miércoles, agosto 12

Hacia atrás en el tiempo (4)

Dormí del tirón toda la noche, y sólo me desperté cuando noté que alguien se sentaba en mi cama, a mi lado, y me ponía una mano fresca sobre la frente.

Entreabrí los ojos y vi la luz del sol, que se colaba a raudales en mi habitación cruzando los cristales de la ventana, teñida de color amarillo debido a las cortinas que le cortaban el paso. El resplandor me cegó y me llevé una mano a la frente para escudarme de él. La voz de mi madre sonó muy cerca de mí, mientras sus dedos me acariciaban el pelo.

- ¿Cómo estás, cariño? ¿Mejor?

Tardé unos minutos en entender lo que me estaba preguntando, y cuando lo comprendí la realidad me cayó encima como un cubo de agua helada, dejándome un segundo sin respiración. Mi vida había cambiado drásticamente cuando había regresado, la noche anterior, a un momento crítico de mi existencia cinco años atrás. No sabía cómo ni porqué, ni si tenía o no tenía solución, pero no quedaba lugar a dudas: era real. Y no se había tratado de ningún mal sueño.

Mi madre frunció el entrecejo mientras me observaba. ¿Habría comprendido los sentimientos que se habían debido reflejar en mi rostro?

- Bueno... algo. Aunque me encuentro un poco mal.
- ¿Quieres quedarte durmiendo un poco más? Aunque son las dos. ¿Prefieres comer algo?

Me aterraba la idea de salir de la cama. Me daba miedo incluso a hablar, por temor a cambiar mi futuro con cualquier acción o palabra. Estaba a salvo allí, escondida bajo las mantas. Pero sabía que era imposible prolongarlo de forma indefinida, y por otra parte, mi estómago rugía pidiendo alimento. ¿Cuándo comí algo por última vez?

- Tengo hambre.
- Muy bien. Pues levanta, voy a llevarte la comida a la mesa.

Al dejarme sola de nuevo, me atreví a incorporarme y a poner los pies en el suelo. Un escalofrío me recorrió la espalda debido al helado contacto de mis pies descalzos con el gélido suelo. Tardé un rato en localizar mis viejas zapatillas de casa y me enfundé en la bata de invierno para dejar de tiritar. No entendía porqué tenía tanto frío.

Temerosa de encontrarme con alguien, fui al comedor. De nuevo, experimenté aquella sensación de extrañeza justo después de abrir la puerta de la habitación, sintiéndome descolocada. La estancia estaba completamente cambiada. Al igual que en mi dormitorio, el suelo tampoco era de madera, sino de mármol rojo, como en el resto de la casa. Aún teníamos los muebles que más tarde mis padres regalarían a una amiga de la familia por no encontrar un comprador que nos diera lo que pedían por ellos. Alrededor de la antigua mesa redonda y coja estaban los viejos sofás, de los que se deshicieron mientras yo estaba de Erasmus y cuyo siguiente destino desconocía. Mi hermano, sentado a la mesa y con un plato vacío delante de él, miraba la tele con aburrimiento mientras pasaba de canal.

En él se notaban mucho más los cinco años transcurridos hacia atrás. Sus rasgos estaban aún muy suavizados y había en él más de niño que de hombre. La línea del mentón y la nuez apenas estaban definidas y tenía las mejillas algo más redondeadas. Alzó la cabeza cuando me escuchó acercarme, pero no dijo nada hasta que me senté en el sofá de mimbre, que crujió bajo mi peso. Metí los pies debajo de la mesa y me los dejé calentar por la bombilla. Miré frente a mí y me encontré con un plato de sopa humeante y un filete de pechuga a la plancha. Se me hizo la boca agua.

- ¿Estás malita, nunu?
- Sí, un poco.

Y no hablamos más. Yo no tenía ánimo de conversar y además estaba muy ocupada masticando y tragando. Él encontró algo interesante en la tele, un documental, y se puso a verlo.
Comí con rapidez, en parte debido a lo hambrienta que estaba y también porque deseaba volver a refugiarme en mi habitación antes de que mi madre o mi padre se pasaran por allí. Tuve suerte, y cuando acabé me escabullí sin toparme con nadie que me hiciera preguntas.
Me volví a meter de cabeza en la cama y me tapé hasta que el edredón me cubrió la nariz. Fue entonces cuando recordé algo y alargué mi mano de bajo las sábanas, buscando a tientas el móvil en la cabecera de la cama.

Tal como pensaba, tenía un mensaje. Lo abrí, con el corazón latiéndome apresuradamente. Era de Javi.

Buenas noches! Espero no dspertarte. Solo keria dcirte que m lo he pasao muy bien hoy apesar de todo. Has conseguido km olvide d los malos momentos y k disfrutara. Si he hexo algo kt haya molestado... lo siento muxo. T iba a invitar mñn a mi casa... pero si t encuentras mal, no creo k kieras venir. Asi k ya nos vemos el lunes. Tngo muxas ganas de star contigo.

El mensaje no decía lo mismo que había dicho la primera vez que me lo mandó. Los hechos tampoco se estaban desarrollando del mismo modo, porque cinco años atrás yo había pasado la tarde en su casa, y entonces...

Me quedé mirando las palabras abreviadas fijamente, sin parpadear, horrorizada. Ya había cometido la primera alteración de los hechos... nuestro aniversario había dejado de ser el día dieciséis de octubre.

¿Podía seguir aplazándolo?

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