miércoles, agosto 11

IASADE -32-

En lo alto del cielo amanecía, pero en Nueva York aún era de noche. La única pista que hacía saber a la humanidad que el sol despertaba era la leve opalescencia de las nubes, rodeadas por un suave halo de luz grisácea. El alba era un momento del día que había dejado de existir para los habitantes de aquella ciudad.

Cassia fue muy cuidadosa al aproximarse al hogar de Meryl, el escondite de la luciérnaga. Se trataba de un barrio residencial pequeño y de modesto estatus, construido en base a un plano cuadrado que rodeaba un parque con un estanque, columpios y árboles, muchos árboles. Sabía que las almas blancas no dormían y no quería cruzarse con ella por error.

No le resultó difícil rastrear sus pasos; su huella luminosa destacaba en mitad de la atmósfera sucia, tan llamativa o más que un cartel de neón de vivos colores en una noche cerrada. Cassia trepó sigilosamente a lo alto de un roble, camuflándose entre el denso follaje, para contemplar un sauce llorón que se inclinaba melancólicamente sobre el estanque de aguas quietas y oscuras. Ése era el lugar que la Mediadora había escogido. Y a su alrededor no sólo estaba el rastro del alma blanca, sino también el del Ángel, mucho más sutil y casi imperceptible. Al parecer, la paloma no se fiaba de dejar solo a su polluelo.

La vio. La Mediadora estaba sentada sobre una rama gruesa, en su forma etérea. Su vestido verde se ondulaba empujado por una brisa invisible, al igual que su cabello. Su expresión era distraída, ausente, como si escuchara algo que nadie más era capaz de oír. El odio comenzó a bullir dentro de ella y debido a ello, inevitablemente, sus dedos volaron a la empuñadura de su cimitarra para aflojarla dentro de la vaina. Aquella sonrisa pacífica en sus labios debería estar prohibida. "No se la merece", pensó con amargura.

Y ese pensamiento la sorprendió de tal forma que el odio menguó repentinamente. Todavía no sabía nada acerca de la Mediadora, ni siquiera el nombre por el que respondía. ¿Qué más le daba a ella si sonreía o no? ¿Y porqué no se lo iba a merecer? Era un alma pura, alguien que durante su vida había obrado bien y que se había ganado un sitio en la Ciudad de la Luz. Podía sonreír hasta morirse de asco, estaba en su derecho.

Un movimiento de hojas en el sauce llorón le hizo volver a concentrar sus pensamientos, agudizando sus sentidos. La Mediadora bajó grácilmente hasta el suelo, adoptó un disfraz humano y Meryl apareció junto al estanque. La chica se puso de puntillas para alcanzar con esfuerzo la mochila que colgaba de una de las ramas más bajas y se la puso sobre los hombros. Se agachó un instante en la orilla, rozó con ternura las aguas y se irguió para marcharse de allí atravesando el parque por la hierba húmeda. Cassia la observó alejarse, completamente inmóvil.

Pasaron unos cuantos minutos hasta que decidió moverse por fin, saltando del árbol. Ajustó bien la cimitarra en su funda y se la colgó a la espalda. Impulsada por la curiosidad, se aproximó al estanque y estudió su propio reflejo en el agua. Su pelo blanco, a la altura de las orejas, no se movía agitado por ningún viento fantasmal. Su ropa negra y roja, pegada a su cuerpo, la identificaba inmediatamente ante cualquier ser sobrenatural como una Nocturna. Sus ojos verdes, en aquel instante, estaban tan apagados como una vela sobre la que alguien acababa de soplar, extinguiendo su llama. El espejo líquido no la engañaba: era una maldita, una repudiada. Por unos actos y una vida que no recordaba. Excepto aquel fragmento, aquel primer sueño...

- No te muevas.- dijo una voz melodiosa detrás de ella.

Cassia cerró los ojos y apretó los dientes con ira, maldiciéndose a sí misma por semejante descuido. La frustración y la rabia se le quedaron atascadas en la garganta, ahogando sus palabras.

- ¿Puedo girarme, por lo menos?
- Muy lentamente. Y si haces algún movimiento sospechoso, despídete de tu existencia.

La Nocturna se giró para encararse con el Ángel de ojos añiles. En sus pálidas manos sostenía con habilidad una espada delgada y plateada que brillaba como si los rayos del sol cayeran directamente sobre ella.

- ¿Qué hay, jefe?- preguntó Cassia, fingiendo despreocupación.- Bonita mañana, ¿eh? Esto está muy limpio.
- ¿Qué haces aquí, maldita?
- No hay porqué faltar al respeto, ¿eh? Que yo me he mordido la lengua para no llamarte paloma.
- Contesta.
- Como he dicho, esto está muy limpio. Vine a husmear un poco. No me gusta la limpieza. A lo mejor tú puedes satisfacer mi curiosidad.
- Lárgate.
- Si no fuera porque en este momento no me conviene demasiado... me reiría de los Ángeles y su inútil y estúpida piedad. Pero como no creo que sea buena idea, tranquilo jefe. Me largo pitando ahora mismo.
- No vuelvas por aquí, Nocturna. Si vuelves, o presiento tu rastro, te seguiré, daré contigo y te destruiré.
- Puedes intentarlo, desde luego.- repuso Cassia, encogiéndose de hombros.- Pero no creas que te resultará tan fácil. No estaré sola.
- Contaba con ello. Los vástagos del Mal nunca están solos, ¿y sabes por qué?
- No, la verdad es que no me interesa lo más mínimo.
- Porque hay que cuidar del Mal para que siga siendo el Mal. Si os dejaran solos, quién sabe... lo mismo vuestra conciencia despertaría o vuestra alma, si es que os queda, se rebelaría. Y el Mal perdería adeptos. Ahora márchate.

Cassia siseó furiosa y por un segundo se sintió tentada de desenfundar su arma. Pero sabía que era un suicidio. La primera regla de Satzsa era "No te dejes ver", y la segunda "No te dejes matar". Así que escupió a los pies del Ángel y se alejó de allí tan rápido como pudo.

2 comentarios:

Violetcarsons dijo...

:-)


Vc.

Anaid Sobel dijo...

Me he puesto al día, cariño. Y jolin, menudo domino que tienes de las palabras y qué bien se te da conar historias.
Ahora sólo quiero más y más y más.