domingo, febrero 14

Nueva Nadia: Capítulo 10, parte 2

Poco antes de llegar al muelle que les había indicado D'airos, encontraron a una curiosa pareja esperándolos pacientemente en la esquina de una taberna. Uno de ellos era una gata de lustroso pelaje gris y ojos astutos y el otro un enorme perro negro de dientes afilados que llevaba una bufanda al cuello. El felino se aseaba parsimoniosamente, lamiéndose a conciencia las patas delanteras para luego restregárselas contra el hocico, mientras que el perro miraba con desazón su propio rabo, que se agitaba desganadamente a un lado y a otro. Sin mediar palabra, la gata se subió a los brazos de Nadia con un ágil salto, el perro se colocó junto a Mielle y el grupo continuó su descenso.

El barco de D'airos era magnífico, tan grande e imponente que Nadia no pudo evitar quedarse con la boca abierta al verlo, de repente intimidada por la magnífica presencia de algo tan enorme. Su nombre era Iriak e irradiaba fuerza y una poderosa sensaciónde libertad. Los mástiles se elevaban hacia las nubes y su casco parecía una roca sobre la cual rompían las olas. Las velas, blancas, se inflaban con el viento deseosas de partir. D'airos los esperaba en tierra, deposeído de aquel aire soñador y despistado que le había otorgado la bebida el día anterior. Sus ojos azulados se mantenían atentos y despiertos mientras daba enérgicas órdenes a los miembros de su tripulación. Hizo una pequeña reverencia ante Nadia cuando ella se detuvo frente a él.

- Como podéis observar, he cumplido mi palabra, mi querida Alira.
- No dudaba de ello, mi capitán.- dijo Nadia sonriente.- Recordaréis a mi hermano Aret.- D'airos le estrechó la mano.- Y esta es mi hermana Marenia.

Después de besarle la mano con gentileza, la expresión de D'airos se ensombreció.

- Mi más sentido pésame por la muerte de vuestros padres. Estoy seguro de que los dioses los han acogido en su regazo y ahora descansan en su lejano reino.
- Gracias, capitán.- contestó Mielle en un murmullo.
- Esperemos que nuestros animales no sean ninguna molestia.
- En absoluto. Pueden subir a bordo también.
- Creo que comprendo porqué aquella princesa se enamoró de vos, capitán. Vuestro corazón no tiene cabida dentro de vuestro pecho.- dijo Nadia.

D'airos se ruborizó levemente a su pesar, pero recuperó pronto la compostura y con un galante gesto de mano, los invitó a subir a bordo del Iriak.

Las primeras impresiones que Nadia tuvo al subir a un barco la asustaron un poco. Mientras caminaban deprisa en pos del capitán D'airos, era capaz de sentir el pronunciado vaivén del navío balanceado por el mar bajo sus pies. También se escuchaba un sonido sordo y rítmico que parecía proceder de las mismísimas entrañas de la nave, como el latido de un corazón. Había mucho barullo alrededor: los marineros estaban por todas partes, apareciendo y desapareciendo entre la multitud apresurándose a cumplir las órdenes que D'airos gritaba en voz alta mientras atravesaba la cubierta. La joven sabía que, a pesar de su aspecto increíble y poderoso, iba subida a bordo de un barco que, como cualquier otro, podía hundirse. Y se sintió tan vulnerable como si estuviese subida en una débil cáscara de nuez.

D'airos los acompañó escaleras abajo hacia el interior del barco, a través de un pasillo oscuro únicamente iluminado por unas lámparas pequeñas y redondeadas que colgaban del techo, oscilando lentamente. No era un lugar agradable. La madera crujía siniestramente, gimiendo, y el movimiento de las olas era más intenso. Había algunas habitaciones, llenas de cajas de madera y con mantas tiradas en el suelo.

- Mis disculpas por el desorden.- musitó D'airos.- Aquí es donde duerme la tripulación.- se detuvo junto a una puerta desvencijada.- Me temo que no tengo muchas habitaciones disponibles, por lo que tendréis que compartirla. No os preocupéis, estaréis cómodos y por las noches la tripulación no os molestará.
- Gracias.- dijeron los tres al unísono.
- Cuando os hayáis acomodado me gustaría que subieseis a desayunar conmigo.- ellos asintieron.- Muy bien, os esperaré en mi camarote.

Tras otra reverencia se alejó en la oscuridad y poco después lo oyeron subir las escaleras.

Contrariamente a lo que Nadia esperaba, la habitación la sorprendió gratamente. Era amplia y tenía el techo bajo, iluminada por aquellas lámparas redondas de luz tenue. Había dos armarios viejos con las puertas rotas, varias alfombras enrolladas apiladas en una esquina y tres camastros cubiertos por mantas azules. En las paredes había algunos mapas raídos y amarillentos cuyos dibujos habían desaparecido casi por completo. Olía intensamente a humedad, pero a Nadia eso no le resultaba molesto. Iluna saltó al suelo y, al igual que Garue, procedió a olisquearlo todo con mucho interés.

- Bueno, podría ser mucho peor.- comentó Nadia, pasando un dedo por la polvorienta superficie de los muebles.

Mielle observó críticamente los tres camastros.

- ¿Crees que... es correcto que durmamos tan cerca de Aldren?- le susurró al oído.
- ¿Qué nos va a pasar? Venga, Mielle, no seas tan puritana. No hay nada de malo. Si te sientes incómoda podemos separar las camas un poco, o yo puedo ponerme en medio.
- ¿Eso lo harías por necesidad... o porque quieres hacerlo?- inquirió Mielle, arqueando una ceja.
- No sé de qué hablas.- replicó Nadia, ruborizándose desafortunadamente.

Aldren, que había dejado sus cosas sobre una de las camas, se incorporó y se acercó a ellas después de hablar en voz baja con Iluna y Garue.

- Vamos. D'airos nos está esperando.
- ¿Qué pasa con Ilu...?
- Estarán bien. Les he dicho que les traeremos algo de comer.

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