martes, diciembre 30

Chess anyone?

O dicho en español, ajedrez.
Siempre me ha gustado mucho jugar al ajedrez a pesar de ser bastante mala. Aprendí en el colegio, en unas jornadas y talleres que hicieron para enseñar a los niños. Al principio iba todas las tardes, pero luego lo dejé pasar y al final acabé por no asistir. Con dichos talleres fuimos a un par de torneos locales. Yo fui a uno que se celebró en... Almuñecar o Motril, creo recordar. Y gané dos de los tres enfrentamientos que tuve, pero porque mis adversarios no se presentaron. El que vino, me ganó. Aunque en mi defensa tengo que decir que el niño vino con sus padres y todo, que no hacían más que animarlo todo el rato desde el respaldo de la silla. Y a mí, que estaba sola, eso me puso nerviosa.
Tengo un par de juegos. Uno normal, cuyo tablero se dobla y hace una caja donde se guardan las piezas, que son de madera, y otro que regalaban con el periódico, con fichas de metal muy pesadas que representaban el ejército árabe y el cristiano, y cuyas torres eran las de la Alhambra, si no recuerdo mal. Tiene que andar por algún sitio, pero a saber donde.
Generalmente siempre juego contra mi hermano, a quien también le gusta mucho. Le enseñé yo a jugar y al principio hacía trampas. Ya no le cuelo ni una. Estamos bastante empatados respecto al nivel, aunque él suele tener estrategias planeadas y yo me limito a adoptar una actitud defensiva ante sus ataques o ir a lo suicida directamente. Esta mañana hemos estado jugando porque mi prima, que está aprendiendo también en el colegio, tenía ganas. Le he ganado a mi prima, mi hermano le ha ganado a mi prima, y luego me ha ganado a mí. Pero en la revancha le he vencido con una partida bastante buena que me ha salido sin proponérmelo. Vamos, que lo he bordado tirando de la improvisación. Me he sentido bastante orgullosa. Se ha picado un poco y quería jugar otra, pero me he negado: no quería tentar a la suerte.

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