vivos e ilesos, los hombres de Kinzoku eran bastante disciplinados. Se preguntó también cómo actuaría Aiso al encontrarse a las puertas de la muerte, con una curiosidad bastante tentadora. 

El vehículo apestaba a sangre, y el aroma metálico le ardía en la lengua y la punta de la nariz, haciéndole la boca agua y dificultándole la actitud comedida que estaba intentando mantener. No era por los Kusari, por esforzarse más o menos o por el kimono de Chai Koi, a quién siempre estaba encantada de poder torturar. De buen gusto se deleitaría asesinando a cada uno de los habitantes de Anakage... pero una masacre llamaría la atención y Satzsa lo tendría más fácil para localizarla. 

1 comentario:

Anaid Sobel dijo...

Ya me he puesto al día -maravillas del insomnio xD- y Dios! Esta historia cada vez va adquiriendo más matices que me vuelve loca.
Adoro a Cassia. Me encanta.