domingo, enero 10

Nueva Nadia: Capítulo 6, parte 6

A través de las puertas de la sala entró una procesión de hombres y mujeres vestidos con sencillas túnicas de color celeste pálido, portando bandejas y fuentes de cristal a rebosar de alimentos y finos cucharones para repartir. La música no cesó mientras los sirvientes iban colocando con esmero las bandejas en zonas estratégicas de la mesa para que todos tuvieran alcance a ellas. La comida era... muy colorida. Las carnes estaban rociadas por salsas de vivos colores y aromas intensos y las verduras y ensaladas tenían formas extrañas y retorcidas. Apenas pudo reconocer nada que le resultara familiar aparte del pan, y eso la hizo desconfiar. Desde pequeña, Nadia había sido remilgada para la comida. Era de gustos fijos y la cocina creativa nunca había sido su punto fuerte. No pudo evitar fruncir el entrecejo cuando Iluna puso ante ella un plato con un poco de todo. Lo olió disimuladamente, pero no consiguió ninguna pista acerca de la naturaleza de su contenido.

- ¿La comida no es de tu agrado, Nadia?- preguntó entonces Erasto, con los ojos clavados en ella.
- Eh...- vaciló. Le daba vergüenza admitirlo. Iluna, en frente de ella, la miró con desaprobación.- Es que no sé lo que es.- confesó.
- Ah.- dijo el rey.- Pues se trata de la especialidad de Noorod, una combinación de...
- No se lo digáis, Majestad.- interrumpió Iluna, sin que la cortesía de su tono se reflejara en la mirada severa que le lanzó a la muchacha.- Se lo comerá sin saber lo que es.
- Pero...
- ¡Iluna!- protestó Nadia.
- Lo siento mucho, pero te aguantas.- dijo sin piedad.- A comer.
- Xisel...- musitó Garue, con un suave carraspeo.
- Y será mejor que tú no te metas en esto.- añadió, sin dignarse a mirarlo.

Erasto contemplaba la escena mudo de asombro. Irio y y la druida, sin embargo, escondieron una sonrisa. Iluna sacudió la cabeza con ademán despreocupado.

- La educación de los menores, Majestad.- comentó con tono casual.- Ya sabéis, una se siente responsable.
- Has cambiado mucho, Xisel.- observó el rey.
- Todo el mundo me dice lo contrario.- rió ella.
- Me refiero a tu actitud y sobre todo, a tu forma de hablar.
- Perdonadme si ello os ofende, Majestad. He pasado mucho tiempo junto a Nadia en su mundo, y allí las cosas son diferentes. No he podido evitar que me influyan.
- No me ofende, pero me resulta curioso.- sonrió él.

Sin otra opción que arriesgarse o quedarse sin cena, Nadia hizo un esfuerzo y se llevó la comida a la boca. Lo masticó y saboreó con cuidado, intentando averiguar de qué se trataba. Pero no lo consiguió. No sabía si era carne o algún tipo de patata de textura más elástica, pero sabía bien: era sabroso, y ligeramente ácido. Más animada, siguió comiendo y probando otras cosas.

La cena prosiguió de forma agradable. Nadia se sentía mucho más relajada ahora que todos los presentes estaban concentrados en sus propios platos y conversaciones, sin hacerle caso. La mayoría de los alimentos estaban muy buenos y la muchacha comió hasta que no pudo más. Estudió con curiosidad a los invitados, fijándose en unos y en otros. El Sumo Sacerdote, a quien Erasto había presentado como Sar Fairar, era un hombre alto y musculoso, de cabello corto ligeramente pelirrojo, que tenía una tira blanca alrededor del cuello. El consejero real era un hombrecillo pequeño y menudo de mirada avispada y ademanes nerviosos. Las mujeres nobles reían y coqueteaban con cierto descaro. Mielle y ella charlaban en voz baja, comentando todo cuanto les parecía curioso o interesante. Aldren, que parecía sentirse como pez en el agua, hablaba animadamente con su maestro y se esforzaba por poner el oído en tantas conversaciones como le era posible. Iluna y Garue se comportaron de forma tan civilizada que nadie hubiera asegurado que semanas atrás habían luchado entre sí con gestos y palabras tan hirientes.

- ¿Me das tu mano un momento, por favor?

Nadia levantó la mirada, perpleja. Mientras los sirvientes retiraban los platos, ya vacíos, de la mesa, la druida la observaba con fijeza. Había extendido su mano y aguardaba pacientemente.

- ¿Qué ha dicho?
- Que me des tu mano, si no te es demasiada molestia.- repitió, con voz suave y melodiosa.

Antes de hacer movimiento alguno, se giró hacia Iluna. Pero la rastreadora sólo parecía intrigada. Con un gesto de barbilla la animó a hacer lo que la druida le pedía, así que un poco insegura alargó su brazo y le dio la mano. La mujer la tocó con sus dedos largos y fríos, le dio la vuelta, con la palma colocada hacia arriba, y puso el dedo índice en el centro al mismo tiempo que cerraba los ojos. Durante los primeros segundos Nadia no sintió nada especial, y pudo advertir que la música había parado, que las charlas se habían silenciado y que volvía a ser el centro de atención. Pero después sintió un cosquilleo y calor en las yemas de los dedos, un calor que se intensificaba y se expandía en dirección al punto donde la druida la estaba tocando. Y cuando llegó allí, la mujer levantó el dedo y el calor desapareció.

La druida asintió para sí misma y se puso en pie con elegancia.

- Ponte en pie, Nadia.

Nadia lo hizo, desorientada. Supo que se ruborizaba al saberse objeto de todas las miradas. La mujer le sonrió de forma tranquilizadora.

- Quiero hacerte un regalo.- susurró en voz tan baja que supo que sólo lo había oído ella. Después, alzando la voz, dijo- Yo, Miira, Guardiana de la Sanna, también te doy la bienvenida a Nerume en voz alta, Nadia. Creo que hablo en nombre de todos cuando te digo que cuentas con nuestra protección y ayuda para cualquier cosa que necesites, ya que nuestro mundo es un extraño para ti y no al contrario. Sé que hay muchas cosas que desconoces, y para ello te pido paciencia, pues ante ti acabarán descubriéndose todos los horizontes... tanto deseas ese conocimiento como si no.- puntualizó, con tono misterioso.- Voy a hacerte un obsequio. Espero que te sea útil en tu viaje.

Entre los dedos de Miira apareció una larga cadena de plata de la que colgaba un objeto extraño y hermoso. La druida lo alzó para que todos pudieran contemplarlo. Se trataba de una esfera brillante y transparente, roja, del tamaño de una canica, encerrada en un cubo de plata formado por círculos unidos entre sí. Nadia inclinó la cabeza y Miira puso la cadena de plata alrededor de su cuello. Nadia cogió el colgante con sus dedos y lo admiró en silencio. Era precioso.

- Brindo a tu salud, Nadia.- dijo entonces la druida, cogiendo una copa llena de un líquido morado.- Por tu éxito y nuestra salvación.

Nadia no comprendió sus palabras, pero alzó su propia copa. Todos hicieron lo mismo y oyó que la gente coreaba su nombre. La muchacha estaba a punto de mojarse los labios con el dulce líquido cuando la voz de Garue sonó como un trueno desesperado y le arrebató la copa de la mano. El ninpou olisqueó la bebida con el ceño fruncido y se la pasó a Iluna, que permanecía expectante y paralizada. La rastreadora repitió el proceso y su mueca se trocó en una máscara de furia.

- Es ënes.- dijo, con los dientes apretados.- Majestad, me gustaría ocuparme personalmente...

Pero Erasto levantó una mano para acallar sus palabras y también las exclamaciones de sorpresa y miedo de los demás invitados, que habían soltado las copas como si más que eso fueran serpientes venenosas.

- ¡Calma, por favor, calma!- gritó, y todo el mundo guardó silencio.- Tranquilizaos. Como imagino que sabréis todos vosotros, el ënes no es una sustancia mortal, así que el que haya llegado a beber no debe temer por su vida. Daré orden inmediata a mis guardias de registrar el palacio y buscar en la ciudad al culpable de esto. Os pido a todos los presentes que me acompañeis a la Sala del Consejo. Parece que vamos a tener que adelantar nuestra reunión.

Los invitados se pusieron en pie, con desconcierto e indignación, y se marcharon de la sala. Nadia se quedó perpleja, inmóvil, sin entender nada. ¿El ënes era un veneno pero no era mortal? ¿Qué sentido tenía aquello, y con que fin podría haber sido utilizado? Automáticamente, pensó en los vaheri, y el miedo empezó a crecer dentro de ella. ¿Habían conseguido infiltrarse en el palacio? Eso hizo que se le pusiera la piel de gallina; allí tampoco estaban a salvo. Notó que alguien le ponía una mano fresca sobre la frente y se sobresaltó ligeramente al ver a Miira a su lado.

- Que los dioses te protejan, Nadia.

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