lunes, febrero 1

Nueva Nadia: Capítulo 9, parte 2

Nadia decidió pronto que Sasuel le encantaba.

La distribución de la ciudad era curiosa: nada más atravesar las puertas, los edificios se presentaban ante el visitante sorprendemente altos, para luego ir declinando y achicándose conforme se acercaban a la costa, como una pequeña y desigual escalera. Las calles se interrumpían a menudo en placetas, con bancos y fuentes, donde los niños corretaban persiguiéndose y jugando y los ancianos se contaban viejas batallas agitando sus bastones con frenesí. Allí se respiraba un aire de paz y de serena tranquilidad que la conmovió hasta lo más profundo de su alma. Irónicamente, al mirar el cielo, puro y azul, se sintió libre.

Un hombre, con pinta de ser marinero, les indicó dónde encontrar La Luna Azul, un lugar que en su opinión era uno de los mejores alojamientos. Gracias a sus indicaciones llegaron sin perderse a un gran complejo de edificios con techos planos, situado en uno de los puntos más altos de la ciudad. Tenía los marcos de las ventanas y puertas pintados de azul, y un gran patio a la entrada, con varios establos y talleres. La dueña era una mujer amable y servicial que no hizo preguntas incómodas. Todo parecía indicar que si Erasto había mandado avisos a otras ciudades, a Sasuel no habían llegado todavía.

La habitación que Mielle y Nadia compartirían con Iluna era bonita y confortable. Las camas, de mullidos colchones, eran bajas y de madera clara. Había un espacioso armario y varios divanes repletos de cojines verdes y morados bajo la ventana. Una puerta corredera daba a una amplia terraza desde donde se presidía gran parte de la ciudad: se podían ver los tejados escalonados hasta llegar al puerto, y más allá la bahía, con forma de herradura. Los peñascos contra los que rompían las olas y que bordeaban el mar a la izquierda estaban envueltos por una neblina débil pero pesistente. El agua era una balsa azul y plateada.

- Este sitio es genial.- dijo en voz alta, sin dirigirse a nadie en particular.

Mielle salió también a la balconada y apoyó los brazos sobre la barandilla ajardinada.

- A mí también me gusta.- asintió.- Nunca antes había visto el mar, ¿sabes? Es más bonito de lo que me imaginaba.
- ¿No lo habías visto?
- No, siempre he vivido en Taltha y más tarde en el fuerte del señor Irio. Nunca creí que tendría la oportunidad de viajar y ver mundo. Gracias, Nadia.
- No me las des todavía.- replicó ella, sonriendo tristemente.- De momento, te he convertido en una fugitiva. Y a saber qué nos espera... no creo que sea un viajecito de placer.

Oyeron unos golpes en la puerta y acto seguido, Aldren entró en la habitación sin esperar respuesta. Tenía los ojos brillantes y una enorme sonrisa que le llenaba por completo la cara.

- ¿Tú tampoco habías visto el mar?- se rió Nadia.
- Se supone que sí, pero no lo recordaba. Es asombroso, ¿eh? Tan azul... tanta agua...
- Es una pena que no sea verano.- suspiró ella, mirando la playa con anhelo.- Podríamos darnos un chapuzón.
- ¿Un chapuzón?- repitió Mielle, sin entender.
- Me refiero a que nos podríamos bañar si hiciera más calor.- sus amigos estaban perplejos ante sus palabras.- ¿Qué? ¿Es muy raro bañarse en el mar?
- Nadie lo hace, excepto los marineros y la gente que trabaja cerca del agua, como los pescadores.
- Pues no sabéis lo que os perdéis, porque es muy divertido.
- ¿Por qué no damos un paseo?- sugirió Mielle, mirando a los mozos que trabajaban en el patio de la posada.
- Iluna nos dijo que los esperáramos aquí.
- Oh, es cierto.
- Venga ya.- protestó Nadia.- Dar un voltio por aquí al lado no tiene nada de malo. E Iluna no tiene porqué enterarse.
- ¿Qué es un "voltio"?
- Un paseo, perdona.
- Pero... ¿y si nos reconocen?- preguntó Aldren, dudoso.
- Si no lo han hecho ya, no creo que lo vayan a hacer.
- Yo voto por ir.- asintió Mielle.
- ¿Aldren?- inquirió Nadia, esperando su conformidad.
- Qué remedio. Pero... si Iluna nos descubre, la culpa es tuya.
- Asumiré toda la responsabilidad.- dijo ella con tono burlón.

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